A 43 años del Golpe de Estado de 1976 y a pocos meses de una elección presidencial, el clima social y político se va enrareciendo. De ambos lados de la «grieta» ven conspiraciones y se acusan mutuamente. ¿No será que hay otros intereses que mueven algunos hilos? Importa tratar de desentrañar, hasta donde se pueda, […]
A 43 años del Golpe de Estado de 1976 y a pocos meses de una elección presidencial, el clima social y político se va enrareciendo. De ambos lados de la «grieta» ven conspiraciones y se acusan mutuamente. ¿No será que hay otros intereses que mueven algunos hilos? Importa tratar de desentrañar, hasta donde se pueda, quienes son los protagonistas visibles y quienes pueden estar detrás de esas maniobras, lo que nos dará una idea de dónde estamos parados.
Siempre pasa lo mismo: cuando se acercan los momentos decisivos de la carrera electoral por la presidencia afloran las denuncias, contradenuncias y todo tipo de conspiraciones tendiente a influir en esa contienda. Esas cosas no tienen porqué ser distintas en este año.
Hoy, a 43 años del inicio de la trágica dictadura de 1976, es bueno recordar que ella se concretó utilizando como excusa enfrentamientos internos pero que su objetivo principal fue liquidar la experiencia peronista iniciada en la década de los 40´ que colocaba los ejes en el desarrollo del mercado interno, una cierta industrialización y una mayor justicia social.
Ese modelo había sido golpeado, pero no quebrado. Diferentes gobiernos -incluidas dictaduras militares- lo habían intentado con escasos resultados. Más aún, gran parte del movimiento popular demandaba seguir avanzando. En esas circunstancias el Golpe de Estado vino a quebrar esa tendencia y -genocidio mediante- poner en marcha otro modelo, como dijera el nefasto Alfredo Martínez de Hoz (superministro de economía de aquella dictadura), destinado a abrir la economía e imponer la libertad de mercados.
Por eso el 24 de marzo de 1976 es un punto de inflexión -un antes y un después- en el medio de los últimos 75 años de la historia argentina. A partir de allí se crearon las condiciones para la desindustrialización y la desocupación. La miseria volvió a extenderse por el suelo argentino, más allá que hubo gobiernos que moderaron los efectos de esa tendencia destructiva que el actual gobierno ha revigorizado para llevarla a límites -hasta ahora- desconocidos.
En ese marco se dan los acontecimientos y las desconfianzas señaladas al comienzo. La «grieta» promovida desde el gobierno macrista es también utilizada por la oposición cristinista (segudiores de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner.
Al gobierno le conviene porque -mientras ejecutaba un proyecto económico antinacional y antipopular- se presentaba (o pretendía hacerlo) como abanderado de la transparencia y las instituciones, colocando al gobierno anterior como símbolo de la corrupción y el avasallamiento institucional. Al cristinismo le sirve porque le permite victimizarse por lo que entiende es una persecución del gobierno, alegando que la misma responde a su oposición a las reaccionarias medidas económicas.
Así transcurrieron tres años, con un gobierno hablando sobre su lucha contra la corrupción y la defensa de las instituciones y un cristinismo colocando el eje sobre el tema económico social. Eso hizo, ante el desastre provocado por las políticas económicas del gobierno, que creciera el cristinismo y el macrismo perdiera fuerza, a pesar de controlar el aparato del Estado.
Con los «Cuadernos de la Corrupción» (que demostrarían la supusta corrupción del kirchnerismo) y el control judicial sobre la mayor parte de los Tribunales Federales capitalinos de Comodoro Py, el macrismo imaginaba que acorralaría al cristinismo y más allá de sus dificultades con el dólar, la economía, la miseria y el hambre que desparramó por todo el país, confiaba en un triunfo electoral.
Siempre hay un pero: dudas y cambios de estrategia
Pero pasaron cosas llamativas. Nadie puede imaginar que formara parte del plan oficial que los principales empresarios del país (algunos de ellos de la propia familia del Presidente) tuvieran que transitar pasillos y juzgados penales y menos aún que tuvieran que «confesar» sobornos y coimas (que para ellos eran parte de sus tradicionales negocios) y pasar por «arrepentidos» para evitar los «incómodos» momentos de cambiar sus lujosas vidas por esos cuchitriles que son las celdas carcelarias.
