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La Masacre de Trelew: el relato necesario

Fuentes: ANRed

«Desde esa posición pienso y miro instintivamente para ver qué se podía hacer. No se podía hacer nada. El único lugar en que me podía mover mientras tanto era ahí, en la celda. Tenía las colchonetas y se me ocurre ponerlas, pienso de inmediato que con las colchonetas no paro nada, pienso en meterme abajo […]

«Desde esa posición pienso y miro instintivamente para ver qué se podía hacer. No se podía hacer nada. El único lugar en que me podía mover mientras tanto era ahí, en la celda. Tenía las colchonetas y se me ocurre ponerlas, pienso de inmediato que con las colchonetas no paro nada, pienso en meterme abajo de la loza que estaba empotrada en la pared y que hacía las veces de cama y me meto abajo de la loza. Alfredo hace otro tanto y también se mete al lado mío, del lado de afuera. Y ahí estuve unos minutos. Alfredo me había tomado el brazo. Pensé muchas cosas y muy poco es lo que me acuerdo que pensé en ese momento. Pero pensé en general en mi familia. No puedo precisar si fue mucho lo que pensé, porque también recuerdo bien los disparos. Ya para entonces los disparos de remate y como uno de los compañeros que estaba tendido gritaba: ‘hijo de puta’ y enseguida un disparo de remate en respuesta a eso». Las palabras pertenecen a Ricardo René Haidar, uno de los militantes que sobrevivió al fusilamiento que el 22 de agosto de 1972 tuvo lugar en la base naval Almirante Zar y que pasó a formar parte de la historia como «La Masacre de Trelew».

El 24 de mayo de 1973, en la cárcel de Villa Devoto, el escritor Francisco «Paco» Urondo mantiene un extenso diálogo con Alberto Miguel Camps, María Antonia Berger y Ricardo René Haidar. El libro -que nació de esta conversación y que Paco eligió llamar «La Patria Fusilada»- conforma un relato preciso, desgarrador, autocrítico y esperanzador sobre el fusilamiento de militantes en la base naval Almirante Zar, de los cuales Camps, Berger y Haidar fueron sus únicos sobrevivientes.

Meses antes, para ser exactos el 15 de agosto de 1972, durante el gobierno dictatorial de Alejandro Lanusse, se fugan del penal de Rawson, provincia de Chubut, veinticinco militantes de distintas organizaciones. Seis de ellos logran tomar un avión y llegar a tierra chilena. Los otros diecinueve se entregan, luego de acordar públicamente garantías para su integridad física. El 22 de agosto de ese mismo año fueron fusilados. Trelew de ahora en más sería para muchos sinónimo de Masacre.

Entre la unidad de acción y el plan de fuga

La cárcel de Rawson, una de las más seguras del país, comenzó a relacionarse con la represión política poco después del Viborazo de marzo de 1971, cuando el gobierno militar trasladó a ese penal a los detenidos durante la rebelión popular cordobesa. En abril de 1972, alrededor de 200 prisioneros políticos compartían seis pabellones, colmando prácticamente la capacidad edilicia. En las inmediaciones había una base aeronaval con 600 soldados, dos aviones de reconocimiento, una compañía de Gendarmería con refuerzo de Ejército estacionada a cinco cuadras de la prisión, 500 efectivos de la policía provincial y una delegación de la Policía Federal, además de los 60 hombres del Distrito Militar de Trelew y la Base Naval de Puerto Madryn, con helicópteros a 60 kilómetros de Rawson, y la octava brigada del V Cuerpo de Ejército en Comodoro Rivadavia.

En este contexto, la fuga del penal de Rawson constituyó una de las operaciones guerrilleras de mayor repercusión en la historia argentina. El plan ideado por Mario Roberto Santucho (Ejército Revolucionario del Pueblo – ERP), Enrique Gorriarán Merlo (ERP) y Marcos Osatinsky (Fuerzas Armadas Revolucionarias – FAR) y coordinado por las organizaciones presentes en el penal -ERP, Montoneros y FAR- consistía en el traslado de 110 prisioneros políticos en camiones y camionetas hasta el aeropuerto, previo copamiento de la cárcel. El 15 de agosto de 1972 fue el día pautado y las 18:20 la hora del abordaje.

