El problema no es el paro sino las consignas políticas que lo acompañan, y la confusión ideológica que se genera en la clase obrera y el conjunto de los trabajadores. A todas luces no fue un paro general. Pero Moyano, Barrionuevo y Micheli dicen que sí. Y la izquierda del FIT también. Solo pararon unos […]
El problema no es el paro sino las consignas políticas que lo acompañan, y la confusión ideológica que se genera en la clase obrera y el conjunto de los trabajadores.
A todas luces no fue un paro general. Pero Moyano, Barrionuevo y Micheli dicen que sí. Y la izquierda del FIT también.
Solo pararon unos pocos gremios, y algunas fábricas dirigidas por la izquierda. Eso fue todo. Estuvo muy lejos de ser un paro general. ¿Por qué entonces afirmar que lo fue? Esta es la primera confusión que se genera en el movimiento obrero. La primera obligación de la izquierda es decir la verdad, y aquí hacen lo contrario. Que burócratas-empresarios como Moyano y Barrionuevo hablen de un «paro general» exitoso cuando no lo fue, es coherente con su política burguesa destituyente. Para crear clima destituyente les sirve.
Se podrá decir que los trabajadores querían parar pero las direcciones burocráticas de sus gremios, como en el caso de Pignanelli del SMATA, no los dejaron. También se podría decir algo parecido pero al revés de los gremios que pararon, que no había gran presión para parar desde la base pero acataron las órdenes burocráticas de Moyano, Barrionuevo y Miceli. Lo evidente es que no había gran clima en la base para parar, ni tampoco había un rechazo de la base a la decisión burocrática de hacerlo. En el caso de los paros por fábrica motorizados por la izquierda del FIT, no hay duda de su existencia, pero no se puede llamar a eso paro general.
En los subtes la línea B fue la única que paró por decisión de la asamblea de trabajadores. En las otras líneas aparentemente hubo distinto grado de concurrencia.
En definitiva, donde la izquierda tuvo influencia decisiva en las fábricas se paró y en los gremios se acató la decisión burocrática de sus dirigentes. Pero no había en la base un ánimo desbordante para parar ni tampoco una oposición enérgica al paro.
Dos factores tuvieron una influencia decisiva: el paro de camioneros, que afecta gran parte de la distribución de mercancías y servicios, y los piquetes. Y un tercer factor es la incertidumbre de los trabajadores sobre si habría o no medios de transporte, si habría piquetes que obstaculizaran las vías de comunicación, y si habría actos de violencia en contra de los que concurrieran al trabajo; todo esto fogoneado por los medios de difusión opositores al gobierno. Finalmente la UTA, el gremio que nuclea a los trabajadores de ómnibus de corta y larga distancia, no paró, pero fue una decisión de último momento que no alcanzó a despejar la incertidumbres sobre el funcionamiento del transporte.
El otro tema son los reclamos que supuestamente motivaron el paro. El principal es contra el impuesto de las ganancias al sueldo, un contrasentido en los términos, en primer lugar, porque el sueldo no es ganancia y mal se le puede aplicar ese impuesto. La absoluta inadecuación y total injusticia del impuesto al salario no es, a todas luces, causa suficiente de un paro general dado que sólo afecta al 10 % de los asalariados, que son los que más salario reciben, siendo el mínimo no imponible de $ 15.000. Es evidente que está fuera de toda lógica que la inmensa mayoría de los trabajadores realicen un paro general basado en esta reivindicación central. No es algo que pueda surgir naturalmente de la base obrera. Es natural que se esté en contra, y que se esté a favor de reclamar por todos los medios la abolición del impuesto a las ganancias al salario, pero poco creíble que esa reivindicación motorice la decisión de un paro general generada desde la base del conjunto de los trabajadores del país. No tiene seriedad afirmar semejante cosa. Un paro general realmente combativo, decidido a enfrentar una política del conjunto de la patronal y el gobierno es muy costoso en términos de sacrificios para los trabajadores como para impulsarlo y decretarlo solamente por esa consigna.