Si bien el juez Claudio Bonadío, transformado en «implacable justiciero», cultivó vínculos y tuvo varias decisiones favorables al kirchnerismo, cuando éste ocupaba la Casa Rosada, no es imaginable que fuera el kirchnerismo quien influyera en esas decisiones judiciales. Tampoco se ve la ventaja que ellas podrían traer para un oficialismo necesitado de las inversiones que estos empresarios podrían realizar.
No es imaginable que la conciencia de ese juez, estuviera tan desarrollada para atacar simultáneamente al cristinismo, a los más grandes empresarios del país y a la familia presidencial, sin alguna «espalda» que lo sostenga.
Pues entonces, ¿a quién benefician esas decisiones? Muy sencillo, los grandes beneficiarios de esa medida, al igual que lo que pasó en Brasil con la constructora Odebrecht, son empresas de la competencia internacional que las comprará a menores valores o se quedarán con sus mercados. Todas ellas -beneficiarias de este plan- forman parte del poder económico del imperio.
Pero eso no alcanzaba y el tema tuvo otra vuelta de rosca. Ahora beneficiaría al cristinismo. Aparecieron datos creíbles sobre las extorsiones del Fiscal de los Cuadernos, Carlos Stornelli, junto a oscuros personajes, como Marcelo D´Alessio, un sujeto del submundo de los servicios de inteligencia vinculado a los dos últimos gobiernos.
El denunciante, Pedro Etchebest, no parece ser el modesto chacarero como se lo presenta. Comparte oficinas, para «ahorrar gastos», con los ex comisarios Aníbal Degastaldi (ex Jefe de la Policía Bonaerense) y Ricardo Bogoliuk, ambos vinculados a la central de inteligencia (AFI) y vecinos del mismo edificio del lujoso barrio de Puerto Madero ocupado por D´Alessio.
Sobre este escenario opera el Juez Federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla (distante de Comodoro Py no solo por los 200 kilómetros que los separan), un simpatizante del kirchnerismo proveniente de la izquierda radical, vinculado a las políticas de Derechos Humanos. Su desplazamiento lo solicitó -con una extraña torpeza, reveladora del miedo que tiene el gobierno- el propio Ministro de Justicia, Germán Garavano.
El fiscal Stornelli, cada vez más solo, no acepta su indagatoria y pide que el Juez se declare incompetente, negándose a una presentación a la que está éticamente obligado. Esto deteriora la credibilidad de su actividad en el caso de los «Cuadernos» y puede abrir el camino a posteriores nulidades.
El enredo de este tema ha motivado que macristas y cristinistas se acusen de operaciones de todo tipo, lo cual puede ser cierto, pero aún con mayor fuerza aparece la idea que hay ciertos poderes que se mueven colocando a ambos protagonistas en una cuerda floja que los obligará a producir cambios en su estrategia hacia las presidenciales de octubre.
El gobierno ya comprobó que el tema de la corrupción y uso de la Justicia se le puede venir en contra y comienza a crecer su necesidad de fortalecer un inviable discurso que genere imposibles esperanzas sobre el futuro económico. En tanto el kirchnerismo suma a sus críticas económicas otras vinculadas al malsano uso de la Justicia y del sistema institucional.
El espacio K (kirchnerista) festeja que el gobierno está perdiendo el apoyo de un organismo clave como la Suprema Corte de Justicia. Otro reciente fallo de la misma le permitirá alzarse con la provincia de Río Negro en las próximas elecciones, al dictaminar que el actual gobernador no puede presentarse a una reelección.
Da la impresión que un ingenioso, poderoso e interesado titiritero mueve los hilos para que Macri, si gana, quede en manos de sus acreedores y si pierde (lo más probable), alguien -con mayor cintura política- le dé continuidad a este sistema, después de la tarea sucia realizada por el «mejor equipo de los últimos 50 años». Claro está que la historia siempre tiene guardadas novedades impredecibles, que se van cocinando a fuego lento más allá de los intereses de quienes hoy manejan la realidad detrás de escena.
Juan Guahán. Analista político y dirigente social argentino, asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE,www.estrategia.la)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.