Fueron hechos históricos los del 19 y 20 de diciembre de 2001. Impactaron sobre la sociedad y la política, promoviendo cambios. La justicia aplazada: recién a mediados de 2012 juzgará a pocos responsables de tanta muerte.
Los argentinos suelen ser exagerados. Es frecuente que le peguen la etiqueta de «histórico» a algo y digan que marcó un antes y un después. Generalmente el suceso era extraordinario, apenas sobresalía de lo normal.
En cambio lo que ocurrió el 19 y 20 de diciembre se ganó con creces ese calificativo. Como otros de esa índole, no brotó terminado de un día para el otro. No fueron un rayo en una noche absolutamente pacífica. El Argentinazo de 2001 tuvo una rica acumulación de bronca por muertes, desempleo e injusticias. Hubo muchos borradores de luchas que por fin se pasaron en limpio. Fue un salto cualitativo de rebeliones inferiores que de golpe se hicieron una superlativa. Se puede decir que la gran pueblada argentina no nació ese día; tuvo muchas pariciones, con dolor, como la aparición del movimiento piquetero cortando rutas en Cutral-Co, Plaza Huincul, General Mosconi y Tartagal, poniéndole el pecho a las balas policiales y de Gendarmería.
Como todo movimiento popular, aquél tuvo en el momento justo una amplia participación social. Walter Isaía y Manuel Barrientos, que editaron «Los autores de 2001. Relatos de la crisis que cambió la Argentina», declararon: «fue un momento de una movilización social impresionantemente masiva, inorgánica, sin banderas. Una de las primeras veces que nuestra generación, nacida durante la dictadura, crecida en el alfonsinismo y el menemismo, veía y vivía algo así».
Cabría subrayar esa referencia a lo inorgánico y sin banderas, porque allí está una de las explicaciones de que el movimiento empezara a decaer, dos o tres años más tarde. Sobre la masividad, Martín Azcurra afirma en Marcha Digital que el día 19 salieron a la calle 800.000 personas en la Capital Federal, en un radio de 600 manzanas. Y que hasta la mañana del 20 siguieron resistiendo unas 30.000 personas, que se convirtieron en 150.00 a lo largo de la jornada, a pesar del Estado de Sitio y la represión policial.
Ciertas o no esas cifras, hubo una notable participación popular en las calles. La represión terminó potenciándola.
¿De dónde salía tanta gente? Fernando de la Rúa fue un maestro en eso de unificar a multitudes en su contra. A pocos días de asumir el gobierno en 1999 había dado orden de reprimir a la Gendarmería sobre el puente que une Corrientes y Resistencia, con el saldo de dos muertos. Luego, en economía, fue aplicando ajuste tras ajuste, subordinándose a los paquetes decididos por el FMI, con «blindaje» y «megacanje». Eso recortó salarios y jubilaciones, amén de tijeretazos impiadosos en las partidas sociales. El balbinista de derecha terminó de poner el moño a tanto modelo neliberal con un «corralito bancario» que permitió a los bancos pisar los depósitos y ahorros. Fue la última gota de combustible para un país incendiado.
El estallido
Como reflejo del odio que crecía en la población contra el gobierno y la «clase política» en general, en las elecciones parlamentarias de octubre de 2001, un 25 por ciento usó el «voto bronca». Esa forma de votar se ubicó en el segundo lugar de las preferencias en muchos distritos.
La llegada de Domingo Cavallo a Economía desquició la política del oficialismo. En los papeles se puede diferenciar sin dificultades lo que es una dictadura militar de un gobierno peronista y otro radical. Pero a esa altura del 2001 todo parecía igual: Cavallo había sido presidente del Banco Central con el proceso militar, canciller y ministro de la convertibilidad de Carlos Menem, y finalmente superministro del súper ajuste de la Alianza.
Los argentinos tropezaban tres veces con la misma piedra de la Fundación Mediterránea y Arcor. La tercera fue la vencida. Luego de una oportuna partida a dar charlas al exterior y ganar buena plata dando clases sobre qué hacer con la economía, «Mingo» volvió destruido a su piso de avenida Libertador. Estaba tan piltrafa como los países del Primer Mundo a los que «bajó línea» en sus universidades, fundaciones y centrales empresarias.
Laura Capriata reporteó a De la Rúa («La Nación», 18/12) y le preguntó si estaba arrepentido de haber nombrado al mediterráneo. «No, para nada. Venía pedido por la gente, por mi partido, por Chacho. Todo el mundo quería que se fuera López Murphy. Y yo ya le había ofrecido el cargo a un montón y nadie aceptaba», fue su respuesta.
