Sobre ritos y anuncios El mecanismo se hizo frecuente en los últimos años: el anuncio de medidas oficiales se sostienen en el marco de esplendor que brinda la arquitectura ecléctica de los salones de la rosada; a cada palabra brota el aplauso fácil de funcionarios y alcahuetes del poder, mientras el abuso de los rituales […]
Sobre ritos y anuncios
El mecanismo se hizo frecuente en los últimos años: el anuncio de medidas oficiales se sostienen en el marco de esplendor que brinda la arquitectura ecléctica de los salones de la rosada; a cada palabra brota el aplauso fácil de funcionarios y alcahuetes del poder, mientras el abuso de los rituales y de la oratoria demagógica y de modismo juveniles e híbridos intentan darle una forma rutilante y popular a un remedo del odioso pasado neoliberal.
Otorgar un supuesto carácter popular, en medio de la espectacularidad de las tomas de la TV oficial: a los anuncios de acuerdos con el Club de París; al pago de deuda con reservas; a los acuerdos mineros con la Barrick Gold; al futuro veto del 82% móvil a los jubilados; a un salario mínimo que no supera el 40% de la canasta familiar; al desesperado pedido «a los empresarios de que piensen con el bolsillo» – como si alguna vez pensaran con otra cosa- es posible, sólo si el discurso se sostiene en el esplendor de un ritual clásicamente futbolero (en palabras de la presidenta) ajustado a un público de funcionarios mediocres, artistas quebrados, sindicalistas cómplices y progresistas todo terreno.
La dinámica anunciadora no conoce límites; se aplauden tanto los llamados al sacrificio para honrar nuestras deudas, como el veto a la ley de bosques, el fracaso de la ley de los glaciares o el crecimiento de las reservas en el banco central. Todo se aplaude y todo se explica como si se trataran de medidas que nos llevan a la liberación nacional y social. Nada tiene descarte, desde una política que busca concentrar gran parte de la economía nacional en una rigurosa sojización, como la denuncia de que más del 40% de los trabajadores activos se encuentran en negro. La biblia y el calefón, la velocidad del tren bala y el manoteo de los fondos del Anses. Todo es popular y todo nacional.
Hasta el avance inflacionario, que reduce los salarios al costo de una garrafa de 10 kg, es considerado por los capitostes de las centrales obreras (en este caso Moyano) como un mecanismo genial para el despegue económico.
El capitalismo argentino está en su salsa, con una inflación que va del 27 al 30% anual y los salarios deprimidos, la tasa de ganancia no hace más que crecer; la presidenta los llama a reflexionar sobre esto. Los trabajadores por su parte también deben reflexionar sobre esto.
La acumulación de reservas, pese a la pose infantil de quien recurre a la comparación con ahorro familiar, tienen para el kirchnerismo el poder de convertibilidad que le permite mantener el dólar cercano a los 4 pesos, las reservas se mueven dentro de un delicado equilibrio que intenta beneficiar tanto a los capitalistas que lucran con la exportación, como a los importadores que compensan sus gastos con enormes subsidios estatales.
Las reservas del excavallista, hoy devenido popular, Buoduo, involucran la intención de un blindaje a futuro de la moneda y una garantía, de que en caso de que se descargue una crisis devaluatoria del peso, las finanzas de las empresas tiene la indemnidad de la conversión, de paso, les permiten la fuga de capitales al exterior sin temer que se dispare el dólar y que el remedio de evaporación de ganancias a las metrópolis no sea peor que la enfermedad hiperinflacionaria periférica.
Los «ahorros nacionales» cumplen una función devaluatoria del peso, es decir inflacionaria y expropiatoria del salario. Cuando los escribas progresistas, y no tanto, del kirchnerismo en su mítica lucha contra la derecha restauracionista, explican que la diferencia es entre pagar con reservas, como quieren ellos, o con ajuste como quiere la derecha, desechan que una, y la principal fuente de ajuste, es la inflación que corroe los salarios obreros y empobrece a los sectores medios. No hay nada de popular en la acumulación de reservas como tampoco lo hay en la repartija indiscriminada de los fondos del Anses.
El kirchnerismo pretende que el eje del debate entre una política de entrega neoliberal y una política social de los «nacionales y populares» encuentre su punto crucial en definir de donde salen los fondos para pagarle a los «buitres externos»; pero lo único crucial de este debate es que todos están por pagar una deuda declarada hasta el hartazgo como fraudulenta. La política de acumulación de reservas es procapitalista, por su carácter devaluatorio en detrimento de los salarios obreros y proimperialista por constituirse como reservas de pago de la deuda externa. ¿Que aplauden los nacionales y populares?
