A diferencia de lo ocurrido en las últimas semanas con diversas movilizaciones que coparon plazas y avenidas, ayer el espacio público se pronunció mayoritariamente desde el silencio y las calles vacías. Tampoco hubo parrillas humeantes y choripanes que engalanaran el centro porteño. Fue un paro de puertas adentro como lo quisieron los dirigentes sindicales de […]
A diferencia de lo ocurrido en las últimas semanas con diversas movilizaciones que coparon plazas y avenidas, ayer el espacio público se pronunció mayoritariamente desde el silencio y las calles vacías. Tampoco hubo parrillas humeantes y choripanes que engalanaran el centro porteño. Fue un paro de puertas adentro como lo quisieron los dirigentes sindicales de la CGT para ahorrarle mayores disgustos al gobierno con quien pretenden seguir negociando, pero también para disimular las diferencias en las propias filas. La nota distinta la dieron las organizaciones de izquierda que promovieron desde la primera hora cortes en los accesos a la capital.
Así planteadas las cosas -y como casi siempre ocurre- todo quedó abierto a la batalla de las interpretaciones, un terreno fértil para el gobierno que cuenta con la complicidad de gran parte del sistema de medios.
También en este caso Mauricio Macri sigue utilizando el doble estándar para sus análisis. Se envalentona y se entusiasma con el puñado de seguidores que salieron el sábado a respaldar a su gobierno y decide desconocer a los cientos de miles que se plantaron en la calle a lo largo de todo marzo para reclamarle cambios en su política económica. Y a medida que endurece la posición asegurando que «no hay plan B» empuja a la confrontación a una dirigencia cegetista que esquiva la pelea hasta donde puede, que convocó al paro casi a disgusto para no quedar descolocada y que ha hecho todo lo que está a su alcance para quedar bien con el gobierno.
El paro «inactivo» fue la manera más moderada que la dirigencia de la CGT encontró para canalizar el descontento de aquellos a quienes la política de Cambiemos va dejando abandonados al margen del camino pero, al mismo tiempo, una manifestación palpable de la fragmentación política y social que impide la articulación positiva y propositiva de acciones conjuntas de la oposición tanto para la resistencia como para la generación de alternativas.
Más allá de que las usinas de Cambiemos y sus medios aliados actuando en cadena oficialista argumente que la fortaleza de la medida de fuerza estuvo centrada en la falta de medios de transporte -sin decir que los «transportistas voluntarios» no alcanzaron para torcer el rumbo de los acontecimientos- lo cierto es que el paro alcanzó la contundencia esperada.
Pero, después de las movilizaciones y el paro, la pregunta sigue siendo cómo se posicionan los diferentes actores en el escenario ahora planteado.
Una buena síntesis -en un teatro donde no abundan las certezas- podría expresarse a través de la letra de aquella canción infantil: «cada cual atiende a su juego».
Siguiendo con su ya conocida filosofía duranbarbesca, el gobierno niega lo evidente, proclama su propia victoria e insiste en la afirmación del rumbo escogido como el único posible. «No hay reclamos concretos», dicen los ministros intentando vaciar de contenido a la protesta y sosteniendo el negacionismo oficial ante la evidencia de la inflación, los despidos y la caída del poder adquisitivo de los salarios. «No hay plan B» repite Macri, para señalar que no está dispuesto a modificar nada. Simultáneamente y sin admitir contradicción alguna, el presidente sigue apelando al «diálogo», que en su versión tiene un estilo muy cercano a la prédica de ciertos pastores electrónicos del evangelismo y que podría traducirse en «yo te ilumino con mi verdad, la verdad» dejando para los interlocutores el lugar de ignorante impenitente pero agradecido porque ha tenido la gracia haber sido irradiado por aquella luz.
La convocatoria al paro silencioso por parte de la dirigencia cegestista -desbordada por sus propias bases- ha sido una clara demostración de que los capitanes sindicales están más preocupados por mantener su cuota de poder que en defender intereses genuinos de sus representados. Ayer el gobierno, a través del Ministerio de Trabajo, les mandó también un mensaje en forma de «recomendaciones» destinadas a renovar las conducciones. Se abre aquí otro frente de lucha.
La izquierda hizo su aporte testimonial por medio de los piquetes y los cortes en los accesos. Suficiente para entrar en la foto, para ganarse la condena de los dirigentes sindicales que preferían no interferir en la condición dominguera del paro, y para darle letra al oficialismo gobernante en su intento de deslegitimar la protesta.
Aun con divisiones y fragilidades, el movimiento obrero continúa siendo el principal eje de resistencia al plan sistemático de destrucción trazado por el macrismo. El paro, a pesar de sus características y su silenciosa condición, fue una nueva manifestación de lo anterior.
Desde la penumbra de su propio desconcierto, los dirigentes políticos opositores miraron la medida de fuerza pensando casi exclusivamente en la manera de capitalizarlo a su favor en un año electoral. Siguen sin saber cómo hacerlo. Porque a contrapelo de aquella intención está la falta de habilidad y capacidad para construir acuerdos mínimos -ni siquiera consensos- a fin de ponerle freno político y también electoral al PRO y sus aliados. Las ambiciones personales y el ajuste de cuentas por antiguas batallas siguen imponiéndose por encima de la mirada colectiva, aunque la mayoría diga actuar en nombre de los pobres y sus derechos.
Mirando desde la otra vereda están los verdaderos damnificados: los pobres, los que se quedaron sin trabajo, los que ven reducida su calidad de vida privados de políticas públicas que los amparen. Son los que sufren de manera directa el impacto del modelo, pero también los que mayor aporte hacen a las movilizaciones de todo tipo poniendo el cuerpo. «Su juego», en este caso, es la supervivencia. Aunque existan agrupaciones que levantan sus banderas, estas personas carecen mayoritariamente de representación genuina y el desamparo en que se encuentran radica también en la poca conexión que tienen con la estructura sindical y la política tradicional.
Es difícil predecir el rumbo del día después. Cada cual atiende a su juego, se hablan lenguajes distintos y el clima de confrontación crece al margen de las apelaciones al diálogo que suenan inevitablemente vacías mientras no estén acompañadas de gestos políticos que las respalden. El conflicto político social se sigue cocinando en la olla de la crisis al calor del fuego de las urgencias de quienes vienen perdiendo derechos en forma creciente.