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Seis años de campaña electoral llegan a su fin

Fuentes: Rebelión

Antecedentes necesarios En julio de 2006, apenas publicados los resultados que daban la victoria electoral al candidato del PAN, Felipe Calderón, tanto en las oficinas de Andrés Manuel López Obrador como en las de Enrique Peña Nieto se relanzaron las computadoras y se reorganizaron los equipos para una nueva campaña: la presidencial del 2012. El […]


Antecedentes necesarios

En julio de 2006, apenas publicados los resultados que daban la victoria electoral al candidato del PAN, Felipe Calderón, tanto en las oficinas de Andrés Manuel López Obrador como en las de Enrique Peña Nieto se relanzaron las computadoras y se reorganizaron los equipos para una nueva campaña: la presidencial del 2012.

El candidato de las izquierdas electorales. Andrés Manuel sabía que había sido derrotado. Sabía también que sus alegatos de fraude podían demostrarse con parábolas ingeniosas, pero no así en cifras o recuento de los votos. Por último, tenía conciencia de la imperiosa necesidad de hacer que los millones de electores, que habían confiado en sus palabras, aceptaran progresivamente la derrota sin desbordarse.

AMLO dio la batalla en el terreno legal donde fue derrotado nuevamente, y en el de la propaganda y la imagen donde salió vencedor. En ese contexto, la posterior ocupación de la Avenida Reforma nunca tuvo como objetivo revertir la decisión del Instituto Federal Electoral, IFE. Actuaba como un catalizador de las ilusiones populares frustradas y decepcionadas de los resultados. Como un amortiguador de iras y calenturas post electorales.

En la sala de guerra del PRI, las cosas eran distintas. Habían esperado seis años para regresar a Los Pinos. Más que en las cualidades de su candidato, depositaban su confianza en que la incompetencia de Fox, el presidente saliente, un outsider inepto y limitado, bastarían para que la ciudadanía los apoyara nuevamente con su voto.

Pero la nostalgia del viejo PRI no fue suficiente y las lecciones fueron dos. Había que renovar al partido, darle un maquillaje para modernizar su imagen y resolver las contradicciones internas. No se trataba sólo de asegurar la sobrevida del partido, se trataba de regresar al poder, de ser posible por otros cincuenta años.

Decidieron cambiar y modernizarse, pero lo hicieron con los medios habituales y recurriendo a las más rancias costumbres, impregnadas en el ADN del priismo histórico: negociar posicionamiento en los medios de comunicación y financiar una campaña sexenal que trajera de regreso a las filas priistas a los más amplios sectores corporativos de vieja tradición priista.

La designación de la precandidatura – con seis años de anticipación – cayó en Peña Nieto, por sus innegables atributos mediáticos, por proyectar en su juventud la imagen de nuevo PRI. De lo político y lo programático ya se encargarían las corrientes y los personajes más avezados del viejo PRI.

Se equivocan los adversarios del PRI que amenazan con que, en caso de vencer en las elecciones del 2012, iniciará la restauración del priismo. La restauración dio sus primeros pasos en un gobierno efectivo y populista en el Estado de México y en las elecciones intermedias del 2009, donde el priismo ratificó «músculo» electoral, recuperó espacios y puso a prueba la maquinaria que estaba montando. Las demás fuerzas políticas del país no supieron medir el alcance estratégico que esa victoria anunciaba. Y, con la venia de Tito Monterroso, cuando llegaron a la campaña electoral del 2012 «el dinosaurio todavía estaba allí».

En ese mismo intervalo, AMLO se había nombrado Presidente Legítimo e instaurado su Gobierno Legítimo, que no fue una versión del «shadow cabinet» al estilo inglés. Se convirtió rápidamente en una justificación para ponerse en campaña para las elecciones del 2012, y convertir a miles de votantes en una estructura partidista permanente afín a sus posiciones y que le permitiera retener a los partidos de izquierda como aliados.

Financiado por el PRD, Convergencia y sobre todo por el Partido del Trabajo, PT, AMLO, recorrió todo el país, municipio por municipio, en un peregrinaje de perfiles cuasi religiosos y de dudoso resultado electoral, aunque pariera con fórceps al Movimiento de Renovación Nacional, MORENA.

De paso, neutralizaba así toda posibilidad de que surgieran líderes alternativos en la izquierda que le disputaran la candidatura, como lo habría de comprobar más adelante el Jefe de Gobierno del DF, Marcelo Ebrard.

La campaña electoral del 2012

Tanto el PRI como la Izquierda llegaron a la fecha formal del arranque de las campañas con una ventaja sexenal sobre su principal adversario: el PAN.

El partido en el gobierno, con un Presidente de la República autodesignado como virtual jefe de campaña, aumentó su retraso con un tortuoso mecanismo de primarias internas, donde Ernesto Cordero, delfín del presidente saliente, se enfrentó a Josefina Vásquez Mota, quien se alzaría finalmente con la candidatura.

El empecinamiento de Calderón por imponer a su sucesor terminó por beneficiar a Vásquez Mota, que sumó todo el rechazo y malestar que en el seno del panismo se había acumulado durante el sexenio contra Calderón.

Desde el primer momento JVM contó tanto con los beneficios de ser la candidata del partido gobernante, como con el enorme peso de los fracasos evidentes del gobierno de Calderón, en especial con la extendida percepción de la ciudadanía de su fracaso en la lucha contra el narcotráfico y el desmesurado incremento de la violencia que esto significó.

