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Balance del 2008 en la Argentina y perspectivas del 2009 (electoral)

Fuentes: Rebelión

Introducción Un más que complejo año 2008 ha tocado a su fin. Los procesos populares de nuestra América sortearon diversas ofensivas imperiales tendientes a desgastar y aún- en una perspectiva de máxima- deponerlos. Lo dicho vale tanto para el intento de magnicidio contra el comandante Hugo Chávez Frías, el fallido intento operado por la derecha […]

Introducción

Un más que complejo año 2008 ha tocado a su fin. Los procesos populares de nuestra América sortearon diversas ofensivas imperiales tendientes a desgastar y aún- en una perspectiva de máxima- deponerlos. Lo dicho vale tanto para el intento de magnicidio contra el comandante Hugo Chávez Frías, el fallido intento operado por la derecha consistente en tupacamarizar al territorio boliviano, la ofensiva militar del ejercito colombiano- siniestro émulo de la genocida armada israelí- en el Ecuador, la persistente campaña de infundíos propalada por los massmedia orgánicamente al servicio del poder económico globalizado en todos los países, el golpe de estado destituyente, cuya punta de lanza fue la reacción agropecuaria en la Argentina. De todos modos, los pueblos respondieron con cierta contundencia. El triunfo del P.S.U.V. en la elecciones venezolanas de noviembre, el del presidente Rafael Correa en el referéndum que validó la nueva Carta Magna ecuatoriana, la aplastante votación lograda por Evo Morales en una compulsa para refrendar mandatos, el modo con que el gobierno argentino procesó la derrota sufrida en el curso del golpe de estado referido señalan algunas circunstancias auspiciosas, que de ningún modo pueden ser caratulados (y menos celebrados) como logros definitivos. Por otra parte, la casi totalidad de América Latina atinó a dar respuestas institucionales y políticas desde la propia esfera de lo gubernamental. Así, la aviesa sedición golpista en Bolivia fue derrotada, también, desde la reunión de la U.N .A.S.U.R. y el año concluye con contundentes muestras autonómicas y contrarias al interés del imperialismo por parte de los diversos gobiernos reunidos en las cuatro cumbres realizadas en días decembrinos en la bella tierra de Brasil.

En la Argentina, el 17 de julio, día de la única derrota político-parlamentaria del gobierno nacional, marcó un antes y un después. La gestión de Cristina Fernández fue acosada por la derecha, aún desde los tiempos previos a que asumiera. En efecto y desde sus lanzamisiles mediáticos, diversos analistas reaccionarios habían preanunciado la ofensiva derechosa durante los días previos a la elección que catapultó a la militante platense a la primera magistratura. A los pocos días del cambio de gobierno, la (in)justicia norteamericana disparó pesada y gruesa munición con el caso de las valijas. Se trataba, sin dudas, de una clásica maniobra del imperialismo, armada con testimonios falsos y nula documentación. En caso de ser necesario o útil a los intereses norteamericanos, hubiérase manipulado para fundamentar una intervención militar. Un conocido escriba derechista nacido en el Perú reconoció, en el «popular» gordito Antonini Wilson, al personaje que en las calles de Miami aseguraba a voz en cuello operar contra el gobierno bolivariano antes del golpe derechista de abril del 2002. No obstante, la inefable pitonisa del contrato (a)moral, la doctora Elisa Carrió, afirmó por aquellos días- para darle verosimilitud al engendro pergeñado por las usinas intelectuales del imperio- que las instituciones jurídicas del país del norte se caracterizan por su independencia, de acuerdo al modelo clásico de división de poderes teorizado por Montesquieu. En realidad, semejantes sandeces sólo pueden ser construidas por medio de la indudable complicidad de los periodistas derechistas que la entrevistan. No es casual que la susodicha embustera jamás debate con nadie. Cualquier discusión echaría luz acerca del nulo sustento conceptual y político de sus dislates. Mientras tanto, desde los mártires de Chicago y Sacco y Vanzetti hasta las víctimas del Klu-Klux-klan; o desde Rodney King (negro golpeado por policías en 1992 que fueron exculpados por ausencia de evidencias, pese a haber sido filmada íntegramente la tunda) hasta los mutilados de Bagdad, pasando por miles de detenidos y trasladados sin juicio por todo el mundo sin que la «independiente» justicia de .E.E.U.U. atinase a encarcelar al principal responsable político de tantas violaciones a los derechos humanos, George W. Busch, pueden cuenta del carácter marcadamente servil hacia el poder que demuestran los tribunales estadounidenses, «independientes» sólo en el magi-mundo de Carrió. Por lo tanto, la exótica caracterización de la referida mercachifle del contrato moral puede deberse a las siguientes opciones (táchese la que no corresponda):

a) Adoración monicolewinesca por el imperialismo del «gran país del norte».

b) Desesperación por aprovechar todo lo que sirviera al armado opositor.

c) Exaltaciones etílicas y/o alucinaciones oníricas y/o delirios psicóticos.

d) Ilimitada propensión por crear, maquinar y difundir embustes presentados frente a públicos mediáticos como suprema realización de la razón (televisiva).

En realidad, tal vez sean todas las referencias apuntadas a la vez en diversos mixes según la ocasión y no sólo una.

La susodicha esbirra derechista seguramente no quiere destacar que existe un hilo conductor entre la denuncia de la valijita y la sedición destituyente que conmovió a la Argentina entre marzo y julio de 2008: son ambas maniobras pensadas desde el imperialismo y operadas por este o por sus aliados internos para desgastar un proceso nacional, popular y opuesto a los designios del poder globalizado.

En las líneas siguientes se analizarán las diversas implicancias de lo sucedido antes y después del 17 de julio y sus principales consecuencias sociales y políticas de cara a las cruciales elecciones parlamentarias de 2009, comicios que señalarán nada menos que la continuidad (o el naufragio) del proceso comenzado en marzo del 2003.

El Kirchnerismo, fase superior del peronismo

No es un secreto para nadie (mínimamente) despabilado en la observación de la política argentina que la voz «peronista» o «peronismo» nada dice en términos sustanciales y de contenido acerca de la posición sobre los grandes problemas nacionales de quienes asumen dicha identidad. En el pasado (no demasiado lejano), hubo peronistas reprimidos y torturados… por otros peronistas represores y torturadores. Del mismo modo, explotadores y explotados, opresores y oprimidos cohabitan dentro del mismo movimiento. Hoy existen justicialistas- por fortuna, los que gobiernan el país en los tiempos actuales- partidarios de una intervención decisiva del estado en la economía favoreciendo a las clases sociales más postergadas. Pero también los hay que defienden a rajatabla al más crudo neoliberalismo. En gran medida, si se trata de ver a los diversos integrantes individualmente considerados de ambos elencos, descubriríamos que se trata mayoritariamente de los mismos actores, quienes intercambian roles en base a conveniencias circunstanciales. En el medio de ambas posiciones (extremas) cohabitan diversos matices, con suaves tonalidades centroizquierdizantes algunos, exaltaciones marcadamente nacionalistas otros, oscilantes los de más allá, ubicuos y oportunistas tantos otros.

Pero por otra parte, no puede omitirse que las distintas etapas de gobiernos nacionales gestionadas por la (casi extinta) Unión Cívica Radical han determinado o favorecido que la formación fundada, hacia mediados de la década del 40, por Juan Domingo Perón sea la única en condiciones de conducir la nave del estado. Por lo tanto, la lucha por dilucidar quien gana la conducción del peronismo equivale en gran parte a decidir la fuerza llamada a gestionar el ejecutivo nacional. Sin dudas, tales cavilaciones llevaron el ex presidente Néstor Carlos Kirchner a asumir a comienzos del 2008 la presidencia del Partido Justicialista, luego de esquivar durante los dos primeros años de mandato dicha responsabilidad y haber intentado construir una fuerza por fuera del peronismo o al menos pan-peronista o trans-peronista (la llamada transversalidad). Luego de semejantes devaneos quedaba claro que el (malvado) P.J. era una herramienta insustituible para aportarle gobernabilidad al proyecto. De modo que resultaba suicida, desde el punto de vista político, permitir que el ya varias veces citado partido fuese abandonado a los cantos de sirena de la oposición. De hecho resulta fuera de discusión que las fuerzas que critican la opción por el peronismo no lograron construir fuerza política alternativa al sistema de los gobernadores e intendentes. Es más, los cargos legislativos que muchos de ellos detentan los lograron en las listas del Frente para la Victoria, a esta altura un nombre más para la formación creada por Perón y Evita.

