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Argentina viva

Fuentes: Rebelión

«¿Y qué le pasa a la izquierda europea?» me preguntan algunos activistas políticos y sociales argentinos. Buena pregunta, pienso yo, porque tras visitar y conocer durante varios días parte de la geografía de aquel país, en cuyo recorrido se han ido quedando por el camino algunos tópicos que lastraban mi cerebro, me doy cuenta que […]

«¿Y qué le pasa a la izquierda europea?» me preguntan algunos activistas políticos y sociales argentinos. Buena pregunta, pienso yo, porque tras visitar y conocer durante varios días parte de la geografía de aquel país, en cuyo recorrido se han ido quedando por el camino algunos tópicos que lastraban mi cerebro, me doy cuenta que a los europeos occidentales, en nuestro absurdo eurocentrismo, los tópicos no sólo nos dificultan el conocimiento de nuevas y diferentes realidades, sino también la comprensión de la nuestra.

En esta pregunta queda recogida la ilusión de un continente que se siente de nuevo protagonista de la historia, no sólo de la suya, y se extraña de que en esta ocasión, a diferencia de décadas pasadas, no se encuentra acompañada por los movimientos transformadores occidentales del llamado primer mundo.

Argentina forma parte de este nuevo resurgir de las esperanzas de cambio, que lideran algunos pueblos del sur de América. La dificultad de la izquierda europea para entender un fenómeno tan complejo como el peronismo, tan alejado de los parámetros clásicos de izquierdas (más o menos socialistas) y derechas, suele conllevar la ignorancia, o incluso el desprecio, de mucho de lo que por allí se mueve. Los avances de gobiernos, sindicatos o movimientos sociales argentinos, si traen la marca peronista no suelen ser «homologados».

Yo mismo me confieso preso de todos esos prejuicios, que en muchos casos tienen una base histórica. De hecho el peronismo bebió ideológicamente de fuentes comunes a las ideologías fascistas; Perón fue acogido con honores por la España franquista; la visceralidad anticomunista (propone una tercera vía entre capitalismo y comunismo) o anti-izquierdista son otros de sus rasgos ideológicos, y el peronismo alumbró una guerrilla revolucionaria, pero también una organización paramilitar como la tripe A, pasando por el ultraliberalismo de Menem, o el populismo de los Kirchner, y sin olvidar, claro está, la figura mítica de Evita.

Es decir, que no es fácil comprender un fenómeno como el peronismo; pero no sólo a los europeos, sino tampoco a los propios argentinos, que por otro lado reconocen, incluso los partidos de ideología más «homologable» con las izquierdas clásicas, los derechos reconocidos a los trabajadores y los avances sociales realizados en tan breve tiempo, en el primer período de 1945-1955, y que todavía hoy perduran en muchos casos. Lo lamentable es que esta dificultad para comprender un fenómeno que ha marcado la historia argentina de las últimas décadas nos impida ver la riqueza de experiencias y avances que se están produciendo, dentro y fuera de este marco.

Argentina tiene una historia reciente apasionada y apasionante. Los movimientos revolucionarios de los 70 fueron «desaparecidos» en parte por el terrorismo de estado, que hizo el trabajo sucio para facilitar el posterior ultraliberalismo que llevó al colapso del corralito en 2001 y el descrédito de toda una generación de políticos corruptos. Desde el fondo del abismo, Argentina vive ahora una época de recuperación, no sólo económica, sino también ideológica y social, que les permite afrontar el presente y el futuro con cierto orgullo e ilusión. Paso a describir algunos de los hechos que me parecen más relevantes y que representan un escenario realmente transformador.

Uno de los acontecimientos de mayor transcendencia histórica lo constituye lo relativo a la recuperación de la memoria histórica. Decenas de juicios se están celebrando a lo largo y ancho de aquel enorme país, que ya han llevado a la cárcel a más de 200 militares, que se están enfrentando no sólo a enormes penas y condenas, sino también a las miradas desafiantes de sus víctimas supervivientes y la de los familiares de desaparecidos, lo que ha llevado a alguien a afirmar que «es la primera vez en la historia que los vencedores son juzgados por los vencidos».

