La coyuntura después del 28J La derrota de los Kirchner en las elecciones legislativas del 2009 dejó flotando en el ambiente la sensación inequívoca de un fin de ciclo. Era la prueba de fuego luego del «conflicto del campo», el revés político más importante del kirchnerismo desde su ascenso en el 2003. Aquel conflicto marcó […]
La coyuntura después del 28J
La derrota de los Kirchner en las elecciones legislativas del 2009 dejó flotando en el ambiente la sensación inequívoca de un fin de ciclo. Era la prueba de fuego luego del «conflicto del campo», el revés político más importante del kirchnerismo desde su ascenso en el 2003. Aquel conflicto marcó un quiebre de la relación entre el gobierno y un sector de la burguesía (junto a sus voceros políticos y mediáticos), al mismo tiempo que reforzó su aislamiento respecto de las clases medias urbanas y rurales. El deterioro de las posiciones electorales K en puntos clave de la geografía política peronista parecía adelantar su ocaso definitivo. A pesar de mantener un importante caudal electoral a nivel nacional, con poco más del 30% de los sufragios, la caída del mismísimo Néstor Kirchner frente a Francisco de Narváez en la Provincia de Buenos Aires sonó como un golpe de gracia. [2] Se llegó a especular, por aquellos días, que la presidenta no concluiría su mandato.
Las semanas posteriores fueron de balances y previsión de horizontes para la izquierda, y en aquellas reflexiones había un diagnóstico casi unánime: estábamos en presencia del agotamiento del ciclo kirchnerista. La productividad política de su dispositivo de poder era puesta en jaque a dos bandas: por un lado por su jefatura empresarial, cansada de gesticulación populista y decidida a darse una representación política más estable; del otro, por el electorado popular, pensado siempre desde el pejotismo [3] como mera clientela, y que esta vez le daba la espalda. Se pensó lo que vendría como una sobrevida, como un tortuoso camino hacía el 2011 donde el gobierno necesariamente debería replegarse y pactar con la oposición, resignando cuotas de poder.
Lo más importante para nosotros, sin embargo, era lo que el derrumbe del kirchnerismo podía significar en tanto «desbloqueo» de las posibilidades de acumulación por parte de la izquierda, sobre todo a partir del debilitamiento de las expectativas sociales y los mecanismos de cooptación que tan eficientemente habían aportado a la estabilización capitalista. Un año después hay que decir que aquellos pronósticos eran errados. Muy por el contrario, el gobierno de Cristina Fernández retomó la iniciativa y volvió a imponer la agenda política, y el escenario de polarización resultante, no solo mantuvo, sino que redobló los desafíos que se nos presentan a los militantes del campo popular. Reflexionar sobre este último punto es el objetivo central del presente artículo.
Durante los meses que siguieron al 28J el kirchnerismo decidió «dar pelea». Y decidió darla en su campo y con las armas que conoce. Básicamente, aprovechando la ventaja relativa que supone su mayor audacia para «hacer política», capacidad casi atrofiada en la oposición de derecha, merced a décadas de sumisión automática al poder económico, y que, por el contrario, en los K es llevada por momentos al aventurerismo liso y llano. Así, lanzaron una «cruzada» contra un enemigo poderoso pero antipático, como el Grupo Clarín, utilizando banderas sentidas por parte de la población, como el «Fútbol para Todos» y el impulso a la causa por apropiación a Ernestina Herrera, la dueña del monopolio. La votación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual fue la batalla de fondo y, dejando atrás el fantasma de la 125 [4] , el gobierno conquistó un triunfo relevante, que en este caso significó también un avance popular frente a la reglamentación de la dictadura. Pero el gobierno no ha reaccionado con un «giro a la izquierda» luego de la derrota del 2009, como pretenden algunos, sino que ha retomado la iniciativa con un juego más bien pendular. No ha dudado ante la posibilidad de avanzar con medidas que, más allá de su intencionalidad, constituyen conquistas sociales o democráticas, siempre que éstas sirvan para fortalecer su posición relativa frente a la oposición. De esta forma, junto a la mencionada Ley de Medios, se cuenta la implementación de la Asignación Universal por Hijo (con indudables repercusiones en el bolsillo de los hogares mas pobres) y el impulso presidencial a la ley de matrimonio igualitario, si bien los legisladores K han votado divididos. En el mismo periodo, sin embargo, se ha recostado más decididamente que nunca en los gobernadores y caudillos del PJ y en la cúpula de la CGT, dejando en ridículo la anunciada renovación de la política; ha fortalecido su relación con las empresas mineras y otras industrias extractivas que saquean y contaminan nuestras tierras; ha avanzado en el pago de la deuda externa y en la segunda etapa del canje, presentados insólitamente como herramientas de soberanía nacional; y las relaciones con el Departamento de Estado norteamericano pasan por un excelente momento. Como sea, merced a estas medidas, y a una repercusión moderada de la crisis económica internacional, el gobierno recuperó parte del terreno perdido en junio de 2009.
Enfrente encontró una oposición de derecha y centro-derecha extraordinariamente funcional. En primer lugar, porque su involucramiento con las políticas económicas neoliberales les garantiza el rechazo de una parte del pueblo que, sin embargo, no siente simpatía alguna por el gobierno. En segundo lugar, porque su dispersión e incoherencia es notable, lo que ha redundado en un impotencia casi absoluta para capitalizar el desgaste kirchnerista.
