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Argentina en el mundo que viene

Fuentes: Rebelión

Desconfianza, miedo, ira creciente. Signos dominantes de la realidad argentina a fines de octubre. Han transcurrido 221 días de aislamiento obligatorio, supuestamente para “priorizar la salud frente a la economía”. El resultado es una catástrofe económica y sanitaria.

Largamente superado el millón de personas contagiadas con covid-19, con un saldo a la fecha que se aproxima a las 30 mil muertes, el drama mayor está por venir y estriba en el cataclismo económico creado por la combinación de una crisis estructural de larga data y la irracionalidad demostrada por las autoridades al decretar una cuarentena general y sin límite temporario.

Aunque aún rige legalmente, el confinamiento sólo fue efectivo en el primer mes, por imperio del pánico colectivo, alentado por el gobierno. Luego la desesperación –económica y psicológica- rompió el cerco y la autoridad presidencial menguó hasta extinguirse y dar paso a la desobediencia civil de hecho. El daño económico será irreversible en el mediano plazo y a un costo social elevadísimo. El daño sanitario excede en mucho los efectos de la peste: el confinamiento produjo innumerables problemas que aparecen ahora y se multiplicarán en el futuro. La restricción de derechos individuales ha pasado todos los límites y pone al trasluz el desmembramiento del sistema institucional, la ausencia de autoridad en el sistema político y la invalidez de la Constitución.

Casi cinco millones de puestos de trabajo se han perdido desde la imposición del así llamado Aspo (Aislamiento social, preventivo y obligatorio), el 20 de marzo pasado. Se clausuraron las escuelas y millones de familias permanecieron encerradas en sus viviendas desde entonces. Para evitar un inmediato colapso social, se recurrió a diversas formas de subsidios, entre ellas el IFE (ingreso familiar de emergencia), que asiste a casi 10 millones de personas con 10 mil pesos mensuales (la mitad de la canasta básica de un individuo. Como es obvio, esto provocó un sismo en las cuentas públicas. Hasta fines de septiembre el déficit fiscal fue del 6,4%. En la proyección más optimista superará a fin de año el 8%. Todo financiado con emisión de dinero, mientras el producto interno bruto (PIB) de 2020 caerá entre un 13 y un 17%, según quién haga los cálculos. Entre otras razones, esto hizo que con un dólar oficial a $83,50, el paralelo cerrara el viernes 23 a $195.

Difícil resumir el resultado de las políticas oficiales y el estado del gobierno a 10 meses de haber asumido. Pero se puede recurrir a las palabras del pintoresco jefe de gabinete nacional, quien tras explicar que “Argentina no tiene posibilidades de un ajuste” –lo cual es rigurosamente cierto, como lo es la proposición inversa: “Argentina no tiene posibilidad de no hacer un ajuste”- concluyó con la elegancia y precisión que caracterizan su habla: “el país se va a pegar un porrazo enorme producto de la pandemia”.

¿Un porrazo enorme? ¿Producto de la pandemia? Por las horas en que se redactan estas líneas, el pulverizado frente empresarial discute un cambio de gabinete. Tal vez por eso acudió la palabra porrazo a la mente del ministro. Pero se trata de un incendio social de características imprevisibles. La sociedad parece contener el aliento a la espera de un acontecimiento extraordinario que el propio ministro verbaliza sin definir ni, mucho menos, afrontar. Por lo demás, cargar la culpa a la pandemia es un recurso habitual del elenco oficial, cuando no apela a la malevolencia genética del gobierno anterior.

Un mundo perturbado

En las últimas semanas se ha visto a los candidatos presidenciales estadounidenses comportarse como parroquianos pendencieros de un barrio marginal. Sus enfrentamientos, presentados como “debate presidencial”, revelan la vertiginosa decadencia del vigía de Occidente. En simultáneo, el presidente chino Xi Jinping arengó a las tropas del ejército más numeroso del mundo con una consigna sugestiva: “prepárense para la guerra”.

Hay cifras engorrosas pero necesarias: a escala mundial se perdieron desde marzo 500 millones de puestos de trabajo formales. Equivalen a entre mil y dos mil millones de seres humanos lanzados al arroyo (vale detenerse un momento a imaginar sus rostros). Es la mayor caída desde la segunda guerra mundial. Estudiosos de la realidad internacional aseguran que para fines de 2021 la economía estadounidense estará en el mismo nivel de 2019, en tanto la economía china habrá crecido un 10% (The Economist, 8 de octubre 2020). Mientras tanto la Unión Europea cruje y la competencia intercapitalista se agudiza.

