A sus 71 años disfruta de un renacido protagonismo como una de las caras visibles del Frente de Izquierda (FIT) que comanda junto al docente universitario Christian Castillo. Luego de varios años de experiencias en solitario como líder del Partido Obrero, y empujado por la nueva ley electoral, Jorge Altamira se presentó como candidato del […]
A sus 71 años disfruta de un renacido protagonismo como una de las caras visibles del Frente de Izquierda (FIT) que comanda junto al docente universitario Christian Castillo. Luego de varios años de experiencias en solitario como líder del Partido Obrero, y empujado por la nueva ley electoral, Jorge Altamira se presentó como candidato del FIT por segunda vez consecutiva. El frente arañó los 900 mil votos a nivel nacional en las PASO y quedó cerca de cumplir con su objetivo de «meter a la izquierda en el Congreso».
–¿Le sorprendieron los números de las primarias?
-Sí. Antes de la elección indiqué que era muy probable que no pasáramos el filtro de las PASO en Formosa, y finalmente saltamos del 0,3 al 5,3 por ciento de los votos. Eso fue para nosotros una sorpresa. De todos modos, esto prueba que gran parte de las candidaturas en las provincias -algunas más, otras menos- fueron traccionadas por las principales candidaturas nacionales, a las que uno conoce por la televisión. Hemos salido terceros en Formosa, terceros en Mendoza, segundos en la capital de Salta… Algunos extremos han sobrepasado mis expectativas.
-¿Cuál es la razón de fondo detrás de esta buena performance?
-Es la expresión de dos factores. Uno: el agotamiento de la experiencia kirchnerista a nivel popular. Dos: el resultado de un trabajo de diferenciación política de parte del Partido Obrero con relación al kirchnerismo desde el comienzo. Planteamos una alternativa estratégica al pseudonacionalismo capitalista, y los resultados están a la vista.
-Se podría argumentar que las PASO, más que «proscriptivas», han ayudado al frente porque forzaron a sus candidatos a unirse para superar el piso, lo que a su vez contribuyó a su éxito electoral.
-No creo que haya sido el factor principal. Por otro lado, nuestra crítica a las PASO era de principio, no de conveniencia: estoy en contra de la estatización de la vida política. La organización de los partidos y la selección de los candidatos son privativas de cada partido. Si un partido sobrevive o no, lo tiene que determinar la lucha política. La injerencia del Estado es un atropello muy fuerte porque les quita a los ciudadanos el último bastión de soberanía popular: lo que finalmente terminan votando es un armado del Estado. El argumento es: «Bueno, pero antes a los candidatos los elegían las camarillas». Que eso lo sancione la ciudadanía. Hoy las camarillas siguen eligiendo a los precandidatos.
-A partir del resultado de agosto, ¿cuántas bancas espera obtener en la elección general?
-Si yo me guío por buena parte de las encuestas, tenemos chances de meter dos diputados en la provincia de Buenos Aires. Luego de hacer algunos cálculos matemáticos, lo mismo valdría para la Ciudad, porque al no estar el MST y el MAS, podría haber una transferencia de votos. A esto hay que agregar legisladores provinciales en Salta, Mendoza, Jujuy, Formosa y provincia de Buenos Aires.
-¿Qué proyectos piensa llevar al Congreso?
-Lo primero que vamos a abordar es el tema de la abolición del impuesto al salario. Lo que se ha hecho hasta ahora es sacar una resolución de la AFIP que eleva el mínimo no imponible pero que no tiene alcances para el futuro. En nuestra opinión, no se debe gravar a ninguna persona que gane hasta tres canastas familiares, que hoy serían unos 25 mil pesos. El trabajador tiene un precio -la fuerza de trabajo- que está influenciado por muchos factores: desde las horas extra, la calificación laboral… Nosotros no somos partidarios de castigar a los que están calificados en detrimento de los que no. Siempre se nos ha criticado de querer poner a todo el mundo en un mismo rasero y ahora quien quiere hacerlo es la Presidenta, que a quienes ganan más los quiere bajar.
-Si nos guiamos por el eslogan de campaña, uno podía entender que el FIT quiere que directamente se elimine el impuesto al ingreso.
-Por un lado están los ingresos, que son el derivado de una ganancia -como los préstamos-, y por el otro el salario. Queremos desarrollar un proceso de educación social que distinga entre la explotación de la fuerza de trabajo y el beneficio de esa explotación.
–¿Por qué la izquierda estuvo tan dividida entre 2003 y 2013?
-Creo que no está dividida la izquierda. Una parte decidió que no quiere un frente. (Alejandro) Bodart, por ejemplo, nos criticó en televisión por ser un «frente marxista», una manera medio macartista de hablar. Fuera del FIT, la izquierda viene sufriendo un proceso de disgregación: ha quedado reducida a la Ciudad, Santa Cruz y Tucumán. Han elegido el seguidismo a corrientes ajenas a la izquierda, como a (Hermes) Binner o Proyecto Sur.
-Mi pregunta apuntaba al propio FIT. Si Izquierda Socialista y el PTS fueron tan buenos socios, ¿por qué no pudieron serlo durante los diez años anteriores?
