Se concretó el Congreso de la CGT que reeligió a Hugo Moyano. Sus adversarios, apadrinados por Trabajo, harán el propio en octubre. Sin endiosar al camionero, tampoco hay que analizarlo con prejuicios gorilas. Contradicciones de la vida sindical: Hugo Moyano es hincha de Independiente -las malas lenguas dicen que la barra brava está con él-, […]
Se concretó el Congreso de la CGT que reeligió a Hugo Moyano. Sus adversarios, apadrinados por Trabajo, harán el propio en octubre. Sin endiosar al camionero, tampoco hay que analizarlo con prejuicios gorilas.
Contradicciones de la vida sindical: Hugo Moyano es hincha de Independiente -las malas lenguas dicen que la barra brava está con él-, pero el Congreso de la CGT se hizo en Ferro.
El 54,6 por ciento de los delegados, del padrón general que incluía a los sindicatos antimoyanistas, lo votó para secretario general de la CGT. Lo ungieron 1.009 delegados, por primera vez mediante el voto secreto e individual, una mejoría en los métodos que aún no convierten a la central en un modelo de democracia. Debe remarcarse ese pequeño paso democrático en un sindicalismo acostumbrado a las roscas y aparatos, y a dirimir las diferencias con trompadas y algo más.
El Congreso no estuvo avalado por el ministerio de Trabajo. Los «Gordos» abrieron un expediente denunciando que se había violado supuestamente el quórum en el Consejo Directivo del 24 de abril que convocó al Comité Central Confederal.
Y el ministro Carlos Tomada, poniendo cara de inocente, resolvió en el exacto sentido que pedían los opositores. Rápidos, éstos desconocieron el Congreso y convocaron al suyo para el 3 de octubre, no sin antes sacarse algunas fotos con Cristina Fernández y Débora Giorgi.
Antes de la votación en Ferro, la reunión aceptó la incorporación de 47 gremios. La sumatoria tenía que ver con contrarrestar el éxodo de ex aliados, pero también el costado positivo neto de que otros sindicatos pasaban a tener voz y voto en la central. Esa ampliación no resolverá mágicamente el contenido de los programas y acciones de la CGT, pero suma un factor positivo. Podría reflejar que la tasa de afiliación de los trabajadores empieza a remontar el 35 por ciento del total de empleados, cota que hasta ahora se mantuvo casi inamovible.
La ruptura se llevó a los gremios industriales más significativos, como UOM, SMATA, Construcción, Alimentación, etc. y a otros de servicios de mucho peso como Luz y Fuerza, Unión Ferroviaria, UTA, Comercio, UPCN, Sanidad, taxistas, etc.
Si el Congreso a realizarse en octubre por esos «Gordos» consagra una orientación más apaciguadora de los reclamos hacia el gobierno y los empresarios, entonces éstos habrán salido favorecidos. ¿En qué sentido? Suena inverosímil que una CGT conducida por Antonio Caló-Ricardo Pignanelli, de UOM y SMATA, le hagan un paro a Techint y Acindar, o a Ford y General Motors. En esa nueva central, Andrés Rodríguez (UPCN) tampoco parará contra las autoridades del Estado, aunque Trabajo tenga 3.000 empleados en negro como denunció Moyano.
Vivito y coleando
Si bien la salida de «Gordos», «Independientes» y «No alineados» restó masa crítica a Camioneros, no le quitó entidad. Permanecieron 80 sindicatos, entre ellos el que conduce él y su hijo Pablo, más Bancarios, Municipales, UATRE, Dragado, Canillitas, Judiciales, Panaderos, Peaje, Pilotos Aéreos y otros.
Además de «porotos» gremiales, hay que contar que al lado del secretario reelecto estuvo Héctor Recalde, quien en 2010 presentó el proyecto para que las empresas repartieran entre su personal el 10 por ciento de las ganancias. El mismo fue sepultado por Cristina. Lo de Recalde es original: en lo gremial quedó alineado con Moyano y en lo parlamentario se reporta a la presidenta. Eso se llama personalidad y análisis crítico, inusual en los del «Sí fácil» con el Camionero o con la jefa de Estado.
Aún debilitado, el «Negro», como le dicen propios y extraños, mantiene capacidad de movilización y negociación. El acto con 50.000 personas en Plaza de Mayo el 27 de junio -a pesar de toda la campaña del gobierno en su contra-, y el Congreso de Ferro, demuestran que está vivito y coleando. Enojada con él, la prensa «progre» con alguna reminiscencia gorila (Página/12 y «678»), lo describe con estertores próximos a su desaparición político-gremial.
En Ferro, el orador reclamó cosas propias del movimiento obrero. La actualización de las jubilaciones mínimas, el aumento del mínimo no imponible, la universalización de las asignaciones familiares, el pago de la deuda estatal con las obras sociales y el combate contra la inflación, son cuestiones compartidas por el universo laboral, mucho más allá de Azopardo 802.