Desde luego el Covid-19 tiene un peso singular en esta deriva. Pero es falso que sea la causa. Decíamos en una columna fechada el 16 de marzo pasado:

“Una recesión global sobrevendrá tras el colapso desencadenado el 9 de marzo con la explosión bursátil, reveladora de la fragilidad estructural del capitalismo mundial. Incluso antes de que se desarrollen las tendencias tan abrupta y violentamente desatadas, urge un resumen de la nueva situación a partir del vuelco estratégico en el panorama internacional. Analistas interesados atribuyen al Covid-19 (coronavirus) la sideral destrucción de valor sufrida entre el 9 y el 13. Sin duda este factor -cuyo origen no está claro- contribuye al terremoto financiero y lo hará aún más con las penurias del período que viene. Pero la causa está en la feroz lucha por el control de los mercados a escala planetaria” (http://www.luisbilbao.com.ar/2020/03/16/coronavirus-crisis-global-y-coyuntura-regional/).

Los devastadores efectos de la pandemia agravarán ese combate. Aún así, no todos perdieron a causa de la peste. Se produjo una aceleración en la centralización de capitales, en paralelo con una traslación masiva de ingresos en detrimento de asalariados y clases medias. Desigualdad y pobreza aumentaron cualitativamente y lo seguirán haciendo. El mapa mundial se rediseñará para dar lugar a un nuevo cuadro geopolítico, en el cual los actores tradicionales cambiarán de papel. Seal cual sea el dibujo resultante de ese nuevo atlas, la crisis estructural no cederá y, por el contrario, multiplicará sus fuerzas centrífugas, por lo cual es probable que tambien se produzcan desmembramientos en países y regiones. Argentina es una de las naciones amenazadas por esta dinámica destructiva.

Esta coyuntura internacional ocurre sin conducción ni centro de poder inapelable. Cuatro países se imponen en el conjunto mundial: China, Estados Unidos, Rusia y Japón, más la Unión Europea, azotada por otra embestida del covid-19 y por crecientes convulsiones internas. Cada uno, a su vez, revelará tendencias centrífugas que, eventualmente pueden debilitar de manera decisiva a uno o más de estos protagonistas, con Estados Unidos, China y la Unión Europea a la vanguardia en esa alocada carrera.

El factor dominante de este cuadro general es la ausencia de estrategia. La teoría política ha sido reducida a cháchara de comentaristas televisivos o aterrados pronósticos de columnistas en grandes medios, mientras los poderes mundiales se aferran al más ramplón pragmatismo, todos girando en el circuito del sistema capitalista.

Un mundo sin estrategia

Allí reside la abrumadora paradoja de nuestro tiempo: cuando el hombre ha alcanzado cumbres impensables en ciencia y tecnología, no existe Nación, Partido o equipo dirigente con planes para afrontar la mayor crisis que haya vivido la humanidad, puesto que todos se empeñan en sostener y supuestmente mejorar el sistema que en su desenvolvimiento lógico, desarrollando al máximo sus potencialidades intrínsecas, ha llegado a este punto.

Relevantes intelectuales se mostraron escandalizados por la pelea televisada entre Donald Trump y Joseph Biden. Pero no atinan a responder por qué la nación más desarrollada del mundo debe optar entre semejantes personajes. Los más avispados cargan las culpas sobre el electorado, con lo cual siguen sin explicar el fenómeno pero además toman por un camino que lleva obligatoriamentea a la negación del voto popular y, de allí, al fascismo.

El caso es que la degradación del sistema económico ha producido en todos los ámbitos y a todos los niveles, una selección inversa en el que prima la brutalidad sobre la inteligencia, el egoísmo sobre el bien común, el ventajismo sobre el esfuerzo y los virajes oportunistas sobre las convicciones arraigadas. Arrastrado por la crisis y el predominio de políticos ignorantes, miopes, ávidos, todo se deteriora y corrompe en un cuadro donde la educación y la cultura mercantilizadas alcanzan los abismos más profundos de la degradación.

Esto último es acaso lo más grave, puesto que se imparte a las juventudes una verdadera des-educación, en relación con la convivencia social como en criterios estéticos y valores humanos básicos, pero también en el herramentaje necesario para comprender el funcionamiento de la sociedad. Cuando el gobierno anunció su “opción por la salud”, en detrimento de “la economía”, con la aquiescencia de la oposición, practicamente la sociedad entera se mostró de acuerdo. Publicado el 29 de marzo, a 10 días de decretada la cuarentena, el fragmento que sigue chocaba de frente con el así llamado “sentido común”:

Si se trata de optar entre salud y economía, está claro que una no propende a la otra. Nadie ha cuestionado hasta el momento el absurdo de semejante dicotomía. Esto no ocurre por la torpeza de quienes incurren en ella sino porque ésa es, efectivamente, la opción en un sistema capitalista. Ni tirios ni troyanos pueden admitir que, al límite, optarán por la defensa del sistema, es decir, en contra de la salud.