Se están recuperando los lugares que fueron utilizados por la represión (¿cuándo lograremos algo así en España?, cuando todavía está reciente la destrucción de la cárcel de Carabanchel), se levantan parques y plazas a la memoria, niños y niñas robados recuperan su identidad (ya lo han hecho unos cien de los 500 que se calculan), y, lo que es muy importante, el contenido político de los lugares y hechos ocupa un lugar destacado en la recuperación de esta memoria, algo muy diferente a la teoría de «los dos bandos» que nos quieren vender por aquí. Se trata de recordar no sólo a la persona, sino a los ideales por los que luchó, para que estos perduren en el tiempo, en la conciencia de otros que consigan realizar el ideal que fue truncado por los asesinos de la historia, ya que lo importante es que no logren desaparecer los ideales y las ansias de justicia social por la que lucharon.

Esta actividad memorialista está presente en la agenda de todos los movimientos sociales, hasta donde he conocido de manera diversa y plural, pero unitaria, sin distinguir entre las víctimas de grupos armados o no. Este proceso de recuperación de la memoria muestra cómo no es posible construir un futuro con dignidad si no se ponen las cosas en su sitio, se condena a los culpables y se restituye la dignidad de las víctimas de crímenes de lesa humanidad.

Otro fenómeno destacable de la actual situación argentina lo constituyen las llamadas empresas recuperadas del abandono patronal. Son más de 250 en todo el país, algunas de ellas de gran envergadura. Tuve oportunidad de visitar algunas y merece la pena destacar tanto la osadía por tomarlas (me contaron que en algunos casos con la oposición de sindicatos que consideraban ilegal la ocupación) como la capacidad de gestión, ya durante unos largos años la solidaridad fue un elemento determinante, sobre todo al principio, ayudando los vecinos a la consolidación de la toma o contribuyendo con pedidos y trabajo. El hotel Bauen, en pleno centro de Buenos Aires, construido como icono de la dictadura militar para los mundiales de 1978, es ahora un icono revoucionario, cuyos salones acogen todo tipo de muestra cultural alternativa o acto solidario.

Muchas otras fábricas alojan en su edificio centros educativos, o emisoras de radio comunitarias, ampliando de este modo el espacio disponible para la participación cultural, solidaria y transformadora.

En sí mismo es una experiencia de autogestión, una escuela del socialismo que nos gustaría construir, y han conseguido implicar a las instituciones para desarrollar una ley que permita la expropiación de los edificios de modo que puedan despejar los problemas judiciales en que ahora se ven envueltos por la rapiña de sus antiguos propietarios que, tras abandonar la actividad, ahora quieren recuperarla una vez que los trabajadores han mostrado la viabilidad del proyecto empresarial.

La pluralidad comunicacional es otro combate que se libra en estos momentos en Argentina, impulsado por movimientos sociales que han logrado una ley que pone límites a los grandes consorcios mediáticos, como Clarín o Prisa, estableciendo que sólo un tercio de licencias esté en manos privadas, otro tercio en manos públicas y el restante para medios comunitarios. Y tampoco tiemblan a la hora de destapar casos de apropiaciones fraudulentas en tiempos de la dictadura militar, como la empresa de papel prensa por parte de los grandes medios de comunicación, con Clarín a la cabeza de nuevo. No es extraño que los medios españoles, incluso supuestamente de izquierdas como Público o El País, informen de manera muy sesgada de estos temas, como si de una mera lucha de poder se tratara. Pero allí sí existen otros medios escritos, de calidad y contenidos que por desgracia no conocemos en la capital de nuestro país.

Los piqueteros son otro de los nuevos fenómenos sociales surgidos tras el colapso, y hemos tenido ocasión de toparnos con muchos de ellos, cortando carreteras nacionales o secundarias, vías de ferrocarril, plazas, etc. La abundancia de muertos provocada por la represión de las movilizaciones de años anteriores ha llevado a una situación de permisividad policial que están aprovechando muy bien los movimientos barriales, laborales o de todo tipo para hacerse oír a golpe de tambor.

La lucha piquetera más emblemática seguramente haya sido la del corte del puente internacional que comunica con Uruguay durante muchos meses, que ha obligado a los presidentes de ambos países a buscar una solución no contaminante para el proyecto de instalación de una papelera a orillas del río Uruguay.