Cuando los trabajadores activos reciben descuentos previsionales en sus ajustados sueldos, los aceptan teniendo en cuenta que su vida laboral activa tiene un límite y que lo que te descuentan hoy servirá para cuando te jubiles mañana. Esa masa de dinero que recibe la Anses y que tiene como función original garantizar los salarios de los trabajadores pasivos o de sus viudas o familiares a cargo, esta siendo usada hoy como una fuente de financiamiento de crisis por parte del gobierno (esto no es kirchnerismo puro, en todo el mundo gobiernos capitalistas de distinto signo vienen haciendo lo mismo). El kirchnerismo estatizó los fondos de la Anses para volver a privatizarlos. General Motors, Mercedes Benz, Mashu y un sinnúmero de empresarios privados se ven beneficiados con los préstamos a bajos costos de los ahorros de sus explotados. El Estado Nacional saca guita en forma indiscriminada del Anses y la cambia por bonos a tasas ridículas que desfinancian la caja. Cuando el kirchnerismo dice «los jubilados están locos si piensan que le vamos a dar el 82% y poner en riesgo la economía nacional», no hace más que declarar su dependencia del dinero ajeno; gran parte de la solidez del sistema («modelo») kirchnerista se basa en la plata que aportan los trabajadores para los trabajadores. La virtud del modelo actual se encuentra en haber ampliado el «régimen de reparto» a las empresas multinacionales, a los fondos fiduciarios que permiten a la clase media obtener plasmas a 50 cuotas, a las empresas quebradas que solicitan salvataje estatal, etc. Los kirchneristas defienden este saqueo, declarando que gracias a la intervención del estado en la Anses «los chicos pobres y sus familias reciben un subsidio universal» -que apenas alcanza a los requerimientos alimentarios mínimos de cualquier familia- y que eso debe agradecerse a la señora presidenta (Pero si el dinero que se reparte es de los trabajadores !!!).
Quizá, este sea el modelo del socialismo del siglo XXI: socializar los aportes de los trabajadores activos empobrecidos para trabajadores desocupados más empobrecidos aun; poner topes máximos a los salarios, vía impuesto a las ganancias; acumular reservas para blindar a capitalistas y seguir con los rituales de aplausos entre las eclécticas arquitecturas del salón blanco.
Cuando llegó el día del niño, le prometí a mi hija menor un juguete usando la estrategia kirchnerista. Le dije, en medio de grandes ademanes aclaratorios justificaciones nacionales y populares, «tengo tu juguete pero te lo entrego en navidad», la estrategia fracasó y ella reclamó que el juguete fuera el domingo de agosto correspondiente.
No deja de sorprender, que los anuncios de aumentos salariales a enero del año que viene no tengan la misma repercusión entre los asalariados y que exijan los aumentos anunciados en setiembre se hagan efectivos en octubre.
Un proceso inflacionario es siempre incierto, ¿Qué pueden significar 1850 pesos en enero del 2011? Nadie lo sabe.
Aunque algunos registros entre los incrementos de precios nos dan una idea. El litro de nafta está por encima de 1,20 us$; los medicamentos han aumentado por encima del 100% si tomemos como referencia setiembre 2009; los alimentos están cada día más inalcanzables, sobre todo carnes, verduras y lácteos; los servicios de gas y luz traen aumentos que harán colapsar al sistema económico familiar. De todas maneras la presidenta declaró, entre Tomada y Moyano, que este aumento («este aumento… nada, nos deja conformes a todos») que alcanza a algo más de 250 mil trabajadores no debería tener efectos inflacionarios «ya que se realiza sobre la base de cálculos genuinos y no involucra nueva emisión monetaria», neoliberalismo puro. La presidenta acusa a los aumentos salariales de ser los responsables de la inflación como en las mejores épocas de los ´90 y los ilustres centroizquierdistas que la acompañan en los rituales aplauden como si 100 $ de aumento, a enero del año que viene, significaran un reconocimiento histórico «del capital al trabajo».
Seguirán los rituales adornados de marcha y aplausos. Se festejarán los anuncios económicos como un avance contra la derecha restauracionista. Se condenará el reclamo de los jubilados, como un reclamo de dementes y todo esto se adornará con mesas de vino a un costo de 150$ la botella; apenas un poco más que el aumento al mínimo anunciado para enero de 2011.
Como no van a aplaudir los que están invitados a la fiesta.
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