El pan-radicalismo fue el ganador más evidente del periodo que va de la 125 hasta el 28J, siendo el espacio con más probabilidades de imponer un sucesor en el 2011. Sin embargo, la desconcertante permanencia de Cobos en el ejecutivo, criticada dentro y fuera de la UCR, ha degradado su imagen positiva, dejando muy atrás en el tiempo su episódico papel de héroe. Hoy, lejos está de ser un presidenciable indiscutido. Mientras, las posibilidades de Alfonsín hijo aumentan, apuntaladas por el «aparato» radical y la posibilidad de presentar un cara más «progre» contra el kirchnerismo, y Lilita Carrió acaba de quebrar el Acuerdo Cívico y Social en medio de uno de sus habituales espásmos megalómanos. El llamado Peronismo Federal se sabe portador de la estructura política más sólida y del favoritismo de los factores de poder económico más importantes, al tiempo que es conciente de su debilidad en el terreno de las candidaturas. Reutemann sigue cavilando, mientras que Eduardo Duhalde, el más perdurable político burgués de los últimos veinte años, se sabe dueño de una alta imagen negativa en la sociedad. El impredecible Francisco de Narváez sigue siendo la principal carta electoral de este espacio. La centro-izquierda, con sus exponentes Binner, Stolbizer y Juez, está a mitad de camino de un acuerdo con la Coalición Cívica y/o el radicalismo, aunque no son descartados como aliados por el espacio de Pino Solanas. Tal es así que este último no ha dudado en aparecer en bloque con la oposición liberal, cajoneado sus planteos nacionalistas y progresistas, llegando incluso a destacar ultimamente sus importantes acuerdos con Carrió.
Párrafo aparte merece la situación de Mauricio Macri. Fuertemente golpeado por el escándalo de las escuchas ilegales, confía en su mayoría legislativa para evitar la destitución, aunque las deserciones en el bando propio (sobre todo del peronismo porteño) son un fantasma que lo acosa. A pesar de esto, y de la pésima gestión al frente de la Ciudad de Buenos Aires, no se lo puede descartar en la carrera presidencial, sobre todo porque mantiene su crédito mas importante: ser el candidato mas cómodo y funcional para el kirchnerismo, el cual presumiblemente hará todo lo posible para toparse con él en el ballotage del 2011.
En los últimos meses sectores de la oposición han intentado modificar este tablero. El protagonismo de la cúpula radical en la aprobación de la ley de matrimonio igualitario y el planteo del 82% móvil, de indudable impacto social, parecen ir en ese sentido. A esta ultima jugada el gobierno ha respondido con el aumento de las jubilaciones y de las asignaciones familiares, pero tendrá que enfrentar, en las próximas semanas, la probable media sanción en diputados de un proyecto impulsado por la oposición, que cuenta con innegable simpatía popular. Veremos qué ocurre en los próximos meses.
Como sea, para la izquierda sigue siendo un desafío romper la polarización planteada. Es por eso que, partiendo de un diagnóstico de la etapa y de una caracterización del kirchnerismo, lo imprescindible es analizar qué posibilidades de construcción contrahegemónica se abren para el campo popular. En pocas palabras: tenemos la urgencia de pensar/prefigurar/construir una forma de contestación efectiva (y no meramente retórica o denuncialista) a la gestión del estado capitalista encabezada por los K. Lejos estamos de tener alguna receta al respecto. Sin embargo, sí tenemos un recorrido, reflexiones, experiencias, intuiciones y convicciones ético – políticas que nos marcan un camino.
¿Proyecto nacional – popular…
Definir el carácter social y la perspectiva política del kirchnerismo ha llevado a una de las polémicas mas profundas de los últimos tiempos al interior del campo popular. En los polos de un amplio abanico de opiniones encontramos la siguiente contraposición: ¿Proyecto nacional – popular o simple continuismo neoliberal? Ni lo uno ni lo otro, respondemos tentativamente, e intentaremos explicitar aquí nuestra propia caracterización.
Sabemos que toda definición de un fenómeno actúa por aproximaciones sucesivas al mismo, y por lo tanto, elegimos el camino de ir construyendo lecturas provisorias del kirchnerismo, incompletas (y a ser completadas y/o corregidas) pero productivas a la hora de orientar una praxis política contrahegemónica. Siendo así, lo primero es «marcar la cancha», es decir, definir qué no es este gobierno. Y no es, como algunos sostienen, un movimiento nacional – popular, ni portador de proyecto refundacional alguno.
No lo es por origen, ya que Néstor Kirchner asume el poder en 2003 para continuar la obra de su «mentor», Eduardo Duhalde [5] , encarando con éxito la reconstitución de la «normalidad» capitalista, tanto en lo relativo a las ganancias empresarias como a la relegitimación de un orden. Tarea reaccionaria por definición, al proporcionar una salida hacia delante a la crisis del capital, sacar al pueblo de las calles y restaurar el funcionamiento de las instituciones dañadas por la intervención popular del 2001 – 2002.
No lo es por política , ya que en lo económico y en lo social los dos gobiernos K han sostenido un programa netamente capitalista, en completa articulación con una de las fracciones más concentradas de las grandes empresas nacionales y transnacionales [6] . Peor aún, el kirchnerismo no sólo ha sido el agente de la reconstrucción hegemónica capitalista, sino que ni siquiera ha encarado una política de reformas o «democratización del bienestar» dentro de este sistema, elemento indispensable de cualquier movimiento cuanto menos «populista» o nacionalista [7] . El aumento de la brecha entre ricos y pobres, el reforzamiento del modelo extractivo primario-exportador, el mantenimiento de gran parte de las leyes laborales de los 90, el sostenimiento de un sistema impositivo netamente regresivo, el pago de la deuda externa, la política sistemática de subsidios a las grandes empresas, el ocultamiento de los índices reales de inflación mediante la intervención al INDEC, constituyen una brevísima enumeración que desmonta rápidamente la supuesta «progresividad» del kirchnerismo.
No lo es por perspectiva , ya que no se piensa a sí mismo como un movimiento de gradual transformación del Estado capitalista, sino como una elite política destinada a mantenerse el mayor tiempo posible en la administración eficiente del mismo. Esto ha quedado al desnudo en otro de los elementos decisivos a la hora de preguntarse sobre el carácter de una fuerza política: su relación con «las masas» y con las organizaciones sociales en particular. La transversalidad fue un experimento trunco y de corto aliento, y la «nueva política» rápidamente terminó en los brazos de los viejos caudillos del PJ. En todos estos años el kirchnerismo jamás eligió apoyarse en una movilización social extendida que pudiera escapar a su control. De la misma manera, su vínculo con las organizaciones populares estuvo regido por la coptación y destrucción de cualquier tipo de autonomía, sin detenerse incluso ante la corrupción directa de referentes sociales. Las organizaciones que resistieron dicha política han sufrido la represión y persecución selectiva, al tiempo que vieron reducida la asistencia estatal. En conclusión, el kirchnerismo no ha recurrido siquiera a la movilización «controlada» de las masas, característica del nacional – populismo.
