Mi último encuentro político con Enrique Haroldo Gorriarán había sido en un café de París, si no me equivoco a principios de 1979, en una escena digna del cine argentino de los cuarenta. Solo faltó que nevara en la ciudad luz para completar un tango. Ahora, ante su imprevista muerte, quisiera dejar mis impresiones sobre […]
Mi último encuentro político con Enrique Haroldo Gorriarán había sido en un café de París, si no me equivoco a principios de 1979, en una escena digna del cine argentino de los cuarenta. Solo faltó que nevara en la ciudad luz para completar un tango.
Ahora, ante su imprevista muerte, quisiera dejar mis impresiones sobre un hombre que, para bien y para mal, no pasó en vano por la vida y que fue parte insoslayable en la historia del PRT-ERP y de mi historia militante. Un primer equívoco a saldar es la idea que el Pelado y yo habríamos sido algo así como el agua y el aceite en las internas del PRT. Cierto es que tuvimos un fuerte enfrentamiento en Europa, cuando nosotros lo acusamos de actividad fraccional durante el período de intento de reconstrucción en el exterior, pero es menester ubicar las cosas en su contexto. En esos momentos de acorralamiento y de impotencia para revertir la situación, la mayoría de las organizaciones se vuelven hacia adentro, encontrando enemigos internos como vías explicativas. Y nosotros, ni mi grupo ni el del Pelado, fuimos excepción y, por supuesto, ni todos lo «malos estaban de aquel lado ni todos los «buenos» de este, ni éramos todos totalmente «buenos o malos». Parte del equívoco es también considerar que el Pelado era el «militarista» y yo el «político». Como he analizado en varias oportunidades, todos teníamos algo de militaristas aunque no todos hayan tenido la misma intensidad de contacto con las armas. Incluso algunos que por las circunstancias nunca participaron en una operación armada podían ser más militaristas que los combatientes experimentados.
Mis diferencias con el Pelado no pasaban por militarismo o no militarismo sino por la concepción de construcción política y de la vida misma. La ruptura de 1978 reflejó eso claramente. Mientras él acudía a los cuadros probados y experimentados yo llamaba a un congreso abierto. En realidad ninguno de los dos tenía razón y a los hechos me remito, no logramos el objetivo propuesto, pero ello no quita que la conducta política posterior de los últimos veinte y pico de años de ambos revela que esa diferencia era real.
El otro equívoco fue la cuestión con respecto al censurable asalto a la base militar de La Tablada que él dirigiera con tan poco acierto en pleno gobierno alfonsinista. .Yo fui de los pocos que no condenaron al Pelado como «demente», «mesiánico», «irracional», «agente de los servicios», epítetos que le endilgaron hasta muchos de sus seguidores y sobre todo admiradores desilusionados. Y no me uní al coro de filisteos, entre otras cosas porque, para mi entender, la paternidad de La Tablada está compartida con padres inconfesos que en aquel momento se relacionaban con las llamadas juventudes políticas, quienes de una manera u otra lo alentaron. La frágil memoria de este país olvidó rápidamente los discursos incendiarios de los dirigentes de esas agrupaciones, acusando a Alfonsín de pusilánime, mientras ofrecían no se sabe qué ridículas brigadas cafeteras para enfrentar los alzamientos carapintadas. Por eso es que la sociedad argentina no tiene autoridad moral para juzgar a los protagonistas del asalto al cuartel. Y es menester aclarar que si reemplazo la categoría «pueblo» por «sociedad» es porque considero que no hay pueblo cuando no hay sujeto. Pero ese es otro tema.
Mi desacuerdo fundamental con la acción de La Tablada excede los fundamentos tácticos, de oportunidad o de legitimidad, de uso o no uso de la violencia. Estoy convencido que el Pelado lo hizo creyendo salvar la democracia y yo estuve y estoy en desacuerdo en arriesgar una sola vida por esta democracia. Esta democracia no vale un gramo de sangre joven porque ya se las cobra por sí misma a toneladas. Para decirlo utilizando categorías de la época, hoy perimidas, en esa acción se expresó el «reformismo armado». En cambio fui muy crítico con él cuando se presentó como protagonista en un incalificable video relatando en detalles impropios de un jefe guerrillero la ejecución de Somoza. Califiqué esa presentación televisiva, como una «Tablada mediática.
En todo caso lo notable del Pelado, como de muchos jóvenes de los setenta, es que dejó sus supuestas juergas en el Club Social de San Nicolás (Noticia esta de la que no me hago cargo, solo repito el testimonio de sus coterráneos) para dedicarse a la revolución. Y hay que reconocer que puso el cuerpo y todas sus energías en eso a punto tal de llegar a parecerse peligrosamente a algo así como un revolucionario profesional que, por suerte, no llegó a alcanzar la categoría de amo liberador.
