Es común entre los analistas políticos de distinto cuño ideológico afirmar que la diferencia entre Milei y Villarruel radica en que él proviene del mundo financiero y, por ende, carece de cualquier anclaje en la idea de Patria, en tanto ella encarna a un ala ‘nacionalista’ y ‘malvinera’ con fuerte arraigo en las Fuerzas Armadas.
Históricamente en la Argentina existió una importante ala nacionalista de estirpe oligárquica, conservadora, clerical y anti-británica, que tuvo como voceros a talentosas y refinadas plumas que escribían habitualmente en la gran prensa de la época (La Nación, La Prensa, Crítica, etc). Dejaron una vasta obra para todo aquel interesado en la historia de las ideas de la primera mitad siglo XX. Podríamos mencionar a Carlos Ibarguren, los hermanos Irazusta, Marcelo Sánchez Sorondo, Leopoldo Lugones (en algún momento de su vida), Mario Amadeo y el cura Menvielle, entre otros destacados pensadores e intelectuales. El origen de esta corriente se remonta a las primeras décadas del pasado siglo y expresaba la reacción de las clases acomodadas a las nacientes organizaciones obreras, mayormente nutridas de inmigrantes europeos imbuidos de ideología socialista y anarquista. En sus tertulias en los salones del Jockey Club, estos caballeros profesaban un nacionalismo de etiqueta, que consistía esencialmente en repudiar la invasión foránea, reivindicar los tiempos dorados de Juan Manuel de Rosas y denostar al omnipresente demonio marxista. Rivalizaban con el liberalismo oligárquico clásico, de raíz mitrista, que ejercía una sólida hegemonía en alianza con la embajada británica. Los nacionalistas maurrasianos cifraron grandes expectativas en el fascismo italiano de Mussolini y se alinearon incondicionalmente con el franquismo durante la guerra civil española. En términos de la política doméstica eran furiosamente anti-irigoyenistas (rodearon a Uriburu en el golpe del ’30) y años más tarde anti-peronistas militantes, al punto de jugar un rol de primer orden en los bombardeos de junio del ’55 (‘viva cristo rey’) y en el golpe de septiembre que derrocó a Perón. En ambos momentos de la historia, fueron rápidamente desplazados por sus primos liberales que constituían la verdadera oligarquía terrateniente y controlaban a los altos mandos antiperonistas de las FFAA (Aramburu, Rojas, Lanusse, etc). En los ‘60 y ’70 se opusieron radicalmente a la gran ola de alza de masas que sacudió al país bajo el influjo de la revolución cubana y de la resistencia peronista. Algunos grupos juveniles del nacionalismo anticomunista giraron más tarde hacia posturas filo-peronistas e izquierdizantes y nutrieron a varias organizaciones armadas, especialmente Montoneros. A partir de los ’80 perdieron fuerza y virtualmente desaparecieron del escenario político.
La pregunta que surge tras esta breve reseña es la siguiente: ¿es posible reconocer en las raleadas huestes de militares retirados que rodean a la señora Villarruel algún atisbo de aquella vertiente político-ideológica influyente durante el siglo XX?
Si nos detenemos por un momento a analizar el discurso y la práctica de la vicepresidenta, solo puede reconocerse en su gélido tono marcial una macabra y polvorienta reivindicación del terrorismo de Estado de los ’70, envuelto en la consigna encubridora sobre ‘la verdad completa’. No hay ni el más mínimo contenido político, programático, histórico o ideológico en sus pronunciamientos públicos; no existe un proyecto de país, aunque sea elitista y reaccionario como el de los viejos nacionalistas, mucho menos desarrollista o industrialista. Jamás se la escuchó esbozar una sola crítica política a la orientación servil y rastrera hacia el poder anglosajona y el sionismo que impúdicamente expresa Milei cada vez que puede. Por el contrario, con su voto ‘orgulloso’ (así lo calificó) decidió la aprobación de la Ley Bases, un verdadero ‘estatuto legal del coloniaje’.
En tiempos de guerra mundial como el actual, en el que cada vez es más notorio que el imperialismo occidental tiende a abandonar la carta ‘derechohumanista’ que esgrimió en su enfrentamiento con el bloque soviético durante los ’80 y ‘90 y vuelve a recalentar su propaganda guerrerista, los discursos ‘anticomunistas’ y ‘antiterroristas’ de Villarruel son enteramente funcionales a los intereses del Pentágono, embarcado en la construcción de un clima de guerra de alcance planetario.
Es interesante observar que en boca de la vicepresidenta la reivindicación de Malvinas -la única divisa patriótica capaz de movilizar positivamente a las fuerzas armadas- nunca supera el plano meramente emotivo y convive sin problemas con un presidente que reivindica a Margaret Thatcher y coloca al país en el campo de la OTAN. La sedicente ‘hija de un veterano de Malvinas’ hizo mutis por el foro en cada una de las arremetidas del usurpador británico de los últimos meses (ampliación del puerto en Malvinas, explotación petrolera, visita del Canciller Cameron a las islas, etc). Cuando se trata de traer al presente el drama de los ’70, la vicepresidenta propone acciones legales inmediatas contra exmilitantes armados, en su mayoría exterminados bajo el terrorismo de Estado que ella exalta o integrados dócilmente al aparato del Estado oligárquico, como su aliada Patricia Bullrich. Por el contrario, nada concreto se le escuchó proponer hasta ahora para afectar el interés británico que ocupa nuestro territorio y saquea nuestros recursos. En ese tema, por el contrario, alienta una reconciliación entre exsoldados británicos y veteranos de Malvinas argentinos en aras de la paz. Es decir, dura, durísima con los escasos sobrevivientes de los lejanos ’70; blanda y comprensiva con los británicos que ocupan nuestras tierras y nuestros mares.
Como se deduce de lo dicho hasta acá, el ‘nacionalismo’ de Villarruel es apenas una tenue mascarada completamente desprovista de real contenido patriótico. Una retórica grandilocuente sin sustancia, puramente demagógica. Nada la une ni intelectual ni políticamente al viejo nacionalismo oligárquico que, al menos, exhibía un genuino sentimiento anti-inglés en una Argentina dependiente, que hoy se encuentra todavía más encadenada al poder occidental que en aquellos tiempos. Villarruel es apenas el ariete de un puñado de envejecidos torturadores condenados por crímenes de lesa humanidad y que buscan desesperadamente una imposible reivindicación en los prolegómenos de su desaparición física.
Fernando Cangiano. Exsoldado combatiente de Malvinas y autor del libro ‘Malvinas, la cultura de la derrota y sus mitos’ Ed Dunken, 2019.
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