Otras consignas sí ameritaban un paro general, como las que exigían que no haya despidos y suspensiones. De la misma manera que los paros y piquetes para reclamar por la reincorporación de los despedidos y la reactivación de las empresas como Donnelley y Lear no solamente estaban y están plenamente justificados, sino que frente a los despidos la lucha debe ser en todo momento inmediata e inclaudicable por su reincorporación.
Pero todo esto no significa que haya sido un paro general. La izquierda tiene la obligación de decirle toda la verdad a los trabajadores. Este como el anterior del 10 de abril no fueron paros generales.
Esto no quiere decir que la izquierda no aproveche un paro burocrático, parcial, y destituyente de burócratas como Moyano y compañía para realizar paros parciales que defiendan las fuentes de trabajo, reclamen por el salario, en contra del impuesto a las ganancias, contra el trabajo en negro, por libre elección de delegados, y muchas reivindicaciones más. En todo caso la discusión de si era la mejor táctica de lucha es una cuestión interna de los trabajadores en la cual no tienen nada que hacer las patronales ni sus representantes políticos y mediáticos. Aunque es llamativo el apoyo mediático y de políticos de la oposición al paro.
Llama la atención que este paro y el del 10 de abril sin llegar a ser paros generales, vieron ampliada su eficacia por los piquetes efectuados por los partidos del FIT.
Históricamente el piquete fue necesario para impedir que una minoría de carneros boicoteara un paro decidido democráticamente por la mayoría de los trabajadores.
En tiempos recientes, con los piquetes de Cutral Có se inauguró una nueva función de los piquetes, como medida de lucha de los trabajadores desocupados. Fue y sigue siendo una gran conquista. El movimiento obrero argentino aprovechó su experiencia sindical histórica para aplicarla a una situación de desocupación.
Estos piquetes no cumplen ni una función ni la otra. No es un paro general votado democráticamente por la mayoría de los trabajadores, por lo tanto no existe en general la posibilidad objetiva de carneros, ni son trabajadores desocupados los que utilizan esa medida de lucha. Su fin principal es impedir el acceso al trabajo a los trabajadores en general. Es decir, reemplazar el paro por piquetes. Generalizar lo más posible la no concurrencia al trabajo y después hablar de paro general.
No es exactamente decirle la verdad a los trabajadores. No es elevar su conciencia sino enturbiarla. No es plantearle claramente al conjunto de los trabajadores las dificultades de la lucha y las medidas necesarias para llevarla a cabo con éxito. Es más un discurso exitista destinado a destacar el rol de los partidos del FIT en la dirección de las luchas obreras basado en un sobredimensionamiento de la rebelión de los trabajadores frente a la situación económica de la cual responsabilizan en forma absoluta al gobierno. Todo muy lejos de aclarar la conciencia y encarar seriamente la lucha.
Actualmente se vive un proceso de despidos y suspensiones en aumento pero que está aún lejos de los cierres de fábrica, levantamiento de ferrocarriles y despidos masivos de las décadas del ’80 y ’90. Para enfrentar los despidos y suspensiones este tipo de paros no suele ser lo más efectivo. Los 13 o 14 paros de Ubaldini a Alfonsín, por ejemplo, no fueron efectivos para parar la ola de despidos y cierres de fábrica de ese período. Estos paros generales tuvieron más bien un efecto catártico, pero no impidieron los cierres de fábrica y la ola de despidos que después se profundizaría aún más durante el menemismo.
Esta es otra cuestión que hay que señalar. Como toda medida de lucha depende de la situación concreta y de cómo se la aplique. El paro no agota las formas de lucha. Lo principal es la elevación de la conciencia, que es la madre de todas las luchas. La simple sumatoria de paros no produce una elevación de la conciencia suficiente como para enfrentar los despidos y suspensiones de la manera más eficaz posible bajo el capitalismo.