En la sumatoria de los negativos que acumulaba el gobierno panista más una extensa cadena de errores en la campaña, Vásquez Mota perdió piso y de disputarle la victoria a Peña Nieto se vio reducida a luchar para que López Obrador no la superara enviándola al tercer lugar.

Las encuestas y las decisiones de última hora

Las encuestas han jugado un papel relevante durante la última fase de tan prolongada batalla política. Denostadas por la izquierda que cuestiona sus metodologías y su independencia, respaldadas por las demás fuerzas en función de sus avances y retrocesos, cada entrega de porcentajes de una casa de medición, generó una oleada de comentarios a favor o en contra.

Desde luego, por ser EPN y el PRI quienes más benefician de los resultados favorables, nunca pusieron en duda los resultados y mantuvieron durante toda la campaña una cómoda ventaja en las diversas encuestas conocidas.

Al final de la campaña, y para evitar suspicacias, prefiero no mencionar otras casas encuestadoras que dan hasta dos dígitos de diferencia a favor de Peña Nieto y entrego los resultados de cierre de la agencia encuestadora encabezada por Ana Cristina Covarrubias , que fue la única que contó con el reconocimiento de López Obrador, al punto de que recurrió a sus servicios para determinar su grado de popularidad dentro de la izquierda y el de Marcelo Ebrard. El diagnóstico de Covarrubias y Asociados fue determinante para que AMLO legitimara su candidatura dentro de la izquierda electoral.

Según los datos finales de la encuestadora avalada por AMLO, la situación es:

Enrique Peña Nieto, candidato presidencial del PRI y del Partido Verde, que empezó, en febrero de 2012, con 37% de intención del voto (sin eliminar la no respuesta) culmina a la cabeza con 38%.

Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD, el PT y Movimiento Ciudadano que tenía, en febrero de este año, 26% de las preferencias, llega a junio de 2012 con 28%. Y Josefina Vázquez Mota que tenía en febrero, 24% de las preferencias concluye la campaña con 25%. En los parámetros habituales, un empate técnico.

El ejercicio de Covarrubias prosigue eliminando la no respuesta (es decir preferencias efectivas). En ese caso los números quedan de la siguiente manera: Peña Nieto: 41%, 30% para López Obrador y 26% para Vázquez Mota.

En el transcurso de tan prolongada lucha política todas las campañas han recurrido al miedo como factor de convencimiento. La izquierda amenaza con el regreso de un PRI dinosaurico, con la restauración de la dictadura del partido de gobierno. El PAN amenaza con lo mismo y suma diatribas contra AMLO agitando el fantasma de Chávez, Evo Morales y otros gobernantes de izquierda populista. El PRI responde amenazando con que JVM sería una prolongación de la violencia que desató la guerra de Calderón y alertando contra el populismo de López Obrador.

Aunque ninguno de ellos tiene toda la razón, a todos se les concede el beneficio de la duda, por lo que la campaña ha tenido momentos de extrema tensión y cuestionamiento a las autoridades electorales que están supuestos a regular y sancionar los excesos de la propaganda.

En el último tramo de la campaña se sumó un elemento novedoso. Como fruto de una provocación estudiantil muy bien organizada contra Peña Nieto en el recinto de la Universidad jesuita de la Ciudad de México, su partido tuvo una reacción primitiva. En lugar de enfatizar en la intolerancia de algunos de los jóvenes, cuestionaron el carácter de estudiantes de los contramanifestantes. La reacción muy destacada y mediatizada fue el surgimiento de un movimiento llamado Yo soy 132, en alusión al número inicial de participantes.

Elevado el movimiento a la categoría de detonante de una «Primavera Mexicana» por la prensa de izquierda, luego de unos momentos de destacada presencia mediática, el grupo que se reivindicó apartidista en sus inicios, terminó siendo funcional a la campaña de la izquierda, por su reconocida postura anti-Peña. En la disputa electoral entre el PRI y la Izquierda resultaba muy difícil reivindicarse anti-Peña sin ser pro López Obrador y así terminó por entenderlo la opinión pública mexicana. En una demostración de que el cambio climático afecta también a la política, la llamada primavera mexicana pasó directamente al otoño sin transición alguna.

Al cierre de la campaña, el núcleo más duro de los estudiantes del Yo soy 132 ha llamado a una movilización callejera que viola las normas establecidas para las campañas electorales. Es de esperar que transcurra sin mayores consecuencias.

Conclusiones

Aunque las elecciones suelen dar sorpresas y algún elemento detonante de una crisis social podría modificar las tendencias, todo parece indicar que un PRI remozado será el vencedor.

También se anuncian nubarrones desde la izquierda que, en caso de ser derrotada, no se resignará fácilmente a buscar las causas dentro de sus deficiencias y debilidades y preferirá asignarlas a perversiones y fraudes desde el sistema. Operan a su favor las inocultables deficiencias del sistema político mexicano que abortó una necesaria Reforma Política y se conformó con algunos cambios de forma, sin llegar al fondo de las transformaciones que el sistema político mexicano requiere con urgencia.

No son momentos para que México entre en una nueva crisis post electoral y es de esperar que los principales protagonistas así lo entiendan.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.