La centralidad del peronismo surge de una mínima recorrida sintética por de la historia argentina, contrastada además por el absoluto fracaso en términos de gobierno de ambas experiencias radicales (presidencia de Raúl Alfonsín, 1983-1989 y de Fernando De La Rua, 1999-2001) en el ya cuarto siglo de vida democrática que goza nuestro pueblo. La cuestión puede enunciarse por medio de tres preguntas con sus correspondientes (y condignas) respuestas. Ellas son las siguientes:

1) ¿Qué fuerza creó un estado benefactor que brindó altos niveles de vida a los trabajadores? El peronismo (originario, 1946-1955).

2) ¿Qué fuerza lo destruyó? El posterior peronismo (Menemista, 1989.1999).

3) ¿Qué fuerza está tratando de reconstruir la Argentina industrial y un mínimo estado benefactor? El actual peronismo (kirchnerista, 2003 y continuando hasta la actualidad).

Por todo lo antedicho, nos hallamos ante disyuntivas muy precisas y acotadas: o (bien) el país es gobernado por el actual peronismo progresista o (muy mal) lo será por el justicialismo más neoliberal, conservador y derechoso. Sea cual fuera la variante que lo implementare y sus liderazgos, detrás de esta segunda posibilidad se agazapa la macrocefálica figura del ex presidente Eduardo Duhalde.

En la Argentina la única transformación posible, en breves plazos, es la (re)creación de una economía productiva con un fuerte perfil industrial, base imprescindible para la consiguiente inclusión social. Para ello es preciso erigir como herramienta insustituible un estado que recupere crecientemente capacidad de intervención en la vida económica; programa que debe ser aplicado de modo democrático, además. Sin dudas que un horizonte socialista resulta inobjetablemente más deseable. Pero aquí argumentamos sobre la factibilidad del proyecto, no acerca de oficios que son propios de poetas, utopistas y soñadores.

Es que el socialismo para comenzar a tener viabilidad requiere de la existencia de masas trabajadoras imbuidas de una profunda conciencia anticapitalista. Lo más parecido a lo descripto son las afirmaciones de los activistas participantes en los partidos de izquierda diciendo muy voluntariosamente «el capitalismo no va mas» o que «la crisis la paguen los de arriba». Pero la abnegada convicción de los militantes no modifica ni medio milímetro la conciencia de las masas. Lo que no entienden o se niegan a comprender es que en nuestro país el peronismo es la identidad de los trabajadores desde hace ya más de medio siglo y (para bien o para mal) se ha constituido en una traba objetiva para el crecimiento de la conciencia socialista y- fundamentalmente- de algunas de las opciones políticas que se correspondieren con ella.

Otro de los aciertos indudables del Kirchnerismo (y que marca su superioridad conceptual y política contra las demás fuerzas, a diestra y siniestra) es haber realizado por vía práctica la autocrítica de la militancia (peronista) de los años ’70. En efecto, para gran parte de los jóvenes /y (maduros) que se entregaron a la lucha por transformar la sociedad durante las postrimerías de la edad de oro del capitalismo: Eric Hobsbawm dixit. El proyecto de Perón (el mismo que impulsan los K en estos tiempos) resultaba una perspectiva marcadamente limitada y pretendían desbordarlo y superarlo por izquierda. Hoy, no pocos núcleos militantes aceptamos la perspectiva de la liberación nacional como el cambio social factible y realizable. No hay dudas que el intento desplegado por el proyecto K de realizar el ya varias veces mencionado conjunto de objetivos por medio de pequeños pasos (el método mostaza Merlo) puede ser criticado y el propio despliegue práctico del referido proyecto presenta, sin dudas, falencias e inconsecuencias. Pero para superarlo es preciso crear fuerza política y social con capacidad de movilización y no ser fuerza (in)útil al servicio de la derecha. Para decirlo simplemente, no es obligatorio pertenecer a nuestro espacio para ser nacional, popular, progresista o de izquierda. Pero no puede haber dudas que criticar plañideramente, cual madre judía, al oficialismo por sus inocultables límites para luego operar y movilizarse junto y al pie de la oligarquía y/o votar en el congreso junto a la peor derecha convierte a tales voceros en patéticos impulsores por «izquierda» de lo más antipopular de la reacción.

En la inevitable comparación histórica con Perón, el Kirchneriosmo presenta luces y sombras. Si bien en el aspecto económico social, aún falta mucho para realizar algo parecido a la obra del fundador (sigue existiendo niñez desvalida, pobreza e indigencia, necesidades básicas insatisfechas, en general), en lo político el proceso comenzado en el 2003 significa una- a nuestro entender- encomiable superación de la obra del general socarrón. No sólo con respecto al Perón con rasgos más autoritarios de sus dos primeras presidencias (1946-1955). También implica un avance con relación a la tercer gestión del autodenominado león herbívoro. En efecto, si bien el ex coronel del G.O.U. ponderaba las libertades democráticas, en los tiempos finales, de modo más enfático que en sus comienzos, es preciso no olvidar que hubo diversos crímenes policiales que no lo hicieron si quiera pestañear. Mientras tanto, el pingüino atravesó sus cuatro años sin un solo muerto en las numerosas protestas sociales. Y pongamos entre paréntesis la (hipotética y muy probable) aceptación que Perón brindaba a la ilegal y genocida represión de las tres A, dirigida desde el Ministerio de Bienestar Social de su gobierno. Otra diferencia significativa fue la acción muy consecuente en pos de no reprimir, en ocasión de la insubordinación golpista sufrida en el primer semestre de 2008. Pese al bloqueo que desabastecía de alimentos, medicamentos y otros bienes necesarios a las ciudades, el gobierno se abstuvo de liquidar al golpismo a sangre, gases, bastonazos y fuego. Contrastante resultó la conducta de los grandes medios y la derecha neoliberal. Cuando la protesta la realizaban los desocupados para no desaparecer invisibilizados, clamaban al cielo (pero principalmente al estado) por el «fuego purificador represivo». Tanto La Nación como Mauricio Macri- por citar apenas dos ejemplos- olvidaron sus constantes prédicas a favor de la libre circulación y la «seguridad y tranquilidad» de los vecinos, cuando la víctima de la acción obstruccionista en lo vial fue el gobierno nacional.

Para reafirmar aún más la centralidad del Kirchnerismo es preciso analizar también su rapidez de reflejos para balancear las batallas perdidas. La derrota del 17 de julio le hizo comprender al matrimonio presidencial que cada error (de los varios cometidos durante el conflicto) podía resultar, en lo sucesivo, fatal para la continuidad del proyecto nacional. A partir de entonces, dejaron de bajar cada nuevo ordenamiento legal al congreso como imposición a libro cerrado, para dedicarse a construir por vía de los hechos una coalición fluctuante y amplia que permitió la aprobación de diversas normas con un sino común, su carácter progresista para la mayor parte del pueblo. Es deci,r que la derrota no «domesticó» a los K al gusto, necesidades, deseos y proyectos del poder económico, sino que pensaron en estrategias para seguir avanzando en la realización de los objetivos enunciados en 2003. El resultado fue la aprobación- con mayorías sólidas e incuestionables- de la movilidad jubilatoria, la estatización de Aerolíneas Argentinas, entre otras estratégicas leyes con más una que significó un postre muy especial: la liquidación del ignominioso sistema de jubilaciones privado, raro engendro en el cual las pérdidas y las obligaciones eran estatales y los beneficios para los conocidos de siempre, es decir, un conjunto de grandes empresas monopólicas. Para decirlo de modo simple: se le cortó la cabeza a una fracción de las más parasitarias del poder económico. Y ello luego de una dolorosa derrota parlamentaria. No es escaso mérito el alcanzado por la mayor parte del pueblo en semejante coyuntura de debilidad. No se nos escapa que también se aprobaron algunas medidas y leyes (blanqueo de capitales, la moratoria impositiva, subsidios a grandes capitalistas, apertura a los hold-outs). Se trata de concesiones en el marco de la crisis mundial con las cuales el gobierno gana oxígeno económico y político para tratar de mantener el crecimiento, los niveles de empleo y limitar el desgaste. Es muy fácil criticar al ejecutivo por tales iniciativas desde la diletancia semi-profesional. Lo complejo es construir coaliciones sólidas para mantener el rumbo en las complejas circunstancias actuales.

