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Lo que deja el neoliberalismo en México

Los niños y las niñas, nunca primero

Fuentes: APM

Más de tres millones de mexicanas y mexicanos de escasa edad desempeñan algún trabajo. La explotación de menores no es exclusiva del país azteca pero sí deja huellas dolorosas. De acuerdo con cifras oficiales, en México 3.3 millones de niños y niñas de entre seis y 14 años desempeñan alguna actividad laboral. Uno de cada […]

Más de tres millones de mexicanas y mexicanos de escasa edad desempeñan algún trabajo. La explotación de menores no es exclusiva del país azteca pero sí deja huellas dolorosas.

De acuerdo con cifras oficiales, en México 3.3 millones de niños y niñas de entre seis y 14 años desempeñan alguna actividad laboral. Uno de cada seis menores entre esas edades. El fenómeno tiene como origen la exclusión, la pobreza y la desigualdad social; es decir, el modelo económico vigente.

Así lo revela un artículo del destacado analista de la prensa mexicana, Carlos Fazio, distribuido la semana pasada por la agencia latinoamericana de noticias Prensa Latina.

La explotación del trabajo infantil no es privativa de México. Tampoco es exclusiva de los países subdesarrollados, sino que constituye un grave problema en las naciones industrializadas donde dicha mano de obra, por lo general presente en el agro, es producto de la migración internacional.

En Estados Unidos, por ejemplo, las condiciones de trabajo para los menores que se ocupan en tareas agrícolas no difieren de las existentes en México, pues viven en una situación de casi esclavitud, al cumplir jornadas extenuantes por tres dólares la hora, menos del mínimo estadounidense, afirma Fazio.

Según un informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la mano de obra infantil ocupa a cerca de 218 millones de niños en el mundo, de los cuales 132 millones se dedican a la agricultura, una de las tres actividades más peligrosas, junto con la minería y la construcción.

En el campo, esos niños jornaleros crían ganado, recogen cosechas y cultivan hortalizas, por lo que deben manejar pesticidas peligrosos y trabajar con maquinaria poco segura. También se emplean en las ciudades, muchas veces en horarios nocturnos, en la limpieza de oficinas, bares o en el empaque de periódicos, e incluso caen en las redes de la explotación sexual comercial.

En el caso mexicano, señala el artículo divulgado por Prensa Latina, cada año 300 mil niños y niñas, en su mayoría indígenas de los estados de Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Veracruz, Puebla y Michoacán abandonan sus comunidades para emigrar con sus familias a las zonas agrícolas en el norte del país, particularmente a Sinaloa y Baja California, en busca de trabajo e ingresos.

De acuerdo con cifras oficiales, de los 200 mil jornaleros que levantaron la zafra -la cual concluyó recientemente en Sinaloa-, 12 mil eran menores. Sin embargo, especialistas afirman que el número de los niños jornaleros hortícolas asciende a 20 mil.

En los campos, las condiciones de vida son precarias. Los jornaleros viven en la pobreza extrema, hacinados en galerones que cuentan con una letrina para el uso de 20 familias.

Además, vaya paradoja, los menores no cuentan con seguro social porque la Constitución mexicana prohíbe el trabajo infantil, subrayó el connotado periodista de la prensa mexicana.

Los agricultores aducen que emplean niños porque los padres lo solicitan. La pregunta es por qué, si piden aumento salarial y mejores condiciones laborales, no se los dan.

Más de 90 por ciento de los hijos de la población jornalera migrante no asiste a la escuela. Y para quienes sí lo hacen, un problema adicional es que al pasar de una escuela a otra, o de un estado a otro, suelen perder su nivel de escolaridad. Además, sufren un cambio profundo en sus costumbres, cultura e incluso idioma.

Esos niños se suman a otros cinco millones de jóvenes que en el país no estudian ni trabajan. Por lo que, sin hipérbole, México está en riesgo de perder toda una generación de niños y jóvenes, destacó Prensa Latina.

El rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Juan Ramón de la Fuente, les llama «la generación del desencanto».

En un país que se ubica entre las 12 economías más grandes del mundo, y que se dice democrático, no parece ético y menos justo que ese sea el destino de una quinta parte de los mexicanos menores de 20 años. Un destino que, de no modificarse, los condena a la delincuencia, la emigración masiva, la drogadicción, los embarazos no deseados, el comercio informal o la explotación sexual infantil.

Aparejado a ese sombrío panorama, un nuevo fenómeno, que crece en forma alarmante ante el aumento de la pobreza y la falta de empleo en México, es el de la migración de niños solos a Estados Unidos.

Se estima que, cada año, 150 mil niños intentan pasar la frontera sin la compañía de familiares o ayudados por «polleros», de los cuales 60 mil son deportados.

Según Fazio, «el trabajo infantil es un fenómeno tan antiguo como la especie, pero se ha fortalecido desde los orígenes de la Revolución Industrial y se ha consolidado en la más reciente fase del capitalismo, impulsado por la feroz competencia global y las consignas neoliberales de incrementar rentabilidad, productividad y competitividad a costa de lo que sea».

Poco difieren las tristemente célebres legiones de niños empleados en las minas inglesas de carbón del siglo XIX con las labores que realizan hoy los menores, trabajadores en los campos de San Quintín, del norte de México, o en las maquilas de ropa de la marca deportiva Nike, de Indonesia.

Eso es así porque las políticas neoliberales encontraron un terreno especialmente fértil en las deficiencias regulatorias y en la corrupción de los gobiernos de nuestros países.

En el caso de México, no debe pasar inadvertido que el grupo gobernante pretende «flexibilizar» las disposiciones del artículo 123 constitucional y de la Ley Federal del Trabajo con el fin de hacer más atractiva para los capitales depredadores -esto es, más barata y explotable- la fuerza de trabajo local, y que ese designio entraña riesgos de desprotección adicional, especialmente severos, para los menores que trabajan.

De allí que condenar el trabajo infantil, sin denunciar también las causas profundas que lo generan, sea un acto de hipocresía.

Tales causas se encuentran en el mismo modelo económico inhumano que se aplica en México durante el último cuarto de siglo y al cual mantiene fidelidad inamovible la actual administración de Felipe Calderón, puntualizó el autor de la nota distribuida por Prensa Latina.