El plomo policial hizo la otra parte de la indignada protesta. Respecto al Estado de Sitio, el ex presidente explicó en esa nota que él no lo quería pero que lo convencieron el ministro del Interior Ramón Mestre y el jefe de gabinete Chrystian Colombo.
¿Cuántas personas murieron? Capriata dice «más de 30», Azcurra afirma que «en apenas 24 horas se produjeron 38 muertos y más de 4.500 detenidos en todo el país». Otras crónicas elevan la cifra a 39 fallecidos. La mayoría de esos crímenes fueron por balas policiales y de custodios policiales y militares retirados de entidades bancarias (HBSC de Avenida de Mayo), etc.
De la Rúa, en el reportaje citado, tiene el cinismo de seguir poniendo en duda la cantidad de fallecidos y defendiendo a la institución policial. «En la causa figuran cinco muertos en Plaza de Mayo, pero murieron en los alrededores, y no está probado que fuera por responsabilidad policial», declaró.
En Santa Fe fueron ultimados 9 personas por la policía de Carlos Reutemann y en Córdoba un niño, David Moreno, por la de José M. De la Sota. Las balas no fueron de un calibre radical sino bipartidista…
Justo cuando la caldera estaba a punto de estallar, la centroizquierda del FRENAPO, Lilita Carrió incluida, juntaba votos para una propuesta contra la pobreza. La votación culminó el 17 de diciembre y dijeron juntar 3 millones de votos. Cuarenta y ocho horas más tarde, varias decenas de miles votaban con los pies y tiraron piedras. Fueron más efectivos.
Frutos y límites
Está a la vista que no se fueron todos, como clamaban tantas gargantas y puños levantados en esas barricadas y escraches de 2001. Pero varios debieron jubilarse y los que perduraron, como la momia que en vida se llamaba Carlos Menem, son una sombra de lo que fueron. Cavallo, De la Rúa, María Julia Alsogaray, Ricardo López Murphy, José Luis Machinea y otros políticos de actuación en esos años, fueron empujados al retiro. Otros como Duhalde cayeron en el ridículo.
Eso también se le debe a los sucesos de ese diciembre. Sus protagonistas votaron con hechos una renovación política y en ese sentido el kirchnerismo sería un subproducto de la rebelión. Se benefició con ese movimiento que echó a los más desprestigiados y dio espacio a cambios políticos y sociales, en la Justicia, los medios de comunicación, etc.
«Piquetes y cacerolas la lucha es una sola» se oía en esas noches de interminables asambleas barriales y demandas de quienes parecían asaltar el cielo con sus cacerolas. Estas también sonaron en 2002 en Río Gallegos y no tuvieron precisamente buena acogida en el gobernador Kirchner. Pero a partir de 2003, esta historia argentina casquivana y sorprendente, ofreció al santacruceño la posibilidad de encabezar un gobierno que en varios tópicos cortó con lo anterior. Fue así, aunque viniera apadrinado por «el Padrino», dinera Cristina Fernández en el teatro de La Plata en 2005.
Finalizado el corralito, los piquetes fueron por un lado y las cacerolas por el otro. Los monopolios Techint y Clarín se favorecieron por la pesificación asimétrica impulsada por De Mendiguren, el ministro de la Producción duhaldista. Hoy el «Vasco» preside la UIA y goza de la simpatía de la presidenta. En cambio Clarín está en la furiosa oposición y Paolo Rocca no tanto, va y viene como el dinero y la política.
No hubo revolución, pero eso no autoriza a la lapidaria expresión que alguna vez tuvo el excelente periodista que es Eduardo Aliverti: «no se tomó el poder ni en la verdulería del barrio». Hubo frutos importantes como las 250 fábricas recuperadas con 20.000 obreros, con las emblemáticas Fasinpat (ex Zanón), el BAUEN Hotel y la Clínica Junín.
Duele sí que recién en junio de 2012 comience el juicio por las cinco muertes y los 177 lesionados de la Capital. El TOF 6 de Rodrigo Giménez Uriburu, Miguel Pons y José Martínez Sobrino juzgará al comisario Orlando Oliverio por la muerte de Márquez, al teniente coronel retirado Jorge Varando por la de Benedetto, y a otros policías.
Sobreseído por Claudio Bonadío, De la Rúa no estará en el banquillo de los acusados. Esa es la mala noticia. Igual de mala que los bancos, los que debieron blindarse ante los golpes de martillo de los ahorristas, ahora ganen fortunas y fuguen miles de millones de dólares al extranjero.