“No hay caso. La gente de La Matanza ama cagar en un tacho y caminar en calles de barro”.
La precedente frase fue pronunciada por el economista “ultraliberal” Miguel Boggiano, asesor del presidente, a modo de explicación del voto al peronismo. Fuerza política que tiene un extensísimo historial de predominio en el muy populoso municipio del Gran Buenos Aires.
El mismo domingo, antes de conocerse los primeros cómputos, había escrito en la red X: “Un mal resultado hoy siembra el miedo necesario para que todos vayan a votar y fiscalizar en octubre”.
Estas dos miradas se complementan para configurar una doble consideración despectiva acerca del voto popular. O bien lo aqueja la estupidez de apoyar a quien lo perjudica o es manipulable por obra del miedo que le inspira una corriente política a la que presume perjudicial para sus intereses. Para Boggiano no existe ni puede existir un sufragio popular dotado de alguna inteligencia. Sólo la imbecilidad de los inferiores.
Se toma de deudas sociales realmente existentes, como la falta de cloacas y la gran cantidad de calles de tierra, para fingir alguna sensibilidad social. Pero a él y otros como él la máscara se les cae enseguida: Sólo les interesa referirse a la pobreza para señalar como los mayores culpables de ella justo a quienes la padecen.
Atrocidades que no son novedad
No hay que extrañarse. Es el mismo economista que hace un tiempo sostuvo que el populismo le hacía creer falsedades a la gente. Haciendo que piensen, por ejemplo, que tienen derecho a una jubilación. Está claro, trabajadores y pobres no tienen derecho a nada, ni siquiera el de no envejecer en la miseria y el desamparo.
Su vida y su trabajo deben quedar sometidos por entero a la voluntad de los patrones. Los “benefactores” que les “dan” trabajo o se lo niegan cuando no les conviene, pueden disponer lo que se les antoje. No tienen la responsabilidad de que haya tanta gente que crea en la “aberración” de la justicia social. Son los explotados los perjudicados por no ser “emprendedores exitosos” y verse reducidos a vivir de un salario.
Estuvo lejos de ser el único que vertió expresiones en esa dirección. También pudo leerse en la red cuyo propietario es Elon Musk: “…Hace más de 20 años que viven así. Pero siempre culpan a Macri y ahora Milei, lo tienen merecido. En La Matanza se van a terminar comiendo entre sí y bien merecido lo tienen.”
Antes de eso, después del deslucido acto de campaña en Moreno, el comentarista conocido como “Tronco”, ladero de Alejandro Fantino, tildó a quienes fueron allí a manifestar contra el presidente como “…peronistas eran los 25 monos sin dientes que estaban tirando piedras”.
Manifestaciones de parecido tenor se expandieron por las redes sociales. La fuente de inspiración está clara: Odio de clase teñido de racismo. Aversión a los pobres imbuida de una carga de violencia que, si las circunstancias fueran propicias, no se detendría ante el asesinato en gran escala, como pasó más de una vez en nuestra historia.
Nada innovador en la lógica de las clases dominantes en nuestro país (y en todo el mundo capitalista, por cierto).
Ya en la primera mitad del siglo XIX el eminente constitucionalista Juan Bautista Alberdi llamaba a privar del derecho efectivo al voto a la mayoría de la población carente de propiedades. Con el propósito, explicaba, de mejor defender al derecho de propiedad de la amenaza que entrañaba otorgar el sufragio a una masa ignorante y resentida por la falta de posesiones.
Lo que hay que reconocer es que la violencia contra los explotados y marginados no es ni ha sido monopolio de ideólogos liberales y grandes propietarios. ¿Quién no ha escuchado frases de desprecio hacia los “negros” de parte incluso de “argentinos de a pie”? Quien esto escribe recuerda haber oído más de una vez la aseveración “a los negros hay que matarlos a todos”.
Para no hablar del sempiterno comentario “lo que pasa en este país es que nadie quiere trabajar” o su pariente “acá el que no trabaja es porque no quiere”.
Boggiano y“Tronco” son representativos de un sentido común reaccionario. Claro que no son meros seguidores de tal mentalidad sino que forman parte de las fuentes de ese sentido común, en tanto que profesionales de supuesto alto nivel y/o comunicadores.
El maldito peronismo
Representan los intereses de la clase que sueña con el exterminio del peronismo desde antes del 17 de octubre de 1945, que creyó conseguirlo después del golpe de septiembre de 1955 y nunca termina de digerir no haberlo logrado hasta el presente. Y que por eso se hallan convencidos de vivir en un “país de mierda” al que odian, a pesar de las enormes ganancias que obtienen en él.
La misma clase que mucho antes del advenimiento de Juan Domingo Perón quería deportar a todos los obreros que traían “ideas foráneas” sobre emancipación y socialismo en lugar de conformarse con su condición. O bien vieran al ascenso social individual como única vía de salvación y laboraran de la mañana a la noche para alcanzarla.
Una vez más, nada novedoso. Ellos están desde siempre en una guerra, abierta o solapada, contra el conjunto del pueblo argentino, aunque hoy la llamen “batalla cultural”. Fueron, son y serán partidarios activos de la desigualdad más flagrante, de la quita de derechos, de la desmovilización y la ignorancia política.
Una de las razones mayores para preocuparse en la visión desde abajo es que resulta difícil hacerles frente en ese conflicto si no hay conciencia de que existe. Son muchísimos los que no saben que sus desventuras no son producto sólo de “los políticos chorros”; fruto de la idiosincrasia nacional, o de un azar inevitable, sino de los más ricos del país.
Ante el desprecio de los poderosos se necesita la elevación de la autoestima colectiva. También el desarrollo del espíritu crítico y la disposición a la lucha convergente y politizada. Contra quienes, mal que les pese a las almas bellas del progresismo, no son adversarios de opinión dentro de un deseable “pluralismo” sino enemigos de clase.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.