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A 13 años de la rebelión de 2001

Fuentes: Rebelión

Transcurrieron 13 años desde la rebelión popular que en diciembre del 2001 intentó parir una nueva Argentina. Desde entonces, sin desconocer sus límites, se instaló una nueva relación de fuerzas por la que el país ya no volvió a ser el mismo. El nuevo aniversario así como la compleja situación que asoma en el horizonte […]

Transcurrieron 13 años desde la rebelión popular que en diciembre del 2001 intentó parir una nueva Argentina. Desde entonces, sin desconocer sus límites, se instaló una nueva relación de fuerzas por la que el país ya no volvió a ser el mismo.

El nuevo aniversario así como la compleja situación que asoma en el horizonte incita a balancear cuanto de esa apuesta de transformación encarnó en la realidad, así como a trazar algunos rasgos del país que se viene. Como entonces, mucho dependerá de lo que hagamos colectivamente como pueblo.

Diciembre del 2001: no sólo crisis

No vamos a hablar del país neoliberal contra el que se dirigió la rebelión y que fuera impuesto a sangre y fuego por la dictadura militar y luego profundizado por los gobiernos radicales, del PJ y del centroizquierda que le sucedieron.

Vamos a resaltar, en cambio, tres aspectos que le dieron fisonomía propia a la rebelión y que en la última década, no casualmente, buscaron taparse con un manto de olvido.

El primero es que la rebelión fue a contramano de la sociedad individualista a la que aspira el capital. Ya el 19 de diciembre a la noche, mientras centenares de miles marchábamos en las principales ciudades contra el poder político y económico, quienes se sumaban en cada esquina eran recibidxs cálidamente con aplausos. El hasta ayer desconocido pasó a ser compañerx, hermanx. En las calles se escuchaba «piquete y cacerola, la lucha es una sola», mientras lxs vecinxs de la Capital recibían con mate cocido a las filas piqueteras que llegaban desde las barriadas más pobres del conurbano. El fino olfato popular señalaba con claridad y sencillez una de las principales tareas: había que unir al pueblo trabajador, no meramente por arriba en acuerdos entre organizaciones como algunos leyeron, sino articulando necesidades, reclamos, esperanzas, proyectos, luchas y organización popular. El 2001 no lo resolvió, pero señaló el rumbo a seguir.

En segundo lugar, la rebelión argentina -junto a otras en Nuestra América y el mundo- tiró a la basura el supuesto «fin de la historia» según el cual el mercado y la democracia liberal aparecían como máxima aspiración humana. En trazos gruesos e incipientes, la rebelión esbozó una sociedad alternativa a la destructiva y criminal del capital: durante meses los bancos debieron escudarse tras muros metálicos para evitar la merecida furia popular; «desendeudarse» significó, sin vueltas retóricas, el repudio al pago de la fraudulenta deuda externa y no su pago «serial», como hoy pretenden convencernos; el trabajo cobró un valor superior a la «sagrada» propiedad privada y trabajadores y trbajadoras recuperaron cientos de empresas y las pusieron a producir, mientras muchxs otrxs ocupaban calles, plazas y rutas tras decidirlo en democráticas asambleas. La historia se levantaba desde su féretro y los pueblos avanzaban -a tientas pero decididos- para que fueran el capitalismo y su falsa democracia liberal los que ocuparan el vacío ataúd. Nuevas metas y objetivos nacían desde la lucha popular.

Por último, el pueblo puso la política patas para arriba y, mientras exigíamos que «se vayan todos», buscábamos arrebatar la política de manos de quienes, desde las podridas instituciones que aún perduran, regían los destinos del país. Lo hicimos parcialmente, no en todas las esferas posibles y necesarias y sin la organización suficiente. Pero proyectos en salud, educación, cultura, economía social, vivienda, medios de comunicación, servicios públicos, justicia o régimen político surgían desde abajo, eran debatidos democráticamente y se luchaba por ellos. La rebelión popular, articulando la lucha reivindicativa con la política, buscaba convertir en letra muerta a la reaccionaria Constitución según la cual «el pueblo no gobierna ni delibera», poniéndonos en sintonía con los procesos revolucionarios y constituyentes que asomaban en Bolivia y Venezuela.

Desde entonces y durante la última década, el kirchnerismo supo apropiarse de varias reivindicaciones por las que el pueblo luchó durante años. No se pueden desconocer las conquistas logradas, pero tampoco que fueron dadas de forma tal que quebraran los pilares de lo nuevo que brotaban de la rebelión popular. Su estrategia fue fragmentar a los sectores populares sembrando la idea de que las reivindicaciones de unos atentan contra los derechos del otro, recomponer la falsa idea de que el bienestar necesita de la «confianza» de los inversores y rechazar toda acción política que no se origine en los despachos oficiales o las instituciones del régimen. Estas, entre otras, constituyeron ideas-fuerza que se mantuvieron durante toda la década y dieron continuidad y coherencia a lo que apareció, para muchos, como políticas pendulares, ante los vaivenes «progresistas» y reaccionarios.

