Recomiendo:
1

¿Argentina un chiquero industrial?

Fuentes: Rebelión

Soledad Barruti en “Diario de la guerra del cerdo”, Resumen Latinoamericano, 31 de agosto de 2020, describe una mega granja porcina: “… Un laberinto de animales separados en un cuidadoso diseño industrial, organizado según técnicas aprendidas de la fabricación en serie de otros productos como autos o zapatillas. Son cientos de miles de cerdos, separados por grupos. 

El primero concentra a lo más valioso del lugar: las madres. Cerdas de 300 kilos que están gestando, pariendo o amamantando. Pasan toda su vida -que dura tres o cuatro años- en jaulas individuales exactamente del tamaño de sus cuerpos. Ahí comen, son inseminadas, se relacionan con sus crías, cagan. No se conocen entre sí las cerdas, aunque sus ciclos reproductivos están -hormonas sintéticas mediante- sincronizados como un reloj de eficiencia suiza. Eso garantiza que siempre se mantenga un stock estable de crías. 

Otros galpones encierran a los lechones: cientos de miles de cerdos con la única misión de engordar en el menor espacio y tiempo posibles. Sus corrales son suelos de cemento recortado para filtrar fluidos y excrementos, separados por barrotes. Cuadrados o rectángulos adonde entran de a muchos, como un andén de metro en hora pico. Los lechones y cerdos son todos iguales. Tienen la misma edad, los mismos kilos, el mismo color y el mismo padre que garantiza su productividad calcada: son genéticamente idénticos. No tienen dientes ni cola ni testículos porque, con una pinza y sin anestesia, les arrancaron todo a pocos días de nacidos. Así los productores contienen el canibalismo que se les dispara por vivir en aburrimiento y estrés.

De los cerdos se espera que se reproduzcan, que aguanten esas condiciones y que se alimenten para engordar. 

La granja porcina moderna es, como cualquier otra fábrica, una línea de montaje. Una máquina superpoblada de animales tratados como insumos y, para evitar que fallen, tratados también con otros insumos como antibióticos, antivirales y ansiolíticos. Si no los medicaran estarían enfermos, no se reproducirían y no llegarían vivos al matadero. 

Pero más allá de la crueldad de este capítulo del agronegocio, criar en mega granjas industriales a un total global de 667.6 millones de cerdos es un peligro. 

Porque es caldo de cultivo para nuevas enfermedades: el hacinamiento y la inmunidad debilitada por el estrés y la selección genética de esos animales llevan a que los virus que se alojan naturalmente en sus organismos muten y puedan pasar a los humanos, generando nuevas enfermedades zoonóticas, como COVID-19. 

Porque ese sistema productivo está llevando a la extinción de antibióticos cruciales para la salud humana, como las penicilinas y tetraciclinas: en los criaderos se aplican en cantidades misteriosas, que los productores se reservan. 

Porque representa un consumo desmedido de recursos: para generar cada kilo de carne se necesitan 6.000 litros de agua y 6 kilos de granos.

Porque para subsistir, la industria necesita de otras industrias, también destructivas: monocultivos tóxicos de soja y maíz, que enferman poblaciones enteras y avanzan sobre bosques, y montes nativos.

Porque la producción masiva de cerdos es altamente contaminante. Cada uno de los 667.6 millones de cerdos genera unos 15 kilos de mierda y varios litros de orina al día. Son millones de piletas olímpicas de deshechos. Embalses rojizos ubicados en las inmediaciones de las granjas; de donde proviene un olor imposible de esconder (y de respirar). 

Se dio a conocer el borrador del resistido acuerdo que el Gobierno de Alberto Fernández quiere rubricar con China gracias a la difusión de su versión en inglés en el blog del Pacto Ecosocial. Se suma así al “Anteproyecto 12.000 madres” del Ministerio de Agricultura, que se filtró días atrás. 

