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Acerca de la escuela en tiempos de crisis y reformas…

Fuentes: Rebelión

En Argentina, estamos en la antesala de un colapso económico. No fueron errores o mala suerte, sino un plan perpetrado por financistas, banqueros y especuladores. Sus nombres y rostros son para la inmensa mayoría de nosotros una auténtica incógnita, pero son invocados incesantemente por los medios de comunicación bajo la abstracta noción del «mercado». Las […]

En Argentina, estamos en la antesala de un colapso económico. No fueron errores o mala suerte, sino un plan perpetrado por financistas, banqueros y especuladores. Sus nombres y rostros son para la inmensa mayoría de nosotros una auténtica incógnita, pero son invocados incesantemente por los medios de comunicación bajo la abstracta noción del «mercado». Las riendas económicas son digitadas enteramente por el FMI y sus personeros locales, que exigen reformas contrarias a los intereses de los trabajadores, como la laboral y la previsional. Salvando algunas excepciones dignas de resistencia, en general no se ve una respuesta contundente que el momento histórico demanda: las centrales obreras y los movimientos sociales tienen reacciones espasmódicas, cuando no directamente han claudicado a una alternativa de lucha real; muchas de ellas sufren el descrédito de tener una conducta verdaderamente incoherente, pro patronal y corrupta.

Operan sobre nosotros inmensos mecanismos de colonización de la subjetividad que confunden, tergiversan y doblegan los ánimos más contestatarios; el aparato comunicacional ha construido un discurso demonizador y de descrédito de los reclamos, cuya consecuencia directa es profundizar las rupturas entre la clase trabajadora y fortalecer la cultura de la derrota, la resignación y el conformismo.

Mientras tanto la educación se desangra al ritmo de la timba financiera y las corridas cambiarias. Eso se visualiza no solo en el de por sí devaluado presupuesto educativo y los magros salarios a los trabajadores de la educación, sino también en la degradación de la cualidad de la enseñanza y el aprendizaje. Los gobiernos se empeñan en mostrar estadísticas amañadas en uno otro aspecto. Sin embargo, el rumbo es incierto y desesperanzador para las mayorías populares porque esa escuela garantiza la reproducción de las matrices de la desigualdad (cosa que satisface al capital), aunque innegable y contradictoriamente le seguimos reconociendo como espacio clave que abra horizontes y brinde instancias de superación.

Hace tiempo hemos dejado de preguntarnos cuál es el sentido de lo que hacemos. La escuela transita por la inercia burocrática que le imprimimos sus actores; venimos perdiendo la noción de la crítica y la autocrítica, del debate y la acción. Lamentablemente «criticar» hoy se ha vuelto sinónimo de mala intención, de cizaña, de «malas fibras».

Esta breve caracterización es nodal para trazar el marco en el que se inscribe el proceso de reforma que estamos transitando. Astutamente, el proceso se desarrolla dosificado, más avanzado en algunas jurisdicciones como Río Negro, Capital Federal o Jujuy, más ralentizado en otras como la nuestra. Por el momento aquí en Misiones está ingresando a través de los proyectos Secundaria 2030, de las capacitaciones de formación situada y del rosario de cursos de educación emocional. Para el 2025 debe estar universalmente implementado, y sin necesidad de tocar un ápice de la Ley de Educación Nacional 26.206: mal que le pese a muchos, la ley del kirchnerismo le dio el pie a la puesta en marcha de este proceso que intentaremos someramente desmenuzar. Nada bueno puede esperarse de todo esto…

Esta reforma educativa que se está imponiendo no es una más. No solo busca amoldar la educación a los nuevos parámetros globales del capital, lo que redunda en la fórmula saber solamente para producir excluyendo a las amplias mayorías, sino que viene a reestructurar la organización escolar, curricular, pedagógica y laboral tal como la conocemos. No lo dice quien escribe estas líneas, sino que esto se explicita en documentos y discursos de funcionarios y pedagogos. No es menor que gran parte del plantel de conducción del gobierno educativo es también representante de empresas que producen servicios educativos, como Gabriel Sánchez Zinny, ministro de Educación de la Provincia de Buenos Aires y representante de Pearson en Argentina, empresa que elabora las pruebas PISA.

