Luego del cacerolazo del 8N y con la convocatoria al paro del próximo 20 en puerta, el cristinismo se puso a la defensiva. El último discurso de la presidenta advirtiendo a tirios y troyanos que no la van a correr «ni por izquierda, ni por derecha» y que no va a ceder ante los que […]
Luego del cacerolazo del 8N y con la convocatoria al paro del próximo 20 en puerta, el cristinismo se puso a la defensiva. El último discurso de la presidenta advirtiendo a tirios y troyanos que no la van a correr «ni por izquierda, ni por derecha» y que no va a ceder ante los que quieren volver a un «orden ultraconservador», lo demuestran. Adoptar la defensa como posición de combate es una confesión de debilidad o la demostración de un gran conocimiento en el arte de la estrategia, opción, esta última, completamente descartada para esta ocasión. Según las reglas elementales, la defensa es la forma más fuerte en la guerra, pero eso en general es adoptada… por el más débil.
Un fantasma acecha al cristinismo y es el producto de una ausencia. Y amenaza con convertirse en pesadilla para el ala «progre» del proyecto, cuando las posibilidades de llenar ese vacío se reducen a un único camino: el que lleva a Daniel Scioli como posibilidad de continuidad de un kirchnerismo con rostro humano.
La sucesión imposible marca el ritmo de la política argentina, a tan solo un año del 54%. Y hace reaparecer las tendencias al fin de ciclo, suspendidas con la excepcional recuperación económica de los años 2010 y 2011 y la fortuita desaparición Néstor Kirchner; pero jamás anuladas totalmente.
Pero el factor de la sucesión no resuelta, no es el único que encierra al cristinismo en su laberinto.
La desaceleración, la crisis energética, la nula inversión cualitativa en industrias o servicios esenciales, el sostenimiento y aumento de la extranjerización de la economía; y todo esto con todavía cierto viento de cola a favor de la Argentina, constituyen el otro componente del agotamiento del «proyecto». En la economía y en la política re-emerge el fin de ciclo que comenzó a mostrar como puede renguear el pato. La emergencia de la oposición social en las calles, con el protagonismo de las clases medias y medias altas es la manifestación de los límites de la hegemonía kirchnerista que, como se ha repetido muchas veces, se basó más en la fortuna que en la virtud.
La defensa busca esencialmente preservar, no conquistar. El hándicap del que todavía goza el cristinismo a la defensiva se lo brinda el hecho de que quienes debieran atacar no tienen un estado mayor a la altura de las circunstancias. Entre los grandes partidos de la oposición, la capacidad de conducción no es justamente lo que abunda; y lo han demostrado con creces durante todos estos años. Y en las direcciones sindicales, como Moyano o Micheli, no existe la voluntad política. Los dos millones de trabajadores que se ven afectados por el impuesto al salario, más todos aquellos a los que nunca le llegó la «inclusión» kirchnerista, son motivos suficientes para copar la calle con una contundencia superior al 8N. Hay mayores razones vitales para el odio y la protesta en estos sectores, que las que tienen las lujosas clases medias rabiosamente individualistas, escondidas bajo la entelequia de la «república».
Pero la guerra de Moyano está dirigida por su política (como toda guerra, por cierto) y su política no está motorizada por los intereses de la clase trabajadora, sino por la posibilidad de ser parte de una nueva coalición política del peronismo con fuertes guiños, para variar, hacia Scioli. Son intereses de clase, pero de la otra. Esto le impone una «estrategia de desgaste», parte de la cual son las limitaciones del «20 N» y las marchas y contramarchas, dimes y diretes con Pablo Micheli, que moderan las consecuencias del paro.
Daniel Scioli pasó a ser la prenda de unidad de las clases dominantes argentinas y sus partidos. Desde los kirchneristas que comienzan a verlo como mal menor, pasando por Moyano y unos cuántos dirigentes sindicales más, hasta llegar al vocero de «la derecha» y su Tribuna de Doctrina, Bartolomé Mitre, del diario La Nación que no vería con malos ojos un peronista «moderado» (Revista Veja, Brasil, 6/11).
Los servicios prestados por el kirchnerismo en su «restauración normalizadora», serán más o menos agradecidos por la argentina burguesa, pero parte del pasado. Quedará el tendal de traicionados con aviso, que se negaron a aceptar el sentido restaurador del «proyecto» y prefirieron seguir en la isla de la fantasía de la revolución nacional y popular, cuyo mayor éxito habrá sido «que vuelvan todos».
Blog del autor: http://elviolentooficio.blogspot.com.ar/
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