El memorándum, cuya firma el Gobierno postergó para noviembre en China, se compone de once artículos que refieren a áreas y formas de cooperación, grupo de trabajo, puntos focales, arreglos financieros, cláusulas de confidencialidad y derechos de propiedad intelectual, solución de controversias, obligaciones en virtud de otros acuerdos, efectos legales, enmiendas y duración. 

El acuerdo entre China y Argentina se prolongaría por cinco años y se renovaría automáticamente por períodos de cinco años, salvo que una de las partes quiera rescindirlo, para lo cual deberá hacerse al menos seis meses antes del vencimiento del período en curso. Se plantea en el marco del compromiso de los dos Gobiernos para una “asociación estratégica integral” que “mejore” las relaciones bilaterales en diferentes áreas. Aunque se mencionen “la igualdad” y “el beneficio mutuo”, el plan chino no es otro que descargar las consecuencias sanitarias y ambientales de su consumo de carne porcina en un país cuyo Gobierno busca asegurar negocios a los popes del agronegocio y atraer dólares para pagar la deuda. 

El memorando pretende posicionar al acuerdo en un marco de respeto por el ambiente, las leyes de protección de la naturaleza y los compromisos internacionales en materia de biodiversidad y cambio climático que hayan sido suscritos por ambos países. Insta a “promover buenas prácticas ambientales con el fin de potenciar que estas inversiones empresariales sean respetuosas de las leyes ambientales, minimizando sus impactos”.  

“Esto se ha plasmado en una constante demostración de ansiedad de los funcionarios, que quieren actuar con una celeridad contraria a las acciones democráticas y de participación que venimos exigiendo”, sostienen en un comunicado Maristella Svampa, Enrique Viale, Soledad Barruti, Marcos Filardi y Guillermo Folguera, entre otros. 

Tampoco sorprende que un acuerdo de esta envergadura incluya una cláusula de confidencialidad. Las partes “se comprometen a que la confidencialidad de los documentos y de la información proporcionada por el otro participante sobrevivirá a la rescisión del memorándum de entendimiento”. 

Las áreas ya las había adelantado Jorge Neme, funcionario de Cancillería: 

  • 1. Intercambio de investigación científica y tecnología agrícola en el sector porcino. 
  • 2. Sanidad animal en el sector porcino. 
  • 3. Inversión y comercio en el sector porcino. 
  • 4. Áreas de interés común de los participantes (sic). 

A su vez, el memorándum establece que ambas partes se comprometen, «en cumplimiento con leyes vigentes en Argentina y China», a compartir información “sobre la producción, el mercado, el comercio y las normas reguladoras” en el sector porcino, a la vez que plantea cuestiones vinculadas a la sanidad animal, uno de los puntos que se objetan, particularmente a propósito de la pandemia de origen zoonótico que ya azota al mundo. Se establece el intercambio de personal y la cooperación técnica entre áreas de investigación sobre cría y sanidad animal de ambos países, experiencias de prevención y control de “las principales enfermedades porcinas”, a la vez que planea favorecer el intercambio entre laboratorios especializados.  

Entre las actividades económicas, uno de las acciones propuestas plantea la realización conjunta de “actividades de promoción de inversiones y comercio en el sector porcino para proporcionar plataformas de negociación para las empresas involucradas en la cría, procesamiento, logística y comercio de cerdos”. Y también aspiran a “los grupos corporativos de cada país con suficiente volumen de negocios, buena reputación y canales comerciales adecuados para fomentar asociaciones y establecer grandes empresas conjuntas dedicadas a la cría, el procesamiento, la logística y el comercio de cerdos, a fin de expandir el comercio bidireccional de productos porcinos y explorar conjuntamente terceros mercados”. 

