Andrés Ruggeri (1967), profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires, es un antropólogo social con una amplia experiencia en el estudio y asesoramiento de las empresas recuperadas en su país a partir de la crisis de 2001. En ¿Qué son las empresas recuperadas?, que tras una primera edición argentina en 2014 (Ediciones Continente) […]
Andrés Ruggeri (1967), profesor e investigador de la Universidad de Buenos Aires, es un antropólogo social con una amplia experiencia en el estudio y asesoramiento de las empresas recuperadas en su país a partir de la crisis de 2001. En ¿Qué son las empresas recuperadas?, que tras una primera edición argentina en 2014 (Ediciones Continente) ha sido publicado en 2017 por Descontrol, nos presenta una aproximación a este significativo proceso que pone de manifiesto el potencial de la clase trabajadora para hacerse cargo de una actividad productiva que en estos momentos se encuentra sometida a la tiranía del capital.
Un repaso histórico del proceso muestra el establecimiento en los años 90 en Argentina de políticas neoliberales de privatizaciones, desregulación y desindustrialización forzada, acompañadas de un desmantelamiento del Estado de Bienestar. En este contexto, los propietarios recurrían frecuentemente al vaciamiento de empresas con artificios legales que dejaban a los trabajadores en paro sin ninguna compensación. La resistencia de éstos no se hizo esperar y empezaron a surgir movimientos de parados, como los «piqueteros», al tiempo que comenzaban a hacerse habituales las recuperaciones de empresas.
Una empresa recuperada por los trabajadores (ERT) puede definirse como aquella en la que tras una fase de funcionamiento capitalista tradicional y un proceso de quiebra o vaciamiento por parte de sus propietarios, tuvo lugar una lucha de los obreros para recuperar la producción bajo formas autogestionarias que fue coronada por el éxito. Existen casos de ERT anteriores, pero fue con la crisis de diciembre de 2001 en Argentina cuando su número aumentó para convertirse en un proceso social relevante. Los años posteriores presenciaron la consolidación de las primeras ERT, y la incorporación de otras nuevas, que se intensificó entre 2010 y 2013. A fínales de 2013 existían 311 en todo el territorio nacional (con unos 13500 trabajadores), contempladas con simpatía por el grueso de la sociedad y hostilidad extrema por la derecha política, judicial y mediática.
En ese momento, un 42% de las ERT se dedicaban a la manufactura industrial, 22% a servicios no productivos (salud, educación y hostelería) y 19% a la alimentación. Se trataba en general de pequeñas y medianas empresas, con un promedio de entre 20 y 50 trabajadores, ya que en el caso de las grandes factorías la resistencia del capital y sus sicarios judiciales y políticos es mucho más férrea e imposibilita la recuperación. La experiencia permitió elaborar progresivamente un procedimiento para conseguir culminar ésta, basado en algunas herramientas jurídicas, como la formación de una cooperativa y la solicitud de la expropiación. En este sentido, el campo de batalla legal y judicial resulta de una complejidad endiablada y el recurso a la lucha y solidaridad, imprescindible en muchos casos. Otro frente son los derechos laborales y seguridad social de los trabajadores de las ERT, que aún no se reconocen plenamente.
Ruggeri realiza un análisis teórico e histórico de conceptos como «autogestión» y «cooperativismo», del que concluye que a diferencia de los casos más frecuentes en los que la asunción del control de la producción por parte de los obreros se realiza en el contexto de un proceso revolucionario, en las ERT argentinas lo que se da es simplemente un intento de éstos de conservar su puesto de trabajo en una situación de crisis económica que había ocasionado el cierre de sus empresas. Hacen para ello suyo el lema de los Sin Tierra del Brasil: «¡Ocupar, Resistir, Producir!». Las dos primeras fases solían ser simultáneas y ocupaban un promedio de nueve meses, tras los cuales, podía comenzar a funcionar una cooperativa precariamente legalizada.
