La versión argentina del neoliberalismo rampante, la coalición denominada en la actualidad «Juntos por el Cambio» ha sido derrotada en las urnas. Ese objetivo, mayoritario entre los trabajadores y otros sectores populares, se ha cumplido. El actual presidente no continuará en el gobierno. Pese a las decenas de miles de millones de dólares volcados por […]
La versión argentina del neoliberalismo rampante, la coalición denominada en la actualidad «Juntos por el Cambio» ha sido derrotada en las urnas. Ese objetivo, mayoritario entre los trabajadores y otros sectores populares, se ha cumplido. El actual presidente no continuará en el gobierno. Pese a las decenas de miles de millones de dólares volcados por el capital internacional para que ganara las elecciones y reeligiera, ese despliegue de recursos terminó en fracaso. Tampoco el entusiasta apoyo que los grandes medios brindaron a Juntos por el Cambio logró evitar la derrota.
A partir de allí cabe reflexionar sobre los matices y alcances de esos resultados. Y sobre las perspectivas que se abren para la sociedad argentina a partir de allí.
El Frente de Todos ganó con claridad, pero no obtuvo el triunfo aplastante que se insinuó con fuerza en las PASO. Después de una campaña en la que, de modo en apariencia paradójico, Mauricio Macri eligió las calles y Alberto Fernández los espacios cerrados, la ventaja del Frente de Todos disminuyó más o menos a la mitad de la que había obtenido en las internas abiertas.
Axel Kiciloff ha sido el único candidato de primera línea que sostuvo (con alguna disminución) la ventaja obtenida en las elecciones primarias. Afianza así su liderazgo personal, y de modo indirecto, el de Cristina Fernández de Kirchner. Quizás jugó un papel en su éxito el hecho de que él si mantuvo una campaña de recorrida de «territorio» y actos públicos de intención masiva. Seguro incidió el voto masivo de los pobres del conurbano por la oferta peronista. Desde esa posición de fuerza podría encarnar en el futuro una línea crítica al presidente electo.
Fueron elecciones polarizadas, las dos opciones predominantes se acercaron al 90% de los votos válidos. En una suerte de «bipartidismo de coaliciones», los otras fuerzas quedaron muy relegados.
Resulta significativo que en una sociedad signada por la recesión; la caída de los salarios y el consumo, inflación alta y en ascenso, incremento de la pobreza y el desempleo, el hombre que está en el gobierno y la coalición que lo respalda hayan superado el 40% de los sufragios. Sus marchas del «Sí, se puede», algunas multitudinarias, parecen haberle rendido frutos. En la campaña jugó un rol sustancial la insistencia con el miedo al kirchnerismo, la interlocución con una «clase media» que se siente saqueada por los planes sociales, amenazada en su seguridad y en sus derechos de propiedad. Frente al supuesto acoso de una masa de pobres soliviantados por el «populismo», ha preferido la propuesta de Juntos por el Cambio, pese a los profundos nubarrones de la situación económica, que también los afectan de lleno. Les jugó a favor que el Frente de Todos, confiado en los resultados de las PASO dedicó mayor esfuerzo a los encuentros con factores de poder que a una campaña vigorosa. El decorado de los «valores republicanos» y la «transparencia» sirve de justificativo de una opción más reaccionaria, trasuntada en los altos niveles de aceptación de la ministra Patricia Bullrich, adalid de la represión policial sin ataduras legales y de la estigmatización de los pobres. En la misma línea han ido las brutales declaraciones del candidato a vicepresidente, orientadas con claridad a suscitar la fidelidad de una porción del electorado conservadora, individualista, ávida de preservar su lugar en la sociedad contra las variadas amenazas que siente al acecho.
Los intelectuales y periodistas del establishment se han permitido el lujo de un semifestejo del resultado «equilibrado»implícito en la diferencia de 7 u 8 puntos que se registró entre ambas candidaturas.. Macri no será presidente después de 2017, pero puede ser el jefe de una oposición fuerte, con elevada presencia en el Congreso. Con aptitudes tanto para la dura negociación como para la confrontación abierta, incluso con movilización de masas detrás suyo, como demostró en la campaña. Queda trazado un camino para una alternativa volcada a la derecha con sustento masivo. Con la recuperación en los comicios generales respecto de las PASO, no es de prever una implosión de la coalición macrista ni un desplazamiento rápido de la figura del actual presidente, como es probable hubiera ocurrido con una derrota bastante más amplia. La fuerte representación parlamentaria conseguida le permitirá entrar en una pareja negociación de todas los proyectos enviados al parlamento.
El gran capital sigue marcha adelante con su programa intacto, con el refuerzo en líneas generales el FMI: Reforma laboral, previsional y tributaria para abrir la vía al pago de una deuda externa asfixiante y satisfacer las reivindicaciones contrarias a los trabajadores a las que el frustrado «cambio cultural» de Macri no pudo cubrir. Apuestan también a continuar con la disminución del gasto público vía recortes en salud , educación, «gasto social», despidos y caída del salario de empleados del estado. La reducción del déficit fiscal aspira al trono de «política de estado» por nadie discutida. También se procura privilegiar la libre circulación de capitales y mantener la dolarización de las tarifas. El escenario se complica porque la crisis actual podría profundizarse, incluso con síntomas altamente disruptivos, como una devaluación muy acentuada del peso acompañada de una espiralización de la inflación.