En un texto remitido por Cancillería a requerimiento de los diputados Nicolás del Caño y Myriam Bregman se afirma que “el memorando de cooperación no conllevaría la asunción de obligaciones por parte del sector público (Estado nacional, provincial o municipal) ni del sector privado” y, a causa de esto, “no requiere la realización de audiencias públicas previo a su firma”. Si bien el Ministerio de Felipe Solá se encargó de decir varias veces que el acuerdo no implicaba la participación del Estado y que se trataba de algo “entre privados”, negociado desde enero, el memorándum deja claro que se crearía un “Grupo de Trabajo China-Argentina sobre Cooperación Industrial Porcina”, presidido por la Subsecretaría de Promoción Comercial y de Inversiones de la cartera de Solá y el Directorio General del Departamento de Cooperación Internacional del Ministerio de Agricultura y Asuntos Rurales de China. Estos dos organismos estatales serían los encargados de invitar a empresarios de todo el rubro porcino. 

El Gobierno del Frente de Todos dilató la fecha de firma para ganar tiempo y distender los ánimos por la convocatoria diversa e independiente que se opone a estas medidas. 

Resistencia y negocios 

El 25 de agosto las calles de varias ciudades argentinas fueron ocupadas por manifestantes contra el acuerdo con China. La jornada fue autoconvocada a nivel nacional por diferentes agrupaciones veganas, antiespecistas, ecofeministas, ambientalistas, entre otras, que se organizaron a través de un activismo participativo mediante las redes sociales. 

Mientras tanto, Santiago del Estero, Formosa, Salta y Corrientes fueron señaladas ya por Cancillería como posibles pruebas piloto del acuerdo, sobre el cual desestima críticas ambientalistas en términos de desborde o de “convertir a toda Argentina en una factoría de cerdos para China”. Por ejemplo, el secretario de Relaciones Económicas Internacionales, Jorge Neme, ha señalado que “actualmente la Argentina produce 5 kilos -de carne porcina- de cada 1.000 que se producen en el mundo. Con este acuerdo llegaríamos a 12, mientras que, por ejemplo, España ya produce 38 de cada 1.000 y Estados Unidos 160, por lo tanto, estamos lejos de ser una marca de cerdo en el mundo”. 

Matías de Velazco, presidente de CARBAP, dio detalles de las expectativas del sector ganadero acerca de este acuerdo en una reciente actividad organizada por la Cámara Argentina China.  

Mientras, la provincia de Santa Fe reitera su interés en participar del proyecto de instalar granjas de cerdos que provean a China, con una inversión del país oriental cercana a los 3.500 millones de dólares. 

“La provincia presentará sus mejores cartas para seducir a los impulsores del plan”, dice un artículo de La Política Online, que menciona una red vial mucho más desarrollada que en el resto del país y el ferrocarril Belgrano Cargas cruzando a lo largo la provincia hasta el complejo portuario del Gran Rosario, el más importante del país, así como las granjas que ya funcionan, “como las del frigorífico Paladini con más de 12.000 madres”. 

Se informa que diez empresas de Chongqing ya se conectaron con dos frigoríficos santafecinos para evaluar negocios con las granjas porcinas. 

“La región centro es la zona más competitiva por su infraestructura ya instalada y la cercanía con los puertos”, dijo Jorge Torelli, secretario provincial de Agroalimentos. Sin embargo, Jorge Neme, secretario de Relaciones Económicas Internacionales de Cancillería, viene sosteniendo que la idea es radicar las granjas en regiones fuera de la zona central.  

Historias de cerdos 

Segunda batalla: fábrica de pandemias hediondas (Soledad Barruti) 

Julio fue el mes del cerdo. 

Desde China, el anuncio de un nuevo virus zoonótico con potencial pandémico sacudió a un mundo que no termina de emerger de los desastres en los que nos hundió el Covid-19.  

Dos días más tarde, Brasil confirmó la transmisión de un nuevo virus que enfermó a una mujer de 22 años, trabajadora de un frigorífico de cerdos del Estado de Paraná. 

Luego de los virus, “el olor debe ser una de las cosas más subestimadas por quienes evalúan este tipo de proyectos. Sin embargo, es una forma grave de contaminación. Puede generar dolores de cabeza, vómitos, estrés crónico, ansiedad, depresión”, dice Jimena Ricatti, médica argentina con domicilio en Italia, neurocientífica e investigadora minuciosa de esa relación tan poco clara que hay entre lo que percibimos con nuestros sentidos y el efecto que tiene en nuestra salud.  