Los detalles de estos procesos caracterizan una épica conmovedora de resistencia, en la que los obreros sufren la destrucción del viejo sistema productivo por los desmanes del capital, y son capaces de organizarse para construir otro nuevo basado en la solidaridad, con una estructura horizontal y democrática. El mayor reto que se les plantea es asumir colectivamente la gestión productiva, reservada antes a los patronos. Este es un momento crítico que requiere un enorme esfuerzo de inteligencia y empatía, pero si se supera, puede decirse que el nuevo sistema está consolidado. Es clarificador comprobar que este proceso emancipador se produce en general sin una guía ideológica «anticapitalista», sino por una simple búsqueda de resolver la vida según principios de sano y elemental humanismo. Tampoco existió, aunque hay honrosas excepciones, un apoyo de las centrales sindicales hegemónicas a la dinámica de las ERT.
Cuando se consigue culminar con éxito el proceso de recuperación, nos encontramos ante la paradoja de una célula autogestionaria funcionando dentro de un organismo capitalista. La competencia con otras empresas del sector, los pagos a proveedores, la búsqueda de líneas de crédito y las estrategias de venta y desarrollo, son campos en los que los trabajadores deben afanarse e innovar continuamente para tratar de ser eficaces sin corromper su estructura, basada en la asamblea y la toma colectiva de decisiones. El nuevo orden permite una humanización extraordinaria de la vida laboral con flexibilización de horarios y ritmos, que se adaptan racionalmente a las necesidades de la producción. La medida del éxito obtenido la darán unos ingresos extra que la lógica del proceso exige que sean socializados, comúnmente a través de una ampliación de la empresa e incorporación de nuevos trabajadores.
El funcionamiento de una ERT supone para los trabajadores asumir la gestión de su actividad laboral, pero es interesante tener en cuenta los problemas que se plantean cuando su psicología es presa de resabios del viejo sistema. Así, puede darse resistencia a respaldar las decisiones colectivas, considerándolas «patronales». Si las cosas van mal, se puede caer en la tentación de echar la culpa a los gestores elegidos democráticamente, o si van bien, de explotar a los nuevos trabajadores que la ERT contrate. La gestión asamblearia y una discusión en profundidad de todos los aspectos involucrados es sin duda el mejor instrumento para llevar a buen puerto las situaciones complicadas que pueden generarse.
Una ERT hereda en sus primeros momentos una tecnología que corresponde a la vieja factoría, pero los desarrollos en este campo pueden y deben orientarse en la medida de lo posible a una máxima adecuación al nuevo funcionamiento autogestionario, sin aceptar acríticamente las prioridades y los métodos productivos que se dan en el capitalismo. Del mismo modo, es importante, y altamente indicativo del cambio de mentalidad implícito en ella, que la ERT se involucre en actividades educativas, culturales o asistenciales. El último capítulo del libro se dedica a la interacción del proceso descrito con el sistema político del país. Así, se pasa revista a las diferentes agrupaciones en las que el movimiento se ha organizado para compartir experiencias y promover luchas solidarias, panorama muy fragmentado pero en el que prenden fácilmente reivindicaciones comunes. La relación con el Estado tuvo su mejor momento con la presidencia de Néstor Kirchner, pero en general está marcada por un apoyo menor a las ERT que a las de gestión tradicional. La incomprensión del poder judicial ante el fenómeno es otro de los inconvenientes graves planteados.
La recuperación de empresas por parte de sus trabajadores es un proceso con epicentro en Argentina, pero que se extiende en la actualidad por diversos países de Latinoamérica y Europa principalmente. Cuando las leyes salvajes del capitalismo hacen que se vacíen y cierren empresas, la experiencia demuestra que la iniciativa de los explotados, condenados al paro, y organizados para ocupar y resistir, es capaz de garantizar la actividad económica. Los problemas a los que se enfrentan son innumerables, pero el marco autogestionario en que se constituyen supone en sí mismo un logro revolucionario, y podemos ver en él la semilla de un mundo sin explotación. Andrés Ruggeri nos instruye con este libro sobre la historia, las dificultades y los retos de un proceso que pone ante nuestros ojos el nacimiento, precario pero lleno de promesas, de una economía alternativa al capitalismo.
Blog del autor: http://www.jesusaller.com/
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