Una evaluación seria deja al descubierto con cierta rapidez el carácter capitalista y anti-popular del proyecto K, y muestra que la hipótesis de una posible «radicalización» futura carece de todo sustento.
… o continuismo neoliberal?
A pesar de esta evidencia, sectores de nuestro pueblo piensan que el kirchnerismo es una opción «menos mala que otras», lo único posible en la actual coyuntura, lo cual amerita alguna reflexión. En primer lugar, es indudable que la historia reciente de nuestro continente y el carácter conservador en extremo de otras expresiones políticas de la burguesía, con las cuales disputa el kirchnerismo, explican en gran parte lo extendido de este posibilismo. Sin la secuela de derrotas que nos legó el neoliberalismo, las consecuencias de la dictadura, y las decepciones de los posteriores gobiernos democráticos, es difícil explicar un piso tan extraordinariamente bajo para las expectativas populares. Incluso el propio 2001, que abrió una profunda movilización social, derivó con el tiempo en lo que Maristella Svampa (2008) denominó «una fuerte demanda de orden y normalidad». Partiendo de esa base, el kirchnerismo ha podido moverse con cierta comodidad, pero es indudable que también tiene el mérito de haber leído adecuadamente el fin de un ciclo y el comienzo de otro.
Frente al crédito abierto por algunos sectores, es algo común que en ámbitos de izquierda intentemos saldar el problema con cierto simplismo: «El kirchnerismo es la derecha». No compartimos dicho análisis y pensamos que no sirve para la formulación de una política adecuada. A pesar de los aspectos de continuidad que efectivamente existen, no entendemos al kirchnerismo como una mera repetición de los gobiernos neoliberales. Estamos en presencia de una conducción del Estado diferente de las estructuradas durante el Consenso de Washington en toda América Latina. En lo económico, los sectores financieros, bancarios y el capital extranjero vinculado a las privatizadas resignaron posiciones, mientras que algunos sectores productivos «nacionales» (algunos de ellos fuertemente transnacionalizados) mejoraron su posición relativa. Al mismo tiempo, la «extranjerización» del sistema productivo, lejos de revertirse ha dado un nuevo salto producto del abaratamiento de los activos luego de la devaluación. Por otro lado, los sectores extractivos (minería y petróleo) recibieron fuertes privilegios, al tiempo que la agroindustria, ahora con eje en la soja, sigue siendo la clave de la acumulación de divisas (Katz, 2010). Esto último es lo que ha concentrado una fuerte tensión en los aranceles de exportación. La idea de un neo-desarrollismo limitado, en articulación (y tensión) con un modelo extractivo primario-exportador, parece ser la mejor síntesis de la actual configuración económica [8] .
En cuanto a las determinaciones políticas del ciclo K, ya señalamos que su eje ha sido ampliar las bases de la hegemonía capitalista, que se vio fuertemente deteriorada luego del 2001. La debilidad del campo popular para forzar una salida «desde abajo» dio paso a un proceso de recomposición, comandado, en lo político, por una facción relativamente marginal del Partido Justicialista. Sin embargo, la potencia relativa de la movilización, demandaba una salida que tomara en cuenta algunas de sus reivindicaciones y fuera capaz de incorporarlas subordinadamente dentro de esa reconstitución capitalista. Los Kirchner tuvieron gran lucidez en la lectura de estas nuevas coordenadas, dentro de las cuales se tuvo que mover la política de «los de arriba», por lo menos hasta el 2006.
A esto, los Kirchner le sumaron otro mérito relativo: no estaban dispuestos a ser sólo el salvavidas de una gobernabilidad en crisis, y por lo tanto se lanzaron a «hacer política», es decir a construir poder político propio. Esto constituyó cierta novedad dentro de la política burguesa, acostumbrada desde 1989 a una subordinación completa y obscenamente directa de la acción política a los grandes grupos económicos y los organismos internacionales. Así, el kirchnerismo no expresa el surgimiento de una «nueva política», pero sí la rehabilitación de ciertas herramientas que históricamente le han permitido niveles de autonomía al personal político de las clases dominantes. De ahí que en su empeño estabilizador inicial el gobierno contara con una «solidaridad de clase» inquebrantable, pero en la medida que el «miedo a las calles» menguó y que los Kirchner comenzaron a poner en el centro de su agenda la construcción de poder propio, algunos grupos económicos concentrados y la derecha política vieron la oportunidad (y la necesidad) de lanzarse al enfrentamiento abierto. Por su parte, el kirchnerismo demostró no detenerse ante la concesión o la demagogia con causas populares como herramienta de acumulación propia. Es en este marco que, en distintas etapas, se conquistaran una serie de derechos sociales y democráticos, que no ponen en cuestión la orientación capitalista de los dos gobiernos K, pero que constituyen un avance para nuestro pueblo. El impulso (aunque limitado) a los juicios por crímenes de lesa humanidad, la anulación de la obediencia debida y el punto final, la estatización de los fondos jubilatorios de las AFJP, la inclusión en el sistema previsional de 2 millones 400 mil nuevos beneficiarios, la Asignación Universal por Hijo, la Ley de Medios, la Ley de matrimonio igualitario, son medidas de relevancia social que tienen evidentemente un doble carácter. Por un lado son intentos de apropiación, «desde arriba», de demandas populares, cuya implementación está viciada de clientelismo y busca anular la iniciativa subalterna, fortaleciendo la hegemonía de un sector de las clases dominantes. Pero por el otro, son conquistas que en muchos casos demandaron años de lucha, y que constituyen un punto de partida para encarar las futuras contiendas en una mejor relación de fuerzas.