En relación a la dimensión curricular y pedagógica, lo central hoy no es saber dialogalmente desde las propias condiciones de vida, sino tener habilidades según las necesidades del mercado. Según esta lógica, los conocimientos tienen fecha de vencimiento. Esos «saberes tradicionales» -como replican hasta el hartazgo aludiendo a los contenidos disciplinares- no tienen validez en este cuadro donde, como el capital, los saberes fluyen y circulan incesantemente. Son los denominados «saberes emergentes», vinculados esencialmente a elementos visuales y emocionales. Eso que se condensa en la llamada «educación disruptiva» está centrado fuertemente en una especie de culto hacia lo digital, que reemplazaría per se la complejidad de la enseñanza-aprendizaje. La estrategia político-pedagógica ha sido construir una visión maniquea entre «saberes tradicionales» versus «saberes disruptivos», una batalla entre «tradicionalismo» y «modernización». Negar los avances tecnológicos y su incidencia en los cambios de gran cantidad de aspectos de la vida sería negar la misma historia. Ahora bien, la pregunta que no aparece es el para qué de la misma, es decir, o bien para mejorar las propias condiciones de vida comunitaria, o para satisfacer los requerimientos del capital.

Ante un foro de empresarios, el ex ministro Bullrich exponía hace unos años la concepción educativa del macrismo. Proponía que algunos se convirtieran en «Marcos Galperines» (CEO y fundador de Mercado Libre), o que cada uno se salve como pueda, aprendiendo a «disfrutar la incertidumbre«. Ante el panorama de industricidio y destrucción del empleo, se insiste con aprender a ser «emprendedor» y autónomo. El correlato de esto es atribuir los éxitos o fracasos a los buenos hábitos de emprendedurismo, concepto marketinero y posmoderno que vendría a resolver los problemas que atraviesan los sujetos desgarrados por las políticas económicas.

Para alivianar el suplicio de la «incertidumbre», se apela a la «educación emocional»: «la felicidad subjetiva puede -y debe– estar separada del bienestar objetivo», proclaman los exégetas de esta moda. La variable social y económica es un elemento del que se puede prescindir para pensar lo educativo, enfocando la mirada en cuestiones espirituales, psicológicas y neuronales. Apunta hacia una estandarización de las emociones proclive a una domesticación de los sujetos, el opio perfecto para estos tiempos que corren. Nada mejor que un sujeto que se autorregula, que no cuestiona -«porque enojarse es malo para la salud»-, y que le dice a todo que sí con una sonrisa de lado a lado, aun cuando ello signifique renunciar a todas las conquistas y avances secularmente logrados por la clase obrera y los movimientos populares.

En relación a las transformaciones curriculares, se plantea el retorno al esquema de áreas con una licuación fenomenal de contenidos para dar lugar al trabajo por proyectos interdisciplinarios en parejas pedagógicas. Lo de la interdisciplina suena prometedor, vaya que sí. Es un intento de superar la situación que se da a menudo de materias como compartimentos estancos. Pero una cosa es esto, y otra muy distinta es pensar dichas materias a partir de una comunidad docente curricular como condición de posibilidad de la interdisciplinariedad. Esta última no debe obviar la disciplina. Y una comunidad docente curricular requiere de tiempos y espacios laborales/pedagógicos a tal efecto, con aumentos de dedicación que insumen obviamente mayor presupuesto. Sino, por más que suene reparador, no traerá ninguna solución, y estaremos hablando una vez más de aumento del trabajo no pago en una actividad donde se han naturalizado labores que no son contempladas en el salario.

La cuestión de las evaluaciones estandarizadas -Operativo Aprender, pruebas PISA- ya iniciadas a los alumnos se extendería también a los docentes. Basta ver el caso mexicano durante el gobierno de Peña Nieto, donde los docentes, para garantizar su permanencia, debían alcanzar resultados medibles, lo que determinaba su permanencia o degradación. La lucha del magisterio mexicano costó vidas para frenar este proceso, hoy detenido por el gobierno de López Obrador, mientras se discute una nueva reforma.