Las dificultades para construir el Frente Nacional

Para realizar el programa mínimo (sintetizado en el enunciado de la liberación del país) que hemos garabateado en palabras precedentes es preciso contar con la formación de un sólido Frente Nacional que pudiera articular a los sectores interesados en la autonomía de la nación y el desarrollo de la industria para liquidar la pobreza, privilegiando así la producción de bienes orientados al mercado interno. Todo ello en el marco de una democracia lo más sustancial posible, y no meramente procedimental. El ejecutivo nacional cuenta con un débil esqueleto deformado de dicho Frente Nacional para dotar de sustento material; es decir, fuerza social, política y gobernabilidad al país. La alianza de clases que debe servir como base a la coalición gubernamental señalada no es otra que la formada por los sectores populares más pobres (en etapas pretéritas, denominado la clase obrera, sin más) y las más ampliar fracciones de las clases medias. Decíamos líneas arriba que contamos ya con un esqueleto deformado de la coalición a formar. Argumentaremos entonces a continuación acerca de las mencionadas deformidades.

Las clases más pobres son la fuerza electoral de base que le permite al Frente Para la Victoria contar con un mínimo de 30 % del electorado nacional. Por cierto que se trata de una nada desdeñable base. Pero si bien es incuestionablemente real que la mayoría de los sectores populares apoya al gobierno, lo hace desde una actitud más bien pasiva. Los más de tres millones de nuevos puestos de trabajo, los jubilados que mejoraron sus haberes, los que lograron el beneficio pese a no contar con los aportes, los cientos de miles de ciudadanos que levantaron la cabeza por encima de la línea de pobreza no se manifestaron masivamente en los cruciales días de mayo, junio y julio de 2008. De haber sido así un mar popular hubiera tapado la presencia oligárquica y gorila en las calles. Y no es sólo lo señalado. Permitimos que la derecha, favorecida por la orientación demencial de los segmentos más gorilas de las clases medias, se adueñase de un territorio simbólico que le es histórica y casi totalmente ajeno: la lucha callejera. La exageración de los voceros reaccionarios de diverso pelaje- que adjudican una condición definitiva a lo que sólo es circunstancial- no debe limitar la exigencia de que todos los militantes del proyecto nacional balanceen lo ocurrido con el mayor rigor posible. De modo autocrítico digamos también que nuestro espacio presenta dificultades en cuanto a movilizar en razón de la escasa apertura al debate y a la discusión que se verifica en todas las organizaciones y estamentos que lo conforman; también por cierto a actitudes no precisamente de grandeza que imperan en ellas y que algún día habrá que discutir. De hecho, los militantes de base quedan reducidos a la condición de ejecutantes de órdenes impartidas «desde arriba» y la conducción funciona como elite, o grupo casi esotérico, en razón que se bajan directivas para ser implementadas sin brindar, ni si quiera argumentos acerca de porqué se elige una opción frente a otra factible; sea en términos electorales, de alianzas, de opciones territoriales o de rumbos políticos más generales.

Por otra parte, la representación de las mencionadas capas populares dista de ser lineal. Y mucho menos la que nos agrade. Es incuestionable que median intendentes y gobernadores, a los que si se los llama mafiosos, puede despertarse la comprensible y lógica ira ofendida de Don Corleone y personajes similares. Pero justo es reconocer que los citados dirigentes resultan intermediarios imprescindibles (porqué no se los puede soslayar, no porqué resulten necesarios) entre las autoridades nacionales y las masas de votantes. Lo propio acontece en relación con sindicatos y sindicalistas, representantes orgánicos (le moleste a quien le molestare la afirmación) de los trabajadores organizados. Así, la alianza del ejecutivo nacional con la C.G.T. operó postergando sine die el reconocimiento a la C.T A., la otra central de trabajadores que pagó de tal modo su escasa inserción en el mundo laboral, en especial en los espacios industriales. Con los límites apuntados no puede dejar de señalarse que los sectores populares- sea los encuadrados en organizaciones gremiales o los que se articulan en los movimientos sociales- conservan sus tradiciones consistentes en modos de obrar y reclamar fundamentalmente colectivos. De modo que aunque fuera sólo de manera embrionaria, queda como base para superar el cerrado individualismo, tan fuerte y sólido en vastos estratos de las clases medias. Además, ejercen de hecho una interpelación constante con el estado, de manera que en sus propias prácticas el mercado tiende a ser soslayado al reclamar o intermediar con los diversos estamentos del espacio público.

Llamadas por el periodista de Página 12 José Natanson el pescado más resbaloso, las clases medias se presentan en el escenario social casi como la más histérica de las niñas. En rigor, la furia anti-popular, con que aparecen en ciertos momentos, es parte de un proceso más general que se observa en casi toda nuestra América. Los pequeño burgueses venezolanos son el corazón de la reacción opositora al chavismo, pese a los cientos de beneficios muy tangibles de todo tipo obtenidos con la revolución bolivariana. Lo mismo puede decirse de sus hermanos de clase bolivianos o las clases medias de Guayaquil. Pero, la furiosa reacción anti-K en ocasión de la sublevación agraria es un paradigma de masoquismo social, que no por repetido en la historia argentina deja de asombrar. La arremetida contra un gobierno que preserva las condiciones del consumo pequeño burgués contrasta fuertemente con la pasividad, rayana por momentos en la paciencia budista, demostrada con Cavallo o De La Rua. En rigor, no puede hablarse- más que en las manipulaciones vulgares y groseras propias de los medios, los publicistas neoliberales o la graciosa doctora Carrió- de una conducta unívoca de dichos sectores. En los momentos en que la parafernalia televisiva más fatigaba con el sonsonete de que las clases medias urbanas apoyaban al campo- válido de todos modos para importantes segmentos de ellas- en los actos favorables al gobierno la gestualidad, las vestimentas y el modo de manifestarse de muchos concurrentes demostraban que otros sectores medios no habían sido arrastrados por la reacción golpista. Expresión política de las mejores fracciones pequeño burguesas es la continuidad en el gobierno del Frente Grande, del Partido Intransigente, de algunos radicales aún k, fracciones del Partido Socialista y de otras corrientes menores. Ellas y todos los demás militantes del espacio nacional, popular y progresista tienen la difícil (y aún titánica) tarea de intentar convencer a los más enrages (rabiosos) destacamentos de sus hermanos de clase de algo que será crucial en este 2009: que el voto contra el gobierno es un voto fundamentalmente contra si mismo. Es decir que votar por la coalición cínica golpista de Carrió u otras variantes opositoras constituye un caso flagrante de sádico o masoquista autoflagelación colectiva. Tal vez se esté operando un proceso autocrítico entre nuestros veleidosos pequeño-burgueses. La prueba es que Carrió llamó a un cacerolazo masivo contra la ley que re-estatizaba las jubilaciones y no logró juntar ni una marmita. Es que en los citados cacerolazos a favor del «campo»; muchos manifestantes tal vez hayan comprendido que se caceroleaban el upite. Ojala estemos viviendo el comienzo de un proceso reflexivo en la población analizada y- en un largo camino de debate cultural- se pudieran sumar lo más masivamente posible al Frente Nacional y Popular. Por de pronto, carecemos de análisis empírico (encuestas) para saber si esto es un deseo nuestro o se trata de lo que realmente acontece en las conciencias de los sujetos analizados.

Desde el punto de vista de las prácticas políticas, sociales, culturales y otras referencias simbólicas no pueden dejar de analizarse la importancia para las clases medias de los siguientes ejes:

a) Un marcado individualismo.

b) La centralidad del mercado.

c) Un acerado gorilismo.

d) El discurso anticorrupción.

Sea si cierran en política desde posiciones reaccionarias o más bien progresistas, los referidos contenidos integran el universo conceptual con el que (casi) todo buen pequeño burgués se relaciona con el resto del mundo. De modo que, más allá del hecho electoral del 2009, es preciso librar- como ya lo hemos dicho varias veces- una constante y consecuente labor de crítica cultural a los efectos de sentar sólidas bases conceptuales para el Frente Popular y Nacional: Se trata de una de las tareas más importantes desde el punto de vista estratégico para la liberación nacional. La vigencia de los contenidos enunciados líneas arriba en ámbitos de clase media es la traba decisiva- en el orden teórico, pero con indudables connotaciones prácticas- para incorporar a muchos de ellos al frente o al menos neutralizarlos. El individuo-consumidor percibe al conciudadano proveniente de los estratos más pobres, que logra sus conquistas y derechos por medio de la acción colectiva, como un enemigo al cual debe derrotar, causante de graves anomalías y «responsable» de las desventuras nacionales. Casi como un parásito que él debe mantener, junto al político que intermedia en la relación (el eco de Alvin Toffler en semejante percepción es inocultable). Simétricamente, presenta enormes dificultades para observar las maniobras del poder económico; en tanto causa real y profunda del atraso de la nación, la dependencia y las injusticias sociales. Del mismo modo, el pequeño burgués que cree- por cierto, se trata de una percepción falsa- haber alcanzado su bienestar material en la lucha titánica en el mercado, tiende a demonizar a aquellos sectores que interpelan al estado para lograr y realizar derechos. Semejantes barreras culturales no serán removidas en dos días. Menos aún las que surgen del profundo gorilismo (antiperonismo visceral) que corroe a los sectores medios En la medida que prosiga la percepción referida, la derecha habrá logrado un objetivo estratégico: alzar un muro de incomprensión cultural y política entre ambos conglomerados sociales que deberían conformar el Frente de Liberación. Se trata de la coalición que propugna históricamente el conjunto de dirigentes y teóricos más lúcido de la izquierda nacional. Finalmente, el discurso anti-corrupción tiene diversas finalidades. Ellas son:

a) Presentar como anomalía individual lo que no es más que una conducta social habitualmente aceptada (naturalizada) en el capitalismo realmente existente.

