1) ¿Sobre qué ejes ideológicos y estratégicos se sostiene hoy el proyecto de los Kirchner, próximo a cumplir una década de gobierno? Si decimos que se trata de un gobierno burgués, procapitalista, no nos equivocamos. Claro que esta caracterización poco y nada ayuda a la comprensión del período que estamos atravesando, ni a las diferencias […]
1) ¿Sobre qué ejes ideológicos y estratégicos se sostiene hoy el proyecto de los Kirchner, próximo a cumplir una década de gobierno?
Si decimos que se trata de un gobierno burgués, procapitalista, no nos equivocamos. Claro que esta caracterización poco y nada ayuda a la comprensión del período que estamos atravesando, ni a las diferencias y contradicciones interburguesas en juego.
Para comenzar, no hay que perder de vista que el kirchnerismo es resultante directo de la revuelta plebeya del 2001. Sin este acontecimiento socio-político que marca un antes y un después en el ciclo político nacional no existiría el kirchnerismo como expresión nacional, lo más probable es que tampoco como corriente interna del PJ. En aquellos meses del 2001/02 las masas avanzaron sabiendo lo que rechazaban, lo que impugnaban, pero sin saber lo que querían. Como sabemos «la política no soporta el vacío» y aquella consigna pintada en numerosas paredes de la capital «Que venga lo que nunca ha sido», nunca llegó a serlo. Ese vacío entonces fue ocupado por Duhalde y el PJ, verdadero partido del orden, que finalmente llevaron a NK a la Casa Rosada. Esta continuidad permitió la recomposición de la dominación burguesa y de las instituciones del régimen.
Al mismo tiempo ese origen es el que obliga a los gobiernos K a llevar adelante la política de DDHH y de ampliación de derechos democráticos que lo recortan ideológicamente de los gobierno anteriores.
En los términos que Uds. formulan la pregunta el proyecto kirchnerista resulta una combinación del viejo peronismo (ciertas formas del nacional-desarrollismo mercado internista; unidad nacional; intento de flotar sobre contradicciones de clase ; verticalismo; recuperación historiográfica en clave nac/pop, Bicentenario) y el peronismo «aggiornado» (pequeño-burgués) de esta etapa (intento de creación de un sujeto social mucho más diverso en el que apoyarse y con el cual establecer una relación directa líder-masas, en el cual los trabajadores son solo una parte más del todo; politización creciente; eje en la juventud; perspectiva de futuro, Tecnópolis).
Se trata de lo que el filósofo argentino Ernesto Laclau -que parece ser uno de los intelectuales más influyentes del momento- definiera como pos-peronismo. El acto en la cancha de Vélez -continuado en términos organizativos por «Unidos y Organizados»- no fue otra cosa que la puesta en escena de esta concepción que se sustenta en la pluralidad del sujeto, donde la contradicción capital/trabajo no es la dominante, sino que lo es la pueblo/bloque de poder. En última instancia es poner blanco sobre negro que se trata de vaciar de contenidos clasistas el conflicto social, diluirlo en múltiples sujetos donde el bonapartismo «sui géneris» que se intenta (pedido de moderación en los reclamos sindicales y de inversiones a los empresarios) arbitre las contradicciones sin cuestionamientos al sistema del capital.
Claro que es difícil encontrar una formulación acabada del proyecto K, menos aún cuestiones programáticas y estratégicas. El proyecto, si existe como tal, tiene una fuerte dosis de pragmatismo, se define y redefine en la práctica, así se lo puede ver si se siguen sus movimientos en las fases que ha recorrido desde el 2003 hasta hoy. Puede decirse que no actúa por convicción sino por necesidad, pero cada vez que esta surge la opción no es la que le proponen los organismos internacionales ni las distintas fracciones de la oposición derechista, sino la más progresiva en los marcos del sistema (retenciones, AFJP, reestatizaciones varias, leyes de medios, de matrimonio igualitario, etc.).
El kirchnerismo se asume como la dirección política de una burguesía nacional inexistente. De ahí sus definiciones en pro de un «capitalismo serio». Se trata de un intento de recrear una fracción de capital nacional desde el Estado para mejor negociar con las corporaciones, al estilo Corea de los años ’60, sin tener en cuenta que las condiciones geopolíticas de aquellos años eran muy otras.
De ahí su insistencia en una mayor intervención del Estado. Pero se trata de una intervención limitada, lo explicitó la propia presidenta en la Convención Anual de la UIA del 2010, «Nadie piensa en volver al estado empresario, pero tampoco después del 2008 nadie puede pensar en un estado que no regule». Mientras tanto mantiene vigente buena parte de la legislación instaurada en los ’90 y ha profundizado las políticas minera y petrolera, aunque en materia energética está intentando recién ahora revertirlas.