El educando pasa a ser un sujeto que transita por la escuela. De repente, se pretende que sea el centro exclusivo del proceso de enseñanza-aprendizaje ¿Pero esto a partir de sus intereses o de los intereses que el mercado demanda, en el nombre del cual se designan al de los estudiantes? La información está al alcance de su mano, a través de los contenidos que brindan las plataformas virtuales (flipped classroom). ¿Pero cuáles son los criterios de selección de esos contenidos, los de las empresas que construyen paquetes educativos acaso? El aprendizaje del estudiante se lo pretende autónomo ¿Puede ser el aprendizaje autónomo en un sistema educativo en el que el docente no es autónomo, en el que tanto alumnos como docentes se encuentran atravesados por noticias falsas e información respecto a la que hay que ser muy astuto para criticarla? El concepto de aprobación de un espacio curricular tal como lo conocemos desaparece, ya que el estudiante irá sumando créditos en función de su desempeño a lo largo del secundario, con nuevas modalidades de evaluación que incluyen videojuegos.

Ese estudiante debe también realizar pasantías en el último año, que en el caso de la Secundaria del Futuro de C.A.B.A. venía a reemplazar algunas materias, lo que motivó un fuerte rechazo. Decir que con esto se fomenta la «cultura del trabajo» en un escenario de destrucción del empleo es verdaderamente una hipocresía y una estrategia mediática para entretener al conjunto de la sociedad. Pensar la relación educación-mundo del trabajo es fundamental, mundo del trabajo real, aunque críticamente considerado. Ahora bien, esto está lejos cuando se suplantan variados espacios curriculares, cruciales para una educación integral, por considerarlos menos importantes para los criterios empresarios que requieren abaratar los costos laborales.

¿Y los docentes? Pasamos a ser animadores y facilitadores, somos reemplazados por las plataformas virtuales. ¿Dónde queda el diálogo crítico-constructivo en una relación cara-a-cara donde lo que más importa es mejorar las condiciones de vida tanto de alumnos como de docentes?

Respecto a las relaciones laborales, la tendencia es convertir las horas en cargos. Los horarios serán determinados por la escuela, la que eliminará los «tiempos muertos» adicionando tareas (elaboración de informes cualitativos, control de la disciplina en los recreos, tutorías, etc.). Por otra parte, la remuneración pasaría a estar vinculada a la «productividad», o sea, al rendimiento de los alumnos constatado en la superación de las pruebas estandarizadas. Si a eso hay que agregar que no se piensa destinar un solo peso más a la educación y de por sí el salario está en niveles históricamente bajísimos, la conclusión es clara: sobreexplotación de nuestra labor y brutal degradación de la educación.

Esto que acabo de describir es nada más y nada menos que la «SECUNDARIA 2030″, la educación que demanda el capital en el siglo XXI: más degradada, privatista y fragmentada, que abre camino a una mayor mercantilización con la estandarización de las emociones y la producción de contenidos curriculares.

¿Qué hacer ante todo esto?

En un principio, deberíamos rechazarlo. Pero, sabemos, que no alcanza. No hay demasiadas voces crítico-propositivas dentro de este panorama, por desgracia. Entonces, junto con la construcción de una fuerza que se oponga a la reforma, hay que echar manos a la obra para contraponerle a la avanzada del capital otro proyecto de escuela y de educación centrado en la liberación de nuestro pueblo. No hay recetas mágicas. Sin embargo, podríamos empezar por un punto clave: la reafirmación del rol político de la educación y de la escuela. Los detractores dirán que aquí se hace «apología partidaria» y demás yerbas, porque la palabra «política» en la escuela es una herejía. Otros directamente saldrán al cruce diciendo «eso es muy utópico». Falaz, malintencionado y oportunista. El sentido liberador de nuestra práctica debe apuntar a formar un estudiante que traduzca la realidad en que vive y potencie sus aptitudes y motivaciones; que sea sensible ante las demandas de sus pares, de su barrio, su comunidad, su pueblo, ante necesidades básicas (como por ejemplo agua, luz, cloacas o alumbrado); que aporte en primer lugar a una alfabetización crítico dialogal de niños y adolescentes, a fin de desplegar valores de solidaridad, compromiso, ética y tesón; que desarticule estereotipos que destruyen la identidad y la solidaridad de clase social; que valore y comprenda el significado de una práctica profundamente transformadora. En definitiva, que materialice los saberes adquiridos en la construcción de un poder local y democrático, «en primer lugar de abajo hacia arriba y recién luego de arriba hacia abajo».

