«Quiso ser una segunda Evita, pero cuando vio que no podía se dedicó a manipular al general [Perón] para que cumpliera los deseos de la más alta jerarquía militar y a llenarse los bolsillos». Ana María Gil, esposa de Rodolfo Eduardo Almirón -acusado de ser el brazo militar de la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista) […]
«Quiso ser una segunda Evita, pero cuando vio que no podía se dedicó a manipular al general [Perón] para que cumpliera los deseos de la más alta jerarquía militar y a llenarse los bolsillos». Ana María Gil, esposa de Rodolfo Eduardo Almirón -acusado de ser el brazo militar de la Triple A (Alianza Argentina Anticomunista) y ahora detenido en España-, habla así de Isabelita Perón, a la que acusa de haber llegado a Madrid cargada de joyas.
Cuando el martes 12 de diciembre EL MUNDO identificó al matrimonio en Torrent (Valencia), se explayó con su particular visión de la historia, que incluye la llegada de Isabelita a la Quinta 17 de Octubre, la finca que poseía el general Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro, en Madrid, «con varias maletas repletas de dinero en metálico -dólares-, pero, sobre todo de joyas: montones y montones de piezas, sobre todo de oro».
Ana María Gil no dejaba títere con cabeza, especialmente entre los que pasaban por ser los principales protectores de su marido: la presidenta de la República, María Estela (Isabelita) Martínez de Perón; el que fuera su superministro José López Rega, y el jefe de Seguridad de la presidenta, el subcomisario de la Policía Federal Argentina (PFA) José Ramón Morales.
López Rega pasa por ser el cerebro y el organizador de la Triple A, los grupos parapoliciales que, con la autorización de varios decretos presidenciales, ejecutaban a balazos en plena calle, especialmente en Buenos Aires, a los opositores del régimen. Se calcula que entre 1974 y 1976 asesinaron a 1.550 personas.
Sin embargo, en la entrevista que concedió a este diario en su domicilio de Torrent, Gil aseguró, primero, que López Rega era «un intelectual, en todo caso un místico, fascinado con las historias de los rosacruces y cosas así». «De hecho, es cierto que pertenecía a la logia masónica italiana Propaganda Dos, la que dirigía Licio Gelli, al que yo llevé más de una vez de Roma a Buenos Aires [Ana María Gil fue azafata de vuelo de Aerolíneas Argentinas]», prosigue la mujer de Almirón. La detención en diciembre de este ex policía, que tras su llegada a España se convirtió en jefe de seguridad de Manuel Fraga cuando dirigía Alianza Popular, precedió a la orden de detención cursada contra Isabelita Perón y que se ejecutó el pasado viernes.
A medida que la conversación avanzaba, y faltando más de hora y media para que llegara su marido a casa, Ana María Gil se iba animando, para acabar afirmando de López Rega: «Era un pobre imbécil, incapaz de manejar algo de la magnitud de la Triple A… El Brujo sólo intentaba influir en Isabelita para que firmara los decretos que necesitaban los generales».
Sin embargo, al que fuera jefe de su marido en la Policía Federal Argentina (PFA) y conocido durante mucho tiempo como el suegro Morales -Almirón salía con su hija-, Gil sí lo veía perfectamente capaz de organizar la Triple A.
Morales y su protegido Almirón pertenecían al grupo de hurtos y homicidios de la Policía Federal Argentina. A finales de los años 60 fueron expulsados del Cuerpo por sus extrañas relaciones con la Banda del Loco Prieto, un grupo criminal que sembró el terror en Buenos Aires con la protección de la policía, concretamente de Morales y de Almirón. Cuando los miembros de la banda empezaron a ser apresados, los que quedaban en libertad eran asesinados en extrañas circunstancias, lo que forzó la expulsión de Morales y de Almirón de la PFA. Pero López Rega los reclamó para que se ocuparan de su propia seguridad y de la Presidencia, a partir de 1971.
«En la Quinta, Isabelita se mostraba altiva, no quería saber nada de nosotros, los plebeyos, a pesar de que la habíamos protegido. Estaba esperando que López Rega huyera para echarnos a todos de allí», dijo Ana María Gil. Posteriormente, Isabelita sería obligada a abandonar la finca madrileña por un litigio presentado por un abogado que decía representar los intereses de una fundación heredera de la fortuna del general Juan Domingo Perón. Por eso, ahora vive en un modesto chalet de Villanueva de la Cañada.
Gil no la ha perdonado. «Le escribí varias cartas en las que le recordaba cómo la había visto con las maletas y las joyas del general y cómo a menudo viajaba a Ginebra, pero nunca me contestó», en realidad, nos despreciaba a todos», concluye.