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Análisis político de actualidad: el liberalismo

Fuentes: Rebelión

«El mundo está gobernado por personajes muy diferentes a lo que se imaginan quienes no están detrás de la escena.» — Benjamin Disraeli Ya suenan lejanas las teorías de las ISI de los ’50 o de la dependencia Cepalista de los 60/70, donde el progreso se esperaba con el desarrollo autónomo o regional. A partir […]

«El mundo está gobernado por personajes muy diferentes a lo que se imaginan quienes no están detrás de la escena.» — Benjamin Disraeli

Ya suenan lejanas las teorías de las ISI de los ’50 o de la dependencia Cepalista de los 60/70, donde el progreso se esperaba con el desarrollo autónomo o regional.

A partir de mediados de los ’70, el discurso de los países desarrollados varió hacia el desarrollo provocado desde el centro adelantado y en eso coincidieron la ONU y su brazo intelectual económico latinoamericano: la CEPAL.
En concordancia durante más de un lustro ingresaron a la periferia los fondos excedentarios de las petroleras, los bancos y la OPEP. No importaron sus destinos, solo que se colocaran en cabeza de las arcas necesitadas de los países todavía llamados «en vías de desarrollo».

En nuestro país, en la década siguiente ante la vuelta a la democracia, el miedo al regreso de los autoritarismos o del peronismo más ortodoxo, provocó un cambio social que se reflejó en la aggiornada dirigencia y en la defensa de la democracia como símbolo de una manera menos traumática de convivencia en búsqueda de la igualdad prometida.

Tan es así que ya los ’80 viraron el tiempo de la esperanza y pusieron la mira en las instituciones y los pactos fundamentales, sino recordemos que «con la democracia se come, con la democracia se educa………»

Los viejos cuños liberales, incluso de las primeras izquierdas pre-marxistas, aparecieron como oferta filosófica para reencausar el carro de la historia nacional.

No importaban los fracasos de los intentos desarrollistas ni los recuerdos de justicia social, la eficiencia democrática prometía lo necesario para el momento.

Pocos años bastaron para destrozar la esperanza y derrumbar ese castillo social demócrata.

Las presiones externas sobre el desarme del Estado hicieron el resto, avaladas por la ineficiencia e ineficacia pública, entrampada en una anquilosada burocracia weberiana. Ambas empujaron el deseo social que acompañó el cambio del paradigma.

Entonces, los ’90 fueron la transición definitiva del camino iniciado con la burocracia militar autoritaria de los ’70, guiada nuevamente por las mágicas y tautológicas indicaciones del Consenso de Washington, que en esta nueva década fueron prolijamente interpretadas e implementadas por una renovada dirigencia tecnocrática aperturista.

El resultado está a la vista: hoy tenemos un país distinto y peor que el anterior, dirigido por agentes políticos y económicos externos a través de subsistemas locales, que operan en continuo conflicto con un esbozo democrático conformado por una partidocracia solitaria y un peronismo mutado en oficialismo y oposición.

Ante esta realidad, el desconcierto conceptual nos embarga y ni la nostalgia ni el neoliberalismo sirven ya para el momento, pero hay que tomar decisiones y todas son complejas.

Es que estamos en la mitad de una ola histórica mundial que puede durar otros 30 a 50 años, para recién desparramarse sobre alguna playa firme para unas cuantas generaciones futuras, mucho tiempo para nuestros cuerpos.

Esta situación, creemos es la consecuencia de que definitivamente se ha producido el quiebre de la mutante vertiente ideológica liberal formada durante los siglos XVIII y XIX, que acompañó al capitalismo desde sus desarrollos industriales originales.

Ha desaparecido esa estabilidad solventada por el liberalismo a pesar de las varias guerras ínter-imperialistas, o norte-sur o sur-sur, a pesar de las circunstanciales alianzas con el nacionalsocialismo, a pesar de la necesaria y equilibradora entidad del socialismo real y soviético y a pesar de la mágica y keynesiana solución de la guerra fría.

En medio de este contexto estamos hoy y observamos que surgen dos necesidades muy diferenciadas:

Una es la acción de Corto Plazo de como manejar la coyuntura con lo que tenemos, con los restos del Estado en este país y por supuesto con esta dirigencia, tanto empresarial como política o partidaria.

Por otro lado están el Mediano y Largo Plazo esperando que los imaginemos en alguna dirección.

Aquí emergen las grandes dudas, hoy menos que nunca nadie puede tener verdades absolutas ni por el presente ni por el futuro. Solo sabemos por experiencia empírica que no habrá derrame del vaso de la abundancia en el mercado liberal ni burocracia eficiente con ideología reformista.

Es obvio que frente a la cuestión ideológica nacida con la revolución francesa, izquierdas liberales y derechas conservadoras se han estrellado en la incapacidad por las soluciones no alcanzadas y todos nos encontramos ante un Estado minusválido y una sociedad civil indefensa de su propia y egoísta sinergia reproductiva.

Recordemos además que las nuevas izquierdas nacidas a mediados del siglo XIX, tanto marxistas como no marxistas también respetaron el funcionamiento organizacional del liberalismo y giraron alrededor del Estado, aunque todos, incluidos los liberales lo negaran en algunos o la mayoría de sus postulados.

El Estado fue entonces el ente que amparó la mayoría de las propuestas liberales y las aceptaciones reformistas por parte de los conservadores, siempre a regañadientes: que cambie algo para no perder todo. Como anécdota recordemos que así nació en nuestro país ese engendro inentendible que alguna vez se llamó Partido Conservador Popular.

Por su lado los marxistas, los que en Europa oriental tuvieron que ejecutar realmente el gobierno, con ese mismo Estado debieron responder a las presiones populares y cambiar el eje del poder efectivo.