Interregno teórico – metodológico
Esta dialéctica de las conquistas que las clases subalternas alcanzan dentro del orden social capitalista debe ser cabalmente comprendida para evitar, tanto la asimilación al sistema como la pasividad sectaria. Desde el sufragio universal hasta la organización sindical, pasando por la integración subordinada de la clase trabajadora al llamado «estado de bienestar», son producto de esa dialéctica. Conquista e integración, reivindicación y cooptación, son los términos reales a través de los cuales se ha desenvuelto la lucha de clases, y la contradicción con la que ha tenido que lidiar el movimiento emancipatorio de los trabajadores desde sus orígenes, como tempranamente lo advirtió Rosa Luxemburgo (1976). Cada reivindicación que la clase dominante, o una fracción de la misma, se ve obligada a conceder (en muchos casos de manera precaria y provisoria) constituye un intento de asegurar o ampliar las condiciones para su predominio social, al mismo tiempo que debilitar las estrategias confrontativas por parte de las clases subalternas; sin embargo, esas mismas conquistas pasan a formar parte del acervo y la acumulación social de los explotados, generando (en potencia) mejores condiciones para la organización de la lucha anti-sistémica. Es la misma contradicción en la que debemos movernos al «luchar contra el Estado para eliminarlo como instancia de desigualdad y opresión, a la vez que luchamos por ganar territorios en el Estado, que sirvan para avanzar en nuestras conquistas». (Thwaites Rey, 2004)
Es sobre esta base que nos encontramos con distintos tipos de estados y gobiernos capitalistas. La comprensión de que las clases dominantes adoptan diversas formas y métodos para el ejercicio de su hegemonía forma parte, desde hace mucho tiempo, del arsenal conceptual del marxismo y de todo el pensamiento crítico. Identificar los matices concretos de una forma de ejercicio de la misma es la única herramienta efectiva para combatirla. Así lo entendió Gramsci (2000) cuando desarrolló la forma específica que había adoptado el Estado en el occidente capitalista y pronosticó la inviabilidad de una «revolución de octubre», de un «asalto al poder», en la Europa desarrollada, donde era necesario desplegar una extensa «guerra de posiciones» en las trincheras de la sociedad civil. De la misma forma, la militancia actual nos demanda un estudio crítico de las características del Estado capitalista en América Latina y de las formas de ejercicio de gobierno que encontramos en cada país.
El proceso que encabezó el kirchnerismo desde el 2003 puede definirse como una variante particularmente degradada de lo que el citado comunista italiano definió como revolución pasiva y transformismo [9] . Gramsci (2000) denomina revolución pasiva al proceso por el cual las clases dominantes, frente al «subversivismo esporádico, elemental e inorgánico de las masas populares», introducen novedades en su modo de dirigir, buscando «expropiar a las clases subalternas de su iniciativa histórica». Así, ante la debilidad estratégica de las fuerzas que promueven un cambio desde abajo, la clase dominante retoma la iniciativa y convierte ciertas demandas sociales en «instrumento para tornar gobernables a las clases subalternas» (Campione, 2007).
Por todo esto entendemos que, decir que el kirchnerismo no es «la derecha» o no es neoliberal, lejos está de propiciar algún embellecimiento del mismo, sino que está dictado por un análisis crítico de la realidad y por una perspectiva social anticapitalista. Igualar capitalismo o estado capitalista, con los términos «derecha», «neoliberalismo», «fascismo», etc. no es mas que hacerle un favor a las relaciones de dominación y explotación actuales. Es por eso que nuestra tarea no es la de estigmatizar con lo epítetos políticos mas gruesos al kirchnerismo, sino la de entender sus mecanismos concretos de gobierno para enfrentarlos con mayores probabilidades de éxito desde una perspectiva socialista.
Que (no) hacer.
Nuestra militancia parte de un irrenunciable compromiso ético en el enfrentamiento a todo Estado que sostenga las formas de dominación de clase, el patriarcado, el racismo, el autoritarismo, que son la sustancia misma del sistema de opresión y dominación actual. Pero al mismo tiempo intentamos darnos las herramientas necesarias para enfrentar y desarticular la forma concreta en que se ejerce esta dominación en un momento determinado. Y está claro: no es lo mismo enfrentar a un gobierno que promueve el juzgamiento de ciertos jerarcas militares responsables de crímenes de lesa humanidad, que a uno que los apaña en sus círculos de poder más cercano.
En este punto la izquierda tradicional ha fallado de principio a fin. Su incomprensión del kirchnerismo y las tácticas adecuadas para enfrentarlo es tributaria en realidad de un déficit de más largo aliento y ya largamente consolidado: su estéril costumbre de aplicar siempre las mismas recetas, ya viejas y polvorientas, a cada nueva situación. No estamos hablando de la repetición extemporánea de algún «clásico de las revoluciones» de indudable mérito, sino de la regurgitación de fórmulas infalibles en pequeños grupos que giran únicamente alrededor de su propia reproducción.
Es ante este panorama que la pregunta, ¿hay algo a la izquierda del kirchnerismo? no es tan vana como se supone. Si dejamos de lado la utilización chicanera y fraudulenta que hacen de ella los voceros oficiales, nos plantea un problema relevante. Entendida de una manera amplia la respuesta es sencillamente evidente: miles de militantes populares en todo el país siguen sosteniendo las banderas de un cambio social radical; muchísimas organizaciones han generado espacios que, aunque pequeños, son laboratorios de gestación de resistencias y alternativas; las organizaciones autónomas territoriales, las empresas recuperadas, los campesinos en lucha; los obreros que se organizan en sindicatos democráticos y pelean por sus reivindicaciones; y la lista es interminable. Todo esto expresa un algo a la izquierda del kirchnerismo que éste se ha esmerado en reprimir, cooptar o debilitar según el caso. Es éste el material de una, todavía más potencial que presente, alternativa de liberación.
