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Pensar el post-kirchnerismo

Agendas y legados

Fuentes: Hoy Día Córdoba

La reflexión sobre el futuro político del país contiene una variante subsidiaria en el vínculo que el oficialismo y algunos sectores de la oposición han planteado entre determinados logros de gestión del kirchnerismo y su eventual continuidad. Dicho de otro modo, para vastos sectores de la opinión sólo el kirchnerismo garantiza la continuidad de lo […]

La reflexión sobre el futuro político del país contiene una variante subsidiaria en el vínculo que el oficialismo y algunos sectores de la oposición han planteado entre determinados logros de gestión del kirchnerismo y su eventual continuidad. Dicho de otro modo, para vastos sectores de la opinión sólo el kirchnerismo garantiza la continuidad de lo que ha realizado.

Sin embargo, este vínculo es relativo. No sólo porque la debilidad de la oposición refuerza la centralidad de la lucha por la sucesión al interior del Frente para la Victoria, sino porque parece difícil imaginar experiencia política alguna en la Argentina que logre combinar con alguna clase de éxito la reversión de las principales políticas públicas de estos años y el desguace de los derechos civiles, sociales y políticos adquiridos por la ciudadanía. Tras doce años de kirchnerismo, es poco probable que la opción de recambio más exitosa resulte en, por ejemplo, indultos para los autores de crímenes de lesa humanidad, privatización de las empresas públicas recuperadas, eliminación de mecanismos básicos de financiamiento del Estado como han sido los derechos de exportación, o la anulación, sin más, de mecanismos de inclusión social entre los que podemos incluir las asignaciones familiares, las nuevas jubilaciones, la realización periódica de negociaciones paritarias, etc. Una propuesta de ese tipo sería electoralmente pobre -algo que podemos observar, de paso, en las recientes elecciones presidenciales de octubre pasado, donde el mejor rendimiento electoral fue obtenido por las fuerzas opositoras que más cerca se hallaban del oficialismo en su agenda política y parlamentaria-. Un gobierno basado en premisas reactivas enfrentaría la oposición articulada de sindicatos, movimientos sociales, organismos de derechos humanos, importantes expresiones políticas, y -cabe subrayarlo-, significativas fracciones de la población que hoy no salen a la calle.

Pensado de este modo, el problema de la sucesión del kirchnerismo aparece menos como un problema de continuidad del elenco gobernante, que como un aspecto vinculado al legado de estos años. Parece evidente que uno de los logros más interesantes de la experiencia política iniciada en 2003 residió en su capacidad de reinventarse a través de la instalación de nuevas y sugestivas agendas en el debate público, desde la política de derechos humanos hasta la recuperación reciente de algunas de las principales empresas del Estado. Esta agenda fue exitosa precisamente por su capacidad de generar consensos en el seno de la sociedad, consensos que trascendieron las fronteras trazadas por las identidades políticas vigentes, y resultaron en diversas alianzas transversales en el seno de los espacios partidarios con representación legislativa. Asimismo, y esto no es menor, esos consensos produjeron como efecto político la construcción de la mayoría electoral más importante de los últimos treinta años, una mayoría tal que cualquier dirigente político que se precie querría mantener o repetir.

La experiencia de gestión del kirchnerismo requiere, sin embargo, de ajustes y de cambios. Su caja de herramientas en materia de política económica se revela cada vez más limitada y simplista en relación con los complejos pliegues del paisaje internacional. La ecuación tributaria que mantiene hace peligrar, en un plazo bastante inmediato, algunos de sus logros más trascendentes en materia social. El modelo estructuralmente inflacionario que ha impulsado merece ser revisado a la luz de opciones que no estaban presentes diez años atrás. En cierto sentido, podría decirse que el gobierno ha cambiado menos, en enfoques sustanciales de las políticas públicas, que la propia sociedad que su gestión supo transformar. Y, por supuesto, su discurso de confrontación constante, avalado por una política de medios que reemplaza viejos monstruos por otros nuevos, comienza a evidenciar signos de desgaste.

Este es el momento, me parece, para instalar el que puede ser el último gran debate de estos años: el que contiene el problema del legado político del kirchnerismo, entendido como un conjunto de realizaciones ya aceptadas por la sociedad, que no pueden revisarse. Sería interesante, por ejemplo, que parte de ese debate tenga lugar en el Congreso, transformando en ley medidas trascendentes que no han tenido lugar hasta ahora, pese a la correlación de fuerzas favorable a su aprobación: pienso en las asignaciones familiares, en su implementación y financiamiento. En cualquier caso, en tres años será la sociedad la que decida, sobre la base de la oferta política existente, qué camino desea seguir. Lo más probable, me parece, es que elija una combinación donde las continuidades serán tan significativas, al menos, como las eventuales modificaciones. Las sociedades cambian de opinión, pero no se suicidan.

* Profesor de Historia, UBA.

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