En resumen, la izquierda real y la derecha real llegaron a un mismo lugar histórico, articulando a partir del Estado un sistema parecido de Bienestar que agotó la capacidad de acumulación.

Entonces el sistema soviético se estrelló por su bajo promedio de eficiencia social y el capitalismo recurrió a un nuevo renacer del conservadorismo más elitista, neoclásico en términos microeconómicos y consecuentemente macroeconómicos.

Para recomponer la capacidad de acumulación del sistema económico social, era necesario desandar el camino del Estado de Bienestar y en pos de ello se fijaron los rumbos desde los ’80 en USA y Gran Bretaña y durante los ’90 en Europa y el resto del mundo occidental, aunque ahora se dijera que eso es efectivamente liberalismo ortodoxo.

Como necesidad directa, ya anunciada en los ’70, la acumulación del sistema industrial aceleró su concentración y direccionamiento hacia las regiones de menores costos absolutos, para lograr en términos marxistas la obtención de mayor plusvalía y en términos clásicos las empresas planificaron y generaron acelerados ajustes clásicos para solventar la creciente y cada vez más abierta competencia.

Fueron entonces hacia los nichos de la periferia del mercado mundo: México, América Latina, India; Sudeste Asiático y hoy definitivamente China.

Es esto a grandes rasgos y con torpe simpleza lo ocurrido y en ese nuevo punto estamos hoy navegando con nuestro barco argentino.

A diferencia de lo que sostienen gran parte de los generadores de opinión(aunque sólo sea por pertenencia), tanto de nuestro stablishment como él de los países centrales, pensamos seriamente que la caída del oxidado, anacrónico y arcaico comunismo soviético no es en términos políticos lo más importante que ha ocurrido en los últimos decenios.

En realidad, creemos que a partir de los ’80 es el liberalismo lo que ha perimido como entidad política, como eje de administración de los conflictos sociales y como promesa de bienestar general. Su perfil aparentemente científico para solucionar los conflictos sociales, ya no es solvente para manejar la relación social universal y en eso incluimos a todos sus socios iluministas con las diferencias ideológicas más diversas.

Estamos entonces, ante un nuevo estadio histórico, complejo y distinto. Y ante ello nadie sabe hoy con certeza hacia donde vamos.

Pocas cosas pueden acercarse más a la verdad que la incertidumbre misma, pero se observa claramente que algo esta muriendo en forma definitiva, eso es el Laissez Faire, al menos por el próximo proceso histórico por llegar.

Solo es necesario girar nuestra vista en derredor de las decisiones políticas y económicas mundiales, para observar claramente la dicotomía del discurso y la acción real. Métodos medioevales en la búsqueda de soluciones actuales. Por supuesto incluimos a nuestro país en el inventario.

En nombre de la libertad y la democracia se modifican las relaciones internacionales, se invaden países y se desmadra toda la estructura jurídica y política establecida en el derecho internacional y consuetudinario.

En nombre de la libre empresa, se defiende la acumulación oligopólica mundial e hipócritamente se la llama competencia imperfecta desde la seudo ciencia económica neoclásica.

En nombre de la justicia social se entregan vergonzantes dadivas a los desempleados que no volverán al sistema porque tecnológicamente sobran, con este esquema social aclaramos.

En nombre de los derechos humanos se cercenan los mismos, sin que haga falta enumerar el larguísimo inventario de nuestros días.

Así es, estamos en una profunda crisis y consecuente inestabilidad. Ha fenecido el proyecto que se esbozara en el Renacimiento para consolidarse a partir de la Revolución Industrial y la Revolución Francesa

La caída del muro de Berlín no solo aplastó al comunismo real, reposicionando el pensamiento único como salida milagrosa para el mundo todo. Aunque los nuevos liberales crean que el muro cayó para un solo lado, su desmoronamiento aplastó el sistema total y puso en evidencia que el equilibrio Este / Oeste ocultaba una profunda crisis mundial de acumulación y distribución de la riqueza, de la cual no hemos salido y muchos especialistas consideran que pasarán decenios hasta que aparezca un nuevo paradigma social superador que pueda ser consensuado mundialmente.

Este hoy es el del Corto Plazo y las medidas que se articulen serán parches a lo que hay sobre el tablero de comando. Pero el mediano y el largo plazo no necesariamente coincidirán con las decisiones que hoy puedan y deban tomarse.

Será necesario pensar otra forma de relación universal que renueve la formalización y reemplace al liberalismo, el cual seguirá hundiéndose junto con la decadencia de los países que las apariencias muestran como sus lideres y defensores más consecuentes.

Cuando en realidad estos liderazgos hace tiempo que han renunciado a ser liberales y sus necesidades están imbricadas en una sistematización individualista, retrógrada y sin futuro.

La esperanza, la bendita esperanza, como siempre queda depositada en los jóvenes, que si logran entender esta realidad, deberán diseñar una nueva forma de relaciones sociales y de acumulación que solventen un nuevo contrato social, para ellos y para la supervivencia de la humanidad.

Los que los acompañen desde hoy en esa búsqueda por las rutas del pensamiento más abstracto y más concreto a la vez, merecerán el mismo respeto que los fundadores de anteriores ciclos históricos.

No debemos olvidar que los cambios son lentos o violentos, urgentes o mesurados, pero siempre ocurren, eso es inevitable y que la humanidad siempre encontró y encontrará cuencas para sembrar las nuevas ideas en búsqueda de un mundo más justo.

Que nuestros actuales dirigentes entiendan o no esta situación claramente, dará por resultado las más diversas y enfrentadas consecuencias para la mayoría silenciosa de la Argentina y serán observados o denunciados a través de sus acciones por quienes deban vivir en esta querida tierra.

Marzo de 2005