Cuando se realizó el V congreso del PRT el Pelado era ya un «pesado» con prestigio bien ganado. Había participado en el Rosariazo y con su incorporación al PRT efectuado un golpe comando espectacular de recuperación de dinero con el que se estaba financiando el propio Congreso. Fue elegido vicepresidente y con tal mala suerte que a la vez le tocó para la defensa una escopeta recortada. Digo «mala suerte» pues en su carácter de vicetitular del evento, debió turnarse con el presidente, Luis Pujals, para dirigir las deliberaciones y, como es natural, no podía dejar el arma en un rincón o calzarla en la cintura como los que teníamos solo una pistola. Me es imborrable su figura parada en el centro de la sesión sosteniendo la incómoda escopeta mientras señalaba con el dedo a quien le tocaba hablar. No pretendo hacer freudianismo de entrecasa sino grabar una de las tantas escenas jocosas de aquel encuentro.
En el congreso se destacó por su silencio. Solo usó de la palabra prácticamente para ordenar el debate y su única propuesta fue la de una sigla diferente para la fuerza militar, elección en la que salió favorecida la moción de Arancibia con las siglas ERP. Hay que recordar que después de la llamada «revolución ideológica», previa al este congreso, en el PRT se consideraba al silencio como una de las virtudes máximas, una supuesta expresión de la «modestia proletaria» frente al «charlatanerismo pequeño burgués». Los obreros cordobeses se encargarían de demostrar que, o bien este criterio era un burdo prejuicio, o bien ellos eran unos pequeño burgueses.
No lo volví a ver hasta fines de 1972 en la primera reunión del Comité Central de inmediato al regreso de Santucho después de los dolorosos acontecimientos de Trelew. Fue una reunión durísima en donde el prestigio y la energía de Santucho se impusieron. El Pelado casi no abrió la boca en todo el desarrollo. Sentado en el suelo, como muchos otros, casi en un rincón, pasaba desapercibido a pesar de ser el máximo jefe del estado mayor del ERP y seguir teniendo enorme prestigio interno aumentado por su papel importante en la fuga del penal de Rawson. Hay que decir también que Gorriaran tenía modales de caballero, era un tipo buen mozo, correcto y amable aunque a veces no le salía bien el gesto. En ese tiempo, para mucha gente el Pelado sería el reemplazante natural de Santucho. Sin embargo Roby, ya había decidido por Benito Urteaga, también oriundo de San Nicolás, como su hombre de mayor confianza. Desde luego que esto se manifestaba de hecho, no de derecho, puesto que formalmente, en los organismos colegiados solo había un secretario general y los demás éramos pares Hay que señalar, no obstante, que en ese momento Roby hacia descansar todo el peso de la reconstrucción de la fuerza militar en la jefatura de Gorriarán. De todos modos el Pelado tenia también importantes responsabilidades políticas además de su participación en el Buró Político. Tuvo, por ejemplo, la no fácil tarea de reconstruir la regional Buenos Aires que había quedado desbaratada durante la «desviación militarista» entre 1972 y 1973. Militó un largo tiempo en los frentes fabriles de Córdoba, más adelante realizó trabajos entre los campesinos tucumanos como apoyo a la guerrilla. Con esto quiero señalar que no era un simple «fierrero» como se lo pinta, ni el menos experimentado de los demás compañeros del Comité Central. Porque así como el Pelado era el mito del «fierrero» estaban los mitos «de masas» supuestos cuadros históricos cuyo contacto con el proletariado y el campesinado -incluso alardeando de conocer dos o tres frases en quichua- les otorgaba palabra inapelable. Parecía como si en el noroeste argentino no existiera la burguesía ni la pequeña burguesía.
También se ha chicaneado injustamente con la supuesta falta de «cultura» de Gorriarán, lo cual , dicho sea de paso, para la ecatología perretiana era más un mérito que una falencia. El Pelado había sido estudiante de economía y en ese tema dominaba más que en otros, pero no sólo porque hubo cursado por lo menos parte la carrera, sino porque su mentalidad cartesiana se ajustaba a esa disciplina. Por eso cuando Maria Seoane -no por casualidad también ex estudiante de economía- en «Todo o Nada» ironiza haciéndose eco de un testigo que cuenta que supuestamente el Pelado no podía pasar la primera página de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, no hace más que demostrar su propia estrechez intelectual. Estoy seguro que de no haberse dedicado a la revolución, Gorriarán hubiese sido uno más de las decenas de economistas, (liberales o marxistas) verdaderos «fierreros» mentales aunque sean pacifistas, con sus dificultades para entender la dialéctica, menos aún la política.
