El jueves se cumplieron 180 años de la ocupación militar de las Malvinas, por un barco de guerra inglés. Lejos de avenirse a discutir la cuestión de soberanía, Londres incurre en nuevas provocaciones contra la Argentina. Pocos argentinos no saben que el 3 de enero de 1833 la corbeta inglesa Clio, con su capitán Onslow, […]
El jueves se cumplieron 180 años de la ocupación militar de las Malvinas, por un barco de guerra inglés. Lejos de avenirse a discutir la cuestión de soberanía, Londres incurre en nuevas provocaciones contra la Argentina.
Pocos argentinos no saben que el 3 de enero de 1833 la corbeta inglesa Clio, con su capitán Onslow, llegó a Puerto Soledad e izó la enseña británica. Dos días más tarde, el responsable argentino, Federico Pinedo y una veintena de nacionales, pegaba la vuelta a Buenos Aires en la goleta Sarandí sin resistir ese desembarco.
Quizás se sepa menos, por razones ligadas a la sesgada historiografía argentina, que el gaucho Rivero, entrerriano, y otros siete criollos e indios, se rebelaron contra las autoridades puestas por Onslow, quien a poco de ocupar las islas se fue en busca de mayores tesoros para Su Majestad. Ese vacío de la fuerza ocupante fue aprovechada por esos peones rurales, superexplotados a los que se seguía pagando con papeles carentes de valor.
Esa peonada degolló a varias autoridades que habían quedado en la capital isleña por cuenta del imperio, algunos de nacionalidad inglesa, otros franceses, etc. Tuvieron que volver dos barcos y lidiar bastante hasta poder derrotar a los sublevados, que fueron juzgados y deportados a Montevideo. Digresión: Rivero luchó el 20 de noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado y murió peleando contra la flota anglo-francesa. Era su segunda patriada…
En este aniversario «redondo», 180, también corresponde refrescar el rol de Estados Unidos, siempre listos para secundar a sus pares londinenses en las maniobras contra Argentina, o la Confederación de aquellos años. Es que la agresión de la corbeta Clio fue anticipada por una similar, en 1831, de la fragata estadounidense Lexington, que también había arriado el pabellón nacional y reclamado por medio del cónsul estadounidense en Buenos Aires el juzgamiento del gobernador Luis M. Vernet por el horrible delito de pretender regular los derechos de pesca en las islas. Vernet había puesto obstáculos a pesqueros de bandera norteamericana, lo que originó esa reacción militar. Los norteamericanos negociaron con Londres que le darían apoyo en su reivindicación de soberanía, a cambio de las franquicias para pescar a voluntad.
La alianza de ingleses y norteamericanos contra la causa argentina no comenzó en 1982, luego de la recuperación de las islas, cuando Margaret Thatcher y Ronald Reagan hicieron tan buenas migas y el general estadounidense Alexander Haig hacía de falso mediador y verdadero espía británico. Mucho antes de eso y de la colaboración política, diplomática, de provisión de armas y de información satelital, los norteamericanos ya jugaban decididamente a favor de la Corona.
Había que ser muy tonto, como el general Leopoldo F. Galtieri, para pensar que Washington pudiera estar de su parte o a lo sumo guardar una neutralidad benévola. Era parte activa de la flota enemiga, en 1833, en 1982 y en el siglo XXI también.
Más revelaciones
El Foreing Office ha permitido la desclasificación de numerosos documentos relativos a la guerra de Malvinas, al cumplirse los treinta años de la contienda. Una advertencia, para los que creen en la supuesta transparencia del viejo imperio: aún las agencias más alineadas con su pensamiento aclararon que la quita del secreto no fue total. Muchos cables han visto postergados por otros veinte años su permitida lectura pública y muchos más directamente no tienen fecha de vencimiento de tal impedimento.
Sí pudo saberse a ciencia cierta cosas que de una forma u otra ya se conocían. Por ejemplo, que el general Haig luego de reunirse con Galtieri en abril de 1982 fue a Londres y contó con pelos y señales a Thatcher todo lo que pudo saber de los planes argentinos. Cómo habrá sido de completo su informe que del lado británico se adoptó el temperamento de retacearle alguna data propia por temor a que el ex comandante de la OTAN también lo trasladara de similar manera a Buenos Aires.
Haig siguió aconsejando a los ingleses por medio de diálogos y llamadas, hasta desde su casa, con el entonces embajador británico en EE UU.