b) Exculpar a un sistema manifiesta y necesariamente injusto y excluyente- y al poder económico beneficiario del mismo- por las diversas lacras sociales (pobreza, exclusión, desempleo y muchas más) que genera dicha injusta forma de organización social. Así, la crítica no se refiere a la explotación inevitable en el sistema o a las condiciones de la dependencia como factores necesariamente generadores de atraso y otras injusticias, si no a causas relacionadas con conductas individuales ilegales (los políticos que roban).

c) Permitir una explicación única y conservadora para todos los problemas de la sociedad (roban y siguen robando, con lo cual nada puede hacerse) de este modo, se les tranquiliza la conciencia aqujada por un conservadurismo extremo.

d) Colocar la condición delictiva y/o no virtuosa en otros sujetos, quienes de todos modos practican las mismas conductas que los sectores medios realizan desde tiempos ancestrales.

Las citadas son las coordenadas discursivas fundamentales de todo buen votante de Carrió. La tarea a corto plazo es neutralizarlos. A mediano plazo se trata de convencerlos de que su lugar es estar junto a los sectores populares y no contra ellos. Para ello es preciso derrotar la hegemonía cultural de la derecha; y a los y las Carrió que sirven incansablemente. Desde el punto de vista estratégico, a la reacción le resultan absolutamente necesarios y funcionales estos discursos, que articulan simbólicamente su dominio sobre vastos sectores. A los militantes del campo nacional y popular les resulta, por el contrario, imperiosa la necesidad de acotar la vigencia de los referidos discursos derechistas.

Otra de las dificultades para el diseño del Frente Nacional deviene de incomprensiones culturales, que podríamos definir con cierto humor como cromáticas. En efecto, el dirigente social Luís D’Elía llama progresismo «blanco» a las fracciones menos consecuentes del espectro del centro izquierda. Pero no toma en cuenta que dichos destacamentos- independientemente de ciertas opiniones y tomas de posición de muchos de sus dirigentes- no son precisamente las fuerzas más recalcitrantes y refractarias al proyecto nacional del planeta clase media. Por lo cual, dichas caracterizaciones obstaculizan el permanente diálogo que debe existir entre los dos universos sociales, con el objetivo de converger a largo plazo en la alianza estratégica ya descripta. Análoga y pigmentocráticamente se denomina desde sectores de clase media con el apelativo de «negros» a todo peronista; aún a aquellos que ostentaren rasgos y cabellos vikingos. Y por extensión a cada miembro de los sectores populares. En realidad, el racismo no es un modo de relación admisible y tolerable a más de dos siglos de la primera declaración de los derechos humanos (1789) y a sesenta años de la que ¿tuvo? alcance universal. Quienes emitieren tales discursos, merecen ser ubicados entre los más rabiosos derechistas. Por lo tanto, concluyamos el párrafo con alguna idea inquietante. Tanto los sectores populares como los de clase media tuvieron responsabilidad- aunque fuera sólo por omisión- en el latrocinio neoliberal. De modo que los denuestos motivados por coloratura sólo sirven al objetivo de las derechas consistente en que ambos conglomerados sociales no pudieran dialogar y limar asperezas y diferencias para acercarse a las finalidades estratégicas que la nación necesita imperiosamente y que hemos descripto en las líneas precedentes. Finalmente, digamos que en la Capital Federal ha sido una de las causas para que el derechista play-boy Mauricio Macri finalmente accediera a la jefatura de gobierno. Además, el alejamiento de Aníbal Ibarra de las cercanías del proyecto nacional agranda las dificultades para presentar al complejo y huidizo votante porteño una opción viable en términos electorales. Por cierto que referirse a las todas dificultades de construcción política concreta requeriría varios tomos. Quedará para otra oportunidad, al menos, comenzar semejante tarea.

Movimiento social y movimientos sociales (y políticos): la anomia amorfa

Un rasgo común resulta desgraciadamente definitorio para una valoración sintética del conjunto del movimiento social en la Argentina hacia inicios del 2009: su muy escasa influencia, significatividad e impacto sobre las decisiones nacionales. Empecemos el análisis por los trabajadores en blanco y organizados. El movimiento obrero resulta, más que a menudo, opacado por sus dirigencias llamadas tradicionalmente burocracias; que negocian en paritarias, expresan la opinión del mundo del trabajo y lo representan con escasas discontinuidades en lo social-corporativo. No pocas veces, cuando los trabajadores gestan otra dirección, la misma cae en manos de la izquierda trotskista; una corriente- que más allá de sus exóticas diferencias entre si- vive prisionera de su angelical creencia consistente en pensar que una huelga salarial triunfante conduce a la victoria de la revolución socialista. De modo que las citadas fuerzas de izquierda disputan en el mismo territorio económico-social de la lucha burguesa del movimiento obrero (al decir de Lenin) y no en lo político: el espacio en el cual realmente se puede construir y disputar poder. Además digamos que en política nadie existe por fuera de su visibilidad electoral. Y cada comicio arroja más luz acerca de la «incidencia» real del trotskismo vernáculo.

Por otra parte, el sindicalismo alternativo de la C.T .A. ha demostrado mayor ductilidad para comprender los cambios de época, que vienen de los neoliberales años ’90. Por ejemplo, ha integrado a los desocupados a su seno, mientras la C.G .T. no cuenta siquiera con una oficina para dialogar con ellos; pero se puede decir que no ha logrado traspasar los límites que históricamente padecieron los núcleos sindicales más combativos: la escasa o nula influencia en el ámbito industrial. La nueva central decidió en un Congreso Nacional realizado hace ya más de seis años la creación de un movimiento social, político y cultural. Pero el mentado movimiento parece haber nacido- contrariando su nombre.- aquejado de una rígida parálisis ya que no se mueve si quiera en el mismo lugar. Concluyamos las frases dedicadas al movimiento sindical diciendo que este se recuperó de la debacle ocurrida en los 90′ en términos sociales (han reaparecido las huelgas por salarios entre trabajadores privados por caso); pero aún no logró gestar una voz propia en el escenario económico y social nacional y menos recuperar de modo significativo la influencia política que tuvo mientras la Argentina fue un país industrial.

Por otra parte, los movimientos sociales surgidos por causa de los derechos conculcados a las masas populares durante el genocidio neoliberal- llamados comúnmente «piqueteros»- no han acertado en articular su (justo) reclamo con una orientación política acertada para darles continuidad y alentar su crecimiento entre los sujetos más pobres y excluidos en nuestra sociedad, el universo social que desean organizar, articular y representar. En principio, dejemos de lado los vinculados a la izquierda trotskista o a variantes más ligadas a las organizaciones de los años 70; que al siglo XXI por causa de su inocultable delirio. No vale la pena que gastemos esfuerzos en desmenuzar y criticar sus pintorescas ideas, que se adecuan más programas humorísticos que a análisis serios; aunque más adelante algo se dirá de ellas.