Por inmaterial que parezca, un olor es una suma de compuestos volátiles que cuando provienen, por tal caso, de una granja de cerdos, se desprenden de materia fecal, alimentos, células de piel de los animales, hongos, polvo y endotoxinas bacterianas. “Estos compuestos toman contacto directo con las neuronas que forman parte del epitelio olfativo y con las terminaciones del nervio trigeminal, dos puertas de acceso al sistema nervioso central”, dice Ricatti desde Verona. “Entonces, para que no queden dudas, lo que olemos puede afectar directamente a las neuronas cerebrales”. Afectar y provocar incluso enfermedades neurodegenerativas. 

Amoníaco, aldehídos, metano y sulfuros de hidrógeno son algunas de las 300 sustancias volátiles que se han encontrado en estudios sobre granjas porcinas. Un camino (hediondo) que conduce también a enfermedades crónicas. “Un importante porcentaje de los trabajadores de las granjas porcinas sufren irritación o enfermedad pulmonar crónica. También irritación ocular, resequedad de la piel y dolores de cabeza”, explica un artículo publicado por la médica Ángela Prado Mira, del Hospital General de Albacete en España; un país que se promociona como ejemplo a seguir para quien quiera animarse a ampliar las granjas industriales de cerdos mientras esconde un desastre en salud pública y territorios enteros anegados por los deshechos que generan esas granjas. 

Tercera batalla: territorios robados (Soledad Barruti) 

“Hagan el esfuerzo, que no se las pongan”, me dice Mauricio Romero desde su casa de Tibaná, Colombia, cuando le cuento sobre el plan gubernamental argentino que busca abrir nuevas granjas industriales para China. Establecimientos que ya anunciaron serán instalados en provincias “donde no hay nada”. Lugares similares a este que Romero me muestra a través de su teléfono celular, su municipio a dos horas de Bogotá. 

Mauricio Romero es un hombre afable y risueño de 40 años. Nació entre montañas verdes, frías y húmedas; fue tres veces concejal; en su tiempo libre saca fotos de pájaros y claros de agua. Un hombre que no quiere abandonar su tierra como hicieron tantos a su alrededor cuando en su ciudad rural la vida se volvió imposible: hoy en Tibaná hay solo 9.000 personas y 25.000 cerdos. 

Hace algunos años, desde su trabajo en el gobierno local, Romero emprendió la batalla por quitar las mega granjas para devolverle a la comunidad su vida digna y posibilidades de un futuro mejor. “Tibaná es un lugar muy bonito en donde nos gusta tener una vida tranquila y ser visitados por turistas. Hasta hace no tanto tiempo, por aquí había cerdos, pero de 1 o 3 por familia, propio de un lugar rural. No esta barbaridad propia de una locura”. 

—¿Qué recuerda de esa época antes de las mega granjas? 

—Mira: yo de niño respiré el viento y la frescura de la naturaleza, hoy los niños, fíjate… – me dice y envía por whatsapp la foto que se repite todos los días: unos 20 niños y niñas de entre nueve y diez años, formados en un patio, vestidos con el uniforme rojo de la escuela pública de Tibaná, con el cuerpo curvado hacia abajo, entre náuseas, tapándose la nariz y la boca. 

—Esto es todos los días –sigue Romero–. Así estudian. Así hay algunos que quieren que se acostumbren a vivir. Ustedes están a tiempo: no lo permitan. 

Hace 26 años, Jorge Gálvez empezó a construir su casa en el Valle de Lerma (Salta), la soñó como espacio de retiro para cuando dejara de ejercer la abogacía. “Pero dos años atrás un grupo de empresarios sin ninguna habilitación ni estudio de impacto ni nada construyó la chanchera con 4.000 cerdos y desde entonces esto es un infierno”, dice Gálvez con impotencia.  