Eso nos lleva a reivindicar el conocimiento como la piedra basal y fundamento de todo el acto pedagógico, pero nutrido de la realidad vivencial del estudiante. Pero cómo se puede hablar de democracia si no se la practica, cómo se puede hablar de circuitos económicos o productivos sino se identifica quiénes son los dueños de la riqueza y de los recursos de nuestra provincia, cómo puede hacerse carne de su historia si la misma aún se plantea lejana y desvinculada de él mismo, qué es la «educación financiera» si no explica qué está pasando con nuestra economía, que concluye en una corrida cambiaria, una LELIQ o una LEBAC1; o sea, discutir el sentido del currículum.

A partir de las necesarias herramientas digitales en el aula escolar, jamás debe priorizarse solamente el pensamiento operativo/utilitario como base del proceso de enseñanza-aprendizaje, tal como se plantea desde las concepciones que se pretenden imponer, sino que justamente deben ser instrumentos para la formación crítica y creativa de nuestros alumnos.

Obviamente estos pasos no verán frutos de la noche a la mañana. Pero en algún momento debemos comenzar, y para ello es imperioso hacer un parate al atosigamiento al que se nos somete en nombre de la institucionalidad y el cumplimiento de las normativas; pautas rígidas que en el mayor de los casos no tienen ninguna legitimidad. Ello significa, de una vez por todas, dejar de decirle a todo y exigir lo que corresponda, como primer paso. Implica también develar que detrás de lo que se erige como modernizante no necesariamente hay un paso progresivo, sino que al contrario, un elemento reaccionario para contener la debacle educativa y social y perpetuar la dominación; debe acabarse la pretensión de convertir en paradigma algo que debiera resultar en su justa medida natural al acto educativo, como las emociones o la incorporación de herramientas digitales, y no desviar la discusión de las problemáticas tangibles y objetivas que nos atraviesan como sociedad.

En tal sentido, lo propuesto es imposible si descansa en individualidades. Obliga al compromiso del conjunto de la comunidad, del concurso de directivos, docentes, estudiantes y padres nucleados en torno a proyectos pedagógicos genuinamente debatidos que partan de nuestras realidades concretas y no del cumplimiento desopilante de consignas elaboradas por tecnócratas que computan estadísticas en una planilla de Excel.

La escuela no escapará al colapso económico al que aludía en un principio. Podríamos vernos superados por esa realidad tan acuciante, que nos debe obligar a pensar dichos aspectos desde ópticas alternativas, para dar una respuesta que rebase la lógica de contención y que potencie al ámbito educativo como motor de fuertes y posibles cambios sociales. Entonces se torna crucial recuperar identidad y perspectiva de clase con el conjunto de los trabajadores, para sentir sus luchas como las nuestras y así avanzar en un sentido que rompa con la lógica del capital y del mercado que quieren imponernos a rajatabla. Interpretando el combate por una escuela pública liberadora la que aportará a sumar voluntades y conciencia para terminar con las injusticias y explotación. ¿Quién más que nosotros somos el respaldo y la garantía de la concreción de esto que anhelamos? Se trata de volver a pensar en esa escuela que «enseña, resiste y sueña»…con vencer.

Como decía Antonio Gramsci, «con el pesimismo de la inteligencia pero con el optimismo de la voluntad».

Nota:

1 Son bonos emitidos por el Banco Central de la República Argentina, en pesos, a una tasa de más del 70% anual, para que no haya una corrida hacia la compra de dólares, aumente la paridad cambiaria y se incremente la inflación que, para 2019, ya se perfila como de más del 40% anual.

Jorge Sebastián Romero Profesor en Historia, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Misiones

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.