El kirchnerismo no es declaradamente antiimperialista, pero el desenvolvimiento de su política local e internacional lo lleva roces y disputas con el imperialismo y los organismos internacionales. Esto explica sus contradicciones, por un lado toca la campanita en Wall Street, le paga por adelantado y al contado al FMI; hace gala de honrar la deuda; acepta la imposición de la Ley Antiterrorista y otorga prebendas a las multinacionales para que inviertan en el país. En paralelo cuestiona al FMI y a las calificadoras de riesgo; a los Tratados Bilaterales de Inversión (aunque no los denuncia); reabre negociaciones con Irán; se diferencia discursivamente en el G.-20 y en la FAO; recibe fuertes cuestionamientos en la OMC y el CIADI; disputa con la justicia norteamericana por los fondos buitres; pone límites al giro de utilidades y royalties.
Es esta heterodoxia, que combina continuidades y rupturas, lo que dificulta una caracterización acabada del proyecto K, sin embargo deberá resolver sus contradicciones o concluirá en la debacle política.
2) ¿Qué paradigmas de la política argentina fueron alterados durante esta gestión de casi una década y cuáles otros se mantienen vigentes? ¿Sobresalen las continuidades o las rupturas en comparación con las gestiones anteriores?
El kirchnerismo es una expresión de la pequeña burguesía progresista -con muchos puntos de contacto con el alfonsinismo- que sin superar sus limitaciones de clase se ha diferenciado claramente del pasado inmediato: en la política de DDHH, en el juzgamiento a los represores de la dictadura, en la ya citada ampliación de derechos democráticos, en una política de control social más basada en el consenso que en la coerción, en política internacional, en apoyarse en el capital productivo.
A diferencia del menemismo que hacía política desde la economía o del alfonsinismo, que buscaba resolver las contradicciones sociales en el marco de las instituciones del régimen, canalizándolas por medio de los partidos, el kirchnerismo hace política desde la política en una relación directa con los sujetos sociales en escena.
La política internacional es bien diferenciada de las «relaciones carnales» del menemismo. En párrafo anterior he señalado algunas de sus características más globales. En América latina a partir de una definición contra el ALCA su posición es tercerista, ha pivoteado entre el grupo de países que para profundizar reformas sociales avanzan en rupturas parciales con el imperialismo (Venezuela, Ecuador, Bolivia) y los que adhieren al socialiberalismo (Brasil, Uruguay) aunque las relaciones comerciales le imponen una relación privilegiada con el principal miembro del MERCOSUR. Por lo demás se diferencia claramente del neoliberalismo del bloque del pacífico (México, Perú, Colombia, Chile). No cuestiona el ALBA, pero no la integra, impulsa decididamente la UNASUR y ha tenido posiciones muy claras frente al caso de los rehenes en Colombia y frente a los golpes en Honduras y Paraguay.
Es importante señalar que el bloque de clases dominante es el mismo que se consolidó en los ’90, y este es un dato cierto de continuidad, no obstante el ascenso del capital productivo en detrimento del financiero y de servicios. Ascenso que se reflejó en cambios en el bloque de poder. Estos cambios no significaron la incorporación de nuevas fracciones, sencillamente por que no las hay. La llamada burguesía nacional o mercado internista ya no tiene existencia real, entendida esta como capacidad para disputar la orientación del proceso de acumulación y reproducción de capitales, porque burgueses nacionales hay pero sin cohesión ni fuerza política.
Pero sí se modificó el peso relativo de las fracciones al interior del bloque, y este es un dato de ruptura. El comando ya no está constituido por el capital financiero transnacional y las empresas de servicios públicos privatizadas (grandes ganadores de lo ’90, perdedores con el fin de la convertibilidad y la crisis) sino por el capital productivo (agrario e industrial). Claro esta que esta nueva hegemonía no puede prescindir de fracciones del capital financiero y de servicios.
El equipo que se hace cargo del gobierno en 2003 llegó sin base social propia pero con una lectura certera del nuevo comando del bloque y por lo tanto expresó una alianza objetiva con el capital productivo en un marco internacional muy favorable.
Si se analiza comparativamente la composición del PBI entre el 2008 -el año más alto de la convertibilidad- y el 2011 se verá que la estructura económica no ha cambiado mayormente, pero si se mira la evolución de la economía en el mismo período se comprueba que el sector que más ha contribuido al fuerte crecimiento del PBI en la década es el industrial. En la composición de las exportaciones hay un crecimiento de las MOI, pero a costa de un fuerte déficit en el balance industrial de divisas.
