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Una metamorfosis en Famatina

De gatos locos a pueblo

Fuentes: Rebelión

«Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño.» F. Kafka, La Metamorfosis Pueblada en Famatina. Quién iba a imaginar que en este lugar tan pequeño -aparentemente insignificante frente a la inmensidad montañosa- y durante otro […]

«Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos. «¿Qué me ha ocurrido?», pensó. No era un sueño.»

F. Kafka, La Metamorfosis

Pueblada en Famatina. Quién iba a imaginar que en este lugar tan pequeño -aparentemente insignificante frente a la inmensidad montañosa- y durante otro enero agobiante del calor riojano pueda nuevamente levantarse un pueblo. ¿Pueblo, dijo? Sí, aunque por algunos espacios más institucionales y monótonos hablar de pueblo parece un delirio: les dicen, en cambio, «cuatro gatos locos» (hay quienes conceden cinco…). Sin embargo, por los rincones se respira una metamorfosis.

Las concentraciones, marchas, manifestaciones, caravanas de autos y motos, radios abiertas, no dejan de demostrar que, como dicen por ahí, al cuatro se le agregaron muchos ceros a la derecha. Aunque lo nieguen o lo oculten algunos medios de comunicación locales, en los momentos más álgidos del reclamo se han visto cerca de 4000 «gatos». Primera transformación: los gatos se multiplicaron en una progresión geométrica.

Pero además, los gatos hablan de derechos, de dignidad, de historia y de vida. De sus bocas salen maullidos que gritan resistencia y lucha. Por algún lugar también se ha visto que los gatos discuten sobre el poder popular y se animan a pintar horizontes futuros. Y ahí, sin mucho más preámbulo, se llaman ellos mismos un pueblo. Salvo que muchos de los funcionarios actuales hayan sido electos en las recientes elecciones por animales de cuatro patas, bigotes y cola-en cuyo caso sería totalmente inválido el sufragio-, de repente los gatos se descubrieron ciudadanos. Ahí la segunda transformación.

El lector no debería asombrarse sobre esta aparentemente mágica metamorfosis pues hay una larga lista de ingredientes que se combinan para explicarla. En poco más de seis años de historia, la lucha por el Famatina ha amalgamado sujetos, lugares, sentires, sabores y aromas; también colores, vientos e ideas.

La lucha por el Famatina, como el mismo cerro, tiene esa fuerza misteriosa de hacerse ver desde muchos puntos cardinales. A lo largo de estos seis años, el reclamo de los pueblos que rodean al cerro Famatina (Famatina, Sañogasta, Nonogasta, Guanchin Campanas, Pituil, Chilecito) se suman otros un poco más alejados. En Córdoba, Buenos aires, Bariloche, Rosario, Esquel, Catamarca, multitudes también han expresado su solidaridad, apoyo y acompañamiento a quienes sostienen a fuerza de convicción y dignidad un acampe al pie del cerro.

Algunos no comprenden por qué desde tan lejos se puede abrazar la causa del Famatina. Sostienen que quienes no conocen en carne propia el Famatina, no «estuvieron ahí», no pueden defenderlo; pues, en pocas palabras, no saben lo que defienden. En esta visión, no se puede luchar por lo que no se conoce o no se ha vivido; el único reclamo que consideran «legítimo» es aquel que enuncian los pobladores de Famatina. Así dan sentencia de muerte a muchas voces y condenan a la localidad y a la estrechez una lucha que nunca ha hablado de fronteras físicas.

Los mismos, también, no pueden entender que existan sujetos que se alcen por una causa a kilómetros de distancia y no se preocupen por los problemas que pululan a pocas cuadras de sus casas. Más aun, no se explican de qué trabajan y cómo pueden seguir viviendo quienes hace 20 días sostienen un corte en condiciones de vida inadmisibles o muy precarias para cualquier otro mortal.

¿Es que no comprenden que la lucha tiene ese componente pasional y emocional que levanta gritos y acciones inexplicables a la luz de la razón? La resistencia, como la política misma, es también alimentada por esa energía dionisíaca (o por esa «capacidad de delirio», dirá una cita de Zito Lema en una nota publicada en Rebelión) que se contagia y se expande mucho más rápido que cualquier intento por comprender un razonamiento o una ecuación del tipo «minería = progreso».

Desde esa lógica no se entiende la solidaridad de quienes dedican su tiempo, su energía y su dinero a otra cosa que no sea ganar más dinero. Con esa métrica no puede medirse el querer, el sentir, el gritar. Desde esa regla, que parece haberse confeccionado con los milímetros del poder autoritario y neoliberal, no queda otra que el encierro y la criminalización (hasta el momento hay 8 asambleístas riojanos imputados a partir del el art. 194 del Código Penal). Y menos aun, con ese instrumento se podría comprender que una movilización albergue espacios y busque firmeza en un credo, una celebración religiosa o una invocación a dioses y santos. No entra, es una locura que merece enlistar a quienes «la sufren».

Pero a la inversa del personaje de la novela kafkiana que da inicio a este texto, el animal ha tomado rostro de pueblo. Un pueblo que no se arrodilla, que ha perdido el miedo, que se jacta de esa pasión que lo hace andar y contagiar a otros. Un pueblo que reafirma su condición de sujeto de la política, que decide y que lucha y, sobre todo, que se declara vivo y, por ello, baila y canta (o chaya…) para espantar a la misma muerte.

Candela de la Vega. Militante del Movimiento Lucha y Dignidad, en el Encuentro de Organizaciones de Córdoba. Miembro del Colectivo de Investigación «El llano en Llamas».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.