«Nuestro compromiso es un compromiso con el pueblo y con la lucha que teníamos que llevar adelante. La única forma de cumplir con ese compromiso de lucha era completando la fuga -relataba Haidar a Urondo- Hubo varios planes que se fueron pensando y desechando. Cuando se acentuó la posibilidad de una fuga, se concretó una coordinación entre las distintas organizaciones político-militares que estaban en ese momento en el penal. Es necesario destacar la unidad de acción que hubo desde un principio en las tres organizaciones que participaron de la fuga: FAR, Montoneros y el ERP. Con miembros de cada una de estas organizaciones se construyó un cuerpo de conducción del plan de fuga».

En este sentido, Haidar afirmaba: «Todos los que estábamos en ese momento ahí, estábamos en manos del enemigo; un enemigo poderoso (…) Tal vez fue la única operación que se concibió unitariamente entre las tres organizaciones; incluso en este momento se puede seguir diciendo que es el único tipo de operación en la cual siempre vamos a estar unidos, juntos, en la planificación, en la ejecución y en los resultados. Porque es una operación que tiene un neto contenido estratégico, que es el de aportar combatientes. El resultado de todo ese proceso es la gran convivencia, el gran acercamiento que se dio; no sólo por la operación en sí, sino por todo el trabajo paralelo: cursos de formación política, cursos de capacitación militar, discusión política entre las tres organizaciones. Se hizo una discusión profunda, se lograron determinados acuerdos. Acuerdos limitados, pero que posibilitaban ese accionar conjunto en esta fuga. Incluso motivó la discusión de temas muy importantes, como era la confluencia entre Montoneros y FAR, y la relación con organizaciones no Peronistas». Berger agregaba que discutían «doce horas por día. Sin ese trabajo político no hubiera sido posible, independientemente de que no hayamos salido todos. Si la fuga era y fue posible, fue también posible por eso. No solamente por las condiciones que hacen al conocimiento del terreno, a todas las condiciones militares que hacen a la planificación de una operación, sino y sobretodo a las condiciones políticas».

A las 18:24, llegó el aviso de que estaba en camino el avión Austral capturado por militantes en Comodoro Rivadavia. Era el límite máximo de espera. El primer grupo, en el que se encontraban Mario Santucho, Roberto Quieto, Fernando Vaca Narvaja, Enrique Gorriarán Merlo, Domingo Mena y Mario Osatinsky, ocupa el auto que trae el apoyo externo -cuyo chofer era Carlos Goldemberg, integrante de las FAR- y logra tomar el avión que despega rumbo a Chile.

La camioneta y los dos camiones previstos no llegaron. Si bien la fuga masiva había fracasado, se intentó llegar en remises y taxis. Pero el retraso les imposibilitó el despegue. En el Aeropuerto se refugian diecinueve militantes: Ana Villarreal de Santucho, Carlos Astudillo, Eduardo Capello, Carlos del Rey, José Mena, Clarisa Lea Place, Humberto Suarez, Humberto Toschi, Jorge Ulla, Mario Delfino, Alfredo Kohon, Miguel Angel Polti, Mariano Pujadas, Ricardo Haidar, Susana Lesgart, Maria Angelica Sabelli, Maria Antonia Berger, Alberto Camps y Rubén Bonet. Piden la presencia de un juez y de un médico y exigen ser devueltos al penal de Rawson. El capitán de corbeta Luis Emilio Sosa afirmó que así lo harían. Sin embargo, fueron conducidos a la base naval Almirante Zar.

Los que quedaron en el penal, con solamente un par de FAL, lo mantuvieron en sus manos hasta que se garantizó el respeto a sus vidas. Luego, al entregar el establecimiento a las fuerzas de Ejército y Gendarmería, fueron encerrados en cada celda del pabellón 7.

Fusilamientos en la madrugada del 22

Desde el arribo a la base naval Almirante Zar, los militantes -rigurosamente incomunicados y sancionados cada vez que eran encontrados hablando- mantuvieron diálogos usando el lenguaje de las manos y a veces el sistema morse con los golpes.