Estas continuidades y rupturas se expresan en el desarrollismo acotado que impulsa el kirchnerismo, «modelo productivo con inclusión», pero sin cambios sustanciales en la matriz distributiva. Algunos en EDI lo caracterizamos como neo-desarrollismo, porque nace de las entrañas mismas del neoliberalismo y encuentra en el sus limitaciones. Combina estímulos al consumo y al desarrollo del mercado interno con una política extractivista y depredadora del ambiente, mantiene el régimen financiero de la dictadura (aunque la reforma de la Carta orgánica del BCRA ha cambiado algunas condiciones) y la libertad al movimiento de capitales que favorece la fuga de divisas.
3) ¿Cuáles son los problemas que nunca pudo resolver el kirchernismo y cuáles otros que nunca le interesó resolver?
Desde la reestructuración de sus espacios industriales y de servicios iniciada en los años ’70 del siglo pasado a nivel mundial y la fuerte ofensiva sobre el trabajo que la precedió, el capital ha conquistado un nuevo piso en la relaciones laborales: caída estructural de los salarios, elevación de los niveles de desocupación y del trabajo en negro, imposición de la precarización y la flexibilidad laboral, fragmentación al interior del mundo del trabajo, estandarización de los niveles de pobreza de un 20%, que en conjunto son fuente de las altas tasas de ganancia que hoy usufructúan los capitalistas en el mundo. Nuestro país no escapa a estas tendencias mundiales, el ciclo expansivo de la economía desde el 2003 y acciones concretas de los gobiernos K han permitido morigerar un poco estos indicadores desde la salida de la crisis, pero difícilmente se avance mucho más. El statu-quo actual es necesario a la política de acumulación de capitales que requiere el neo-desarrollismo en curso.
La política de transportes (especialmente el ferroviario), la energética, la de sustitución de importaciones, resolver el carácter estructural de la inflación, el cuidado del ambiente, son grande fracasos de este gobierno lo que no quiere decir que no se puedan resolver pero será necesario una decisión política clara y afectar intereses muy concretos.
La nacionalización de la banca (única forma de control efectivo de la fuga de capitales) y del comercio exterior (para apropiarse de renta que hoy se quedan las grandes cerealeras); la suspensión de los pagos de la deuda y una investigación de la misma (para no seguir dilapidando recursos escasos); una política tendiente a la soberanía alimentaria (lo que implica una revisión gradual de la actual política agraria); una reforma tributaria progresiva que efectivamente recaiga en los que mas tienen (para una política distributiva efectiva) forman parte de los problemas que el kirchnerismo no parece dispuesto a resolver.
Por otra parte la definición ya señalada de ser un gobierno pro-capitalista le pone sus límites.
4) En muchos sectores se referencia al proyecto como ejemplo del «mal menor», en contraposición a la irrupción de una oposición de ultraderecha. ¿Cuál es su opinión sobre esa mirada?
No sé a que se pueden referir en la actualidad como ultraderecha. Salvo pequeños grupúsculos, que se expresan más por medio de la Iglesia -ahora también por los cacerolazos- que por su presencia política nacional, no veo formaciones de ultraderecha. Sí se puede hablar de una derecha empresaria neoliberal (PRO); una derecha republicana (Coalición Cívica o lo que queda de ella); una derecha populista (peronismo disidente) y sectores de centro y de derecha (UCR). También hay derecha dentro del gobierno K. pero no es la que marca la orientación general. El FAP es una organización de centro izquierda muy heterogénea. Ninguna de estas fuerzas de oposición se la puede ubicar -salvo hechos puntuales- a la izquierda del gobierno.
Un solo ejemplo todas critican por igual el pago de la deuda con reservas pero ninguna, con la honrosa excepción de Proyecto Sur y de la izquierda, plantea el no pago de la deuda o suspender los pagos e investigarla, auditarla. Por el contrario coinciden con el gobierno en que las deudas «hay que honrarlas» y terminan proponiendo pagarla con presupuesto, que es mucho más gravoso para los sectores populares pues llevaría a un ajuste aún más profundo.
5) ¿Por qué la izquierda orgánica o dispersa no ha sabido/ no ha podido articular una alternativa real y visible durante los diez años de kirchnerismo?
Nuestra izquierda convive con una contradicción, por el momento creo insalvable, está siempre presente en las principales luchas del movimiento obrero y los sectores populares, el esfuerzo y abnegación de su militancia es innegable, pero su incidencia en la política nacional es casi nula.
