Nostalgias de las cosas que han pasado, arena que la vida se llevó pesadumbre de barrios que han cambiado y amargura del sueño que murió. (Homero Manzi) Ocurre que es el último día hábil de trabajo en lo que va de la semana, y en la próxima nos esperan solo dos. Ocurre que dentro del […]
Nostalgias de las cosas que han pasado,
arena que la vida se llevó
pesadumbre de barrios que han cambiado
y amargura del sueño que murió.
(Homero Manzi)
Ocurre que es el último día hábil de trabajo en lo que va de la semana, y en la próxima nos esperan solo dos.
Ocurre que dentro del edificio, oficina por oficina pasadas las 10 de la mañana, empieza la liturgia de las salutaciones navideñas. Muchos de esos despachos tienen en sus paredes la presencia simbólica de un Cristo en Cruz. Funcionarios y empleados, pican algo o en el mejor de los casos intercambian «regalitos». Detrás, como dice Serrat, esta la gente, que en los pasillos, busca un rasgo de humanidad que milagrosamente aflore en quienes detentan el poder de privar de libertad a otros, y «piadosos», más que justos, autoricen una «orden de libertad», dos términos antagónicos que concurren para permitir que de algún sórdido penal, alguna persona obtenga salida y recupere su dignidad.
Pero ocurre en consonancia con esa rutina de fin de año, que también en paralelo, y demostrando que no se puede esperar un minuto, que debe haber premura (la misma que no existió ante la noticia de su desaparición por parte de ese mismo Estado), se ha ordenado limpiar con inyección de arena, los mármoles que revisten el frente del edificio judicial.
Así, entre abrazo y abrazo, entre deseo de felicidad compartida y reciproca atención, mudos testigos presencian cómo se borra de las paredes, a ritmo acelerado la leyenda que dice «LO SABIA A FRANCO CASCO LO MATO LA POLICIA». Parece que cuanto más pronto se oculte su nombre, más temprano desaparecerá su calvario. En cierta forma los soldados romanos hicieron algo parecido, con la cruz, y a rey muerto rey puesto.
Duele, pero es constatable que, tal vez temiendo salir de la nomenclatura o que también nos borren con arena, ninguno de nosotros, los que estamos dentro y los que estamos fuera, tratamos de evitar la limpieza. Parece ser que en otro edificio sigue la contienda, porque la investigación estaría ahora en manos de fiscales de la Nación, pero aquí por lo pronto, su nombre ha sido silenciado de las paredes, desde nos interpelaba con habitualidad, señalando sin ambages a los responsables institucionales.
Puesto a recordar, memoro que los milicos más torpes que los actuales demócratas, mandaban a los soldados a tapar pintadas con alquitrán. Por la misma vía también traigo del pasado, que «el silencio es salud» y la imagen de la enfermera con el dedo índice sobre sus labios y sobretodo el mayoritario no hacer de la sociedad, escudado tras el «algo habrán hecho». Algo de eso ronda sobre este nuevo desaparecido, y este reciente crimen de Estado, encadenado al genocidio por goteo.
Quienes nos dominan, por vía de sus llamadas fuerzas de seguridad, se han llevado una vida más, y nos han quitado un poco de vida a todos. Con arena buscan evitar la memoria y borrar de nuestras conciencias el nombre FRANCO CASCO.Esta en el pueblo trabajador, en los oprimidos, los olvidados de la tierra, de donde vino, creció y vivió Franco, no permitir ese resultado. «Desaparición forzada» es la expresión que debe inscribirse en nuestros cuerpos, para que ningún mecanismo de limpieza con o sin arena pueda borrarlo. Nuestras paredes, nuestras vidas, deben recitar presencia, para hacer transitable la ausencia y evitar el olvido.
Todo debe ser lucha, para nadie se lleve la vida, En cada trabajo, en cada espacio social en cada un punto específico de cada programa político enarbolado por quien se diga representante del pueblo en campaña debe estar gravado un único reclamo: esclarecimiento de la muerte de Franco Casco y identificación y juicio a quienes produjeron ese despreciable resultado.
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