Una semana después, el 22 de agosto a las 3:30 de la madrugada, se les ordenó a los prisioneros políticos salir de sus celdas y formar en el pasillo. Los diecinueve fueron acribillados por una patrulla a cargo del capitán de corbeta Luis Emilio Sosa y del teniente Roberto Bravo.

Alberto Camps señalaba que él era «el último de la fila mirando hacia la salida, el último de la fila de la izquierda, que era, a la vez, la fila donde había menos compañeros, porque estaban en orden Susana Lesgart, Clarisa Lea Place, Alfredo Kohon, Haidar, Mario Delfino y yo. Levanto los ojos y miro a todos los compañeros formados, mirando hacia el frente la mayoría. Todavía recuerdo que veía el pullover blanco de Gaita (se refiere a Mariano Pujadas). Esa es toda la visión que tengo yo. Inmediatamente empiezan las ráfagas. Indudablemente nos agarraron totalmente de sorpresa, no esperábamos una cosa así. Ahí vi como recibía varios tiros Polti e inmediatamente se zambullía cuerpo a tierra adentro de la celda, cosa que hice yo también. Ya estaba adentro Mario Delfino y ninguno de los dos teníamos tiros en ese momento. Siguieron las ráfagas, no eran ráfagas cortas, eran largas, por lo menos dos armas. Cuando paran se escuchan entonces quejidos, estertores de compañeros, incluso puteadas. Y empiezan a sonar disparos aislados. Me doy cuenta que están rematando, incluso alguien dice: ‘Este todavía vive’ e inmediatamente se escucha un tiro».

«Pocos momentos después, uno o dos minutos después que terminaron las ráfagas, -continuaba Camps- llega Bravo a la celda y nos hace parar, a Delfino y a mí, con las manos en la nuca, en la mitad de la celda. Él estaba parado en la puerta, más o menos a un metro y medio de distancia. Nos pregunta si vamos a contestar el interrogatorio, le decimos que no. Ahí me tira a mí primero. Cuando estoy cayendo, escucho otro tiro y veo que cae Mario. Yo lo toco y no se mueve, tampoco lo escucho quejarse».

Haidar agregaba que «inmediatamente después del primer tiroteo, eso fue un coro de quejidos. Tal vez fue la parte más fea, cuando todos estaban heridos. Nadie estaba muerto, sino que estaban todos heridos y se quejaban».

Por su parte, Berger sostuvo que lo que le preocupaba de sus compañeros fusilados era qué habrían sentido. «Me acordé de ellos y dije: ‘Bueno, si han sentido lo mismo que yo, no es tan grave’. No era tan triste. Yo tenía una sospecha de que aunque muriera todo seguiría. Tenía la certeza absoluta de que alguien iba a pagar por eso, una confianza total en que los compañeros… de que algo iba a pasar después de eso. A mí por lo menos esto me ayudó mucho».

Berger también contó a Urondo en aquella entrevista que «siempre te queda una esperanza y luchás con ese margen. Me acuerdo que después yo decía: ‘Pero si me muero, quisiera escribir aunque sea en la pared los nombres que sea. Poner: Sosa, Bravo’. Entonces con el dedo y con la sangre empiezo a escribir cosas en las paredes. Enseguida se apiolan y viene uno con un tarrito y borra enseguida».

«¿Qué habías escrito?», le pregunta Paco a María Antonia: «L.O.M.J.E.». «¿Lomje?», repregunta Urondo

-L.O.M.J.E., libres o muertos, jamás esclavos -le responde Berger- Y había escrito: ‘Papá, mamá’, y no sé qué más. Lo borraron y después volví a escribir de nuevo. Pero mientras estaba escribiendo ya me vieron y lo volvieron a borrar

-¿Y qué escribiste esta vez?

-Escribí lo mismo

Seis horas más tarde, los tres heridos recibieron atención de enfermeros y, recién al mediodía, la de médicos. En ese tiempo, fallecieron Astudillo, Kohon, Polti y Bonet. Mientras que Villarreal, Capello, del Rey, Mena, Lea Place, Suárez, Toschi, Ulla, Delfino, Pujadas, Lesgart y Sabelli murieron en el acto.