Militamos más de un año en el Buró Político con una relación de cotidianidad, primero con sede en la ciudad de Córdoba, luego nos trasladamos a Buenos Aires. El Pelado continuaba con su estilo parco. Solía lanzar alguna frase lapidaria tras algún informe de problemas internos: «Cada vez quiero más a Stalin». Cuando hablaba se dirigía a los demás mirando de frente con su ojos azules penetrantes, con un deje de ironía en la expresión. Podía tener algunas salidas ocurrentes, algo ácidas, pero siempre más menos juiciosas.
Difícilmente manifestaba alguna duda y menos aún contradecía ni a Santucho ni a los cuadros «consagrados», sea porque el Roby demostrara especial confianza o por ser «proletarios» o simplemente «probados». Siempre percibí en él una actitud de autoconstrucción, una represión de sus íntimos sentimientos que producía cierto chisporroteo con personalidades tan espontáneas como las de Domingo Mena o Rogelio Galeano. Es verdad que esa era una pauta de la época y particularmente del PRT, mayor aún en sus estructuras dirigentes. Pero en Gorriarán al igual que en el negrito Fernández era especialmente marcado. Precísamente por esa característica nunca tuvimos entre él y yo un enfrentamiento político. Siempre mantuvimos una relación de cordialidad o quizás sea mejor decir fría cortesía. Sin embargo yo tenía la sensación que el Pelado no las iba conmigo y más bien se reservaba opinión, por así decirlo. A mi vez me chocaba su mecanismo lógico-analítico que le impedía «volar» la imaginación
Cuando Santucho presentó el plan de ataque a la base de Azul en el corazón de la provincia de Buenos Aires, en 1974, Gorriarán, quien sería el jefe del mismo, no hizo observaciones de importancia. Años después me confiaría que él fue al frente sin estar convencido por no oponerse a la autoridad de Santucho. Esto debía de ser verdad y explica los errores de conducción durante la operación que le costaron el relevamiento de la responsabilidad de jefe del ERP. Porque a corto tiempo de lanzadas las unidades de ataque, Gorriarán perdió el control sobre la operación y ordenó la retirada, al parecer prematuramente, con el agravante que no verificó fehacientemente que los distintos grupos de ataque hubieran recibido y cumplido la orden. Santucho había insistido en dirigir él personalmente la operación pero no lo dejamos amparados en la resolución del Comité Central que le impedía participar directamente en acciones militares en las ciudades. Pero como era muy tozudo le concedimos una aproximación al teatro de la acción para recibir el regreso del jefe supuestamente después de la retirada victoriosa. Precisamente yo le llevé con mi coche esa noche y nos estacionamos en un cruce de carreteras, del que no recuerdo el nombre, a medio camino entre Buenos Aires y Azul. El Pelado debía pasar por ahí y detenerse para contactarnos. Lo cierto es que estuvimos con el Roby hasta la madrugada esperando y no lo vimos pasar. Regresamos y al otro día nos reunimos en Buró Político con el Pelado. Santucho estaba muy enojado y por lo menos una hora la pasamos dilucidando las causas por las cuales no nos habíamos encontrado en el cruce de caminos. Mientras tanto llegaban los informes: el grupo de Molina, que tenía cierta autonomía por el tipo de misión, había tomado prisionero al jefe de la base y se retiró en orden. El grupo de Santiago había penetrado en profundidad en el cuartel y combatido durante horas sin recibir orden de retirada. Puede decirse que cuando se cansaron de tirotearse se marcharon también en orden. El problema se había dado en el grupo principal de choque a cuyo frente iba Gorriarán al encontrar una inesperada y fuerte resistencia. En todo caso puede decirse que el problema fue que el Pelado, no supo reaccionar frente a lo inesperado y perdió el control de la operación dando por derrota lo que podía haber sido posibilidad de victoria.
La reunión fue muy tensa, Roby era demoledor en las recriminaciones y el Pelado recibía los golpes estoicamente. Reconocía que se habían cometido errores y asumió toda la responsabilidad, como me diría después, más por hábito partidario que por convicción. Domingo Mena era el más duro y consideraba que correspondía el relevamiento y sanciones. Benito Urteaga miraba fijamente atusándose el bigotillo. Yo dije, con intencionada ironía, debo confesarlo, que por mucho menos que eso Stalin mandaba a los generales a Siberia. Santucho, después de su implacable critica, relativizó las cosas asumiendo parte de la responsabilidad colectiva puesto que de un modo u otro estábamos aprendiendo y se limitó a proponer el relevamiento del jefe sin más sanciones que destinarlo a tareas políticas para que el contacto con las masas «contrarrestara las tendencias subjetivas» Formalmente no fue una sanción sino un simple cambio de jefatura.
