A veces, una imagen vale más que mil relatos. En la foto están Carlos Platkowski, abogado de los derechos humanos y María Victoria Moyano, hija de desaparecidos y nieta restituida. Frente a ellos, la Gendarmería Nacional -que responde al mando del Secretario de Seguridad Sergio Berni- dispuesta a encarar una dura represión. A su espalda, […]
A veces, una imagen vale más que mil relatos. En la foto están Carlos Platkowski, abogado de los derechos humanos y María Victoria Moyano, hija de desaparecidos y nieta restituida. Frente a ellos, la Gendarmería Nacional -que responde al mando del Secretario de Seguridad Sergio Berni- dispuesta a encarar una dura represión. A su espalda, mujeres de trabajadores de Lear Corporation, miembros de organizaciones sociales y políticas solidarias con los obreros que reclaman una sola cuestión: no ser dejados en la calle por la multinacional autopartista que despidió a más de cien empleados, mantiene suspendidos a otros cientos e impide dictatorial e ilegalmente el ingreso a la fábrica de sus representantes gremiales elegidos legítimamente. El escenario es la autopista Panamericana, en la zona norte del Gran Buenos Aires, en la mañana fría del mismo día en que Alemania trituraba al local en las semifinales de Brasil 2014.
Dos banderas pretendían ser sostenidos en el corazón triste del kirchnerismo «puro» o progresista: la bandera del empleo y la no represión a la protesta social.
El gobierno está cruzando descarada y abiertamente (antes trataba de hacerlo de manera simulada o «terciarizada») esos dos límites que se había autoimpuesto -siempre en términos relativos-, como gobierno de contención y desvío, nacido de la crisis política y social de principios de la década. La foto de este martes en la Panamericana (y la de un día antes en la General Paz, por el conflicto de otras dos empresas en las que se denuncia vaciamiento: Emfer y Tatsa), combinó en un mismo acto el cruce de su propio imaginario «Rubicón»: represión a trabajadores que reclaman por sus puestos de trabajo. Y esto llevado delante de la mano de los peores rostros del personal de su coalición: la burocracia sindical del gremio mecánico (SMATA) y su máximo exponente, el impresentable Ricardo Pignanelli, y la Gendarmería a las órdenes del inefable Sergio Berni.
Un verdadero trabajo de equipo -con la complicidad del Ministerio de Trabajo (Carlos Tomada) y la Secretaría de Industria (Débora Giorgi)- para garantizar la violación de todos los derechos laborales y sindicales (con despidos masivos y ataque a la comisión interna) por parte de una multinacional norteamericana. Justo en el mismo momento cuando se «enfrenta» retóricamente a los llamados fondos buitre, mientras se negocia un pago jugosamente prometedor (para los demandantes) para «normalizar» la relación del país con el sistema financiero internacional, eufemismo políticamente correcto para denominar un nuevo ciclo de hipoteca nacional.
El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), emitió un comunicado, luego de estos actos represivos, donde alertaba sobre un «Preocupante desplazamiento en la política de no represión de la protesta social» y otros referentes del kirchnerismo bregaron por el «abordaje no violento» de la misma, entre ellos, algunos medios hasta hoy más que oficialistas (Tiempo Argentino, 10/07). Ninguno, excepto los «halcones» del propio kirchnerismo, pudo defender a las fuerzas de seguridad y las escandalosas actuaciones de estos días. El gobierno se erige en el «partido del orden» y comienza a tomar fisonomía concreta el famoso país normal, quiénes deben ser sus beneficiarios y quiénes los «normalizados»… a palos, balas de goma y gases.
Hay una discordancia de los tiempos entre la apuesta a solucionar la cuestión de los «fondos buitre» que abra la posibilidad de un nuevo ciclo de endeudamiento (y una sobrevida más «tranquila» hacia la transición al 2015) y las necesidades de la hora de una economía en retroceso, que la salida devaluatoria de enero y el paquete que la acompañó empujó hacia mayores tendencias recesivas, pérdida de puestos de trabajo y del poder adquisitivo del salario. Hoy vuelve a la agenda la cuestión del impuesto a las ganancias, porque la no actualización del mínimo no imponible (y de las escalas) empieza a afectar otra vez a sectores masivos de los trabajadores. Porque pese a los «precios cuidados», tanto en éstos que tienen autorizados aumentos regulares, como en los otros «descuidados» la inflación no cede, aunque no se dispare.
El dilema para el gobierno es que la resolución de lo «macro» (la posibilidad de nueva deuda) presupone mantener los lineamiento de este ajuste, y pese a eso no está garantizado que pueda solucionarse en el tiempo necesario. Dicho en otros términos, el «nuevo orden» es una de las condiciones de los «inversores»; el método para ponerlo en práctica liquida los restos del relato y deja por el suelo las dos últimas deshilachadas banderas que ilusamente algunos creían «inviolables».
Lo destacado de la coyuntura es que pese al mundial y la histórica llegada a la final (después de 24 años), la protesta ocupa la escena y la agenda pública, hecho que evidencia que el «nacionalismo mundialista» y su espectáculo encuentra los límites en un malestar general.
«Yo sé que no puedo darte algo más que un par de promesas, no: ticks de la revolución (…)» afirma el Indio en otro tramo de «Juguetes perdidos«, un tema que fue apropiado como parte de cierta liturgia del kirchnerismo progresista. Y las banderas, si quedan, estarán en tu corazón; porque en la calle están Berni y el teatro anti-disturbio de sus perros dinamita.
Blog del autor: http://elviolentooficio.blogspot.com.ar/
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