El mensaje directo a Cristina fue que una parte de su 54 por ciento vino de los trabajadores y, si no se atienden los reclamos, habrá menos votos en las legislativas de 2013.
Con Camioneros y otros 79 gremios que lo consagraron en Ferro, aquellas advertencias no deberían ser ignoradas. El camionero tiene poder de fuego. Y más en un contexto de ralentización de la economía local y pérdida de salarios vía inflación o ajuste derivado de influencia en Argentina de la crisis del capitalismo global. En esas condiciones, empujarlo a Moyano a la oposición parece poco realista y, en cierto modo, injusto. Esto último por dos razones: 1) lo que pide es razonable, y 2) hasta 2011 ayudó a la consolidación del modelo dizque «nacional y popular».
El destrato de CFK a la CGT puede ser un factor que alimente artificialmente un conflicto social que tiene motivos propios para mantenerse encendido. Aquello echará más leña al fuego…
Contras del Camionero
Hay definiciones de Moyano que son erróneas y otras que pueden llevarlo en el futuro a decisiones políticas aún peores.
Ya en su discurso de Plaza de Mayo dijo que la economía había ido bien por la «coyuntura internacional» (léase «viento de cola»), quitando todo mérito a las medidas de Cristina. Ahora en Ferro se metió en disquisiciones sobre la «inseguridad» en sintonía fina con el sciolismo y el macrismo.
Con ese marco discursivo, se desprende que si concreta cien por ciento su ruptura con el Frente para la Victoria, no será para abrir paso a un experimento laborista a lo Cipriano Reyes ni menos aún a uno onda Partido de los Trabajadores de Brasil, a lo Lula. Eso no es imposible en Argentina y tendría un sentido muy favorable a la clase trabajadora, pero no está en la agenda moyanista, al menos en el futuro cercano.
Por lo tanto, una futura ruptura con el cristinismo terminaría con la CGT confluyendo con el PJ derechoso encarnado por Scioli. Esa perspectiva política y electoral puede explicar ciertos aliados que el Camionero cultiva en la CGT, caso de Gerónimo Venegas (UATRE), tropilla de la Sociedad Rural y corresponsable del trabajo en negro rural.
Las alianzas políticas del Camionero, a futuro, son entre inciertas y negativas. Es que los errores del gobierno cristinista deberían ser superados por una etapa más popular y democrática, y no por el peronismo tradicional y conservador cobijado por el proyecto Scioli. Esas y otras objeciones que pueden hacerse a Moyano son válidas, pero sería conveniente respetar ciertos criterios lógicos.
En primer lugar, hay una condición ética a respetar. Si la crítica la hace el gobierno nacional, estaría bueno que reconozca que fue su sostén gremial durante casi diez años. Si no se repetiría la fábula de Repsol, que fue una bella aliada K durante años y sólo al final se convirtió en la «mala de la película».
En segundo término, al cuestionar al Camionero es imprescindible compararlo con los «Gordos», porque las evaluaciones en el aire, además de abstractas suelen ser equivocadas. Con todas las contras del reelecto secretario general de la CGT, para los trabajadores es preferible largamente frente a sus rivales. Armando Cavalieri, Oscar Lescano, Gerardo Martínez, Andrés Rodríguez, Rodolfo Daer y sus candidatos Caló y Pignanelli son la expresión más concentrada del sindicalismo empresario y del colaboracionismo más corrupto con los peores gobiernos.
Finalmente, a la hora de evaluar a Moyano, como a cualquier otro dirigente, hay que ceñirse a los hechos y no inventar prontuarios. Desde medios afines al gobierno se lo acusó de ser «de la Triple A que asesinaba zurdos». En 1974 el acusado tenía 30 años y militaba en la Juventud Sindical Peronista, rama organizada por el general Perón y la burocracia gremial para contrarrestar a la combativa JTP, ligada a la «Tendencia». Pero no hay pruebas que de esa pertenencia burocrática haya degenerado en un pistolero de la Triple A. Son dos cosas diferentes. Un peronista derechoso no es necesariamente un asesino lopezrreguista. Salvando las grandes diferencias, una confusión similar creaba el fascismo, para el cual ser un abogado de presos políticos o un delegado gremial combativo era sinónimo de guerrillero del ERP o Montoneros.
Quienes aseguran que Moyano fue de la Triple A no lo denunciaron ante el juez Norberto Oyarbide, quien en 2007 reabrió esa causa. Si están tan seguros, ¿por qué «678» o La Cámpora no lo denunció? El camionero tiene reales defectos. Hay que marcarlos y diferenciarse, pero sin caer en desviaciones gorilas, propias de los que nunca entendieron al peronismo, un fenómeno popular y muy contradictorio como pocos.