Obedece a mi juicio a un conjunto de factores. No solo que es minoritaria en el conjunto de la sociedad o que las grandes mayorías aspiran casi en su totalidad a mejorar las condiciones en que viven y reproducen su existencia y no mucho mas. Sino que la izquierda, no solo los partidos orgánicos sino también los movimientos sociopolíticoculturales, no alcanzan a convocar a las grandes masas. Sus políticas de intervención no superan el mero reivindicacionismo o las consignas conocidas, y suelen quedar teñidas de economicismo. Se puede agregar que sus necesidades de autoconstrucción muchas veces se anteponen a los intereses más generales y que no pocas veces quedan prisioneras en el debate de pequeñas parcialidades, de confrontaciones estériles por disputas menores. Una suerte de juego de espejos, donde las distintas fracciones o tendencias solo alcanzan a superarse a si mismas.
Combinan sindicalismo e ideologismo y el problema del poder, esto es la lucha política por superar al capitalismo queda desdibujada. Así es muy difícil romper la marginalidad y crear una alternativa.
No obstante sería erróneo de mi parte no señalar al menos dos cuestiones. 1) que este fuerte y extendido ciclo expansivo de la economía a facilitado la recuperación física del movimento obrero y que esto ha ido acompañado de un recambio generacional muy importante, 2) que más allá de la izquierda orgánica y los movimientos sociopolíticoculturales ya corporizados, existe una multiplicidad de pequeños grupos, núcleos de activistas en cuestiones sensibles al movimiento popular, cientos de militantes experimentados sin organización ni estructura partidaria, cuya característica es la dispersión por ausencia de un eje convocante. Pero es un punto de apoyo para una política que de cuenta de las complejidades del momento y que zafe de la antinomia K o anti K.
6) ¿Sobre qué ejes debería la izquierda plantear un modelo de alternativa al gobierno? ¿Lo ve factible en el corto o mediano plazo?
Una alternativa al gobierno, que puede ser otro gobierno burgués, no me parece muy interesante en esta etapa y menos frente a este tipo de gobierno. Sí me parece importante discutir una alternativa anticapitalista.
En este entendimiento la tarea de los socialistas revolucionarios es aportar a recuperar la credibilidad en la idea del socialismo, ha reponer su condición de horizonte histórico y sobre todo en el carácter emancipador del mismo. Sin embargo esta recuperación/reposición de la idea transformadora y de su carácter crítico, no puede hacerse encerrado en los círculos áulicos de las ideas, al margen de la intervención en la lucha de clases.
Esto implica definir una política de intervención que partiendo de las reivindicaciones inmediatas y el debate sobre los grandes problemas nacionales, busque elevar la comprensión de los hechos que protagonizan los protagonistas, impulsando el protagonismo social y todas aquellas formas de empoderamiento por parte de las clases populares, que favorezcan y estimulen a pensar, decidir y hacer por su propia cuenta y decisión.
En la coyuntura, más allá de las reivindicaciones inmediatas es necesario un planteo de lo que llamo reformas no reformistas., esto es reformas que para sostenerse en el tiempo necesitan de nuevas reformas en una dinámica de transformaciones permanentes. Combinando cuestiones nacionales con las de clase.
Junto con la recuperación de la credibilidad y la esperanza en la capacidad transformadora del socialismo, se nos hace imprescindible recuperar también los debates estratégicos. Esos debates que hoy entre nosotros aparecen desdibujados. Tengo la impresión de que al menos en nuestro país la izquierda ha quedado, hemos quedado, prisioneros del coyunturalismo, del economicismo y el estatalismo, producto de esa conjunción perversa de populismo y escolasticismo estalinista que atravesó más de medio siglo de nuestra historia política.
Porque ¿como acercarnos al movimiento y accionar de las clases y sus fracciones sin un conocimiento más preciso de su composición, sus interrelaciones, sus proyectos y grados de organización y enfrentamiento? Así recuperar los debates estratégicos significa reponer, en clave actualizada, la cuestión del poder, pero también el carácter y los ritmos del proceso revolucionario. La cuestión del sujeto y de la organización política y la forma partido. Está también el debate y la política concreta acerca de la constitución de un bloque de los trabajadores y el conjunto de las clases subalternas que se oponga al bloque dominante. No otra cosa es que la «polis». Recuperar la capacidad de hacer política.
En las condiciones de fragmentación actuales esto requiere unidad pero esta no puede sostenerse simplemente en una cuestión aritmética, o en el acuerdo de pautas programáticas. Es decisivo que la unidad se asiente en la capacidad colectiva de pensar la realidad, y sus complejidades como señalé antes. Pensarla desde una perspectiva estratégica pero también desde la intervención cotidiana, para orientar la política practica de todos los días.
Tenemos que comprender que la lucha anticapitalista y por el socialismo no es una imposición dogmática de objetivos preestablecidos, de verdades reveladas, sino que por el contrario es un inmenso laboratorio de experiencias sociales y políticas, donde estamos en condiciones de aportar pero que también tenemos por aprender.
Eduardo Lucita. integrante de EDI-Economistas de Izquierda
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.