La previsible derrota en las PASO del Frente de Todos (FdT) puso en evidencia su incapacidad para percibir la magnitud de la desesperación de amplios sectores de la población por la falta de trabajo y la miseria, herencia del macrismo incrementada por la pandemia, pero ajena a las prioridades de una gestión económica que privilegió el ajuste fiscal y los condicionamientos del FMI.
A posteriori, el claro mensaje de millones de votantes del FdT que no acompañaron a su espacio tampoco fue escuchado, al menos no tanto como se lo suele hacer con las diatribas de opositores y medios hegemónicos.
Pese a prometer hacerse eco y enmendar errores el mismo domingo de las primarias, el presidente Alberto Fernández se mostró a las pocas horas junto a sonrientes ministros que consideran “positiva” la marcha de la economía y elaboraron un presupuesto que vuelve a eludir la magnitud del drama de millones de argentinos, símbolo de lo cual es la pretensión de fuertes aumentos tarifarios.
La respuesta de Cristina Kirchner fue contundente y por escrito: ubicó como causas de la derrota al ajuste fiscal, el incremento de los precios y el deterioro de salarios y jubilaciones, así como las insuficientes medidas para revertirlas, pese a sus reiteradas advertencias públicas y privadas.
Sorprende, en el texto, que un hombre explícitamente propuesto para corregir esas causas, y finalmente designado, sea el gobernador tucumano y ahora jefe de Gabinete, Jorge Manzur, cuyas ideas no parecen muy alejadas de lo que se cuestiona, aunque si de las de la vicepresidenta.
Mucho se ha escrito y hablado acerca de esta tumultuosa semana de septiembre, en la que se temió una ruptura suicida y culminó con cambios en el gabinete, con la incorporación de muy experimentados dirigentes, conocidos por imprimir dinamismo a sus gestiones ministeriales, pero cuyas funciones están lejos de incidir sobre el rumbo económico. Aunque el problema son las políticas y no lo nombres, ese elenco sigue intacto, al igual que la cartera de Trabajo, tan sensible a los reclamos patronales como desatenta a la angustia de los asalariados.
El bloque dominante, sus voceros políticos y mediáticos, vuelven a hostigar al presidente, y a la vez que le advierten sobre el peligro de una “radicalización” del rumbo que impulsan “los K”, le exigen que “vuelva a la moderación” que aducen fue la clave del triunfo electoral de 2019, mientras -contra toda evidencia- su abandono la causa de la derrota.
En realidad, la moderación, el “no enojar a nadie”, ha sido el signo de estos meses y una concesión al establishment, pese al enorme esfuerzo estatal para enfrentar la crisis sanitaria y apuntalar el desfalleciente aparato productivo, el trabajo y el empleo.
Incluso cabe señalar graves retrocesos como permitir la impunidad de los despidos que el mismo presidente calificó de “infames”; retroceder ante la presión ruralista en defensa de los estafadores de Vicentin y renunciar a manejar una empresa testigo de un sector clave del contrabando, la fuga de divisas y la formación de precios; considerar que el salario mínimo, vital y móvil es apenas “el que se pueda pagar” o, el más doloroso, la represión a centenares de familias que, desesperadas, intentaron tener tierra y techo en Guernica.
Ninguno/a propone cambios de la mano del pueblo
Entre los torrentes de tinta y las horas de comentarios radiales y televisivos, ninguna de las tres patas autoproclamadas del FdT -entre una veintena de organizaciones que lo integra o apoyan- se pronuncio acerca de una hoja de ruta concreta para enderezar el rumbo económico, pero de la mano de retomar la iniciativa política con la participación popular.
La dirección de hecho del FdT debe precisar si “escuchar al pueblo” es encarar parches sobre la dramática situación de pobreza y desempleo, o comenzar a resolverla mediante una fuerte redistribución de la enorme riqueza que producimos entre todos, buscando los recursos entre los muy pocos que se apropian de ella, quienes se enriquecieron antes, durante y después del festín neoliberal macrista, incluida la pandemia.
Necesitamos que a quienes se presenta como tibios, o a los que se considera enérgicos y radicalizados, nos digan si comparten -y están dispuestos a llevarla adelante- la idea de que un rumbo de estas características requiere mucho más que palabras, sean amables y moderadas o altisonantes y disruptivas.
Ni tibios ni radicalizados verbales pueden recuperar para las grandes mayorías parte de la enorme tajada que se lleva el bloque dominante si no se entiende, y si se entiende se concreta, que una democracia plena, con justicia social, implica inevitables conflictos.
La política es en parte búsqueda de consensos, pero también asumir el conflicto para defender o conquistar derechos, para torcer a favor de las grandes mayorías la fuerte disputa entre intereses contrapuestos.
Para hacerlo con mayores posibilidades de éxito, en lugar de apostar nuestra suerte solo al dialogo y las negociaciones con las corporaciones, en los recintos legislativos y los alcahuetes pasillos de los despachos, a la necesaria gestión institucional hay que sumar la convocatoria al protagonismo y la organización popular.
