«La política es hoy la única grande actividad creadora. Es la realización de un inmenso ideal humano. La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria. Y la verdad de nuestra época es la Revolución. La revolución que era para los pobres no sólo la conquista del pan, sino también la conquista de […]
«La política es hoy la única grande actividad creadora. Es la realización de un inmenso ideal humano. La política se ennoblece, se dignifica, se eleva cuando es revolucionaria. Y la verdad de nuestra época es la Revolución. La revolución que era para los pobres no sólo la conquista del pan, sino también la conquista de la belleza, del arte, del pensamiento y de todas las complacencias del espíritu.»
Mariátegui
Pensar en las jornadas del 19 y 20 de Diciembre de 2001 nos remite a ese hilo histórico que conecta las luchas de nuestro pueblo: las resistencias de los pueblos originarios, la reforma de 1918, el Cordobazo y el Viborazo, por mencionar algunos hitos de nuestra memoria colectiva. Y hablar de memoria colectiva implica abonar a la recuperación de aquellos mitos que nos devuelven el encantamiento del mundo. Encantamiento -en términos de Mariátegui- como aquello que nos hace creer que la transformación de nuestra sociedad no solo es necesaria sino posible. Nuestros mitos están llenos de barricadas, de piquetes, de asambleas, de poder popular que pese a todos los intentos de sepultarlos se resignifican en cada generación que nace.
Las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, no son un hecho aislado en la historia de nuestro pueblo. No podemos dejar de entenderlas como la expresión más clara de un BASTA a un proyecto de país que se implementa en 1976 con la dictadura militar. Desde allí, el dominio de la economía lo vienen ejerciendo los sectores financieros: un plan implementado primero a sangre y fuego, que luego se fue aggiornando a las «transiciones democráticas».
En la década de los 90, a partir de las crisis que se suscitaron, el plan se profundizó y la resistencia también. Los capitalistas y el gobierno de turno devastaron nuestros suelos; aniquilaron nuestros ferrocarriles; privatizaron los servicios básicos; flexibilizaron las leyes laborales; aumentaron la desocupación y con ello el hambre y la pobreza; también la deuda externa; regalaron la plata de nuestros viejos; vendieron nuestro país al mejor postor extranjero.
Pero esto no fue sin resistencia del pueblo. En este período se dieron un sin número de experiencias de lucha a lo largo de nuestro país con huelgas generales y movilizaciones como las puebladas de plaza Huincul, Cutral Co y las de Mosconi, entre tantas.
En Córdoba, en 1995 cuando era gobernador Mestre, se desarrolló en el ámbito docente una huelga por tiempo indeterminado, que recibió el apoyo de toda la población. Se llevó a cabo la «marcha de los 60.000» donde participaron docentes, no docentes, estudiantes y padres, de los sectores universitarios, terciarios y secundarios. Varios meses los recibos de sueldo de los y las docentes venían a cero, incidiendo en los hogares de cada uno de ellos y aún así la lucha continuaba y la resistencia persistía. Será porque también circulaba la camaradería y el compañerismo generándose fondos de huelgas que contribuyeron en la cotidianeidad de esas familias. Será porque a pesar de la explotación y la opresión se entonaba «cantando al sol como la cigarra, después de un año bajo la tierra, igual que un sobreviviente, que vuelve de la guerra…»
Este proceso tuvo un carácter masivo y multisectorial, utilizando como método de protesta el corte de ruta y como forma de toma de decisiones, la asamblea popular. Los reclamos apuntaban a visibilizar la situación de pobreza en que se encontraba sumida la mayoría de la población; a denunciar la inacción de las autoridades ante la falta de alternativas laborales y su complicidad con el proceso privatizador; a cuestionar la burocratización de los órganos políticos; a demandar reivindicaciones sociales y culturales. Todos estos hechos fueron abonando los enfrentamientos de diciembre del 2001. Sin embargo se trataba de luchas aisladas, fragmentadas y dispersas.
