Encontraron al nieto de Estela de Carlotto. Vive en Olavarría, tiene 36 años y es músico. Se presentó por cuenta propia para hacerse los analisis. La titular de Abuelas sostuvo que su hija asesinada, Laura, madre del joven recuperado hoy, desde el cielo estará diciendo: «Mamá ganaste una batalla larga». «Es una alegría enorme que […]
Encontraron al nieto de Estela de Carlotto. Vive en Olavarría, tiene 36 años y es músico. Se presentó por cuenta propia para hacerse los analisis. La titular de Abuelas sostuvo que su hija asesinada, Laura, madre del joven recuperado hoy, desde el cielo estará diciendo: «Mamá ganaste una batalla larga». «Es una alegría enorme que me brinda hoy la vida», dijo Estela.
«Ya tengo mis catorce nietos conmigo», dice Estela Barnes de Carlotto, que aún no pudo ni hablar con Guido, el hijo que su hija Laura tuvo en cautiverio y que hoy se convirtió en el «nieto 114». Y no pudo hablarle, mucho menos abrazarlo, porque todo fue un torbellino: se enteró pasado el mediodía de que habían encontrado a su nieto, de que lo había entregado un hombre con campos en la zona de Olavarría, de que lo había criado una familia «de campo», de que es músico, de que él mismo fue a buscar su identidad. Se lo dijo la jueza María Romilda Servini de Cubría, que acababa de recibir el informe con los resultados del análisis genético, y a las pocas horas la información ya estaba circulando.
Guido nació en una de las maternidades clandestinas de la dictadura, en junio de 1978. Laura, su madre, militante de la Juventud Peronista y de Montoneros, lo tuvo sólo cinco horas con ella. Lo abrazó y lo bautizó. Eso le contó una sobreviviente de «La Cacha» a Estela, hace muchos años. Así fue que Estela se enteró que tenía un nieto. Ella no sabía que su hija estaba embarazada, mucho menos que el padre de su nieto era Oscar Montoya, un militante que venía escapando de la tierra arrasada que hacía la represión en Caleta Olivia. Ese día, Estela decidió que buscaría a Guido.
«Lo que yo quería era no morirme sin abrazarlo», sonríe Estela, sentada en una mesa en al primer piso de la sede de Abuelas de Plaza de Mayo, acompañada por otras abuelas. Entre todas suman medio milenio y dice que no quiere que los nietos les digan «viejas» y sonríe de nuevo. Atrás, de pie, hay varios nietos recuperados en los últimos años y la familia biológica de Estela: 3 hijos, 13 nietos, 2 bisnietos. La mayoría está a punto de llorar, de estallar, y, al mismo tiempo, no pueden contener las sonrisas. Hay dos primos de Guido que se ríen todo el tiempo, que al final de la conferencia de prensa van a arengar con la frase sobre que los desaparecidos están «presentes, ahora y siempre». Y se van a volver a reír.
Estela escuchó la noticia de boca de Servini de Cubría y no lo podía terminar de creer. Había llegado ahí «cándidamente» -dice- a escuchar lo que la jueza tuviera para decirle. Nunca pensó en que la noticia sería la que había esperado casi la mitad de su vida. Salió de la reunión como flotando y la llamó la presidenta Cristina Fernández: «Me preguntó si era cierto, lloramos juntas». Después la llamó Máximo Kirchner, después el gobernador Daniel Scioli y después ya no pudo atender el teléfono. Llegó a la sede de Abuelas y todo fue un torbellino: llegaron militantes de la vieja guardia -algunos son funcionarios-, llegaron jóvenes militantes, llegaron nietos recuperados -como el diputado Horacio Pietragalla-, llegaron HIJOS -como el diputado Wado De Pedro y el secretario de Derechos Humanos, Tomás Fresneda- y todo se fue en abrazos, sonrisas, cierta incredulidad.
«Él me buscó. Se cumplió aquello que decíamos las Abuelas: ellos nos van a buscar», afirma Estela con una certeza blindada. Y agradece a todos los que trabajaron en esa tarea compleja, a veces quirúrgica, de buscar nietos. El recuerdo más cercano es el spot publicitario de la selección nacional de fútbol. «La foto de Messi provocó una catarata de llamados. Hoy mismo vinieron dos jóvenes a preguntar. Quién te dice que en 15 días no tenemos otra conferencia de prensa», se entusiasmaba Abel Madariaga, quien hace tres años recuperó a su hijo, Francisco, que es un calco delgado y tatuado de Abel.
Los «desaparecidos vivos», como los define Estela, son unos quinientos. Cada vez que aparece uno, todos sienten que ganaron una batalla. Los nietos, festivos, la cantaron hoy, agitando la mano, apenas conteniéndose para no saltar y poguear: «Milico decime que se siente, que hayamos encontrado un nieto más, te juro que aunque pasen los años, nunca vamos a parar». Y Estela les pide a esos nietos que andan por ahí, sin conocer su identidad, que no tengan miedo, que «no hay rencor, sólo búsqueda de Justicia», que conocer su identidad les dará libertad.
Guido, como lo llamó Laura, fue acercándose de a poco. Antes de hacerse el análisis de sangre – hace un mes y medio- había tocado en una de las ediciones de «Música por la identidad». Por eso Estela no tiene dudas de que él la buscó, de que buscó a su familia, a su sangre. «Los portarretratos vacíos que lo están esperando tendrán su foto. Lo acabo de ver en una foto. Es hermoso, es un artista. Es mi nieto 99.9 por ciento. Dicen que se parece a mí. No quería morirme sin abrazarlo», dice Estela, a un metro del ministro de Justicia y Derechos Humanos, Julio Alak, que también llegó al primer piso de la sede de Abuelas, en Monserrat.
«Esto es para los que todavía dicen basta, esto es para los que pretenden que olvidemos como si nada hubiera pasado. Es una reparación para él, para nuestra familia y para la sociedad en su conjunto. Hay que seguir buscando, falta mucho hay Abuelas esperando», sostiene Estela, firme. Atrás están sus hijos Kibo, Remo y Claudia, que es la secretaria de la Comisión Nacional para el Derecho a la Identidad (CONADI) por donde pasó Guido en el camino a hacerse los estudios genéticos.
Claudia cuenta que habían logrado hablar con la familia paterna de Guido, que tiene un tío y una abuela. Dice que lo llamó a Guido, que le contó que era hijo de una pareja de militantes desaparecidos que lo primero que dijo fue «uhh» y que volvió a repetir lo mismo cuando le dijo que su abuela era Estela y que ella era su tía.
Remo recuerda que el año pasado, en la restitución de otro nieto, había dicho que sentía envidia por el tío que recuperaba a su sobrino. Remo está temblando, sin esa mesura con la que se contiene habitualmente: «Saber quién es da la posibilidad de sentirse libre y es arrancarle a esa dictadura genocida, a esa dictadura hija de puta, una parte de nuestra historia».