-Fueron distintas circunstancias. Izquierda Socialista no existía y el PTS, como tal, tampoco: eran parte de Izquierda Unida. La última vez que propusimos un frente, Izquierda Socialista todavía estaba en el MST. Anteriores intentos de unirnos no se produjeron por desentendimientos no-políticos. Pero hace unos años nos preguntamos por el perjuicio de seguir teniendo, en la lucha electoral, discusiones entre la izquierda. La conclusión fue que no debíamos pagar el precio de distraer al electorado con discusiones y favorecer la idea de que «la izquierda se divide». Hubo un intercambio polémico y en febrero de 2011 firmamos un acuerdo.
-¿Cómo es la convivencia política con el resto de los partidos?
-Por un lado está la vida subjetiva de los que discuten, como representantes de cada partido. Después está el proceso político general, donde cada partido trata de imponer su sello. En algunos casos, me parece que esto no corresponde. Pero no le daría todavía tanta importancia. Lo más importante es: ¿En qué medida los otros partidos, y nosotros mismos, tenemos una comprensión sobre adónde estamos yendo?
-Parece haber en la izquierda una lectura bastante unidimensional sobre el kirchnerismo. ¿No encuentra una o dos medidas positivas en estos diez años llevadas adelante por el Gobierno, aunque sea empujado por las circunstancias?
-Creo que eso es unidimensional. Doy un ejemplo muy duro: el mejor sistema de autopistas en Europa lo hizo Adolf Hitler, y no conozco a nadie que se lo haya reconocido.
Es un error de método. No nos conduce a nada. Cristina Kirchner se va y el kirchnerismo fracasó aunque yo le reconozca tres medidas positivas. Es más conducente preguntar qué problema estratégico se plantearon ellos cuando llegaron al poder en 2003. Tenían un capitalismo en bancarrota. Podían hacer dos cosas: superarlo o rescatarlo. Se dedicaron a rescatarlo, pero en el medio se gastaron toda la guita, y el capitalismo es el mismo de siempre. Los bancos estaban quebrados, ¿por qué los mantuvieron en pie?
-El propio Néstor Kirchner, en su discurso de asunción, dijo que venía a reconstruir el «capitalismo nacional». No es un secreto. Cuando le pregunto por «medidas positivas» trato de ver si para usted las grandes mayorías han mejorado (o no) su situación en este proceso.
-Para nada. Después de estos diez años el 35 por ciento de la población está en negro y hay un 40 por ciento de precarizados. Kirchner tendría que haber dicho: «venimos a rescatar a la burguesía nacional con la plata de los laburantes.»
-¿No cree que existen quienes votan al Frente de Izquierda no tanto por coincidir con sus propuestas como por una suerte de voto estratégico? Es decir, que no hay 900 mil trotskistas sino personas que quieren que haya algo a la izquierda del gobierno nacional en el Congreso.
-Eso, que todo el mundo cree como un defecto, para mí es la mayor virtud del frente. Al Frente de Izquierda tiene que venir aquello que no estaba. Y ésa es la destreza que tenemos que tener: de darle un objetivo común a gente que está elaborando distintas estrategias frente a la crisis. Por eso es una macana el esquematismo, los que dicen «la revolución es así» o te pontifican sobre cómo debería ser el mundo. Tratemos de pensar qué es lo que estamos gestando y cómo lo llevamos. La izquierda está pasando por una difícil etapa de transición.
Ley de alquileres
-¿Pensaron en impulsar una ley de alquileres?
-Ése es un tema más complejo. Nosotros sostenemos que ningún trabajador debería pagar más del diez por ciento de sus ingresos en materia de alquiler. El problema es el siguiente: el 80 por ciento de los trabajadores gana, en promedio, unos 4.000 pesos. ¿Quién va a alquilarle por 400 pesos? Si se cumpliera esto de que el salario del trabajador sea igual a la canasta familiar ya tendríamos una ecuación diferente. Otro punto: no hay que igualar a todos los locadores. La dueña de donde alquilo no tiene otro inmueble, por lo que la distinguiría de los grandes monopolios inmobiliarios. Luego está el tema de la renta. El alquiler en general se calcula como el uno por ciento de la propiedad, pero los valores están inflados por la especulación. Una verdadera reforma abordaría toda la ecuación: pinchar el piso del valor del suelo, subir el salario mínimo, y unirlo a dos o tres factores más para lograr un equilibrio que haga posible que sólo el diez por ciento del ingreso vaya al alquiler.
-¿Qué hay con propuestas más parciales? Un proyecto del ibarrismo propone elevar el alquiler a tres años y establecer condiciones más favorables para el que alquila.
-Son propuestas incoherentes. Primero, porque nadie los puede pagar. El otro día veíamos la nota de una mujer que se tuvo que ir de un PH en Saavedra a la Villa 31 porque no podía seguir pagando el alquiler. A esa mujer, que el alquiler le dure dos años o tres años le importa un bledo. En segundo lugar, la forma en la que afecta al mercado va a terminar perjudicando al ciudadano: puede hacer que se alquile menos y suban los precios de los alquileres.
Fuente original: http://www.revistadebate.com.ar/?p=4510