Sin embargo, la pregunta encierra otra lectura, y ésta es: ¿hay capacidad de construir alternativa política con proyección popular a la izquierda del kirchnerismo? Y aquí la cosa se complica. Hay que tener poca honestidad intelectual para negar que, a nivel de las grandes masas, la agenda política de oposición está construida en base a planteos de centro-derecha. Esto no significa necesariamente que la sociedad argentina sea mayoritariamente «de derecha» (esto, en todo caso, demanda un análisis de otro tipo) sino que, en parte, expresa la inexistencia de alternativas político-sociales desde el campo popular. Por supuesto que este problema tiene sus raíces en correlaciones de fuerzas profundas. Después de la dictadura, la gran decepción política que significó el alfonsinismo y las transformaciones neoliberales, nuestro pueblo lejos está de haber recuperado la iniciativa, más allá de grandes resistencias. El 2001 ha sido un punto de inflexión que permitió el re-animamiento de la organización popular y la re-politización de la sociedad, pero no ha abierto un ciclo de ofensiva popular a nivel global.
Esto nos lleva al aspecto en que sí tenemos responsabilidad los militantes populares. Al 2001, nadie llegó preparado y está claro que las construcciones de poder popular eran ínfimas en relación a los desafíos de dicha coyuntura. Sin embargo, hubo una izquierda que estaba relativamente bien organizada en la víspera y que capitalizó coyunturalmente la movilización social posterior. El resultado fue decepcionante. Sin entrar en un balance detallado que no es objeto de este artículo, la intervención de la izquierda tradicional en estos ámbitos estuvo impregnada por un fuerte sectarismo y miradas mesiánicas que derivaron en la faccionalización de los movimientos populares. En las asambleas esto tuvo resultados directamente destructivos, en otros espacios la situación fue mas matizada, y conquistas parciales significativas fueron sin embargo limitadas mediante la apropiación mezquina de las experiencias de base y la negativa permanente a unir las luchas de nuestro pueblo.
Pero si durante el periodo 2001 – 2003 la izquierda tradicional desperdició una oportunidad para fortalecer la acumulación popular, una vez empezado el operativo de estabilización capitalista encabezado por Kirchner la tónica fue el desconcierto generalizado. La «unidad de acción» establecida con la Sociedad Rural Argentina o la defensa de los principales voceros del grupo Clarín fueron el momento cúlmine de un triste itinerario.
Así, responsabilizar a la izquierda tradicional por la inexistencia de una alternativa popular al kirchnerismo, es un acto infantil que oculta problemas mucho mas profundos. Sin embargo, sí es correcto señalar el aporte decisivo que estas organizaciones han hecho para instalar en un amplio sector de la sociedad la idea de que la construcción de esa alternativa no es siquiera viable. Está claro, si depende de esa izquierda, la alternativa no sólo está ausente, sino que es imposible.
Y mucho cuidado. Las organizaciones populares que no queremos reproducir aquellas prácticas, de ninguna manera estamos exentas de estos problemas. Es un mérito indudable el solo hecho de intentarlo, de «abrir la cabeza» y estar dispuestos a aprender de las experiencias de nuestro pueblo en lugar de pretender aleccionar desde un pedestal. Sin embargo, no hay «pasaporte a la nueva política», solo reflexiones y búsquedas, que van entregando sus frutos, pero siempre tentativas y sujetas a revisión. La mirada crítica sobre nosotros mismos, lo que hacemos y lo que pensamos, es indispensable para entender la cuota de responsabilidad que tenemos en las debilidades del campo popular, y potenciar así nuestro aporte creativo.
Las tentativas de una nueva praxis
Una gran cantidad de compañeras y compañeros venimos explorando esos áridos caminos en pos de la construcción de una nueva «nueva izquierda», tal como la denominó Miguel Mazzeo (2007), uno de los tantos protagonistas de esta búsqueda. Y está buena la expresión. Porque históricamente, cada época de cambio social, cada nueva revolución ha demandado también una revolución al interior del pensamiento y las organizaciones de izquierda. Han sido «nueva izquierda» el bolchevismo, el anarco sindicalismo, el 26 de Julio, los grupúsculos del mayo francés, el guevarismo, el peronismo revolucionario, y un largo etcétera. Y estamos convencidos de que Nuestra América ha entrado en un nuevo ciclo de cambios históricos, de experimentos sociales, de pueblos haciendo su historia, dignos e insurgentes frente al imperio y al capital. Y allí, de la realidad misma, surgen las demandas de un nuevo pensamiento y de una renovada práctica de la subversión, y desde allí también se empiezan a gestar los nuevos socialismos.
Nos cabe entonces también la responsabilidad de pasar, de esta crítica de la vieja izquierda, del imprescindible momento negativo, a la formulación prepositiva de algunas prácticas constituyentes de una izquierda nueva, rebelde, popular y antidogmática. Porque compartimos el diagnóstico de Daniel Campione (2007) de que «la autorreforma intelectual y moral de la izquierda es indispensable, un requisito de cambio en el propio campo para poder pensar y actuar seriamente hacia el cambio social global (…) Esa autorreforma requiere abarcar los modos de pensar y comportarse, el reconocerse parte del conjunto social y no una minoría ilustrada y naturalmente dirigente».
Respecto de esta tarea tenemos la siguiente hipótesis: los militantes populares enfrentamos una situación compleja, plagada de dificultades pero también de indiscutibles oportunidades de acumulación. La crisis del 2001 ha quedado atrás, por lo menos en su inmediatez catastrófica y disruptiva. Sin embargo, el propio terreno en el cual se desenvuelve la disputa con este gobierno es expresión de que las cosas han cambiado y de que partimos de un piso más alto y de condiciones de lucha menos desfavorables. ¿O no es acaso un signo central del kirchnerismo arrebatar banderas populares, usufructuar reclamos sentidos, instrumentalizar luchas pretéritas y cooptar a una parte de las organizaciones sociales? Todo esto, como ya señalamos, ha sido puesto en función del fortalecimiento de una facción política que ha garantizado los fundamentos de la acumulación capitalista. Pero esto no deja de ser un reconocimiento del nuevo terreno sobre el que están obligados a moverse aquellos que trabajan por mantener la hegemonía capitalista. Es sobre esta torción de la relación de fuerzas que se han conquistado ciertos derechos sociales y democráticos en los últimos años. Es sobre esta base también que debemos dar la disputa, trinchera por trinchera, en cada terreno, por la construcción de otra hegemonía, desde abajo y a la izquierda.