Tres mitos, apoyados en un aceitado aparato comunicacional oficial, sostuvieron estas ideas fuerza: una supuesta continuidad entre el elenco gubernamental y las generaciones que lucharon por el socialismo a comienzos de los ’70; la puesta de un signo igual entre las prácticas de las organizaciones juveniles impulsadas desde arriba por el oficialismo, con las de los miles de jóvenes que en barrios, escuelas y empresas luchan por otra sociedad a tono con los desafíos que dejó la rebelión. Y por supuesto, nada de esto se sostendría sin la versión oficial del 2001 como mera crisis, como el «infierno» del que habríamos salido gracias a los gobiernos kirchneristas.

La Argentina de hoy

Comparar la situación actual con la vivida en el pico de la crisis económica y social de hace 13 años no es más que un recurso que busca deslegitimar cualquier reclamo.

Una rápida mirada sobre el país permite valorar que perviven pilares centrales del neoliberalismo: el trabajo precarizado para millones, una producción que mira al mercado mundial antes que a las necesidades de la población, la concentración y extranjerización de la economía, el extractivismo como palanca fundamental, la mercantilización de la salud y la educación, el pago de la deuda externa. Pilares que perduran y se profundizan.

Se muestra como logro que el monocultivo de soja pasó de los 12 a los 20 millones de hectáreas lo que entusiasma a las empresas del agro-negocio pero tienen graves consecuencias para el pueblo: el precio de la carne se disparó hasta hacerse inalcanzable, 200 mil familias campesinas y de los pueblos originarios fueron expulsadas de sus tierras hacia las villas en las grandes urbes, los agro-tóxicos contaminan a cada vez más poblaciones, la Argentina se convirtió en uno de los responsables del cambio climático, aportando el 4,5% de la deforestación mundial.

Al mismo tiempo, la megaminería, ampliamente resistida por las poblaciones afectadas, pasó de cerca de 40 a casi 600 proyectos en diferentes etapas de concreción.

La crisis energética que alentó la estatización parcial de YPF no se tradujo en una reversión de la entrega sino en su profundización, con los contratos con Chevrón, la sanción de la ley de hidrocarburos y la prioridad dada al fracking, que en muchos países ha sido prohibido por sus efectos contaminantes y peligrosidad.

Bajo un gobierno que agotó la palabra «equidad», la educación y la salud son cada vez menos un derecho para millones de excluidos y más un negocio para unos pocos.

El ajuste vuelve a expresarse con la inflación que le gana la carrera a los sueldos y jubilaciones así como con los despidos y suspensiones que durante el último año han afectado a miles de trabajadores. Ante la resistencia popular, los acuerdos con las burocracias sindicales, una brutal represión y la criminalización de la protesta pasaron a ser las herramientas con que el gobierno enfrenta a las luchas y al surgimiento de un activismo honesto y combativo, que responde ante sus compañeros y compañeras de trabajo.

A pesar de importantes conquistas legales y simbólicas del movimiento de mujeres y géneros (que no vamos a desconocer), el derecho al aborto, uno de los pilares del sostenimiento del machismo y el patriarcado, aparece negado por el gobierno y la iglesia, en un acuerdo sellado en el Vaticano de Francisco y rubricado por el Congreso Nacional. Los femicidios y la violencia de género se profundizan, ante la falta de políticas serias y sistemáticas y presupuestos insuficientes.

2015: un año no sólo electoral

Las próximas elecciones van ocupando el centro de las preocupaciones de los partidos, sea cual fuere su signo. El bombardeo mediático magnifica diferencias, pero son evidentes los acuerdos sustanciales entre los candidatos con mayores chances, como Scioli, Massa, Macri o Binner.

Mientras, es el propio gobierno el que desanda gestos progresistas, poniendo de manifiesto los límites de cualquier proyecto que se mantenga dentro del capitalismo.

Pero lo que verdaderamente estará en juego en este 2015, es si el ciclo de conquistas que abrió la rebelión perdurará o será derrotado. Y esto se jugará en las calles, empresas, escuelas, hospitales, barrios y universidades, con la organización, luchas y solidez de proyectos que alcancemos como pueblo trabajador.

Las candidaturas que presenten las diversas izquierdas podrán ser un útil apoyo para profundizar y consolidar el rumbo que transformó al 2001 en una divisoria de aguas en nuestra historia. A condición de pensarse al servicio de las luchas, organización y proyección de nuestro pueblo. Y a condición también de superar la confusión que tras más de una década, deja como el kirchnerismo entre las organizaciones populares.

Lejos de las miradas por arriba, en el FPDS-CN sabemos que es desde abajo como hace 13 años, en las luchas de resistencia, en los procesos de organización que rehúyen del corporativismo, en el debate sobre las experiencias que dejó la lucha -en Argentina y en Nuestra América- contra el neoliberalismo primero y el «progresismo» ahora, que van gestándose las fuerzas que animarán los próximos procesos revolucionarios en el camino de una patria socialista, feminista, ecologista y libertaria. Sabemos también que no somos lxs únicxs en esa búsqueda. Hay muchas más organizaciones, colectivos, compañeros y compañeras con quienes nos seguimos encontrando. En esta lucha y esa apuesta perseveramos a 13 años del 2001.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.