Dentro de pocos meses, en octubre, la pareja de gobernantes argentinos que hoy visita México cambiará de roles: ella será la mandamás, y él primer caballero. Un monero del diario Página 12, de Buenos Aires, muestra al presidente Néstor Kirchner afligido, dirigiéndose a su esposa Cristina: «¿y ahora, qué voy a hacer?». Y ella: «no […]
Dentro de pocos meses, en octubre, la pareja de gobernantes argentinos que hoy visita México cambiará de roles: ella será la mandamás, y él primer caballero. Un monero del diario Página 12, de Buenos Aires, muestra al presidente Néstor Kirchner afligido, dirigiéndose a su esposa Cristina: «¿y ahora, qué voy a hacer?». Y ella: «no te preocupés, en el freezer quedan milanesas congeladas para cinco años».
¿Cuántas parejas del mundo pueden ufanarse de algo similar? ¿Isabel II y el bobo Felipe de Edimburgo, o Isabel Martínez de Perón, presidenta por viudez? No hay precedente. En la generación de los Kirchner, 80 por ciento de las parejas se han divorciado y las restantes tratan, como en el tango, que un juramento no sea mañana una traición.
Moraleja uno: hay que ser fiel. Moraleja dos: habrá Kirchner para rato. Así es que, analistas de la diestra y la siniestra emplumada, tenéis por delante un largo periodo para ensayar categorizaciones y floridos adjetivos a granel. Porque él ha demostrado ser más inteligente que el príncipe Felipe, y ella se sitúa en las antípodas de la esperpéntica Isabel Perón.
La reivindicación política de las juventudes argentinas que cayeron en la lucha, el histórico coraje de ambos mirando de frente y condenando a los asesinos y torturadores más grandes de su pueblo, y el conflictivo señalamiento de los sectores de la sociedad que fueron cómplices del genocidio, me exime de más comentarios.
Sentada la premisa, paso a revisar la interesante entrevista de este diario con el señor hablantín que oficia de embajador de Argentina en México. ¿Qué Perón habría dicho que «en política exterior no hay diferencias ideológicas, sino intereses comunes de los pueblos»? ( La Jornada , 28/07/07) He leído algunos textos fundamentales de Perón, y trato de recordar en cuál lo dijo.
Es posible. Perón decía tantas cosas… Sin embargo, los diplomáticos de carrera (y el de marras no lo es) se forman en el difícil arte de no decir tonterías o, a falta de más, de expresarlas con gracia y estilo. Lo primero que aprenden es que diplomacia y política exterior no son sinónimos de política a secas.
Entonces, y fuera de lo que no viene al caso (las «diferencias ideológicas»), la política exterior de un país compete a los intereses comunes de los Estados, y no «de los pueblos». De los pueblos se encargan los políticos, única especie viviente a salvo del cambio climático.
Tales lapsus ocurren cuando un Estado carece de política exterior. Por ejemplo, hasta la noche triste en que el hijo de uno de los más grandes secretarios de Relaciones Exteriores de México fue nombrado canciller, en las misiones diplomáticas de este país circulaban funcionarios cultos y experimentados que proyectaban con fuerza los múltiples matices del Estado y la cultura mexicana. Quien alternaba con un diplomático mexicano de carrera o no (me consta) aprendía y se crecía.
Argentina, en cambio, lleva cuando menos 40 años en que sus embajadas son premios, castigos, aguantaderos de políticos, nichos de empleo, o agencias para vender el país. En el decenio de 1970, predominaron los cómplices y voceros del terrorismo de Estado; en el de 1980, los fundamentalistas de la democracia; en el de 1990, los corredores de bolsa y los gánsters que gritaban: Argentina se vende. Excepciones dignísimas, las hubo y las hay. Pero acá no nos referimos a cuates, salvedades o allegados del poder de turno.
Creo que la futura presidenta de los argentinos, partidaria de la integración latinoamericana (que sería catastrófico asociar con «unanimidad panamericana», y de esto sí advirtió Perón en su visita a Chile en 1953), entenderá mi cálido mensaje: hay que reformular con seriedad la política exterior argentina, restructurar a fondo su cuerpo diplomático, y reinsertarla en el espacio que por gravitación natural le corresponde: la América de San Martín, Bolívar, Juárez y Martí.
Ya basta de una política exterior que entre países parejamente desmantelados, hundidos y saqueados por los grandes capitales imperialistas compiten en «liderazgos» entre sí.
Ya basta de diplomáticos que festejan el crecimiento en el intercambio automotriz y los biocombustibles, y a continuación aseguran que el medio ambiente, la pobreza, y la educación de «calidad» (inglés + computación), son prioridad.
Ya basta de lenguajes estandarizados, y a tono con el guión de eufemismos y las prioridades de los «países-más-avanzados».
Ya basta de Estados, gobiernos y políticos que subestiman y toman de estúpidos a los pueblos latinoamericanos.