Esta lucha me da pie a señalar que se aprecia que la conciencia y lucha por la defensa del medio ambiente forma parte de las luchas sociales más diversas. A diferencia de lo que observo por aquí, donde lo ecológico sólo parece interesar a las organizaciones del ramo, allí la lucha por la defensa de la tierra, de los bosques, de los ríos, contra las agresiones de pesticidas y sustancias que están afectando muy gravemente a poblaciones, etc., es una constante de las organizaciones y luchas locales, junto con la lucha por una educación, el trabajo o el suministro del gas.

Los estudiantes se movilizaron en Buenos Aires, en el mes de agosto pasado, no sólo por mejoras en sus condiciones, sino también por las de los maestros (los que se han incorporado en 2010 todavía no han cobrado sueldo alguno), por la mejora de los edificios y por la dimisión del gobernador, el muy derechista Macri. Y para dar fuerza a su lucha han tomado varios centros escolares, creando la alarma entre los sectores y políticos conservadores que ven muy mal que se tomen centros para «hacer política».

Las luchas de los desempleados han protagonizado los últimos años, y el movimiento obrero tiene fuerza, a pesar de unas estructuras sindicales que no gozan de gran prestigio, en muchos casos.También es muy importante la organización barrial en sus múltiples modalidades, desde consejos vecinales que gestionan partes importantes del presupuesto municipal, hasta comedores populares autogestionados, etc., que son focos de organización y concienciación política.

No quiero con esto dar la impresión de que Argentina es un país modélico, ni mucho menos. La miseria se encuentra instalada en los alrededores de las grandes ciudades; el trabajo «en negro» (no registrado o sumergido) representa la tercera parte del empleo, con la falta de derechos que ello conlleva; la corrupción parece estar instalada en los centros de poder, etc. Pero existe un potencial movilizador que está empujando al gobierno a adoptar medidas significativas, como la asignación por hijo (hasta los 18 años), la construcción de miles de viviendas con participación de organizaciones sociales, la legalización del matrimonio homosexual, el 25% de impuestos a las exportaciones de soja, etc. soportando las presiones de los sectores afectados por algunas de estas medidas (medios de comunicación, Iglesia y terratenientes). Un comentarista señalaba que lo que más le gustaba de este gobierno eran sus enemigos.

A pesar del descrédito de los políticos, hemos percibido una sociedad que comparte su pasión por el fútbol con la que también tiene por la política, la cultura o los libros (una de las múltiples librerías que jalonan las calles argentinas se aloja en un antiguo teatro que mantiene su preciosa estructura y decoración).

Algunos de los activistas sociales con los que he tenido ocasión de conversar no se arriesgan a aventurar si la lucha que realizan camina hacia el socialismo o hacia otra cosa, pues no se atreven a definir propiamente el socialismo del siglo XXI. Pero lo que sí tienen claro es la necesidad de apoyar los procesos que supongan derechos y mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y sectores populares, y que estos avances se deben realizar en procesos participativos para que sean irreversibles, o por lo menos perdurables. Y eso les da soltura para relacionarse con las instituciones en una relación dialéctica, valorando y apoyando los avances y combatiendo los retrocesos.

Entre el amplísimo espectro social y político que existe en Argentina, del que he podido conocer una parte pequeña pero variada, parece existir una cierta conciencia de sentirse protagonista del acontecer político y social, con sus logros y sus frustraciones, mucho más allá del circo demagógico que ofrecen la mayoría de los políticos profesionales. Se podría decir que estos movimientos han llegado al convencimiento de que la política es lo suficientemente importante como para no dejarla en manos de los políticos, y que para ello necesitan tener una amplia base, que de manera activa agrupan entre los sectores populares y hasta en los barrios más deprimidos.

Esta rica experiencia debería hacernos reflexionar a los que, en este decadente primer mundo, todavía mantenemos la ilusión de que un mundo sin explotación ni injusticia es necesario y posible, pero que no somos capaces de encontrar (si es que realmente lo buscamos) una estrategia revolucionaria que se plantee también batallas por conquistas parciales que, además de lograr mejoras a las que tenemos derecho, constituyan elementos de movilización y organización, que nos fortalezcan al mismo tiempo que debilitan a los explotadores, y así para poder alcanzar objetivos más ambiciosos.

Pedro Casas  es activista vecinal.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.

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