Es justamente la confusión de la conciencia de los trabajadores y no su esclarecimiento progresivo el principal mal que acarrea la forma en que se han realizado estos paros por parte de la izquierda del FIT, el balance falso que hacen de los mismos, y la desviación política que acompaña su realización.
Esta desviación política consiste fundamentalmente en responsabilizar en forma absoluta y excluyente al gobierno kirchnerista de todos los males que sufren los trabajadores. Sin revolución social, sin construcción completa del socialismo, es imposible eliminar todas las penurias del pueblo. Bajo ningún gobierno capitalista es posible que todas las reivindicaciones obreras sean satisfechas. El FIT actúa como si todos los males que sufren los trabajadores derivaran de una decisión libre, conciente y deliberada del gobierno kirchnerista. Ignora la lucha intercapitalista. Ignora la campaña destituyente contra el gobierno por parte del capital concentrado y centralizado internacional. Actúa como si todo consistiera en reclamar la satisfacción de todas las reivindicaciones obreras, y limitar las medidas de lucha a piquetes, paros y movilizaciones, tratando de que vayan in crescendo y confiando que de esa manera el movimiento obrero desarrollará su conciencia revolucionaria. Pero excluye permanentemente toda explicación de cómo funciona realmente el capitalismo o mejor dicho, su explicación es que todos los gobiernos, todos los políticos burgueses, y todos los capitalistas actúan coordinadamente contra todos los trabajadores, ignorando la lucha interburguesa internacional, la política destituyente del capital concentrado y centralizado internacional contra todos los populismos del planeta. Al focalizar la lucha contra el gobierno en forma exclusiva e ignorar el rol del capital concentrado, colocando inclusive al gobierno como su principal defensor, se suma de hecho de alguna manera objetivamente, a la campaña destituyente del gobierno, de forma apresurada e irresponsable, ignorando quién gobernará si se destituye a este gobierno, más aún suponiendo que el que venga no será peor que este, priorizando la lucha contra este gobierno.
Se olvidan de la afirmación del propio Trotsky: «Salir a la calle con la consigna: ¡Abajo el gobierno Brunning-Braun!, cuando, dada la relación de fuerzas, este gobierno no puede ser reemplazado más que por un gobierno Hitler-Hugenberg, es aventurerismo puro». (L. Trotsky, Escritos, Bogotá, Pluma, t. III, p. 64) (tomado del libro La revolución de octubre, de A. Barstz, E. Moreno, nota de página 109).
El paro podría tener efectos políticos progresivos si se hiciera fundamentalmente contra el capital concentrado y centralizado internacional, contra su política destituyente de los populismos de América Latina y el mundo (doctrina Bzezinski [1] ), levantara consignas contra la privatización, extranjerización y monopolización de empresas heredado principalmente del menemismo, reclamara por la reforma agraria, por alguna forma de control del comercio exterior y los bancos, por impuesto a la renta financiera y a los grandes capitales en general, etc., etc., mientras responsabiliza al gobierno nacional en la medida en que no lucha consecuentemente en ese sentido, no olvidando que este u otro gobierno que se maneje dentro de los límites de la democracia capitalista no puede eliminar la concentración económica, que es inherente al capitalismo, y reivindicando permanentemente que la única solución posible es la revolución social, la expropiación del capital y la construcción del socialismo.
Pero nada de esto hace la izquierda del FIT. En lugar de elevar la conciencia del proletariado acerca de las tremendas tareas necesarias para liberarse del capitalismo, se limita a reclamar al gobierno como si fuera todopoderoso y dependiera del solo deseo y decisión gubernamental la satisfacción de todas las demandas obreras.
En cuanto a la consigna de no pago de la deuda externa que levanta solamente la izquierda, resulta abstracta y fuera de toda política práctica, no proponiendo ninguna acción concreta contra la política criminal de los fondos buitres. En este caso olvidan a Lenin [2] .