En la franja de las organizaciones que adhieren al gobierno nacional y su proyecto ha prevalecido desde el 2003 una enorme dificultad para construir política de masas; de modo de convertirse en la fuerza «plebeya» que sustente la profunda debilidad del ejecutivo (el kircneriosmo debió recostarse sobre el P.J al fracasar la construcción propia y pese a los delirios de la oposición no es precisamente una autocracia absolutista). No se trata de negar la abnegación con que defendieron- en la calle y con el cuerpo-la causa popular en lo más duro del conflicto. Más bien es preciso pensar las razones por las cuales tanto esfuerzo resultó casi desprovisto de eficacia. Por cierto que es insoslayable la influencia de los grandes medios en la situación que describimos. Desde los tiempos del Menemismo o el gobierno aliancista, la campaña de desprestigio contra las organizaciones resistentes ha sido constante y exitosa; vinculando aviesamente, por ejemplo, la condición del desempleo a una inexistente propensión a la vagancia por parte de las víctimas. De tal modo, se las convierte en victimarios. O por el simple recurso de preguntarle a un manifestante kirchnerista «A usted ¿Por qué lo traen? Y a uno de los golpistas; Usted ¿Por qué viene? De esta manera lograban ilegitimizar no sólo nuestro proyecto; lo hacían con la propia democracia. Pero no todo puede adjudicarse al cinismo mediático. También dentro de nuestro espacio predominaron lógicas minúsculas: las organizaciones sociales K no pudieron mantener un frente unido que había nacido entre ellas; por causa que cada una de ellas sobredeterminaba su propio crecimiento antes que el del propio proyecto nacional. Además, fueron perdiendo parte de su inserción entre los sectores más pobres y excluidos; pese a que mantuvieron su condición de intermediarios entre los recursos estatales y dichos sujetos subalternos. Por otra parte, predominó en ellos la excesiva (auto) ponderación de su importancia y se llegó al extremo verificado hace muy pocos días; cuando Libres del Sur se alejó del Kirchnerismo, en desacuerdo con el hecho que el gobierno nacional se recostase sobre el P.J. ¿Y que debiera hacer? ¿Ver como su fortaleza política resulta licuada por impotencia? ¿Libres del Sur tiene un peso electoral equivalente al P.J? Por caso, si los referentes de la mencionada fuerza que accedieron a espacios institucionales (legislativos) no lo hubieran hecho desde las listas del Frente para la Victoria u otras apoyadas desde la Casa Rosada. ¿Hubieran sido favorecidos con el voto? Sería interesante que los legisladores en funciones renunciasen a sus bancas para ser refrendados sus mandatos sin las «molestas» cercanías peronistas. Pero es dudoso que lo hagan.

La Corriente Clasista Combativa (C.C.C.) nació del seno de una fuerza de izquierda, el Partido Comunista Revolucionario (P.C.R.) y logró agrupar a diversos sectores excluidos en los años 90′. Durante las luchas en los ’90 o en tiempos del gobierno de De La Rua mostraba una alianza interesante con la Federación por la Tierra y la Vivienda (F.T.V.), acuerdo que se rompió tiempo después de la caída del último presidente radical. Los rasgos más favorables de su orientación pasaban por su encomiable afán para organizar a los sectores más humildes y empobrecidos por medio de asambleas, movilizaciones y continuos reclamaos al estado. Pero desde los primeros tiempos adolecía de dos desviaciones significativas. Ellas eran las siguientes:

1) En lo teórico, la adscripción a una corriente tan obsoleta como el Maoismo. La ciega obediencia a pensamientos elaborados en otras latitudes y pretéritas temporalidades no podía sino tener consecuencias prácticas más que significativas, como veremos a continuación.

2) En lo político, la incomprensión que la participación electoral resulta imprescindible para todas las organizaciones que aspiran a jugar un rol protagónico en la transformación social y política que necesita nuestro país. La abstención en los comicios equivale a confundir los deseos de núcleos de activistas con las necesidades del movimiento de masas. Además que peca por no diagnosticar adecuadamente la conciencia real y efectiva de los sectores populares.

Ambas desviaciones coadyuvaron en el ridículo rumbo tomado por la organización durante el conflicto agrario, ocasión en el cual resultó la patética apoyatura plebeya de la sociedad rural. De allí que la sigla fuese rebautizada por diferentes humoristas observadores de la realidad (en especial, el célebre «William the conqueror») como Continuamente Cometemos Cagadas.

En principio, la necesidad de forzar la realidad y adecuarla a la «teoría», los convirtió en una auténtica patrulla perdida de la larga marcha- heroica gesta revolucionaria dirigida por Mao hace más de un septenio- en un tiempo y realidad social completamente diferentes. Pretendieron aplicar con forceps la teoría chino-maoista del bloque de las cuatro clases que impulsaban la revolución. Ellas eran la burguesía nacional, el campesinado, la pequeño burguesía y la clase obrera. La pretensión de transplantar un esquema ajeno a nuestra realidad naufragó frente al hecho que la burguesía nacional dejo de existir hace cierto tiempo (si es que alguna vez tuvo entidad real); el campesinado verdadero es acosado y despojado por la reacción sojera- defendida de hecho por la triple C- encarnada en su versión populachera por Alfredo De Angelli; No obstante, es preciso apuntar, por cierto, que las franjas más reaccionarias de las clases medias no desmentían el esquema. Pero también es necesario señalar que la clase obrera mayoritariamente no estuvo contra el gobierno. Poco sustento empírico como para dar prueba de validez a la teoría sintéticamente expresada. Por otra parte, el bloque de las cuatro clases era para enfrentar al imperialismo invasor en China, objetivo que en alianza con la Sociedad Rural y la C.R A. sólo podía ser pensado por habitantes de un neuropsiquiátrico. Además, el pertinaz antielectoralismo de la fuerza le vehiculizó conectar con los sectores oligárquicos campestres; enemigos de la política comicial desde el más acendrado y ancestral golpismo. Quedó consumada de este modo la no tan sancta alianza oligárquico-maoista; complementada por el enema del peor trotskismo, con el que la ridícula enfermera Vilma Ripoll pretendió castigar al pueblo. Segundas partes nunca fueron buenas, dice un refrán popular. O como decía Marx, la primera vez como tragedia, la segunda como comedia. La fuerza dirigida por Ripoll, el Movimiento Socialista de los trabajadores (M.S.T.) también mudó su nombre a Movimiento Sojero Trangenético, según los observadores antes apuntados. En síntesis, el dirigente guevarista Roberto Mario Santucho decía (primera parte) a fines de la década del ’60 que la solución de los problemas teóricos de la revolución consistía en fusionar (lo mejor del) trotskismo y maoismo. Tal propuesta fue llevada a la práctica merced a la benevolencia de la Sociedad Rural en 2008 («chinos» y troskos daban apariencia popular a un acto oligárquico). Es así que la segunda parte puede ser categorizada con palabras del propio Santucho: «El Marxismo en la Argentina nació imbécil y tuvo hijos idiotas»

A modo de cuasi cómico cierre del parágrafo digamos que los diarios de comienzos del 2009 dan cuenta de escarceos y contactos superadores de toda capacidad de asombro. Se trata nada menos que la C.C.C. abandone aunque sea en parte su rústico antielectoralismo… sumándose de modo formal o informal a la Coalición Cínica Golpista y Neoliberal conducida por Carrió. No puede extrañar que la fuerza que a mediados de los ’70 sentía una enfermiza simpatía por el fascista y genocida José López Rega (creador y conductor con plomo de acero de las Tres A) se abrace ahora con neoliberales tan enemigos furiosos del pueblo ahora como lo fue el «brujo» entre 1973 y 1975. Es que Alfonso Prat Gay (ex funcionario de la banca globalizada), Patricia Bullrich Luro Pueyrredón (Menemista desencantada del califa de Anillaco en 1995, luego de seis años de saqueo neoliberal) y otros más de los entornantes de la sacerdotisa eternamente bronceada no pueden ser sino catalogados como enemigos acérrimos de la patria y de nuestro pueblo. Pero la magnitud de la organización maoista ha disminuido y lo hará aún más en caso de confirmarse las informaciones que comentábamos. Ya lo dijimos en ocasiones anteriores, el de Carrió es el famoso abrazo del oso.

El inclito Cleto Cobos y su voto no positivo: de la traición a como ser oposición desde el gobierno

Lo ocurrido la noche del 17 de julio de 2008 implica unan nueva vuelta de tuerca sobre la vieja polémica acerca de la relación del individuo con (las grandes líneas de) la historia. En efecto, autores como Marx enfatizan en que las grandes tareas se sirven de hombres determinados, apareciendo estos a modo de ejecutores imbuidos, a menudo, con ciertos rasgos heroicos. No es el caso de lo que analizamos: la cletería- nombre que ya se le da en la Argentina a una traición mayúscula- pasará a la historia con mayor brillo letrado que su autor, personaje ciertamente menor de una farsa bufa. No se trata de caer desmedidamente sobre la figura de Julio Cesar Cleto Cobos; político gris, mediocre, anodino y derrotado en su propia provincia y convertido, por el azar de una noche aciaga, en protagonista de una definición histórica que tuvo en vilo a la mayor parte de la sociedad. El (aún) vicepresidente completó un sorprendente giro histórico la noche del 17 de julio; traicionando en poco más de medio año tanto a la voluntad popular, como a la fuerza que lo colocó en su sitio. Sólo le faltó hacerlo con la campera gamuzada marrón que lo asemeja notablemente a Fernando De La Rua, referente insoslayable de su partido (la Unión Cívica Radical, U.C.R.). Hasta se podría decir que el huidizo (por el modo en que dejó el poder) ex presidente era hasta la noche referida el auténtico paradigma del modo de ser «radicheta». Hasta que la mirada entre falsamente ingenua y distraída de Cleto demostró que se podía actuar de manera mucho más ruin aún. El escudo radical merece ser (re) diseñado e incluir desde ahora ciertos componentes insoslayables de la identidad boiniblanca: un chupete, un helicóptero y una horca (alusión a Judas) completarían de modo harto descriptivo y abarcativo la imagen simbólica del otrora partido de Yrigoyen.