A partir de ahí lo veía menos seguido aunque como miembro del Buró Político seguía su trayectoria por los informes y las decisiones que se tomaban al respecto. Una acción notable dirigida por él fue el rescate de un grupo de compañeras, entre ellas la suya, prisioneras en la cárcel del Buen Pastor de Córdoba. Según cuentan se llevó a cabo impecablemente y con una escena del cine romántico, cuando El Pelado arrancó la verja que estaba a cierta altura con un camión. Su compañera se paró al borde y gritó ¿Qué hago, me tiro? ¡Tirate! respondió el Pelado y la recibía en los brazos.
A los pocos meses, militando en Córdoba el Pelado tomó un decisión arbitraria sin respetar los órganos partidarios y entonces sí fue sancionado con publicación en el boletín interno. El aceptó la sanción e incluso publicó una carta en el B.I. de disciplinamiento. Bien es cierto que siempre quedó la duda sobre la sinceridad de esa declaración.
El tiempo pasó y Gorriarán cumplió distintas tareas en diversos puntos del país hasta que finalmente -después de la derrota de Monte Chingolo en donde él no participó- a propuesta de Santucho fue incorporado al estado mayor del flamante batallón de Buenos Aires. El 18 de julio de 1976, la víspera de su muerte, Santucho, entre otras recomendaciones, nos decía que había que tener en cuenta al Pelado pues venía mejorando mucho y que podía reforzar los órganos dirigentes, sobre todo en esos momentos de creciente debilidad por la represión. Más influido por este juicio de Santucho que por mis propios conocimientos y atenazado por la necesidad de cuadros, es que al asumir la dirección máxima del PRT-ERP en reemplazo de Roby, propuse incorporar a Gorriarán al nuevo Buró Político y así se inició una etapa de dos años de trabajo juntos, la mayor parte del mismo fuera del país. Aquí es donde empecé a conocerlo más a fondo.
El Buró Político decidió que viajáramos a Cuba para lograr preparación para el próximo auge de masas que esperábamos para fines de la década del setenta. Lo hicimos vía Italia, país en la que ya teníamos una pequeña infraestructura. Naturalmente viajamos separados y yo le di una cita para nuestro encuentro en Roma: «te espero al pie de ese arco del triunfo que está a lado del Coliseo», El pelado llegó a Roma y después me contó que al buscar el arco pensó: «Este Luis está en pedo: ¿Qué arco del triunfo puede haber aquí si los tanos nunca ganaron una guerra?» Desde luego yo sabía que el famoso Arc du Tryunph» estaba en París, pero había llamado «arco del triunfo» al Arco de Constantino que conocía sólo por fotos porque, como es sabido, todos los emperadores romanos hacían construir un arco al regreso de sus guerras triunfales. .El chiste no tiene mucha gracia si uno no advierte que el Pelado, cuestionando con ese ácido humor la historia bélica de los italianos, no podía quejarse que lo llamaran militarista.
El asunto es que en esos días compartíamos vivienda y vivencias y, desde luego, la oportunidad de hablar en forma más suelta de los problemas del Partido. Viajamos a Praga en donde tuvimos diez días y una larga entrevista con un miembro de la dirección del Partido Comunista Cubano que nos llamó la atención sobre nuestra tendencia a no detenernos a mirar que estaba pasando. Parecía como si cada día tuviéramos más acuerdos sobre la situación y lo que había que hacer. El Pelado no demostraba competencia alguna por la función que yo sustentaba como continuidad orgánica de la dirección creada por Santucho. Nos abrimos a nuestros íntimos pensamientos y allí me confió sus dudas, cosa que actuó muy favorablemente en mi consideración hacia él. Al fin de cuentas era humano y no esa imagen de bronce que se había construido o que le habían armado alrededor suyo.
Se realizó la reunión del Comité Ejecutivo de Abril en Roma, en la vía Crescencio. Desde la ventana de la casa en que sesionábamos podía verse la cúpula de la Catedral de San Pedro en el Vaticano, todo un símbolo. En ese evento el Pelado participó como nunca lo había hecho y se unía al entusiasmo colectivo que restablecía ese optimismo que caracterizó toda la trayectoria del PRT_ERP, aún en las peores circunstancias. «Persistir y vencer» había sido la vital consigna que dejaba la herencia de Santucho sin que nadie se percatara que suplantaba la muy latinoamericana «Patria o muerte», «Victoria o muerte» o «A vencer o morir».