El criadero que le muestra a Soledad Barruti por video es igual a todos, con galpones y piletones de deshechos. Aunque esa región en Argentina tiene, como cada territorio, su particularidad. En el Valle de Lerma el agua escasea y en los arroyos se vierten los residuos de las granjas. Por las pendientes bajan aguas contaminadas que luego serán de riego, porque eso hacen los criaderos también usan la mierda como abono y la asperjan con poderosas regadoras. Gálvez quiso saberlo a detalle, por eso encargó estudios y encontró bacterias peligrosas y nutrientes como fósforo nitritos y nitratos que intoxican el agua, y con ella todo aquel que la beba. Peces, pájaros, personas. 

“Mirá, acá está mi casa, acá la escuela, y ¿ves ahí? A 2.000 metros sobre el cerro, ahí están ellos, los dueños de esta granja. A salvo del olor y de ver todo esto que nosotros vemos”. Gálvez habla con rabia y con un pedido que nadie escucha: “Por favor, están arruinando ecosistemas enteros y poniendo en peligro la vida de estos niños, de todo el pueblo y de todo Lerma, más de 20.000 personas que seguramente están bebiendo agua contaminada”. 

Otra historia. Atacama es el desierto más árido del mundo. Ubicado en el norte de Chile es, además, un espectacular observatorio de estrellas y un lugar con un fenómeno único: una floración masiva que cubre los suelos con suspiros lilas, patas de guanaco, don Diegos de la noche, lirios y orejas de zorro. Un lugar donde hay una provincia que se llama Huasco, dentro un pueblo que se llama Freirina y fue el enclave de la mega factoría de cerdos más grande del mundo. Un pueblo de unos seis mil habitantes que compartió su vida por unos cuantos años con dos millones y medio de animales encerrados para producir carne que luego sería vendida a China. 

A los lugareños como Andrea Cisterna, una mujer que ahora tiene cuarenta años y se define orgullosamente campesina, la granja porcina le prometió de todo: trabajo, carne barata y prosperidad. Pero en concreto lo que dejó la empresa fueron unos pocos empleos precarios, millones de moscas y roedores, el agua agotada, cientos de camiones aturdiendo sus caminos comunales, las mágicas flores rotas y el espíritu guerrero de personas como Cisterna hecho una llama viva.

“Nosotros nos organizamos en asamblea, en 2012 los sacamos, y eso creo que tienen que hacer todos porque nadie merece vivir como ellos mandan. Estos emprendimientos juegan con las necesidades de la gente, destruyen todo y no dejan nada”, dice Cisterna. Y así el pueblo pasó a ser conocido como Freirina Rebelde, retratado en dos documentales. Protagonista de esa historia, Cisterna resume: “Hay que sacarlos antes de que entren porque luego es incontrolable: a estas empresas solo les importa crecer, y ganar dinero. En nombre de eso no tienen problema en destruir la vida misma”. 

¿Colaboración Sur-Sur? 

El acelerado proceso de industrialización y alto crecimiento económico que ha registrado China volvió intensiva la demanda de bienes y servicios ambientales al igual que la generación de residuos. Durante 2016 la matriz energética estuvo constituida principalmente por combustibles fósiles (90%), del cual el carbón representó el 70%. El país asiático, con tan solo un 7% de las tierras cultivables y un 6% de los recursos hídricos del mundo, debe alimentar al 19% de la población mundial (CEPAL, 2017). 

La transformación de los patrones de consumo de la población, el incremento de la demanda energética de la industria, la escasez de petróleo y la importancia de los recursos naturales en el plan de desarrollo chino llevó a la consolidación de relaciones estratégicas con América Latina bajo la forma de acuerdos colaborativos. La región posee un tercio del agua del mundo, una quinta parte de los bosques, así como grandes reservas petroleras y minerales.  