Sobre esta base, sobre lo que ha «sedimentado» del 2001, y sobre la acumulación de experiencias de los movimientos y de nuestro pueblo todo, entendemos que la actual etapa nos plantea el desafío de proyectar nuestras construcciones sociales hacia una plataforma política. Se trata de buscar los caminos para la confluencia de las diversas experiencias de base que hemos venido construyendo alejadas de los moldes de la izquierda pre-establecida. En una etapa que seguimos entendiendo como de acumulación (y no de enfrentamientos decisivos), pensamos sin embargo que esa acumulación debe dar un salto hacia la articulación y la herramienta política.
Para esto es clave evitar, tanto la ilusión en un supuesto «proyecto nacional – popular», que lleva a la adaptación y la pérdida de autonomía; como el autismo dogmático que evita las determinaciones concretas de la realidad y repite, como en trance, «su» programa. La receta para esta tarea brilla por su ausencia, pero al menos hay que estar dispuesto a «correr el riesgo». De esta manera, la misma situación política puede redundar en el mayor aislamiento político o en el aumento de nuestra influencia; en la asimilación al Estado o en el fortalecimiento de nuestras organizaciones. Todo depende de cómo actuemos.
Quisiéramos ser un poco más concretos. Frente a la resolución 125 se produjo la situación de mayor polarización durante los gobiernos K y se conformó la coalición mas importante reunida hasta ahora en su contra. En aquella situación, algunos adoptaron la increíble posición de hacer bloque con las patronales agrarias y la derecha política, bajo la premisa de que el objetivo central era debilitar al gobierno. Otro sector de la izquierda, sin embargo, adoptó una posición menos dañina: se trata de un conflicto entre fracciones burguesas, ninguna encarna un proyecto popular, por lo tanto no estamos ni con uno ni con el otro. Esta política, basada en afirmaciones ciertas, carecía sin embargo de toda posibilidad de intervención real, ya que olvidaba señalar que no «daba lo mismo» para los trabajadores si las patronales del campo lograban terminar definitivamente con las retenciones (como era su programa) y, por lo tanto, no buscaba interpelar a ningún sujeto concreto mas que a su propia «buena conciencia». En aquel momento surgió el espacio Otro Camino para Superar la Crisis que, partiendo de señalar que efectivamente el gobierno no encarnaba un proyecto popular, apoyó la aplicación de retenciones, señaló su carácter insuficiente así como el direccionamiento anti-popular de esos fondos, y planteó una serie de medidas que deberían acompañar a los aranceles de exportación [10] . Más allá de sus limitaciones aquella experiencia nos parece rescatable. Otro ejemplo. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales mostró al gobierno intentando usufructuar la lucha que desde hace años vienen dando organizaciones sociales y medios comunitarios. Ante el impulso a una ley que significa un indudable avance respecto a la normativa vigente, una cantidad de organizaciones le dimos vida a múltiples iniciativas en apoyo a la ley, a la vez que criticamos sus limitaciones, reclamamos el lugar correspondiente para los medios alternativos, y no dejamos de denunciar que este mismo gobierno prorrogó en el 2005 las licencias de (entre otros) el oligopolio Clarín. Es de esta manera que se disputa palmo a palmo el terreno al kirchnerismo, es decir dando pelea por las banderas que pretenden arrancarnos en lugar de entregarlas mansamente mientras nos refugiamos bajo la sombrilla del «izquierdismo» más inmaculado. Nuestra responsabilidad es mostrar que la lucha consecuente por el castigo a los genocidas, contra los grandes medios de des-información, por los derechos de las minorías, por el trabajo para todos, tiene futuro en la medida que sea sostenida por organizaciones populares y autónomas. Es más, el carácter público y masivo que ciertas temáticas toman a partir de la propia publicidad kirchnerista debe ser aprovechado para visibilizar a las organizaciones que luchan hace años por esas banderas y que son sus verdaderas promotoras.
Qué hay un espacio social para construir esta política pareció mostrarlo, entre otras cosas, la elección de Proyecto SUR y Pino Solanas en la Ciudad de Buenos Aires. Por supuesto que dentro de aquel 24% puede presumirse una gran heterogeneidad, pero sin dudas hay también la expresión de un sector de la población que se posicionó a la izquierda de los K. Por cierto, la situación actual de este mismo espacio muestra las dificultades de consolidar una alternativa de este tipo. Las posturas que ha sostenido Solanas en temas sensibles, aliado casi sin distinción con la oposición de derecha abre un interrogante sobre el futuro político de esta fuerza. Igual de objetable parece ser la táctica electoral que contempla como una posibilidad la candidatura presidencial junto al PS, Stolbizer y Juez. Otro emergente de ese espacio como Martín Sabatella pasó a encuadrarse dentro del kirchnerismo crítico, ámbito desde el cual la construcción de alternativa aparece completamente imposible, no sólo desde una opción ético-políca sino desde lo que demuestra la experiencia práctica reciente de las fuerzas políticas que lo han intentado.
La dificultad para establecer una agenda propia, e incluso para intervenir con visibilidad en la agenda de los de arriba no hace otra cosa que expresar la debilidad social de las posiciones contestatarias en el momento actual, la relativa estabilidad de la economía, es decir una relación de fuerzas. Esta misma definición nos debe llevar a evitar los falsos atajos que le escapan a la construcción de poder popular desde la base. Es en la militancia cotidiana, en el territorio, donde residen los nichos de maduración social de nuevas relaciones de fuerzas, que por supuesto demandarán también, para su instalación, enfrentamientos decisivos con los poderes del Estado. En este sentido, Proyecto Sur parece recaer en un problema endémico del progresismo argentino: su desprecio por las construcciones populares de largo aliento y la tentación recurrente del acuerdo electoral providencial que permita «salir de la marginalidad».
