El discurso privatizador y la ideología del Estado subsidiario y estúpido, acaban de recibir un golpe demoledor en una pequeña localidad de esta humilde provincia del interior argentino. En Quehué, la modesta comuna situada al sur de esta capital provincial, un plan de gobierno de signo marcadamente «estatista» permitió dar empleo a un sinfín de […]
El discurso privatizador y la ideología del Estado subsidiario y estúpido, acaban de recibir un golpe demoledor en una pequeña localidad de esta humilde provincia del interior argentino. En Quehué, la modesta comuna situada al sur de esta capital provincial, un plan de gobierno de signo marcadamente «estatista» permitió dar empleo a un sinfín de desocupados y reimpulsar actividades económicas que hoy le están brindando provecho y bienestar a los habitantes de esa comunidad.
Días atrás este diario publicó un informe sobre ese original y «subversivo» programa que, a contrapelo de las modas económicas y políticas, ha resultado un verdadero éxito y un ejemplo digno de imitar en estas y otras latitudes.
Desde fines de la década de los ’80, con el ascenso del gobierno justicialista de Carlos Menem, se terminó de imponer en nuestro país una ideología económica que postuló una suerte de santísima trinidad: 1) privatizaciones de las empresas públicas, 2) libre mercado como «solución» a todos los problemas de la sociedad y 3) apertura de la economía a los mercados internacionales.
Desde aquellos años, quien se opone a ese dogma cuasi-religioso recibe las iras y las condenas por herejía de quienes detentan el poder real en el país: el establishment, el poder económico o como quiera llamárselo. Para amonestar a los rebeldes, cuentan con el auxilio inestimable de los más grandes medios de comunicación, muchos de los cuales también fueron privatizados y entregados a las mega-corporaciones.
El gobierno menemista abrazó con fervor esta doctrina cuya aplicación hundió en la pobreza a la mitad de los argentinos. Luego la Alianza delarruísta continuó sin cambiar una coma ese programa hasta su colapso total. Tuvo que sobrevenir la crisis socio económica más fulminante de las últimas décadas para que surgiera un gobierno que prometía algo «distinto». Pero esa «distinción» fue sólo de matices. A pesar de que el gobierno kirchnerista es reconocido como de signo «progresista» no llevó a cabo ningún cambio profundo, de fondo, para salir de la trampa privatista neoliberal. En consecuencia: la indudable mejoría económica que beneficia al país desde la salida de la Convertibilidad y su corsé cambiario -el uno a uno- sólo el gozado por la porción más rica de la población. La injusticia en la distribución de los ingresos lejos de modificarse con el gobierno «progresista» de Kirchner se ha mantenido o empeorado. El diez por ciento más rico recibe 36 veces más que el diez por ciento más pobre: una diferencia abismal que supera a la muy injusta distribución de la era menemista.
Otra ardiente y actual declaración de fe neoliberal: aún hoy, cada vez que funcionarios del gobierno argentino viajan el exterior se ven en la necesidad de pedir disculpas por algunas medidas «progresistas» aclarando permanentemente que el gobierno argentino «no es estatista». Una forma de tranquilizar a los «inversores» que ven cucos estatistas por doquier.
La furiosa ola privatizadora llegó también a La Pampa de la mano del marinismo y a caballo de una agresiva política anticooperativista. Hoy se siguen pagando las consecuencias.
Por lo expuesto y por muchas otras razones cuya enunciación no cabría en el modesto espacio de esta columna, el modelo que está surgiendo en Quehué es tan meritorio. Esa comuna le está diciendo a los pampeanos, como también a todos los argentinos, que desde el Estado se puede incursionar no sólo en servicios sino también en otros rubros que por lo común asume exclusivamente la actividad privada, y con resultados muy positivos. Ese es, justamente, el «pecado» de esa localidad, el ejemplo, o más bien el contraejemplo, que las vendas ideológicas impuestas por la moda neoliberal no deja ver a tantos argentinos.