Recomiendo:
0

Tecnópolis contra la crisis

Fuentes: Rebelión

«En Argentina, antigua potencia industrial y científica, se prepara una nueva revolución tecnológica». Este podría ser el reclamo de Tecnópolis y figurar a la entrada del pabellón «orgullo nacional». Pero Tecnópolis no puede evitar parecer una feria de ganado. El gobierno argentino quiere jugar al juego del capitalismo bueno. La solución a los males del […]

«En Argentina, antigua potencia industrial y científica, se prepara una nueva revolución tecnológica». Este podría ser el reclamo de Tecnópolis y figurar a la entrada del pabellón «orgullo nacional». Pero Tecnópolis no puede evitar parecer una feria de ganado.

El gobierno argentino quiere jugar al juego del capitalismo bueno. La solución a los males del capitalismo es más capitalismo. Porque ciertamente hay un capitalismo «mejor»: el de los países más desarrollados. Para ello, el gobierno tiene un «modelo» de desarrollo de la industria, la ciencia y la tecnología. Sin embargo, el modelo se presenta como distinto del de los países desarrollados. El gobierno desempolva la vieja retórica de la producción y el trabajo contra la especulación, como si la crisis fuese el producto de la especulación y no al revés.

En el cuento que cuenta la presidenta todo encaja: gracias al «modelo» Argentina crece en torno al 8% y se encuentra a salvo de la crisis internacional, producida por el modelo neoliberal, y los países centrales ya no pueden exportar a Argentina sus crisis. Brillante teoría de la crisis. Sin embargo, las principales exportaciones del país siguen siendo las del sector agropecuario, infladas por una enorme burbuja en los precios de los alimentos. Hay que recordar que en 1997 Argentina también crecía a un 8% y que precisamente en el 97 los precios de los alimentos, que venían creciendo fuertemente desde principios de los 90, comenzaron a caer hasta quedar, en 2000, por debajo del nivel que tenían en 1990. Pero la burbuja actual es mucho mayor que la de los 90 : el índice de precios de los alimentos de la FAO alcanzó su máximo desde que comenzó a medirse en 1990 (http://www.fao.org/worldfoodsituation/wfs-home/foodpricesindex/es/). Esta burbuja es consecuencia de la crisis: los capitales se refugian en las materias primas. La presidenta debería tener más cuidado con asociar el orgullo nacional al crecimiento del PIB: Zapatero lo intentó antes de la crisis afirmando que España había sobrepasado en PIB a Italia, y en lo único que España sobrepasa ahora a otros países es en paro y en desahucios.

La presidenta insiste en el «valor agregado». Es de suponer que con tanta insistencia el concepto esté claro, aunque la presidenta y/o sus asesores suelen confundir valor añadido con productividad. El problema son los ejemplos. Si se pretende que la industrialización y el aumento del valor añadido resulten creíbles, no se trata de que Argentina sea el «primer exportador de biodiesel, de miel, de jugos concentrados de limón, de aceite de maní, de aceite de soja y de harinas de soja»…; tampoco se trata del «valor agregado en un tubo de papas fritas» o del vino (los ejemplos son de la presidenta en Tecnópolis, durante la presentación del Plan Estratégico Agroalimentario). Si la presidenta quiere un buen ejemplo de valor agregado, o de mercancías de alto valor, podría fijarse en Brasil, por ejemplo. Recientemente Aerolíneas Argentinas compró 20 aviones Embraer 190. Esto son mercancías de alto valor añadido, no las patatas fritas… La empresa brasileña es actualmente la tercera constructora de aviones comerciales en ventas después de Boeing y Airbus. Pero seguramente los jugos concentrados de limón que sirvan las azafatas de Aerolíneas sean «industria argentina»… Siguiendo con los ejemplos de la presidenta, tampoco valen los de las computadoras «hechas en Argentina», porque lo único que se hace en Argentina es ensamblarlas, que es el proceso que menos valor añade, como bien saben los chinos.

Argentina puede agradecerle más a la especulación que al valor añadido de las patatas fritas. Argentina no tiene un modelo que le protege de la crisis, sino un modelo que actualmente le permite beneficiarse de la crisis. Podrá seguir disfrutando de los beneficios del modelo mientras la economía mundial no se recupere. Pero la crisis empezará a entrar en Argentina en el momento en que los países desarrollados salgan de ella, aunque sea una salida parcial, como parece que va a ser. Parcial porque los beneficios se podrán recuperar, pero a costa de los salarios. Es decir: lo que está en juego en Estados Unidos y sobre todo en Europa es quién va a pagar la crisis, los asalariados o los propietarios de capital. Los asalariados ya pagaron el rescate de los bancos, pero aun les queda bastante por pagar con los planes de ajuste. La posibilidad de que los rechacen es escasa, porque el programa de recuperación del Estado de bienestar, que es un programa de mínimos, es muy minoritario. Los gobiernos tendrían mucho margen de maniobra para dividir a los asalariados en el caso de que dicho programa comenzase a cuajar. Incluso podrían preferir optar por soluciones peores. Pero sólo si el asalariado de los países centrales consiguiese recuperar el Estado de bienestar, Argentina podría salvarse de la crisis. Esta seguiría siendo una salida parcial, solo que en este caso serían los propietarios de capital los que pagarían la crisis, posibilidad bastante inverosímil a día de hoy.

Pero cuando la crisis llegue a Argentina, la única medida que podrá tomar el gobierno será echarle la culpa al «otro» modelo.

Un excurso sobre el Estado de bienestar, que no parece haber sido el maravilloso antídoto contra las crisis económicas que venden los keynesianos: Es un hecho que la crisis de los 30 no terminó gracias al New Deal sino a la II Guerra Mundial. Con mayor probabilidad el New Deal, como los programas sociales del fascismo y el nazismo, sirvieron para mantener a raya a los asalariados. A la II Guerra Mundial hay que agradecerle la salida de la gran depresión, los 30 años de crecimiento económico posteriores a la guerra y el Estado de bienestar, que también le debe las gracias al «otro» vencedor de la guerra, la URSS. Pero a finales de los 60, cuando el Estado de bienestar estaba fuera de cuestión, empezó un período de crisis que no terminó hasta entrados los 80, y fue la destrucción del Estado de bienestar lo que posibilitó la recuperación de los 80-90. Confundir las conquistas de la clase asalariada con las pretendidas fórmulas de un capitalismo «sostenible», en perpetuo crecimiento y sin crisis es hacerle el juego al capitalismo, que ha sabido volver las armas de la clase asalariada en su contra.

Argentina sigue siendo lo que le ha tocado ser en el capitalismo: un país agroexportador. Como ex-colonia de un imperio tardomedieval y en declive y estando lo más lejos posible del centro económico mundial, puede dar gracias de haber ampliado sus fronteras cuanto pudo en su momento y de tener una de las mayores superficies cultivables del mundo. De la misma manera, a España le ha tocado ser un país turístico que puede dar gracias por tener un recurso del que carecen sus vecinos desarrollados: sol y playas. Por otro lado, en el terreno industrial, Argentina sólo puede competir con salarios baratos. La burbuja inmobiliaria ha hecho que España pierda competitividad en ese sentido, pero la crisis se encargará de que la recupere.

Éste es el lugar que la historia del capitalismo nos ha deparado, y aun debemos estar agradecidos, se nos puede decir. Las alternativas a este destino sólo pueden buscarse fuera del capitalismo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.