Lenin también decía que el proletariado no educado en la lucha por la democracia es incapaz de realizar una revolución económica. Todos los avances democráticos realizados bajo este gobierno, con las limitaciones y críticas que se le quieran realizar, no está debidamente reivindicado por la izquierda del FIT, y tampoco se coloca el FIT a la vanguardia de la lucha democrática, rol imprescindible del partido revolucionario.
Este gobierno es un gobierno capitalista, democrático burgués, que pretende realizar desde el gobierno, la utopía de la juventud peronista de los ’70 (no necesariamente montonera) de la «justicia social» bajo el capitalismo, traducida ahora como «crecimiento industrial con inclusión social». La sinceridad del intento es innegable. Pero al defender el capitalismo y manejarse dentro de los límites de la democracia burguesa, el gobierno no escapa a todos los males del capitalismo. El estado es el aparato de dominación de la clase capitalista y eso no puede ser modificado si no es por una revolución social. Los distintos gobiernos son agentes directos o indirectos del gran capital, sin modificar la naturaleza esencial del estado capitalista. Este gobierno no puede evitar, por ejemplo en lo fundamental, la concentración económica, que es un proceso inherente al capitalismo. Pero aunque limitadamente, el gobierno ha mejorado la distribución del ingreso, y llevado adelante una serie de reformas económicas, sociales y democráticas, siempre dentro de los límites de la democracia burguesa. Esta política gubernamental se inscribe en las expectativas históricas de la clase media y el conjunto del pueblo acerca de la posibilidad de lograr un bienestar pleno bajo el capitalismo. Esto ha generado un movimiento progresista en amplias capas de la población. Al mismo tiempo que se oponen a todos los males del capitalismo que este gobierno sigue vehiculizando, los socialistas deben ejercer la unidad de acción con el populismo en muchas instancias, mientras explican incansablemente que la única salida es la revolución social, que debe ser la estrategia fundamental. Cómo ejercer esta unidad de acción sin someterse a la política del capitalismo es muy complicado y necesariamente se cometerán muchos errores. Habrá que analizar cada situación concreta y decidir en cada caso.
Este gobierno lleva adelante, con todas estas limitaciones, un populismo inaceptable para el capital concentrado y centralizado internacional, por eso la feroz campaña destituyente a la que es sometido permanentemente. Sin apoyar a este gobierno los socialistas debemos oponernos a la política del capital concentrado.
No tener en cuenta todo esto hace que la política del FIT confunda permanentemente a los trabajadores. Se limita a la lucha reformista sindical (política «economista»), desaprovechando las posibilidades que se dan bajo este gobierno de desarrollar más plenamente la lucha política de clases. La política del FIT deja indefenso al proletariado frente a la posibilidad de un próximo gobierno directamente funcional al capital concentrado y centralizado internacional, cuya única política es el saqueo directo del país, en una versión corregida y aumentada de la década del ’90.
Notas:
[1] Ver El populismo es la nueva amenaza, Miradas al Sur, n úmero 237, Domingo 2 de diciembre 2012, Entrevista. Zbigniew Brzezinski. Estratega del Pentágono, http://sur.infonews.com/notas/
[2] «En la situación actual, sin embargo, los comunistas alemanes no deben evidentemente renunciar a la libertad de acción, prometiendo en forma categórica y terminante repudiar el Tratado de Versalles en caso de triunfar el comunismo. Eso sería absurdo»… (Lenin, Obras Selectas, Ediciones IPS, 2013, pág. 478). «Dar prioridad absoluta, categórica e inmediata a la liberación del Tratado de Versalles antes que al problema de liberar del yugo imperialista a otros países oprimidos por el imperialismo es nacionalismo pequeñoburgués, no internacionalismo revolucionario». (Ídem, pág. 479). El Tratado de Versalles fue aprobado por la Asamblea Constituyente alemana el 22 de junio de 1919, abriendo una crisis nacional. (Ídem, nota al pie de la página 478). En los hechos los países imperialistas vencedores le impusieron a Alemania altísimas indemnizaciones de guerra imposibles de cumplir. Ésa es la semejanza con la deuda externa argentina.
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