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Sí, queremos «memoria completa»

Fuentes: Rebelión

La Plaza, las plazas de toda la Argentina, desbordaron de una multitud multicolor que arrasó con los viejos, pero renovados intentos negacionistas.

Sin presencia policial, es decir sin provocaciones, no hubo “incidentes”, como muchos medios gustan llamar a la brutal represión del régimen.

Cientos de miles sembraron de alegría el territorio del dolor y la resignación. Si “la esperanza es la luz que alumbra el camino”, como hoy escribió alguien que sabe del horror en carne viva, el periodista Luis Bruschtein, en las calles estuvieron quienes pueden rescatarla y protagonizar el cambio.

El gobierno miente cuando reclama “memoria completa”. Somos nosotros quienes la reclamamos desde aquel “digan que han hecho con los desaparecidos” que coreábamos en los días finales de la dictadura. O la denuncia a la “miseria planificada” para engordar a los privilegiados, que gritó Rodolfo Walsh, antes de ser asesinado.

¿Qué es “memoria completa”?

Memoria completa es juzgar, como no se hizo, a la “pata civil” de la dictadura, que en realidad fue su cerebro: el bloque dominante, ese entramado de grandes empresarios, financistas, la patronal rural o la garra imperial, los que decidieron siempre, en dictadura en forma brutal, o guardando las formas durante los gobiernos elegidos por el voto.

Siempre lo han hecho, a través de toda nuestra historia y cada vez que ven amenazados sus privilegios por el aumento y radicalización de la resistencia popular, de su propia incapacidad de encauzar la crisis que ellos mismos generan.

Ese fue el objetivo de la dictadura y es hoy el de este gobierno entreguista y represor.

Memoria completa es reivindicar a los 30.000, pero evitar el cerrojo numérico con el que nos quieren encerrar: reinstalar, con fuerza en el debate público, el plan sistemático de robo de bebés, las torturas, los cuerpos arrojados al mar en los vuelos de la muerte.

Memoria completa es gritar, como lo hizo la mayor movilización por el Nunca Más en democracia, rechazar a las actuales marionetas de los artífices de aquel marzo de 1976. Este gobierno de entrega y hambre.

Negacionismo y resistencia popular

El negacionismo que repudiamos no se reduce a los crímenes ni al ocultamiento de la pata civil de la dictadura.

Desde 1983 tuvimos gobiernos serviles de esos intereses, pero también los que dieron pasos en la búsqueda de justicia social, pero por temor o vacilaciones no fueron a fondo en los cambios para desplazarlos.

¿Por qué digo que el negacionismo no se limita a los crímenes de la dictadura y la responsabilidad civil?

¿Qué es lo que todavía falta? ¿Qué es lo que algunos niegan, otros ocultan, lo que muchos ignoran o prefirieren no ver?

Pues bien, lo que ocultan los herederos de la dictadura y no reconoce la mayoría de la dirigencia tradicional es la persistente resistencia popular.

Los herederos de la dictadura acusan -hoy como ayer- de subversiva o desestabilizante toda protesta frente al ajuste y la miseria, y encima se indignan cuando nos defendemos de la violencia represiva.

Por su parte, la dirigencia tradicional teme ser desabordada por la movilización popular.

Jamás se ha propuesto, incluso entre quienes intentaron reconocer conquistas y derechos, asumir lo que debería ser el rol principal de un partido o frente popular: promover esa movilización, coordinarla, organizarla y darle un horizonte político, que es marcar el objetivo de cambiar el poder de manos.

La otra historia

Hoy no asumen el crecimiento de la protesta social, como ayer no asumieron la resistencia a la dictadura.

La dictadura y sus herederos reducen aquella resistencia a la heroica gesta de las Madres, a las que intentaron ridiculizar con el mote de “Las locas de Plaza de Mayo”.

Aunque no lo quieran, a ellos les hacen el juego los que desconocen los hechos heroicos de miles de argentinos, por ignorancia o para ocultar su propia cobardía.

Admito la cobardía, aunque no la comparta. No fueron fáciles aquellos tiempos sangrientos. Pero rechazo a los que se paran en un banquito para señalar desde sus presuntas alturas a los que nos jugamos en aquellos años, los que aquí nos quedamos y luchamos como pudimos.

30.000 de esos luchadores fueron desaparecidos y asesinados. Otros, sobrevivimos e intentamos dar testimonio, muchas veces en medio del preciso ocultamiento de enemigos y adversarios, pero en ocasiones, también, el silencio o la indiferencia de algunos compañeros.