Pero, no fue (sólo) suya la responsabilidad por el vil acto traidor cometido; seguramente el ninguneo que recibió juntamente con su entero espacio político durante el reparto de cargos gubernamentales, influyó en su decisión de voto «no positivo». Curiosa parábola sigue el concepto de lealtad (y su opuesto; la traición) en el imaginario peronista. Todos los justicialistas asumen que la condición de leal implica un carácter sacramental en esa extraña liturgia pagana, que es el peronismo. Pero la historia del movimiento está plagada de actos que harían aparecer a Judas como un bucólico niño inocente. De todos modos deberán pasar «mil años, muchos más» para que alguien pueda pudiere acercarse en felonía a Cleto. Para mayor riqueza descriptiva y como jocosamente comentó el ex presidente Kirchner, su esposa le dice en son de queja «que vicepresidente me pusiste». Sólo le falta balancear su responsabilidad personal y política en el engendro calificado como Concertación Plural, naufragada a poco de andar y hundida por el fuego de la artillería agraria.

Cleto Cobos- además de haber enriquecido el acervo de nuestra lengua- como dice el filósofo José Pablo Feinman- con un sinfín de términos derivados del hecho de traicionar (cletear, cletismo, cletudo, por ejemplo)- se encamina a convertirse en uno más de los candidatos de la oposición. En flagrante negación del añejo principio lógico de no contradicción, Cletito se opone a un gobierno que él integra desde el segundo lugar en jerarquía institucional. Negándose a renunciar además. Y prepara su campaña poniendo cara de distraído e inocente y utlilizndo las prebendas de su cargo gubernamental. Llegado el tiempo electoral, Cleto comprobará que la imagen positiva que logró entre los enemigos del gobierno, difícilmente le depare las mieles del éxito en una compulsa presidencial. En semejante lid, deberá quitarse de encima a varios candidatos de los enemigos del Kirchnerismo y pelear además contra el muy bien ganado mote de paradigma prácticamente inigualado de la traición. Todo ello apoyado en el aparato radical; aunque en ningún caso la mentada maquinaria le servirá por entero. Una parte se irá con Carrió, otra con Macri y hay más posibilidades de dispersión. Como se ve, Cleto tiene ante si una tarea ciclopea y titánica, no apta para Cletos. Esta es la historia por venir y el 2011 llega muy rápido.

El archipiélago opositor: no los une ni el espanto que les provoca el pueblo

… es Kirchner o qué. ¿Qué voy a hacer? ¿Voy a votar a Menem? ¿A la Carrió ? Lo mejor que tenemos hasta ahora y lo mejor que hemos tenido es el.
Declaraciones de Hebe de Bonafini, presidenta de Madres de Plaza de mayo.

En las siguientes líneas serán analizadas las perspectivas del variopinto conjunto de opositores al gobierno nacional y sus posibilidades de infligir una derrota a nuestro espacio en las elecciones legislativas previstas para el corriente 2009. El título del parágrafo ya anticipa parte de su contenido en la paráfrasis borgiana que en él se lee allí. Es que pese a la laboriosidad de los periodistas reaccionarios (o a los disfrazadamente «progresistas»), de los obispos constructores de coaliciones anti-K, a la generalizada percepción de que las únicas chances opositoras residen en la (incierta) unidad que pudieran o debieran alcanzar entre si, existe una marcada sensación: las fuerzas que conforman el archipiélago de marras ni con moco pueden unirse. No se trata de «imposiciones» realizadas por encuestadores al servicio del oro oficial ni de la voluntad de los millones de simpatizantes y adherentes al Kirchnerismo. Es ni más ni menos que el resultado de mínimos análisis que pasamos a volcar espacio por espacio. Anecdóticamente recordemos que en la primera plana del sábado 3 de enero de 2009 el matutino Clarín, la vanguardia pensante de la oposición, anunciaba la inminencia de la formación de un bloque unido de los coaligados anti-k… para poner en letras más chicas a continuación que la construcción real expresaba muchos deseos, algunas palabras y casi ningún hecho. Es que si se cierra cierta unidad, la bolsa de gatos se romperá por abajo o por los costados, o los felinos saltarán desde arriba inexorablemente.

El sistema político argentino se halla dividido claramente en dos hemisferios: el peronista y el antiperonista (gorila). Dice el investigador Juan Carlos Torre que en algún punto de la estructura social (pirámide) se verifica el corte. Hacia abajo de la referida frontera, predominan en general los bullangueros muchachos que entonan la marcha (peronista ¿hace falta la aclaración?) al compás rítmico del bombo. Mientras que desde la marca señalada y hacia arriba, tendían a la mayoría los atildados seguidores de la U.C .R. tocados o no por sus boinas blancas. La implosión de la última fuerza mencionada- menor a la de la U.R.S.S, pero de todos modos harto significativa- dejo huérfanos de representación política a parte de la opinión de derecha y a sectores del radicalismo progresista. Estos últimos primero se unieron al A.R.I, pero a partir del giro (ultra) derechista de Carrió navegan entre apoyar al ejecutivo nacional y sabotearlo. Se trata de los referentes agrupados en Solidaridad e Igualdad (S:I), algunos espacios que aún permanecen en el A.R.I (como la regional Tierra del Fuego, la única de la fuerza fundada por Carrió que ganó una gobernación provincial) y algunos más. También abrevan en la disolución del mejor radicalismo los seguidores del intendente de Morón, Martín Sabatella, algunos destacamentos del Partido Socialista y otras fuerzas menores sin alcance nacional. Por su parte, la opinión más reaccionaria halló un puerto en Mauricio Macri (quién de todos modos construye hacia el radicalismo y también de cara al peronismo); pero la del neoliberal macrismo es una edificación muy limitada; ya que el jefe no puede transferir su carisma y aceptación electoral a sus poco dotados (intelectualmente) seguidores, como demostraron los comicios nacionales de octubre del 2007.

Un eje común de todas las fuerzas opositoras es el hipócrita (como llanto desgarrado emitido por una viuda cansada de su marido) lamento a favor de la calidad institucional. En ocasión de la votación en el Senado del 17 de julio, el transitorio empate se logró por el voto movido por el más mezquino interés de clase de varios senadores, ellos mismos productores sojeros (Reuteman, Urquía, entre otros, que al rechazar la medida se embolsaban muchos dólares extras). Además fue factor decisivo la amenaza de hombres armados en la casa de otro legislador para lograr la paridad. Son motivos harto evidentes para destacar la profunda ilegitimidad del voto no positivo cletiano, de sus antecedentes y consecuencias. Sin embargo, nada dijeron de semejante avasallamiento de la tan declamada- pero no practicada- calidad institucional. Del mismo modo ningún vocero de las fuerzas mencionadas tuvo palabras para la pretensión del «gauchaje» sublevado de cerrar el congreso en caso de no triunfar en sus reclamos y para el hecho que habían proclamado que, si era aprobada la ley, no obedecerían la decisión legislativa. Son- la similitud no es casual si no más bien causal- iguales a sus congéneres venezolanos. Si triunfan, se trata de procesos transparentes. Si pierden, como en la mayoría de los casos, claman contra el clientelismo y/o el fraude, como hizo la desequilibrada doctora Carrió, quién un medio de la unción mística que la suele invadir cada vez que la rodean cámaras de T.V., dijo que la sociedad había percibido que en la elección presidencial de octubre de 2007 hubo fraude. Parece ser que en su opinión, los votantes por el Kirchnerismo no integran el género humano ni la sociedad. De allí a postular una hipotética limpieza étnica hay sólo un paso, bien que Carrió no postularía- justo es reconocerlo- prácticas genocidios; si no más bien campañas de despiojamiento ideológico y medidas similares de higiene social aplicadas compulsivamente sobre los sectores populares.