Al respecto, García Tello (2017) menciona que bajo este enfoque China logró acceder a recursos naturales, alimentos, minerales y materias primas con bajas o nulas restricciones. Tan sólo la agricultura en el valor de las exportaciones hacia China pasó del 20% en 2010 al 32% en 2015, las exportaciones crecieron al 27% durante los últimos 15 años, mientras que la demanda de petróleo superó la producción interna. 

Un elemento de relevancia en la dinámica china fue la adhesión a la Organización Mundial de Comercio en el año 2001 que permitió incrementar su presencia internacional, integrar a la economía mundial sus empresas públicas y privadas tanto en los negocios como en el comercio, préstamos e inversiones. Los datos de China Global Investment Tracker (2020) señalan que el monto de inversión china durante 2005-2019 en la región ha sido de 178.000 millones de dólares, siendo 101.000 millones utilizados en el sector de energía.  

El principal campo de las inversiones energéticas ha sido en el sector petrolero. Tres países son los prioritarios: Venezuela, Brasil y Ecuador, quienes representan cerca del 80% de la inversión total. En cuanto a las inversiones petroleras, son las empresas nacionales quienes dominan el sector: China National Petroleum Corporation (CNPC), China Petroleum and Chemical Corporation (Sinopec) y China National Offshore Oil Corporation (CNOOC). Como menciona Hongbo (2014) los políticos chinos consideran a América Latina como una alternativa estratégica para diversificar sus importaciones petroleras y maximizar la seguridad energética basado en los siguientes principios: 1) comercio de petróleo crudo, 2) servicio técnico, 3) desarrollo conjunto, 4) participación en la construcción de infraestructura, 5) préstamos para petróleo y 6) investigación conjunta en tecnología para biocombustibles. 

Otro elemento de principal atención para el proyecto chino es la soberanía alimentaria. Esta situación fue aprovechada por Paraguay, Bolivia, Argentina y Brasil, quienes reconfiguraron el sector agrícola hacia el exterior. En particular, Argentina y Brasil representaron el 8.5% y 0.5% de la producción mundial de soja en 1973 y ascendieron al 30% y 18% en 2015, respectivamente. Sin embargo, el boom en los precios de las materias primas por incremento de la demanda mundial encabezada por China constituyó una re-primarización de la zona. García Tello (2017) estima que las actividades primarias en el Mercado Común del Sur (MERCOSUR) representaban el 70.4% para 2014. 

Como contrapartida, el daño ambiental ha sido profundo por el aumento de la contaminación, el agotamiento de recursos no renovables, y la promoción del uso insosteni­ble de recursos renovables. 

Por ejemplo, en Perú, la empresa Shoungang se ha visto en problemas por disputas territoriales con las comunidades indígenas, quienes perciben el peligro de las minas al contaminar el agua, impactar la pesca y terminar con el turismo de la región. En el caso de Bolivia, durante 2014 la empresa Jungie pagó cuantiosas multas por muertes atribuidas al inadecuado manejo de los desechos mineros, así como Jamaica y Guyana son lugares estratégicos de las empresas chinas para la fabricación de aluminio y refinerías de azúcar, prácticas que han incrementado la intensidad en el uso de recursos naturales. 

La búsqueda por ampliar la frontera agrícola extendió la ocupación de tierras. Por ejemplo, en Brasil el cultivo de soja ha deforestado la selva provocando erosión de la tierra, uso intensivo de plaguicidas y captura del agua que utilizan las comunidades principalmente indígenas. 

En 1980, un ciudadano chino consumía 8 kilos de carne de cerdo al año, sin embargo, en 2013 el consumo se incrementó a 39 kilos. En el caso de México, la mayor rentabilidad de las exportaciones a China obligó a mejoras genéticas, acelerando la degradación del suelo debido a las cantidades excesivas de nitrógeno y fósforo en el medio ambiente y las altas dosis de cobre y zinc suministradas a los cerdos para acelerar el crecimiento, acumulándose todos esos componentes en el suelo. 