En mi caso, formé parte de un conjunto de dirigentes que, desde el mismo mes de marzo de 1976, reconstruimos las Juventudes Políticas en medio del terror.

Esa fue la dirección política que impulsó la reconstrucción del arrasado movimiento juvenil, desde el sindical al agrario, de los estudiantes secundarios a los universitarios, en barrios, fábricas, entre los artistas vecinalistas y deportistas.

Recuerdo aquellos primeros encuentros con compañeros peronistas, intransigentes, democristianos, socialistas y algunos radicales, en citas clandestinas o temerarios encuentros en locales partidarios, la mayoría de los cuales nos cerraban las puertas en la cara.

Al frente se puso el movimiento obrero combativo, siempre en oposición a los colaboracionistas.

En ese mismo 1976 comenzaron jornadas de enfrentamiento como el Trabajo a Tristeza, de brazos caídos, jornadas que provocaron detenciones y secuestros en los lugares de trabajo.

En 1979 creció la resistencia y se produjo la primera huelga general y comenzaron las marchas obreras a la iglesia de San Cayetano.

Paz, Pan y Trabajo” en la convocatoria pública, pero que las calles del barrio de Liniers, enfrentando la represión, la convertíamos en “Paz, Pan, Trabajo…la dictadura abajo

Esos mismos dirigentes juveniles, peronistas, comunistas, socialistas, radicales, estuvimos en los primeros encuentros de los familiares de desaparecidos en la sede de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre y, en abril de 1977, en la Plaza de Mayo, cuando nació la leyenda de las Madres del pañuelo blanco, en medio de los gases y las detenciones.

Esta movilización fue creciendo y en 1982 se unió en los combates callejeros del 30 de marzo, en la masiva movilización en la que confluyeron todas las luchas tras la convocatoria de la CGT Brasil del cervecero Saúl Ubaldini, enfrentada a la entonces cómplice CGT de Azopardo.

Muy poco se habla o se escribe, y menos se investiga acerca de estos hechos y así se desdibuja lo más trascendente: la combatividad creciente en nuestro pueblo, mucho antes de la derrota en Malvinas, que a contramano del discurso dominante, no fue el único motivo de la derrota dictatorial.

De barros, lodos y esperanzas

Han pasado 49 años y poco se dice acerca de cómo la cúpula de los partidos tradicionales contribuyó al blanqueo del horror y a generar y mantener la amplia base social que, sin duda apoyó o calló frente a la dictadura.

Nada menos que 310 dirigentes de la Union Cívica Radical fueron intendentes en aquellos años; 192 surgieron de las filas del Partido Justicialista; hubo 109 Demócrata Progresistas, 94 del Movimiento de Integración y Desarrollo, 78 de la Fuerza Federalista Popular y16 Demócrata Cristianos, para citar los más numerosos.

Esto, también, es “memoria completa”, pues estos políticos fueron los protagonistas de la primera etapa de la democracia de la derrota, la mayoría de los gobernantes y legisladores. Ellos, y casi ninguno de los que protagonizaron la resistencia combativa.

Tampoco fueron los periodistas que se plantaron, casi 200 de los cuales continúan desaparecidos. En cambio, siguen dando cátedra sobre democracia y República, editorializando en los medios gráficos y televisivos, los mismos que escribían los panegíricos de Videla, Massera o Bussi.

Aquellos lodos trajeron estos barros, dice un refrán popular.

Mirar para otro lado fue trágico en aquellos años.

Pero también lo puede ser hoy.

No solo la partidocracia tradicional, sino buena parte de la del movimiento nacional y popular miran para otro lado mientras crecen las luchas, pero aisladas, sin dirección política y muy a destiempo con la destrucción de la economía y el trabajo argentino, la miseria y el dolor de millones.

La historia está para ser contada, pero para no repetirla y –sobre todo- para cambiar el futuro.

El futuro no es una promesa abstracta: es la multitud que este 24 de marzo inundó las calles, heredera de quienes resistieron en los años más oscuros.

Le esperanza no es un deseo pasivo, sino la lucha organizada de quienes hoy enfrentan el hambre, la represión y el saqueo.

La pregunta acerca de si habrá dirigentes a la altura implica, también, interrogarnos acerca de si seremos capaces de construir, desde abajo, una fuerza política que no tema a la movilización popular ni repita los silencios cómplices del pasado.

La memoria completa no es solo recordar, sino actuar: como los jóvenes en 1976, como las Madres en 1977, como los obreros de San Cayetano.

El futuro no se mendiga, se conquista.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.