Una cuestión muy destacable e importante en la pobreza conceptual y práctica de la oposición es la ausencia de capacidad propia para construir alternativas políticas. En efecto, su único momento de cierto crecimiento fue por la fuerza que les introyectó el golpe de estado derechista desarrollado por la reacción agraria. Por cierto que no hubo mejor puesta en escena simbólica de lo que afirmamos que la seña emitida por diversos ruralistas para impedir que Carrió se subiese al podio (inmóvil carro triunfal) que festejaba el gol en contra pateado por Cleto. No obstante y rayana ya con el ridículo, la líder de las masas (de crema) punteñas afirmó: «yo no quise capitalizar el triunfo del campo». En realidad, no se lo permitieron los verdaderos ganadores de la refriega y del modo autoritario mencionado. Pasada la hojarasca que se armó, quedó claro que para los pequeños productores la resolución 125 era mucho mejor que unirse al conglomerado de intereses hegemonizado por los terratenientes de la Sociedad Rural.

Las dificultades para concretar el ansiado (por la derecha) frente único opositor van desde cuestiones teóricas, filosóficas y políticas de fondo hasta aspectos tan ramplones como quien va a ser el candidato a presidente, pool position ansiada por no menos de una decena de figurantes. En el aspecto teórico y filosófico no es una cuestión menor la aceptación (o el rechazo) para una posición decidida por parte del estado en función de intervenir en la economía a favor de los sectores sociales más desfavorecidos (keynesianismo). Una parte del radicalismo progresista, los segmentos más gorilas del Partido Socialista (P.S.), algún sector del A.R.I,, la agrupación denominada S.I. son parte de tal entramado. Proveniente de una tradición socio-política diferente, Proyecto Sur liderado por Fernando Solanas claramente se inscribe entre los sectores nada reacios hacia el intervencionismo estatal. Por su parte, el Pro(cesismo) macrista, la conducción de la Coalición Cínica golpista y otras fuerzas menores se inscriben claramente en el hemisferio del pensamiento neoliberal. En tal sentido, el PRO es más coherente. Expresión del pensamiento colonial y de prácticas políticas colonizadas carece de programas serios para resolver los grandes problemas nacionales. Nada casualmente Macri ganó la elección a jefe de gobierno ocultando sus verdaderos objetivos y mintiendo acerca de las políticas que aplicaría. Hace un año que gobierna la ciudad por medio de campañas publicitarias, como si aún no se hubiera votado. La candidata de los coalicionados por el golpe se limita a sugerir elípticamente que el espíritu santo guiará su hipotética acción de gobierno; luego del apocalíptico vomito social que la catapultare al poder. En realidad, la cercanía del yupie Prat Gay, de la Bullrich y de la senadora (que nunca dejó de ser Cavallista) María Eugenia Estenssoro nos permiten inferir que lo único religioso que iluminaría su acción desde el estado es su adscripción incondicional a Nuestra Señora del Dólar, matrona de los bancos y financieras.

Desde el punto de vista de las candidaturas al sillón de Rivadavia, la posibilidad de construir un único tramado opositor demuestra aún más sus inconsistencias. Elisa Carrió, el eterno Carlos Menem, algún Rodríguez Saa, Mauricio Macri, Francisco de Narvaez, Felipe Solá están de acuerdo en unirse… a condición que fuera otro el que resignare su postulación. El verbo bajarse (de la candidatura) todos lo conjugan en segunda persona… y como ninguno deja de ser primera las posibilidades de armar una Unión (Anti)democrática se halla tan lejos como George W. Busch de hacerse acreedor al premio Nobel de la Paz o a integrar una asociación mundial de enemigos de las armas de fuego. Prueba de lo que decimos fue que un balín de fogueo, casi un chasqui-boom, como fue el lanzamiento de una posible candidatura de Carlos Reuteman a la presidencial del 2011 no lo pudieron digerir. Ora exigiendo que definiera si es por fuera o por dentro del Kirchnerismo, ora fingiendo satisfacción, tan escasa munición impactó fuertemente en el gallinero opositor.

Centro del armado y objeto del deseo de todas las componendas de la oposición es la U.C .R debido a su carácter de única fuerza que cuenta con un aparato partidario a nivel nacional (imprescindible para acceder a la presidencia). La condición para que hagan valer esa carta es que el candidato no sea un radicheta de pura cepa, ya que son piantavotos aún en sus propios espacios sociales y no apareciendo en la cabeza de boleta al puesto ejecutivo se les hace más factible lograr mayor cantidad de espacios legislativos. Es que el recuerdo de la presidencia De La Rua, sin dudas, pesa considerablemente. Una fracción importante del partido se inclina por parapetarse tras la figura de Carrió y otra prefiere cletizar la cabeza de boleta. Ambas vertientes han logrado sintetizar en sus orientaciones lo peor de la historia radical. Argumentemos a favor de nuestras afirmaciones. Si el presidente radical Raúl Alfonsín es silbado en la sociedad rural se trata de un acto espúreo de la oligarquía. Si la mencionada elite (como afirma el periodista Horacio Verbitski, la única clase hegemónica por su facilidad para construir alianzas aún con estratos que son dominados por los terratenientes) intenta desestabilizar y destituir a una presidente peronista, la denominación cambia y se convierte en el bucólico y paisajista «campo». Están contra las jubilaciones privadas; pero si un gobierno peronista elimina por ley el infame sistema de las A.F.J.P., allí cambian y se convierten en sus defensores. En lo que son muy coherentes es en su oposición a la Ley de Movilidad Jubilatoria. Es natural, una fuerza que tiene el cinismo de descontarles sus magros haberes a los pasivos no puede propiciar un ordenamiento legal que determina dos ajustes hacia el alza anuales.

Al peor (para) radicalismo corresponde la candidatura de Elisa Carrió. La ex funcionaria judicial de la más sangrienta dictadura militar de nuestra historia (1976-1983) no deja pasar oportunidad de difuminar su basura lingüística por cuanta cámara o micrófono le salga a su paso. Desacostumbrada a debatir- con la aviesa complicidad de los periodistas reaccionarios que conocen el vacío teórico, político y ético de sus ridículos enunciados- Carrió le habla a una clientela cautiva: las clases medias más incurablemente gorilas. Con esa base no puede de modo alguno aspirar a la primera magistratura. Por ello, se recostó en la alianza con el Radicalismo, lo peor del Partido Socialista y aspìra a sumar al neoliberal PRO(cesismo) a la colorida e imposible melange. La reacción de sus aliados «progresistas» (para Hermes Binner, gobernador socialista de Santa Fe el reaccionario Eduardo Buzzi es un buen candidato para el Partido Socialista) la hizo deponer sus seductores coqueteos con la derecha. En tren de subyugar se rindió frente a los atractivos del peronista Carlos Reuteman, calificado como lindo por la sacerdotisa mayor del gorilismo. Seguramente espantado, el santafesino debe añorar sus épocas de as de la formula 1, para lograr colocar una distancia significativa entre su persona y la poco grácil dama. Sería objeto de todo un tratado de la psiquiatría analizar el conjunto de las declaraciones de Carrió. Por otra parte, dicha rama de la medicina nos es en gran medida desconocida. Por lo tanto, nos limitaremos a glosar pocas de sus definiciones donde queda claro su profunda vocación de servir a los enemigos del pueblo y de la nación. Durante meses batió el parche con el problema inflacionario responsabilizando al gobierno por causar cientos de miles de nuevos pobres por medio de los aumentos de precios. Su delfín, Alfonso Prat Gay, no le explicó que las causas que el neoliberalismo adjudica a los procesos inflacionarios no son otros que la emisión de dinero sin respaldo. En nuestra Argentina, el gobierno nacional protege el superávit del tesoro, más que a la luz de sus ojos. Por lo tanto, otras son las razones de la inflación. Claramente son conductas de empresarios y comerciantes que desean preservar su predominio en la distribución del ingreso y sus niveles de rentabilidad. La mejor demostración de la justeza y veracidad de nuestros dichos la constituyó el hecho que días antes de las fiestas navideñas muchos productos sufrieron incrementos superiores en algunos casos al 100 %. Pasados los acontecimientos festivos de marras, los valores volvieron a su nivel anterior. De modo que culpar a «un gobierno que es claramente inflacionario» (Carrió dixit) no sólo es una burrada supina. Es complicidad abyecta con el poder económico que halla en la pobreza del pueblo gran parte de su preponderancia. Por otra parte, mueve a risa el discurso de muchas personas de la coalición cínica golpista. A Carrió no le disgustaría ser comparada con Don Quijote, el inolvidable personaje creado por Miguel De Cervantes. Por lo tanto, la senadora María Eugenia Estenssoro, la poco gracil imitadora de Frida Khalo, y la diputada Patricia Bulrrich Luro Pueyrredón (ayer menemista, luego aliancista, siempre enemiga del pueblo) son sus sanchos panzas, adefesios que funcionan como escuderas lingüísticas y paralingüísticas de la hipopotámica líder. Como su jefe, pierden el sentido del ridículo y pululan por los medios acusando a la presidente de practicar un discurso confrontativo y agresivo. Deberían mirar a la chaqueña- cuya boca oscila entre el coprodispersor y la cloaca podrida- antes de achacarle a la titular del ejecutivo las conductas que desde su fuerza no cejan de practicar.