Ahora se sabe que la decisión de hundir al ARA General Belgrano, aún navegando fuera de la «zona de exclusión» en dirección suroeste, fue adoptada por la gobernante británica y su reducido gabinete de guerra en una reunión en su residencia de fin de semana de Chequers. No fue discutida ni decidida por el el gabinete en pleno sino por la líder conservadora, el canciller Francis Pym y otros pocos colaboradores. También se conoce que en medio de la guerra hubo hipótesis de bombardear partes de Argentina continental y ocupar el sur argentino, aunque sin llegar a ser planes efectivos ni llevarse adelante. No lo hicieron por bondadosos sino por el cálculo político de que tal agresión volcaría en dirección de Argentina a más naciones y pueblos de los que ya se habían manifestado en ese sentido.
Otro aspecto que preocupaba al gobierno thatcheriano, pero sobre todo al estadounidense, fue la posibilidad de que al calor de la guerra los militares argentinos terminaran formalizando algún acuerdo político y militar con la Unión Soviética. Se alarmaron cuando, en ese tiempo, volvió a Buenos Aires después de un año de estancia en La Habana, del embajador cubano. Lo vieron como un signo de esa posible convergencia de las autoridades argentinas con Moscú.
La ligazón eventual con el bloque socialista, según la información desclasificada, también había puesto los pelos de punta al Vaticano. Juan Pablo II, furibundo anticomunista de origen polaco, creía que Thatcher debía hacer algunas concesiones relativas a las islas, con tal de preservar el alineamiento de Argentina y del resto de América Latina con los valores del «mundo occidental y cristiano».
Las Malvinas eran importantes, le habría admitido Karol Wojtyla a la primer ministra, pero no al punto de justificar una ruptura de tamaña envergadura de la región con el eje anglo-americano del que el Vaticano era parte indivisible.
Provocaciones actuales. En las semanas previas al 180º aniversario de la usurpación, la «Vieja Raposa» (así denominada por el poeta español León Felipe), incurrió en nuevas provocaciones contra Argentina.
Ya había enviado al príncipe William para cursos de instrucción militar como piloto de helicópteros a las islas, en febrero de 2012. También había realizado en las islas, en julio de ese año, ejercicios misilísticos, deplorados por la cancillería de Héctor Timerman y justificados como «de rutina» por el Foreing Office.
A mediados de agosto y hasta octubre de 2012 estuvo alrededor del archipiélago, el HMS Dauntless. Fue el primer destructor tipo 45, una serie de barcos de guerra de última generación de la Royal Navy, que visita el Atlántico Sur. El buque cuenta con misiles antiaéreos de alta tecnología, lo que dio pie a nuevas denuncias del Palacio San Martín y por la misma presidenta en Naciones Unidas, contra la militarización británica de esa zona.
En ese mismo agosto Timerman denunció a la petrolera norteamericana Noble Energy por sus tareas de exploración en el mar adyacente a las islas. Esta firma había comprado 35 por ciento de las licencias de Falkland Oil & Gas. Otra vez los socios ingleses y estadounidenses en acción contra Argentina…
En octubre hubo otros ejercicios militares ingleses en las islas, también supuestamente «rutinarios», entre el 5 y el 19 de ese mes. Previamente, en setiembre pasado, la presidenta Cristina Fernández había denunciado la falta de diálogo del Reino Unido, al hablar ante la 67º Asamblea General de la ONU. En junio pasado, ella había querido entregarle a su par David Cameron un sobre con las resoluciones de la ONU relativas al diferendo de Malvinas.
CFK no tuvo éxito, el premier británico no quiso recibir los papeles, en los pasillos de una cumbre del G-20 en Los Cabos, México. Peor aún, el conservador le reiteró que en 2013 habrá un plebiscito donde los isleños refrendarán su decisión de continuar como están, o sea lejos de la pretensión de soberanía argentina.
En la por ahora última provocación de la serie británica, promediando diciembre pasado el Foreing Office decidió bautizar como «Tierra de la Reina Isabel» a un sector antártico que Argentina considera propio. El embajador inglés en Buenos Aires, John Freeman, fue citado a la cancillería, donde el vice canciller Eduardo Zuain le entregó una nota de protesta. Allí se lee: «esta pretensión del Reino Unido demuestra, una vez más, las anacrónicas ambiciones imperialistas de ese país, lo que remonta a antiguas prácticas ya superadas, y no se condice con el espíritu de paz y cooperación que caracteriza al Sistema del Tratado Antártico».
Ayer la jefa de Estado publicó en diarios como The Guardian una solicitada donde insistió a Cameron para que devuelva las islas, ubicadas a 14.000 kilómetros del Reino Unido.
Todas esas reclamaciones son necesarias. Pero para que puedan rendir algún fruto, requieren del acompañamiento de medidas económicas que afecten a las empresas y bancos británicos radicados en Argentina. Si HSBC, Shell, Unilever, Nobleza Piccardo, Glaxo, etc, siguen tan campantes como hasta ahora, Londres no se verá urgida a negociar nada.