‘Ni llorar ni reír, comprender’ decía el filósofo Spinoza hace 4 siglos. Corresponde seguir su sabia enseñanza y reflexionar sobre el proceso de desmalvinización que caracterizó a la posguerra argentina.
Como se sabe, el término fue acuñado por primera vez por el sociólogo francés Alain Rouquier. En una visita a Buenos Aires expresó una idea que rápidamente se hizo carne en el bloque de poder dominante nacional e internacional. Dijo Rouquier que el único modo de garantizar la democracia era borrando la huella de Malvinas del imaginario nacional, especialmente en las FFAA. Lo que no dijo, y nosotros nos permitimos añadir con la humildad de un criollo al que le tocó combatir en las islas, es que esa democracia, parida por la derrota, llevaría en sus entrañas el estigma de la claudicación ante poder imperialista.
En anteriores escritos hemos analizado de que modo el desembarco en la Universidad Pública de una camada de intelectuales abatidos espiritualmente por la tragedia setentista, significó el levantamiento de un muro impenetrable para la cuestión Malvinas al punto de convertirla en un tema tabú. Dijimos que dicho fenómeno guardaba relación con un eurocentrismo congénito en la capa intelectual argentina. ‘Mentalidad colonial’ la llamaba Arturo Jauretche. Lo cierto es que arribamos en los ‘80 y ‘90 a un escenario ciertamente sorprendente, inaudito, consistente en el hecho de que en el ámbito de reflexión y debate por excelencia – la Universidad – la única guerra que libró el país en un siglo estuvo ausente por completo. Si recurrimos a los fértiles aportes teóricos de Gramsci, no resulta difícil advertir que por entonces se libró una auténtica ‘guerra de posiciones’ entre dos campos antagónicos, bajo condiciones internacionales de fuerte retroceso de los movimientos emancipatorios de la periferia.
En estas pocas líneas propondremos una mirada sobre el proceso ideológico y cultural que describimos – la desmalvinización – apelando a un enfoque en clave materialista. La teoría social moderna está hegemonizada desde hace rato por una línea ‘discursivista’ según la cual los intentos de buscar la base material que subyace ‘en última instancia’ a las controversias ideológicas constituye un pecado de ‘reduccionismo economicista’. En su lugar se impuso una extraña idea que postula la ‘autonomía de lo político’, que no es más que una forma confusa y alambicada del viejo idealismo subjetivista. Nosotros retomaremos acá una idea simple pero más iluminadora para la comprensión de la realidad histórica: exploraremos los intereses sociales que se articularon con los discursos desmalvinizadores en la posguerra.
El período histórico que transcurre entre mediados de los ’80 y fines de los ‘90 significó, en primer lugar, la consolidación de las fracciones dominantes del capital local que habían crecido al amparo de la dictadura liberal oligárquica en la década anterior. El economista Eduardo Basualdo llamó ‘oligarquías diversificadas’ a los grupos privados -algunos tradicionales, otros más recientes- que gracias al apoyo Estatal (sobreprecios en la obra pública, subsidios, créditos blandos, etc) expandieron sus actividades hasta abrazar nuevas áreas y negocios rentables (petróleo, agrario, etc). La siguiente etapa, ya en los ’90, consistió en la transnacionalización definitiva de esos grupos económico y su asociación con corporaciones multinacionales -industriales y financieras- para participar del gran negocio (estafa en realidad) de las privatizaciones. De esta manera se consolidó una nueva relación privilegiada entre la gran ‘burguesía nacional’ (Pérez Companc, Techint, Bridas, Macri, Loma Negra, etc) y el capital internacional dueño de los títulos de la deuda externa fraudulenta de la dictadura. En virtud de lo que se conoció como el Plan Brady, dichas acreencias podían rescatarse mediante la entrega de las Empresas Públicas, cosa que finalmente sucedió.
Ese proceso que describimos de un modo muy general constituyó el núcleo central de la nueva configuración del poder económico que ejercería un dominio creciente de la escena económica en las siguientes décadas. Una ‘comunidad de negocios’ en donde convergieron los grupos económicos locales con los acreedores extranjeros y operadores, también foráneos, en diversas ramas productivas y de servicios.
Resulta evidente que la cuestión Malvinas, con la carga de contenido patriótico, popular y latinoamericanista que evocaba, estaba lejos de atraer a los barones del poder constituido, ávidos de apropiarse del botín de las Empresas Públicas. Era imprescindible desalojarlo drásticamente de la conciencia nacional. Una representación de la guerra que pusiera hincapié en su naturaleza anticolonial era poco favorable a quienes tramaban una asociación de negocios con conglomerados provenientes de países hostiles o directamente aliados al invasor, cuando no con invasor mismo. A partir de los acuerdos de Madrid I y II (vigentes al día de hoy) se removieron todos los obstáculos que impedían la actividad económica con Gran Bretaña lo que en la práctica significó el ingreso de capitales ingleses al negocio del gas, petróleo, telecomunicaciones, etc, y hasta la apropiación de tierras, como las del magnate inglés Joe Lewis en el sur del país.
Como parte de esta trama neo-colonial debe entenderse objetivamente –es decir, por encima de la voluntad de sus actores- la ofensiva ideológica desmalvinizadora que tuvo de protagonista a un sector mayoritaria de la intelectualidad ‘progresista’ encaramada en la Universidad Pública. La ‘batalla de ideas’ se conecta de ese modo con las realidades ‘materiales’ que se encuentran en la base de las disputas, en apariencia ‘ideológicas’. Lo que queremos decir es, ni más ni menos, que cuando se discutía si Malvinas era una ‘gesta patriótica’ o ‘una aventura irresponsable’ durante los ‘80 y ‘90, lo que estaba en debate era toda una perspectiva de país y de futuro que iba mucho más allá de la soberanía de las islas mismas. Creemos que esta manera de abordar el período histórico posterior a la guerra nos permite comprender el engendro de la ‘desmalvinización’ que los veteranos de guerra y los familiares de los caídos denunciaron sin descanso desde los primeros años de la posguerra.
Fernando Cangiano es exsoldado combatiente de Malvinas e integrante del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina
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