Felipe Solá- ex menemista, ex duhaldista, ex kirchnerista- intenta construir un espacio de peronismo anti-k entre las áreas rurales de la provincia de Buenos Aires. Allí tal vez consiga votos- de todos modos disputados contra otras vertientes derechosas- pero no podrá crecer por fuera de los territorios mencionados. Por lo tanto, su incierto futuro está atado a la posibilidad de armar alianzas con los referidos reaccionarios, antes que en confrontar contra ellos. Su pléyade de (hipotéticos) aliados está referenciada a Cleto, Macri, el colorado De Narvaez y otros impresentables. Como se ve, nada bueno puede esperar el pueblo de allí. Ni siquiera lo soporta demasiado Eduardo Duhalde, numen mayor de los opositores al gobierno.

Si ese es el panorama hacia la derecha del Kirchnerismo, a sinistra las posibilidades son claramente limitadas dejemos de lado a la izquierda trotskista que se niega de modo pertinaz a figurar en charts electorales y a otras fuerzas aquejadas de pensamientos muy soñadores, pero escasamente prácticos en la construcción política..

Existen básicamente dos conglomerados en construcción y nada casualmente la posición frente al ejecutivo nacional es la piedra de toque que los diferencia. Desde una vertiente claramente nacional y popular; es decir construyendo desde un espacio cercano al peronismo más consecuente, Proyecto Sur liderado por Fernando Solanas- dúctil cineasta, pero poco hábil político- se orienta a crecer por fuera y en confrontación abierta contra el gobierno. Tal vez el dirigente y la mayor parte de los integrantes piense que si cae, el Kirchnerismo, heredarán el gobierno como fruta madura. Parecen no tener en cuenta que si se desgasta la coalición oficialista actual- objetivo soñado por la reacción agraria que lo confesó en más de una ocasión- los herederos serán inexorablemente la peor derecha. Y entonces, las denuncias de este espacio no serán contra las (sin duda existentes) inconsecuencias del Kirchnerismo. Se darán contra un saqueo ilimitado del patrimonio nacional, la expoliación despiadada del pueblo y todo ello subrayado por una represión contra los oprimidos que hoy no existe. La furia anti-k de Solanas y su escudero Claudio Lozano los llevó a operar contra la aprobación de la 125. Y de tal modo influyeron decisivamente para que se impusiera la oligarquía. Pero el error cometido no les resultó gratuito; ya que perdieron así parte del mejor activismo de su espacio político. Proyecto Sur muestra una dureza discursiva encomiable en la defensa de una plataforma nacional y popular. Pero nula capacidad de construcción política y de diferenciación entre adversarios ocasionales y enemigos irreductibles. El Kirchnerismo- que cuenta con inocultables limitaciones e inconsecuencias- ha logrado la construcción de una fuerza política importante, pero gelatinosa y de límites imprecisos. Con aliados sorprendente y logros inimaginables. Como dijo Martín Sabatella, intendente de Morón y líder de otro espacio progresista, «Kirchner instaló un piso muy alto», refiriéndose a los mejores logros de nuestro gobierno. Cualquier otra coalición progresista o nacional y popular que aspirase a suceder al ejecutivo debe partir de lo ya logrado, que no es poco. Solanas y su espacio no logran pensar una sola idea que les permita transitar la distancia que media entre la pureza principista (adornada además por la soledad de los discurseantes) y la condición de dirigentes de masas asentados en una sólida construcción política popular. Por otra parte, el grosero antikirchnerismo -que los hizo alinearse con la oligarquía- ha alertado a varios de sus votantes (que sufragaron por Proyecto Sur para castigar nuestras inconsecuencias), pero es improbable que vuelvan a cometer el mismo error. Por lo cual, sus menguadas chances residen en que la derecha no se una en una sola fuerza. Si este difícil hecho se diera, los votos por el pinosolanismo debilitarían al proyecto nacional y, por añadidura, en circunstancias extremas se corre el riesgo de que jugaren fuertemente en alianza con la antipatria.

Desde espacios progresistas se disputan los favores del electorado la fuerza nacida desde la disgregación del A.R.I., denominada Solidaridad e Igualdad (S.I.), y el partido que está construyendo el intendente de Morón, Martín Sabatella. Con un perfil más antigobierno los primeros y más cercano al Kirchnerismo los segundos, ambos conglomerados deberían unir sus fuerzas para acrecentar posibilidades electorales. Para tal fin las dificultades estriban precisamente en la mirada ya descripta hacia el ejecutivo nacional. En ambas fuerzas predomina un considerable y evidente purismo (evidenciado en críticas a nuestra coalición del tipo «nosotros no acordamos con los intendentes mafiosos). Cierto es, no acuerdan con impresentables peronistas, pero tampoco gobiernan más allá de una comarca. Disputado por Kirchneristas y por antikirchneristas, Sabatella tiene ante si la posibilidad de sumarse, aunque fuera críticamente, a una coalición que gobierna y está cambiando a la Argentina en beneficio del pueblo en el marco de un proyecto latinoamericanista. O seguir habitando en el tranquilo territorio de quienes dejan testimonios vibrantes y bien intencionados; pero alejados de la responsabilidad de dirigir al pueblo en sus grandes transformaciones. Si su opción es la primera contribuirá a acercar a una fracción de la clase media al proyecto nacional, lo cual no es precisamente poco.

En apretada síntesis, el escenario electoral preanuncia un cierto fortalecimiento del ejecutivo nacional a favor de la dispersión opositora. Se podrá perder en algunos distritos (Capital Federal, Córdoba, Santa Fe, tal vez Entre Ríos), pero en la suma del país la derrota en la lucha contra la reacción agraria no se sentirá en demasía.

Lo central ahora es debatir: algunas tareas y propuestas

Una de las causas de la derrota del 17 de julio es preciso rastrearla en la capacidad de la derecha de armar la agenda pública. En efecto al no poder poner límites en el modo de demonizar la intervención estatal en la economía que mostraban los medios, quedamos del lado de los «espúreos.» y ávidos recaudadores para la «malvada» caja; enfrentados al «campo», (auto y falazmente) ubicado en un lugar bucólico, idealizado y pre-político.

Lo dicho significa repensar todas las estrategias políticas, culturales y comunicacionales. Pongamos ejemplos. No basta que nuestro gobierno haya dictado por ley una creciente suba atada a un porcentaje del P.B.I para el presupuesto educativo. Es preciso también mostrar medidas que derramen sobre los sectores más pobres los beneficios del conjunto del sistema y que el Ministro del área educativa deje de parecer una impertérrita esfinge. Desde el punto de vista comunicacional urge, al menos, aprovechar de modo eficiente los recursos con que se cuenta. Darle pantalla a TELESUR, lanzar una red de medios oficiales y alternativos, avanzar en la nueva ley para el área (verdadera asignatura pendiente de la democracia) son sólo algunas sugerencias. Otra medida puede ser la periodicidad de las conferencias de prensa presidenciales, de modo que los medios no pudieran eludir la difusión de la palabra y la imagen presidenciales. Un debate insoslayable es acerca del modo en que se construye política (para la liberación) y las herramientas organizativas necesarias a tal fin. Tal vez no resolvamos semejantes tareas en el 2009 que transitamos. Pero al menos comencemos la discusión.

Los retrocesos verificados (la cancelación de la deuda con el Club de París, la reapertura del canje a los hold-outs, excesivos subsidios para grandes industriales) no alteran el rumbo en general positivo del gobierno. La lucha por la liberación nacional requiere aguzar el ingenio, ya que los enemigos de nuestra patria cuentan con ingentes medios y con el aliento que el amo imperial les hace llegar sin descanso. Ojala que a fines del 2009 podamos celebrar, aunque fuera, algunos pasos más dados en la misma dirección.

Raúl Isman es Docente y Escritor. Miembro del Consejo Editorial de la Revista Desafíos y colaborador del periódico socialista El Ideal. Director de la revista Electrónica Redacción popular.
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