(…) La Economía Política es la ciencia que estudia la relación entre los seres humanos en el esfuerzo por extraer de la naturaleza lo necesario para vivir y hacerlo cada vez en mejores condiciones.

Por el contrario, la disciplina ahora denominada Economía, impartida en las universidades de todo el mundo, enseña a garantizar la obtención de plusvalía. Cuando la inexorable ley de la baja tendencial de la tasa de ganancia reaparece con inusitado vigor, la encomienda es encontrar los mecanismos para torcer la curva y sostener así el edificio tambaleante. Según la sensibilidad (y otros rasgos, a considerar más adelante) del profesional de esta función, esa masa de plusvalor será destinada en mayor o menor proporción al Estado o a manos privadas. Furibundos “estatistas” y acérrimos “neoliberales” coincidirán sin embargo en negarse a cuestionar el sistema de producción, incluso si lo ven balancearse al borde del abismo”.

(…) Por eso la buena gente licenciada en esa pseudo ciencia ahora se debate entre prolongar la cuarentena para evitar muertes en escala probablemente muy elevada, o reiniciar cuanto antes la actividad para recuperar la cotidiana extracción de plusvalía y sostener así la continuidad del sistema. Está excluida en esa diatriba la posibilidad de entender que “la economía” (es decir, la producción, el trabajo manual e intelectual realizado por toda la sociedad, en salud y enfermedad) es la base de cualquier forma de inmunidad para la especie humana. Está igualmente excluida la evidencia de que el capitalismo enferma psíquica y físicamente a la inmensa mayoría y sólo cura a una porción para quitarle también por esa vía una parte de su trabajo, mediante la medicina privada, las así llamadas “obras sociales” de empresas sindicales o la desatención pública” (http://www.luisbilbao.com.ar/2020/03/29/pandemia-y-revolucion-pantallazo-sobre-argentina-y-el-mundo/).

Siete meses después las sensaciones han cambiado. El país ha cambiado. Empresas encuestadoras colocan la economía como primera preocupación de la ciudadanía; en segundo lugar está la inseguridad y recién en el tercero el riesgo de la peste. Ahora hay que priorizar la economía y relegar la salud. Preso en su propia trampa, el gobierno ha quedado paralizado. Cada sector oficialista toma sus propias decisiones y el poder central se difumina aún más. Empujada por la necesidad y la inconciencia, según el caso, el conjunto social exige apertura económica y normalización de las actividades, precisamente cuando hay un promedio superior a los 15 mil casos de contagios y más de 400 muertes diarias. Mientras tanto el gobierno cedió la iniciativa también en la movilización social. Ineditas marchas masivas de la oposición se sucedieron desde el 20 de junio. Amplísimos sectores de la clase media tomaron las calles, mientras el peronismo se recluyó y dio lugar a una situación sin precedentes: fuerzas conservadoras en la calle y el otrora inmenso aparato peronista paralizado. El 17 de agosto hubo manifestaciones masivas en todo el país. Las clases medias no sólo ocuparon un lugar que les fue siempre ajeno en la historia argentina, sino que lo hicieron enarbolando como único emblema la bandera nacional. El peronismo perdió a la vez la calle y el máximo símbolo patrio. El movimiento sindical desapareció del escenario. Frente a esto, el fiasco del 17 de octubre reveló un peronismo exhausto. Es sólo cuestión de tiempo que esa inversión histórica produzca una guerra interna en el peronismo e impacte sobre el gobierno desestabilzándolo hasta un punto hoy imprevisible. Sin embargo, cualquier desenlace será en detrimento de los trabajadores e incluso de la mayoría de quienes se movilizan en los últimos meses con inusitado vigor. Hoy la opción al desmoronamiento peronista es otro conglomerado de idéntica naturaleza, sólo diferenciable en las formas a encarar para llevar a cabo el insoslayable saneamiento que reclama el sistema.

Este proceso ocurre en el curso de una oportunidad histórica para organizar a trabajadores y aliados en un partido de masas anticapitalista. La posibilidad no fue siquiera avistada por organizaciones que optaron por buscar un lugar en el Parlamento. Mientras tanto, las contradicciones sociales se agravan y se abre el riesgo de una deriva fascista, ya manifiesto en corrientes del oficialismo (respaldadas por el Vaticano) y con las clases medias desesperadas como ejército de reserva.

El desconcierto de las clases dominantes abre un tiempo adicional. Excepto el vuelco de montañas de dinero para sostener el consumo, los centros de poder no lograron articular una respuesta, mientras ya se observan signos de un relanzamiento de la crisis Tanto menos podrían hacerlo en este contexto las clases dominantes locales. Hay fuerzas en el mundo, en América Latina y en Argentina, para ofrecer una respuesta alternativa. La oportunidad todavía está abierta.

@BilbaoL