Sin embargo, sabemos que toda una generación de militantes pos-2001 nos hemos encontrado con el problema inverso. Es decir, con el embellecimiento de los movimientos sociales, el enamoramiento de lo local y la fobia a lo político en general y al poder en particular. En lo que viene siendo, a nuestro entender, un fructífero proceso de maduración, existe una izquierda social que manifiesta su voluntad de trascender lo sectorial, lo local, y por lo tanto no puede dejar de pensar en las disputas políticas que tienen relevancia en la coyuntura, aunque no siempre sean las que articulan estratégicamente el enfrentamiento a este sistema y la puesta en pie de un otro posible. Es en este marco que intentamos señalar, líneas arriba, que hay lógicas de intervención y políticas tácticas que maximizan nuestra capacidad de acción contenidas en la actual (y por supuesto cambiante) relación de fuerzas y otras que nos esterilizan de antemano ante cualquier enfrentamiento decisivo. Es que las posiciones revolucionarias no se declaman, sino que se construyen pacientemente, lejos de las opciones binarias y con mediaciones de todo tipo, con opciones ético-políticas intransables pero también con riesgos tácticos indudables.
Una alternativa, desde abajo y sin permiso
Frente a estos desafíos, el entramado heterogéneo de organizaciones que denominamos izquierda independiente es aún débil y está plagado de in-certezas. Sin embargo, en su seno encontramos una rica acumulación de experiencias, de creaciones sociales, que son un punto de partida ineludible de las luchas que vendrán. El rechazo de un programa acabado o una ideología blindada en sí misma es uno de los denominadores comunes de este espacio. Sin embargo, de sus reflexiones y su práctica político-social se extraen ya una serie de ideas-fuerza que son retomadas por una cantidad de colectivos de muy diversas características. Quisiéramos destacar algunas, especialmente relevantes en nuestra opinión.
Construcción de base . Se piensa en una izquierda enraizada en la militancia de base, en los territorios (sean estos fábricas, barrios, escuelas, facultades, campos, espacios de la cultura, etc.). Una construcción sólida, genuina, alejada de los atajos electoralistas o mediáticos, aparece como uno de los pocos reaseguros posibles contra la burocratización, la asimilación al sistema o el estancamiento sectario de nuestras organizaciones. Significa también pensar el trabajo de base como eje de la militancia, como una práctica dialógica en la cual no autoproclamamos vanguardias ni llevamos «verdades» al pueblo, sino que buscamos construir juntos el conocimiento para la subversión social.
Poder popular . Se pone en el centro la construcción de poder popular. Esto es, la puesta en pie desde la base de instituciones, prácticas y subjetividades alternativas al sistema y que disputen con este en distintos ámbitos de la realidad social. Es una concepción del poder como relación social, y particularmente como relación de fuerzas a construir, en lugar de como institución a la cual «tomar por asalto». Construir poder popular es construir nuestra autonomía como clase subalterna hoy, al tiempo que las vías para la destrucción del poder opresor y su reemplazo por un poder hacer, democrático y de los trabajadores. Es pensar en las modificaciones (aún preliminares) de la relación de fuerzas como «guerra de posiciones» (Gramsci, 2000), a la vez que mantener la perspectiva de una disputa global contra el poder estatal.
Política prefigurativa. Porque la sociedad por la que luchamos se empieza a construir en las nuevas relaciones humanas que seamos capaces de establecer, en la solidaridad y la búsqueda de valores opuestos al egoísmo, la competencia y el individualismo. Por eso la lógica de construcción de nuestros colectivos no puede ser centralista, vertical y autoritaria, si lo que queremos es una sociedad fundada en valores éticos opuestos.
Sujeto plural. Hay una extendida vocación por articular sujetos populares diversos que a partir de prácticas heterogéneas participan del enfrentamiento al actual sistema. Sin poner en duda el papel central que los trabajadores pueden tener en la articulación de proyectos emancipatorios, apostamos por la integración de un sujeto anticapitalista múltiple junto a pueblos originarios, campesinos, estudiantes, movimientos en defensa de las minorías, de géneros, profesionales, artistas, y todos los compañeros y compañeras explotados, oprimidos y discriminados por este sistema.
Latinoamericanismo . La idea mariateguiana de que el socialismo no debe ser «ni calco, ni copia», sino creación heroica de los pueblos es constitutiva de una nueva generación militante. La recuperación del marxismo latinoamericano y otras tradiciones críticas de Nuestra América es un imperativo del momento, lo cual demanda también cuestionar los ropajes eurocéntricos que ha sabido tener el pensamiento socialista. Esto implica sentir como propia la lucha de los pueblos del continente, que luchan contra el imperialismo y construyen sus caminos de liberación.
Articulación social y proyección política . Es una necesidad cada vez más urgente superar la fragmentación de gran parte de las experiencias del campo popular. El arraigo en el territorio y en la militancia de base ha sido a menudo contrapuesto a las disputas políticas a nivel general y convertidos en «fines en sí mismos» de carácter meramente local. La articulación de una alternativa social y política de carácter popular es el desafío del momento, por lo menos en sus instancias iniciales o preparatorias. Como señala Mabel Thwaites Rey (2004), tenemos la necesidad de «acometer la organización política que permita acumular las fuerzas necesarias para cambiar el mundo, una herramienta (…) que parta de la autonomía de sus integrantes, que no sustituya (…) que respete tiempos, perspectivas y diferencias diversas y, a la vez, (…) encuentre puntos de unidad que permitan avanzar hacia las metas colectivamente propuestas, (…) que articule la confrontación social con la lucha política».
Todo esto debe realizarse sobre un terreno político que, aunque complejo, no deja de ser extraordinariamente más fértil para el pensamiento emancipatorio que el conocido por la militancia de los 90. La situación particular de nuestro continente, epicentro de las resistencias a la lógica depredadora del capitalismo y de la construcción de nuevas alternativas, es un punto de referencia ineludible. Por otro lado, cientos de experiencias militantes han emergido, portadoras de nuevas lógicas, prácticas y concepciones. Lo que se ha dado en llamar izquierda independiente, está constituida por una variedad de organizaciones muy diversas pero que tienen en común estar abordando la reflexión sobre los ejes antes descriptos.