Después el Buró Político se instaló en Madrid en un plan de reconstrucción que duraría de cuatro a seis meses, según lo planeado. Un trío dirigente regresó a Buenos Aires con las resoluciones del Comité Ejecutivo y la misión de replegar aún más las fuerzas hacia el movimiento social dosificando la acciones militares guerrilleras. Yo viajé a Cuba para completar la misión que había originado la salida del país y en ese lapso se dieron los golpes represivos en Argentina que destruyeron los restos organizados del PRT-ERP. El Buró Político estaba dividido en dos y dos por la forma que se enfrentó la ola represiva anunciando la ruptura
A esta altura de estos recuerdos sería ocioso relatar los hechos que llevaron a la ruptura. Había una causa de fondo que no se hacía conciencia en ninguno de nosotros, causa de causas, por jugar con las palabras y que engendró un microclima magistralmente expresado por Rolo Diez en su novela «Los Compañeros» y que reproduzco a continuación:
«De a poco se ha ido dando cuenta de que han caído en una trampa. El diversionismo ideológico se servirá en el desayuno, tenderá sus dulces emboscadas, ofertará sus halagos en la feria. Las diferencias comenzarán a llamarse actividades contra la dirección, el paso siguiente consistirá en llamarlas actividades contra el partido. La desesperación cerrará su círculo: Hija de la impotencia engendrará la intolerancia, la persecución. Caminarán su calle sin salida, repetirán sus mismos pasos, las palabras heladas, las sentencias. Encontrarán el enemigo en el espejo. Quemarán su bruja a medianoche y no podrán dormir.»
Y en efecto, la ruptura, producida en el fondo por la impotencia de no hallar el camino de retorno simbólico y concreto a la lucha en el país, se produjo a fines de 1978 . Mi último encuentro con el pelado fue, como dije al empezar, en Paris. La zarzuela se había convertido en sainete.
Yo y la mayoría del Buró Político funcionábamos en Madrid y habíamos llamado al VI Congreso del PRT. Gorriarán con la mayoría del CC se había atrincherado en Paris y en principio impugnaban dicho llamado pero a fin de cuentas se avinieron a participar del mismo siempre que se convinieran las reglas. Al mismo tiempo ambas facciones recorríamos los grupos partidarios haciendo proselitismo interno y por supuesto, acusando a la otra parte de las peores herejías en el sistema de creencias del PRT. La principal, claro está, el abandono de la lucha armada como forma principal de lucha, manifestación inequívoca del «reformismo». Naturalmente, más allá de las mejores intenciones de todo el mundo, más allá del alto grado de alienación del conjunto, había algún que otro piantado . Y con el grupo de Gorriarán había uno particularmente singular: Jorge Masetti quien disfrutaba de un apellido histórico y que en un momento propuso a su grupo matar a Luis Mattini para acabar con su influencia reformista. Como de este lado tampoco faltaba algún chiflado medio se lo tomó en serio y se dio la paradoja de custodiar al secretario general más por temor a una agresión interna que por miedo a los servicios de seguridad de la dictadura que actuaban en el extranjero.
Por eso es que la reunión con el pelado en Paris fue mucho más cómico que lamentable. No recuerdo bien como se eligió el Café del encuentro, pero seguramente que mi equipo verificó el lugar. Lo cierto es que yo ingresé acompañado de Julio Santucho y ya mi «custodia» había tomado posiciones. Recorrimos el Café con la mirada y no vimos la supuesta custodia del Pelado. Al rato llegó acompañado por el Cuervo, compañero que se había iniciado en la lucha armada en Rosario junto con él, gran organizador de eventos. Se sentaron frente a nosotros y comenzamos a tratar el asunto. Parecía una mesa de juego. El problema es que yo no sé jugar al pocker y el Pelado demostró ser experto. Sin embargo, ahora a la distancia, puede verse que esa reunión puso en evidencia que el PRT-ERP ya estaba muerto, sólo firmábamos el certificado de defunción.
Ahora, ante su partida definitiva, pienso -como Miguel Benasayag- que yo no sé si el Pelado quería y luchaba por la misma sociedad que quiero y lucho yo, pero sí es seguro que siempre peleó contra la misma sociedad que yo peleo, y puedo decirle con el corazón y sin rencores: Hasta la victoria siempre.