Es probable que el nuevo gobierno asuma, al menos en parte, ese programa impulsado por los factores de poder locales e internacionales. No tiene un horizonte de clase distinto ni una perspectiva de cuestionamiento del orden capitalista. Tampoco cuenta con una coyuntura económica favorable como la que los «populismos» disfrutaron en los primeros años de este siglo. Más bien todo lo contrario; menores precios de los bienes exportables, recesión, enormes necesidades de financiación sin fuentes claras. La apuesta de los conglomerados empresarios es a reforzar la «moderación» de Alberto Fernández y sus aliados más directos para que no se aparten de los dictados del poder económico, junto con la neutralización de cualquier «desborde» de corrientes políticas y sociales menos confiables. La expectativa es que actúe en pos de desactivar el conflicto social y se convierta en administrador de las demandas empresariales, con las amplias herramientas que proporciona el peronismo. Sus estrechas alianzas con gobernadores, sindicalistas y tecnócratas viabilizan su postulación como actor central de una nueva ola de disciplinamiento social.
La tendencia en el pensamiento y la acción del futuro presidente parece apuntar a una «administración de lo existente» que permita la incorporación, así sea en dosis módicas, de banderas tradicionales del peronismo respecto al estímulo al mercado interno y la ampliación de las políticas sociales. Eso en el contexto del mantenimiento de la «paz social» por parte de los sindicatos y los movimientos sociales. Múltiples escollos lo esperan en ese camino.
El escenario planeado por los candidatos triunfantes, de un amplio «pacto social» que incluya a centrales empresarias, sindicalistas burocráticos e Iglesia, es preocupante para los intereses de los trabajadores. Es probable que un acuerdo de ese tipo sólo devenga en un moderado ascenso de salarios que no compense el marcado deterioro de los últimos tiempos. Y a cambio de eso legitime diversas concesiones a las patronales, incluida una reforma laboral pactada, con detalles a definir sector por sector.
En tales condiciones las clases populares se encontrarán ante un nuevo horizonte de lucha para defender sus condiciones de vida y de trabajo, sin dejar que le sigan robando la posibilidad de una vida digna. Que el futuro gobierno no vaya a profesar el credo «neoliberal» no implica que se aparte de la lógica del gran capital. Éste se encargará a diario de recordarle el «camino correcto» ante la mínima desviación.
Existen sectores en la coalición que apoyó a la fórmula de los Fernández que aspiran a un horizonte menos concesivo. Hasta ahora ocupan un lugar bastante marginal, fuera de la disputa por el poder real y por los lugares de gobierno dentro de la futura alianza gobernante. Habrá que esperar a cómo reaccionan frente a esa situación de postergación y a eventuales medidas antipopulares del nuevo gobierno.
De cualquier manera, en coincidencia con las rebeliones populares de Ecuador y Chile, se insinúa una oleada desfavorable a las políticas cuyos efectos, o mejor dicho sus propósitos, son ampliar la desigualdad, la explotación y la exclusión. En ese contexto, cada restricción que encuentre el avance de esas políticas, aún en la forma de un mero rechazo electoral, tiene un valor no desdeñable.
En este panorama, cabe interrogarnos sobre la actualidad y perspectivas de las propuestas de izquierda. La actuación electoral del Fitu fue pobre. El hecho de ser la única lista de izquierda que llegó a esta elección, acentúa el magro resultado nacional, apenas superior al 2%. Eso no quita que la votación a parlamentarios fue bastante mayor, por ejemplo la obtenida por la lista que encabezó Myriam Bregman en CABA, que estuvo cerca de obtener una banca. Esa coalición se mantiene hasta ahora como una tentativa bastante exitosa de agrupar a la izquierda trotskista, pero parece haber alcanzado un techo difícil de superar con sus solas fuerzas y tiende a mantenerse en límites sectarios, inaptos para expandirse más allá de su propio campo.
La perspectiva de formar una alternativa popular más amplia y diversa que la que hoy tiene presencia electoral, sigue en estado latente. Hoy se necesita una perspectiva feminista, comprometida en la defensa del medio ambiente y los bienes comunes, atenta a las necesidades y derechos de una clase trabajadora diversificada, segmentada y precarizada o desempleada en gran proporción. Se requiere un nuevo planteo de la tradición de izquierda y una articulación con espacios sociales y políticos que vienen de otros campos, incluido el kirhcnerismo. Todo eso articulado por una crítica radical del sistema capitalista, que reivindique una orientación socialista clara.
Las organizaciones sociales, políticas y culturales (muchas de ellas son las tres cosas a la vez) que procuran construir una izquierda innovadora, plural y no sectaria, deberían asumir el compromiso firme de generar una alternativa que, desde sus construcciones en distintos planos de la sociedad civil, pueda desplegarse en la perspectiva electoral. Por desgracia, lo que predomina hasta ahora es la fragmentación, acompañada por intentos de alianzas que resultan parciales, frágiles y efímeras.
Eso no quita importancia ni factibilidad a la tarea pendiente. Pacientes construcciones en barrios, sindicatos, escuelas y universidades, ricas experiencias de asociación, formación, trabajo autogestionado, múltiples tentativas de desarrollar experiencias autónomas en lucha cotidiana contra la represión, el aislamiento o la cooptación, todas merecen alcanzar una articulación que potencie y dé un sentido nuevo a sus luchas.
La actuación electoral no puede ser un fin en sí mismo ni convertirse en un campo de altísima prioridad, pero no puede estar ausente en una sociedad en la que «el ejercicio normal de la hegemonía» se da en el terreno parlamentario. El electoralismo es un peligro siempre presente, el abstencionismo electoral una manifestación de impotencia a menudo encubierta por pretensiones de «pureza».
El escenario permanece abierto, poblado de desafíos que exigen un salto cualitativo en nuestras capacidades.
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