El incipiente desarrollo de la COMPA (Coordinadora de Organizaciones y Movimientos Populares de Argentina) que busca sintetizar diferentes experiencias, en la perspectiva de una herramienta política anticapitalista, antiimperialista y antipatriarcal es un paso alentador. Pero el espectro de una nueva «nueva izquierda» excede en mucho a las organizaciones que formamos parte de la COMPA, son miles los compañeros y compañeras que participan de organizaciones sindicales, estudiantiles, territoriales, colectivos culturales, de géneros, comunidades originarias, organizaciones campesinas, espacios intelectuales, que están renovando el pensamiento y la práctica contrahegemónica en nuestro país. Es ésta la base para el fortalecimiento de nuevos proyectos emancipatorios, de matriz socialista, carácter popular y ambición de alternativa política.
Pensamos los próximos años como decisivos en la consolidación de este nuevo espacio emergente dentro de la izquierda argentina. La disputa dentro del proyecto K ha mostrado ya su inviabilidad, y las organizaciones que lo intentaron lejos estuvieron de ampliar decisivamente su influencia político-social a cambio de hipotecar su independencia. Las organizaciones de la izquierda tradicional no constituyen ya, en nuestra opinión, alternativa alguna. Recae sobre un multiforme y todavía fragmentado espacio, al que llamamos izquierda independiente, la enorme responsabilidad de avanzar en la construcción de una alternativa popular y de un horizonte socialista en los próximos años. Las dificultades a sortear son evidentes y el terreno a recorrer es mucho, sin embargo hay razones para la utopía. Miles de militantes, una historia de lucha por recoger, cumpas que día a día luchan por cambiar esta sociedad, toda la vitalidad de nuestras construcciones de base, el estímulo que significan los procesos de cambio en nuestro continente, son la savia vital de este sueño compartido. En eso estamos y desde aquí buscamos aportar modestamente, con el imprescindible «pesimismo de la inteligencia» pero, sobre todo, con todo el «optimismo de la voluntad».
Bibliografía
– Boron, A. (2008): Socialismo del siglo XXI ¿Hay vida después del neoliberalismo?, Ed. Luxemburgo, Buenos Aires.
– Campione, D. (2007): Para leer a Gramsci, Ed. del CCC, Buenos Aires
– Gramsci, A. (2000): Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el estado moderno, Ed. Nueva Vision, Buenos Aires.
– Luxemburg, R. (1976): Obras escogidas, Ed. Pluma, Buenos Aires
– Katz, C.: «Los nuevos desequilibrios de la economía argentina» en Revista Lucha de Ideas N° 1, Septiembre 2010, Buenos Aires.
– Mazzeo, M. (2007): El sueño de una cosa. (Introducción al poder popular), El Colectivo, Buenos Aires.
– Mazzeo, M.; Acha O.; y otros (2007): Reflexiones sobre el poder popular, El Colectivo, Buenos Aires.
– Svampa, M. (2008): Cambio de época. Movimientos Sociales y poder político, Siglo XXI, Buenos Aires.
– Thwaites Rey, M.: «Autonomía: ¿Mito o posibilidad para la construcción de poder popular?». En: Revista Espacios Nº 12, Julio2004, Quito.
Martín Ogando es Sociólogo, docente de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y militante de la Juventud Rebelde 20 de Diciembre.
[2] A nivel país, para diputados nacionales, el Frente para la Victoria sacó el 30,7%, apenas por debajo del Acuerdo Cívico y Social (30,9%). En la Pcia. de Buenos Aires, Unión – Pro consiguió un sorpresivo 34,58% contra el 32,11% del Frente para la Victoria
[3] Decimos «pejotismo» en referencia a las características asumidas por el Partido Justicialista actual. Esta definición no necesariamente cuadra para el conjunto del movimiento peronista a lo largo de su historia, lo cual demandaría un debate mas preciso.
[4] Este era el número de la resolución del Ministerio de Económia que aumentaba los aranceles de exportanción, y que fue rechazada en el senado.
[5] Lo fundamental de esta tarea, realizada por el ex vicepresidente de Carlos Menem, fue sin dudas la devaluación asimétrica.
[6] Un ejemplo paradigmático de las vinculaciones del kirchnerismo con algunos de los empresarios más poderosos de la Argentina puede leerse en «En este país, a todo el que tiene guita lo ataca la zurda», Diario La Nación, 25/07/2010. Allí Carlos Blaquier, dueño de Ledesma y responsable del tristemente célebre apagón, hace una enfática defensa del gobierno.
[7] El kirchnerismo no es, evidentemente, un movimiento nacional – popular, en el sentido gramsciano de encarar la «reforma integral», es decir material, moral e intelectual de una sociedad; pero tampoco lo es en el sentido limitado de un movimiento que procede a una reforma parcial del estado, integrando al mismo nuevos sectores sociales (por definición subalternos) y apoyándose para dicha ampliación estatal en la movilización de masas.
[8] «Pero la meta industrialista es tan sólo neo-desarrollista. Ya no busca erigir un aparato fabril con auxilio de las estatizaciones o el proteccionismo frente a un sector agrario estancado. Sólo pretende reconstituir el debilitado tejido industrial, en coexistencia con una estructura agro-capitalista renovada y tecnificada. El viejo desarrollismo ha sido sustituido por esta variante agro-industrial.» , Katz, Claudio (2010) Los nuevos desequilibrios de la economía argentina en Revista Lucha de Ideas (Buenos Aires) N° 1, septiembre.
[9] Transformismo es la denominación que le da Antonio Gramsci al proceso mediante el cual las clases dirigentes absorben intelectuales orgánicos de las clases subalternas como forma de ampliar su capacidad hegemónica. Gramsci, Antonio (2000) Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Ediciones Nueva Vision, Buenos Aires, Argentina
[10] Las declaraciones de Otro Camino para Superar la Crisis pueden consultarse en http://otrocamino.wordpress.com
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