Más allá de lo propuesto en los planes de desarrollo conjunto que busca los intereses comunes, basta ver los componentes de la balanza comercial bilateral país por país para verificar que la ventaja latinoamericana y caribeña está constituida por bienes minerales, ganaderos, agrícolas, alimentos, textiles y petroquímica; mientras que los bienes importados son componentes electrónicos, equipo industrial, mecánico y farmacéutico, es decir, mercancías con mayor nivel tecnológico. 

El funcionamiento de las inversiones en energía y uso de recursos ambientales parecen responden a una lógica de beneficios tradicional en favor de los intereses de China. Si bien existe el Fondo Climático Sur-Sur, las inversiones no garantizan un tránsito a energías renovables ni será suficiente para justificar y mucho menos recuperar el daño ecológico a la región. En los proyectos de colaboración predomina una visión monetaria sobre los recursos ambientales, bajo la postura costo-beneficio donde el daño ecológico es compensable a través del dinero.  

La relación China-América Latina y el Caribe deben colocar en el centro de su agenda las medidas de protección medioambiental bajo otros términos que no sean de compensación en dinero. La destrucción del territorio tiene un costo invaluable para las comunidades y especies que son parte de la compleja estructura ambiental. El discurso “Colaboración Sur-Sur” encubre una relación de ventaja para China que compromete los ecosistemas para satisfacer la demanda de energía, minerales, cereales y granos, madera, recursos marinos y materias primas en general y perpetúa la proveeduría de recursos ambientales y continuidad de sus procesos productivos. 

BONUS TRACK 

Los chiqueros chinos también huelen mal 

Por Mempo Giardinelli 

No está para nada mal venderle carne de cerdos a la República Popular China. Ése no es el tema en debate. Lo que se cuestiona, en cambio, es que desde el vamos el megaproyecto habla de montar granjas gigantescas que serán verdaderas fábricas de carne a partir de que si una madre desteta aproximadamente 30 lechones al año, con 12.500 madres se producirán 375.000 cerdos, cifras impactantes y peligrosísimas desde todo punto de vista -ambiental, económico, sanitario- y ante la eventual transmisión de virus. 

Semejantes volúmenes son un peligro para la producción nacional. Las megafactorías porcinas que auspicia el ya bautizado «Proyecto Solá» (porque su impulsor parece ser el actual Canciller) no garantizan cuidados ambientales serios, lo que ya es tradición y vicio de los grandes emprendimientos empresariales argentinos. 

Reconvertir ahora a nuestro país en un exportador masivo de cerdos desde áreas geográficas específicas tiene por único fin achicarles los enormes costos de fletes de camión a un puñado de latifundistas (banqueros, futbolistas, megamillonarios) que siembran maíz en las tierras que siguen desmontando, cada vez más lejos del río exportador que es hoy el Paraná. Eso no es industrializar el campo; es depredar la poca ruralidad que queda. 

Y encima es absurdo presentar este «plan» como «inversión china», cuando el 100 % de los insumos, la genética, la veterinaria, la cría y la faena porcina son y serán argentinos, igual que los mataderos y frigoríficos, todo lo cual se paga y pagará en pesos nacionales. 

Además es sabido y está recontra probado que ningún gobierno provincial es capaz de controles ambientales y sanitarios eficaces y menos lo serán para mega emprendimientos como los que se anuncian. ¿O los descontrolados desmontes, las criminales fumigaciones aéreas y los constantes abusos territoriales no son suficiente prueba de la incapacidad ambientalista de casi todas las provincias argentinas? A ver si ahora van a controlar ecológicamente estos emprendimientos supuestamente chinos, como dicen. 

Caben las alertas, entonces, porque ya hay gobernadores que no saben en qué se están metiendo. Siempre fáciles de entusiasmar con proyectos que abrazan sin profundizar y desesperados por inversiones que nunca se concretan al servicio de los pueblos de sus provincias, algunos parece que aún no se dieron cuenta de que lo peor de la Argentina, dictaduras aparte, es la voracidad empresarial de una clase que se pretende a sí misma oligárquica y moderna porque tiene tanto dinero escondido como falta de vergüenza. 

