Como si el destino hubiera jugado una mala pasada, a pocos días de conmemorarse cuatro décadas de la gesta malvinera, la Cámara de Diputados aprobó el acuerdo con el FMI que compromete el futuro de varias generaciones de argentinos.
Pronto lo aprobará también el Senado de la Nación, algunos de cuyos representantes seguramente votarán con una pizca de pudor y elocuentes discursos auto-justificatorios. ‘Cretinismo parlamentario’ llamaba Carlos Marx a esta clase de espectáculos teatrales hace un siglo y medio. Concluirá el trámite ‘republicano’ con la firma del Poder Ejecutivo y, por último, el gancho definitivo del Directorio del Fondo. Podría ocurrir (el diablo está en los detalles) que la aprobación final se produzca el mismísimo 2 de abril, lo que le daría al acto un ribete verdaderamente grotesco.
El acuerdo consagra revisiones trimestrales de las principales variables económicas por parte del FMI, a escrutinio de las cuales se habilitarán sucesivos préstamos en moneda dura. Estamos, en consecuencia, frente a un cogobierno de facto de ese organismo que, como se sabe, es el brazo financiero de las grandes potencias, en particular EE. UU y Gran Bretaña, nuestros enemigos en Malvinas.
Difícil imaginar un sendero más penoso para el régimen político que gobierna desde ’83 y que hizo de la ‘desmalvinización’ del país un boleto de entrada a la ‘modernidad’. Muchos de sus más conspicuos representantes preconizan desde hace rato un seguidismo ciego a las potencias imperialistas, embelleciendo ese ‘servilismo voluntario’ con cantos de sirena en favor del ‘mercado’ y su magia redentora. Otros, menos desvergonzados – entre los cuales se encuentran una buena cantidad de ‘nacionales y populares’ – nos vienen explicando pacientemente que ‘otro mundo es imposible’ y que no hay forma de escapar a la sumisión pues, si lo intentáramos, sobrevendrían inimaginables catástrofes. ¿Cuántas veces escuchamos los mismos discursos en estos 40 años?
Pero lo único irrefutablemente verdadero es que la Argentina tenía en 1975 un 5% de pobres, pleno empleo y podía enorgullecerse de ser el país latinoamericano con mayor calidad de vida y mejores índices de igualdad social. Los Servicios Públicos estaban íntegramente en manos del Estado, la clase trabajadora se encontraba ampliamente sindicalizada, la educación pública comprendía al 80 o 90% del universo juvenil, la deuda externa no era un problema y la economía se encontraba férreamente regulada para garantizar cierto equilibrio en la distribución del ingreso. Había problemas, claro, pero era un país vivible.
El largo y tortuoso proceso de decadencia nacional -que arrancó con la dictadura oligárquica en 1976- tuvo en la derrota militar en Malvinas y la subsiguiente derrota cultural e ideológica en la posguerra, una condición necesaria para el reforzamiento de la dependencia nacional de los centros mundiales de poder. ‘Disciplinamiento del incorregible’ llamó con tono académico el sociólogo Edgardo Manero al ‘efecto pedagógico’ de la derrota. ‘Desmalvinización’ fue la expresión usada por veteranos de guerra para retratar ese nefasto estado de indefensión nacional y sometimiento espiritual que azotó como una peste a la sociedad en los ’80 y ’90.
Pero ¿qué significó desmalvinizar la Argentina y cómo pudo influir ese fenómeno en la progresiva pérdida de soberanía en todas las dimensiones de la vida nacional?
No fue otra cosa que la utilización de todos los dispositivos del poder dominante -medios, universidades, producciones artísticas, etc- para imponer un clima de época, un mapa cognitivo, un ‘sentido común’ construido, caracterizado por la pérdida de confianza en nosotros mismos (el peor de los estragos causado por los desmalvinizadores pues operó sobre la voluntad, quebrantándola), una alienante exaltación de toda mercancías material e intelectual proveniente del Norte, un rechazo explícito o implícito a nuestros hermanos latinoamericanos y un individualismo deshumanizante que disolvió los lazos sociales. Estos rasgos, constitutivos del credo neoliberal hegemónico, solo pudieron colonizar nuestras mentes doblegando previamente la llama encendida hace 40 años en Malvinas. Porque más allá de las oscuras intenciones de la dictadura liberal-oligárquica o de cualquier otra consideración crítica sobre la guerra, ¿qué fue Malvinas sino la decisión colectiva de ponernos de pie con gallardía para hacer valer lo que es nuestro?
Los efectos ‘pedagógicos’ de la desmalvinización tenían un objetivo claro que muchos pensadores bienintencionados no alcanzaron a advertir o prefirieron no ver. Se trataba de crear las condiciones espirituales para doblegar al país ante los poderes mundiales y sus instituciones (FMI, Banco Mundial, etc). Lo demás vino por añadidura (privatizaciones, desigualdad, pérdida de derechos, etc).
Escucharemos en los próximos días y semanas una avalancha de discursos grandilocuentes exaltando a la Patria. Una retórica conmovedora hará vibrar nuestros corazones y la memoria imperecedera de los compañeros caídos nublará otra vez de emoción nuestras miradas. Pero nada de eso podrá ocultar el hecho penoso de que se acaba de firmar un acuerdo que dañará nuestra autonomía nacional de un modo tan profundo y duradero que obligará a las futuras generaciones a recobrar el espíritu malvinero del 2 de abril para revertirlo.
Fernando Cangiano es exsoldado combatiente de la guerra de Malvinas e integrante del Espacio de Reflexión La Malvinidad de Argentina
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