Por suerte tuvimos nuestra primera gran revancha con una historia que se nos había mostrado bastante adversa. El 19 y 20 de diciembre la gente salió a la calle para oponerse a la institucionalidad vigente. Se realizaron marchas, piquetes, saqueos y se comenzó a dar la lucha cuerpo a cuerpo contra la represión policial en varias provincias de nuestro país. Más tarde, al no poder contener esta situación, De la Rúa renunciaba dejando en la memoria de nuestro pueblo la imagen del helicóptero huyendo de la Casa Rosada. El rechazo a la denominada «clase política» se hizo generalizado y la consigna del «Que se vayan todos» se hizo carne en todas las organizaciones populares. El repudio masivo al conjunto de los políticos y partidos tradicionales, así como a algunos de los pilares institucionales del régimen, como el Parlamento y la Corte Suprema de Justicia, junto al cuestionamiento al FMI y a las grandes empresas, fueron las premisas principales de los reclamos populares.
Si bien la Izquierda en su conjunto quedó al margen de ese cuestionamiento y muchos de sus referentes se posicionaron en la lucha, no fue suficiente para canalizar la protesta popular en un proyecto político emancipador integral. Muchas organizaciones políticas y movimientos sociales quedaron sorprendidas ante aquel hecho y no pudieron o no supieron cómo potenciar esa fuerza que se expresaba en las calles, en una alternativa con capacidad de transformación radical. Y ya la historia nos ha demostrado que si los partidos tradicionales entran en crisis, los poderosos se las arreglan para inventar otro, con un matiz de honestidad, de popular, pero el sistema queda intacto. La política no acepta vacíos de poder, los espacios son siempre ocupados.
Esto sucedió con Kirchner, que vino de la mano de Duhalde, basándose en una política de cooptación y apropiándose de muchas de las banderas de la resistencia de los 90, para lavarse la cara. No había posibilidad de seguir manteniendo a los viejos títeres. Había que poner otros más suavizados que garantizaran el reciclaje del sistema. Los capitalistas y el nuevo gobierno de turno se las ingeniaron para continuar con el plan. Así, con algunas medidas seudo progresistas pregonaban que se trataba de otro proyecto de país.
Pero hoy ya todo va quedando más claro. Lo que se busca es el «capitalismo serio». Esto implica -según explicó recientemente la presidenta a lo más granado del empresariado- que las ganancias empresarias se puedan seguir sacando del país; que se rechace el proyecto de reparto de ganancias a los trabajadores de la CGT; que las paritarias deban ser tomadas por los trabajadores con mucha «responsabilidad» y sin pedir aumentos salariales; que las empresas públicas deban achicarse; que se mejoren las relaciones con Estados Unidos y pagar la deuda al Club de París. Y si esto llegase a generar algún conflicto el plan incluye un mejoramiento del aparato represivo que significa perfeccionar la ley antiterrorista; suprimir las personerías gremiales; perseguir judicialmente a los dirigentes clasistas del movimiento obrero; asesinar a luchadores a través de fuerzas represivas y paramilitares.
Afortunadamente también hay otro plan. Desde lo más profundo de nuestra Argentina, hay un pueblo que resiste y lucha incansablemente. Hay un incipiente sindicalismo clasista que desde las bases lucha contra la burocracia. Hay un estudiantado en pie que se ha asumido sujeto histórico. Hay un movimiento cultural que ha recuperado la identidad de nuestro pueblo. Hay un feminismo inconveniente y organizaciones LGTB que luchan contra el patriarcado. Hay pueblos originarios que defienden su cultura y su tierra. Hay movimientos campesinos que preservan su lugar y su trabajo. Desde allí, recuperando lo más valioso de nuestro pueblo, los trabajadores y las trabajadoras tenemos la oportunidad de tejer ese hilo histórico para construir una alternativa emancipatoria. Consolidar una herramienta política que aúne las luchas, configurándose en sujeto colectivo que impulse un proyecto antiimperialista, socialista y antipatriarcal, con capacidad de confrontación real y de disputa de poder.
Para ello resulta fundamental desarrollar una estrategia que difunda la praxis socialista, que contribuya a generar otra hegemonía donde las personas nos encontremos desde la hermandad y la confraternidad, creando una mística revolucionaria que haga tangible el socialismo. Y además es necesario prepararnos para ser gobierno. Formarnos para dirigir la economía, la salud, la educación y organizarnos para la participación en una democracia directa que defienda ese poder construido. En síntesis, es necesario prepararse para sustituir el poder burgués por un poder revolucionario.
A 10 años del 2001 sabemos que hacer tambalear el sistema es posible. Es necesaria una propuesta socialista que se construya desde hoy, para derrocarlo.
Paola Gaitán. Miembro de la Cátedra Che Guevara Córdoba.
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