El absurdo es evidente, además, porque se trata de un megaproyecto que en todo caso debería impulsar el Ministerio de Agricultura, y no el de Relaciones Exteriores. Y que debiera co-conducir el INTA y no grupos empresariales que -se sabe- iniciaron el runrún de este proyecto durante el macrismo. Y que son los mismos ultra concentrados que siempre desestabilizan a los gobiernos populares. Herencia maldita si las hay. 

Fascinarse con volúmenes a cualquier precio y de cualquier forma es nada más que otro cuento de hadas neoliberal. Porque los grandes volúmenes importan solamente si detrás de ellos hay productores, hay arraigo y hay trabajo nacional racionalmente programado y dirigido. 

En un país latifundizado como es hoy la Argentina, donde provincias enteras son propiedad de puñados de familias y corporaciones (y si esto parece exagerado vayan y cuenten cuántos son los dueños de toda Salta, por caso), el negocio de los chanchos es, francamente, un cuento chino. Y además, racista y neocolonial, lo primero porque cada factoría necesitará alrededor de 20.000 hectáreas de maíz y soja para abastecerse, produciendo olores insoportables que padecerán los trabajadores y los pobres, no los empresarios en sus mansiones. Y neocolonial porque estas fábricas serán verdaderos enclaves. 

Y ojo que las granjas porcinas sí merecen apoyo, y bien podrían ser modelos productivos regionales de fomento y arraigo, pero precisamente para eso hay que protegerlas de la concentración que depreda, desarraiga y empobrece 

Al neoliberalismo le da lo mismo si al maíz lo siembran tres o cuatro empresas o miles de campesinos que vivieron por generaciones en esas tierras. Al neoliberalismo sólo le interesa el volumen, no quién lo produjo. Por eso invisibiliza lo humano y sólo habla de millones de toneladas, anonimizando a los dueños. 

El maíz, como todos los granos, se siembra en la tierra, de modo que la vinculación suelo-dueños es inevitable. Y éste es el punto central del cuento chino: «¿Cómo se llegó a sembrar semejante cantidad de maíz y soja en zonas tan alejadas de los puertos, donde había montes y selvas vírgenes?», pregunta el experto agrarista Pedro Peretti. Y responde: «Esta situación está íntimamente ligada a los desmontes». 

Según datos oficiales, entre 1998 y 2018 se desmontaron 4,4 millones de hectáreas y la superficie sembrada en esas provincias aumentó fuertemente. Llevar esos granos a los puertos exportadores es carísimo: millones en camiones, combustibles, accidentes, seguros. Para la lógica neoliberal es mejor que al maíz se lo coman los cerdos y así no se gasta en llevarlo a los puertos. Los dueños de la tierra son los dueños del maíz y no son campesinos. Por eso la razón profunda de estos «proyectos» está en el ahorro de 30 o 40 dólares por tonelada de fletes para las 8.000.000 de toneladas de maíz que se producen en esas nuevas pampas, en las que había bosques naturales con pobladores originarios, y que era uno de los mejores pulmones de la República porque aseguraba aire puro y protección ante las inundaciones. Ése y no otro parece ser el objetivo: solucionarle el problema logístico a un grupo de terratenientes, encajándonos peligrosas mega granjas porcinas. 

Por eso la chacra mixta de hasta 200 madres ­-dice Peretti- «es más sana, desconcentrada y puede generar arraigo y desarrollo rural amigable con el medio ambiente, e igualmente productivo». 

Es por lo menos inquietante, aunque insoslayable, recordar que el «Proyecto Solá» parece deberse a quien siendo híper menemista fue Secretario de Agricultura durante el gobierno de Menem y Cavallo, trío responsable de la introducción a la mesa de tod@s l@s argentin@s del glifosato y otros agroquímicos prohibidos en el mundo entero.   

Fuentes: Ecología y medioambiente, Resumen Latinoamericano, La tinta, La Política Online, Ambito Financiero, Clarín, Anred.