El gobierno militar explicó que los fusilamientos se habían hecho por un intento de fuga de los militantes y, el 30 de abril de 1973, Lanusse premió a Sosa con una beca para instruirse en la infantería de la marina estadounidense, con sobresueldos y otras recompensas.

La versión oficial quedó desestimada por el relato de los tres sobrevivientes de la masacre. Cabe recordar las palabras de Alberto Camps: «A veces alguien se acerca y dice: ‘Me podés contar, si a vos no te molesta’. Para nosotros relatar lo de Trelew es una obligación para con nuestro pueblo, por todos los compañeros que murieron allí, que aportaron con su muerte, con su lucha, a todo ese proceso. A mí me alegraba que todas las personas que fui tratando después, cuando me trajeron acá (se refiere al penal de Villa Devoto), no ponían en duda que había sido una masacre. Simplemente querían conocer bien cómo habían sido los hechos. Tanto los presos -los compañeros ninguno, por supuesto- los presos comunes, incluso los celadores, los médicos, ninguno dudaba de que había sido una masacre. Simplemente querían conocer el relato de los hechos». Haidar añadía que «cuando hablamos estamos un poco contando la experiencia de todos, de los que murieron y de los que vivieron. Es una cosa totalmente impersonal. Si algo tenemos que hacer, si para algo sobrevivimos nosotros, es para transmitir todo eso que los otros, por haber muerto, no pueden hacerlo».

Después de Trelew

Al día siguiente de la entrevista que se realizó en la cárcel de Villa Devoto, con la asunción de Héctor Cámpora como presidente, fueron liberados los presos políticos. La lucha continuaba fuera de la prisión.

En un escrito publicado el 22 de agosto de 2007, la viuda de Bonet, Alicia L., relata la sangre que siguió corriendo después de Trelew:

– Alberto Camps murió el 16 de agosto de 1977 en un enfrentamiento en su domicilio

– María Antonia Berger murió en 1979 en un enfrentamiento y su cuerpo fue mostrado en la ESMA como trofeo

– Ricardo Haidar está desaparecido desde 1980.

– Roberto Quieto fue secuestrado y está desaparecido desde 1975

– Marcos Osatinsky fue ejecutado en 1975, sus hijos José y Mario de 18 y 15 años murieron en un enfrentamiento en su domicilio, su esposa Sara fue secuestrada

– Mario Santucho murió en un enfrentamiento en 1976; gran parte de su familia permanece desaparecida (hermanos, esposas, sobrinas)

– El padre y el hermano de Fernando Vaca Narvaja fueron asesinados en 1976.

– El 14 de agosto de 1975 fueron secuestrados los padres de Mariano Pujadas, José Maria y Josefa junto a su hija María José, su hijo José María y su compañera Mirta. Fueron ametrallados, dinamitados y tirados sus cuerpos en un pozo: Mirta se salva y muere años después de las secuelas

– Arturo Lea Place padre de Clarisa fue matado y su hermano Luis detenido. Una vez liberado abandono el país

– El hermano de Eduardo Capello, Jorge, es secuestrado junto con su compañera Irma y el hijo de ella de 12 años. Están desaparecidos

– El hermano de Susana Lesgart, Rogelio es arrestado en 1976, sus hermanas María Amelia y Adriana se encuentran desaparecidas desde 1979.

– Muchos familiares han sobrevivido por haber vivido clandestinamente y/o haber salido del país.

– Raymundo Gleyzer (quien había filmado «Ni olvido ni Perdón») está desaparecido desde mayo de 1976

– Paco Urondo muere en un enfrentamiento junto a su mujer en marzo de 1976

Los nombres pueden continuar, así como 40 años después sigue siendo necesario recordar la Masacre de Trelew. Sólo la memoria en el presente los mantiene con vida. Una pintada callejera bien lo señala:

16 rosas rojas nacidas de madrugada regresarán cada noche de la tierra liberada

Fuentes:
– La patria fusilada, de Francisco Urondo
– Crónica publicada por el diario Noticias el 22 de agosto de 1974
– La «Vida» después Trelew
– 35 Años de lucha por la Justicia, de Alicia L. de Bonet-Krueger.