Se habla mucho de “crueldad”, “perversión” o “ensañamiento” cuando se hace referencia a ciertas acciones del gobierno argentino actual. Se suele así atribuir al campo de la conformación psíquica o el temperamento ser un eje central de las políticas en curso.
Sin desechar esos factores, parece indudable que lo que preside y da coherencia a esas acciones es una lógica de clase. Y una ideología que pretende representar a la vertiente más concentrada y globalizada del empresariado capitalista. Lo que se complementa, por fuera del ámbito económico, con una agenda de retroceso en materia de género, derechos humanos, pensamiento científico y defensa de sectores postergados de cualquier origen y carácter.
Javier Milei y sus colegas de gobierno no son un mero esperpento, sino que tienen una orientación común. Y una línea de avance que puede tener profundas carencias tácticas, sin por eso perder una mirada estratégica, si se quiere tosca, pero de sentido unívoco: Todo para el capital. Con un Estado que se reduzca a su mínima expresión como forma de suprimir regulaciones y generar renovadas “oportunidades de negocios” para las grandes empresas de cualquier rubro y origen.
El “odio al Estado”
Muchas acciones u omisiones que pueden lucir a primera vista como un desatino, tal vez sean un curso de acción intencionado. Una dimensión a la que esto se aplica es respecto a los despidos de empleados en el sector público. O “eliminación” de personal como prefirió decir en una de sus conferencias de prensa el vocero presidencial Manuel Adorni
Despedir, mientras se pontifica contra los “ñoquis”, a profesionales con décadas de actuación, con tareas no sólo necesarias sino imprescindibles y una trayectoria impecable puede ser una herramienta eficaz a la hora de generar miedo. Trasmitir algo así como “tiemblen, nadie está a salvo, a cualquiera le puede tocar…” Infundir el temor, la angustiada expectativa ante un “castigo” impredecible. Sin ninguna razón aparente, ni relación comprensible con ningún hecho o situación concretas.
Detener y hasta trasladar a una cárcel a una familia entera que vendía sándwiches contiene un mensaje semejante de parálisis, aislamiento, subsunción en el terror. Se hizo en una de las manifestaciones contra la ley “bases”. De nuevo, a cualquiera le puede tocar, con previas actitudes de resistencia o sin ellas.
El nuevo ministerio a cargo de Federico Stusrzenegger ha sido dotado de amplias facultades para producir una reforma regresiva del Estado. Sturszenegger está señalado hasta por economistas liberales como dogmático e inflexible, guiado por su visión teórica, sin dar asidero suficiente a las señales generadas por el contacto con la realidad. Peligrosa actitud en cualquier tiempo y lugar. Y en particular en Argentina.
El flamante ministro propone una agenda de cambios estructurales en la administración pública y en los marcos regulatorios, al parecer autónoma de la política económica general llevada adelante por Luis Caputo. Habrá que ver si el ex colaborador de Fernando de la Rúa no termina siendo un sucesor del consultor financiero, para radicalizar la política económica aún más hacia la derecha.
La aversión a cualquier manifestación estatal que profesan Milei y algunos cruzados del ultraliberalismo que lo acompañan tiene razones bien claras.
No se trata de maldad, de mera furia destructiva, sino de un intento de reformular la relación entre Estado y sociedad en el capitalismo, no sólo en Argentina. Los escarceos del mandatario argentino con Elon Musk, Larry Fink y otros magnates de las comunicaciones y la informática apuntan en esa dirección: El mundo atendido por sus dueños.
Allí reside en parte la ambición del actual presidente de constituirse en un líder de la derecha extrema a escala planetaria. Y en conductor del primer experimento “liberal libertario” de la historia mundial, según él destinado a expandirse más allá de las fronteras.
El terreno nacional se le antoja pequeño para su actuación. Por momentos parece tomarlo como trampolín para una proyección internacional. Esto no es unidireccional, aspira también a completar su mandato y tal vez ya se encuentre pensando en su reelección. Eso en medio del diseño de una “nueva Argentina”, donde se rompa cualquier impulso redistribucionista o de diversificación de la matriz económica y se dé por tierra con la tradición peronista.
El respaldo de los de “arriba” y la reacción de los de abajo
Pese a todo, el gobierno de Javier Milei cuenta aún con amplio respaldo de grandes empresarios, economistas más o menos ortodoxos y políticos de oposición “blanda”, que le votan sus iniciativas.
Que se apoye desde allí la magnitud del ajuste y el avance de la precarización laboral, entre otras medidas antipopulares, da una pauta. La de la identificación de las clases dominantes y las elites a su servicio con un programa conservador sin atenuantes, lanzado a destruir conquistas populares con décadas de vigencia. Y derechos y libertades asentados en las normas más variadas, desde la Constitución Nacional hacia abajo.
En esas circunstancias expresiones políticas que hasta no hace tanto eran denominadas “partidos populares” se han hundido en el pantano de una derecha que no osa decir su nombre. Y no tiene ninguna alternativa frente al programa de la reacción extrema.
El peronismo se halla también en una difícil situación. Tiene que encontrar un recetario distinto al que puso en práctica desde 2015: Convocar a sus bases populares al apoyo a candidatos presidenciales cada vez más conservadores y sometidos al empresariado. Hoy se encuentra cómodo en una oposición más firme que la llamada “dialoguista”. Pero no sabe aún cómo convertir la actitud resistente en un programa de acción.
En las clases populares predomina aún el desconcierto y la rabia, asentadas en las ansias difusas de cobrarse una revancha de años de estancamiento y carencias. Asimismo anida una porfiada esperanza en que las cosas cambiarán para mejor mediante el reinado de la “antipolítica” y sus promesas fantasiosas.
Todavía no hay fuerzas políticas efectivas a la hora de trazar un camino diferente a la pesadumbre permanente, el resentimiento o la confianza a contramano en las bondades de la libertad de mercado y hasta de la “dolarización”.
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Les argentines vivimos en una sociedad fracturada y aquejada por una sensación de orfandad generalizada. Puede abrirse un escenario de catástrofe. O surgir un nuevo movimiento que rompa desde abajo con límites que hoy parecen infranqueables. Las opciones “moderadas” no parecen estar en su mejor momento.
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