¿Hay voluntad de escuchar? Una hoja de ruta para el debate
Me abstengo de repetir el desarrollo del marco conceptual en que baso mi análisis, pues ya lo he desarrollado en ocasiones menos difíciles, pero me permito enunciar dos aspectos claves en el momento que atravesamos.
- Un frente es político, programático y orgánico o no juega papel alguno en la disputa cotidiana y se reduce a su rol electoral, y aun en ese caso con una mínima expresión de su potencial capacidad de incidir sobre la realidad.
- La correlación de fuerzas no es un concepto estático y si es desfavorable, como lo es hoy para el campo popular, se trata de acumular la propia para desbalancearla a su favor. La historia argentina demuestra que es suicida desconocerla, pero fatal adaptarse pasivamente a ella. Se termina retrocediendo y derrotado.
Hoy, no se trata de abandonar ni disminuir debates acerca de los fundamentos de la derrota electoral del FdT, pero si realmente ha surgido una voluntad de escuchar, que insisto hasta ahora no se produjo, caben estos cinco ejes para una hoja de ruta, en forma de esbozo y sin desarrollo, que solo aspiro a sumar a la de tantos compañeros silenciados.
- Poner en marcha un plan de emergencia, que “ponga plata en los bolsillos”, controle precios, aumente salarios y jubilaciones, cree puestos de trabajo. No por cálculo electoral, sino porque la situación de millones de argentinos es desesperante.
- Convocar urgentemente a la institucionalización del FdT, con la participación -que incluye opinión y capacidad de aportar a las decisiones- de todas las organizaciones políticas y sociales que lo apoyan, que exceden en mucho las “mesas tripartitas” de decisión, que en forma conjunta han llegado al nocivo extremo de impedir la libre expresión de las diferencias en las internas abiertas.
- Reproducir inmediatamente este mecanismo en cada provincia, ciudad y progresivamente extender el frente político a los lugares de vivienda, de trabajo y estudio, a cada sector social: sindical, estudiantil, vecinalista, artístico, cultural, profesional y científico.
- Consensuar un programa de corto, mediano y largo alcance -reforma tributaria, financiera, renta de los recursos naturales, control del comercio exterior, deuda externa, etc.- que sea la bandera bajo la cual se organice, se reclame, se exija o se defiendan derechos y conquistas.
- Cada uno de los miles de núcleos del frente debe constituirse convocando sin exclusión a todas las fuerzas existentes en los lugares, para en conjunto discutir cada punto programático y “traducirlo” a la realidad concreta, mostrar como una propuesta beneficia al territorio o al sector en que se actúa. A partir de allí, y con esa herramienta, extender la organización popular consciente y su capacidad de movilización permanente.
Aunque tardía, es hora de una convocatoria al protagonismo popular
Salvo las medidas de emergencia, ninguno de estos puntos fue siquiera tenido en cuenta en la conformación o durante la gestión del Frente para la Victoria, que nunca se institucionalizó.
Jamás se convocó a la defensa organizada de las conquistas de “la década ganada”, menos aún a su necesaria profundización ante la brutal resistencia del privilegio y el desfavorable cuadro externo. Tampoco se insinuó luego de producida la derrota y la restauración conservadora en 2015, ni con las alianzas electorales posteriores, como Unidad Ciudadana o el triunfante y heterogéneo Frente de Todos.
No basta con palabras o gestos grandilocuentes, si es que los hay. No alcanza, aunque es necesario, con enumerar las lacras de neoliberalismo, sean las de la dictadura, las del menemismo o las del macrismo.
Lejos estoy de proponer recetas y aún más de considerarlas únicas o definitivas, pero estoy convencido que es desde enfoques como este se contribuye a promover la participación ciudadana y construir poder popular para contraponer al bloque dominante, confrontar con él y blindar con mística y calor ciudadano un programa de cambios profundos.
Otro sería el nivel de conciencia y la contundencia en su aprobación y aplicación si el aporte a las grandes fortunas hubiera trascendido la negociación con los bloques de senadores y diputados opositores, con el sector concentrado de las empresas y las finanzas o el debate mediático.
Otro el balance si en lugar de limitarse a describir montos de dinero y porcentajes para cada destino de las partidas, a una abstracta difusión de características en lugar de beneficios concretos, la militancia con la clara orientación de la dirigencia hubiera traducido la iniciativa a las vivencias de cada sector o lugar: cómo y cuánto beneficiaria a los trabajadores del gas; cómo y cuánto a los estudiantes a los que se destinan las becas Progresar; adonde y a cuantos en los barrios populares donde se encaran obras; en que insumos sanitarios, materiales y humanos, de tal y cual hospital, etc.
Es apenas un ejemplo, pero así se crea conciencia y crece también la organización de todo el pueblo.
Así, tambièn, debería encararse la defensa de cada derecho que buscan cercenar. Si promueven con descaro la flexibilización laboral y los despidos sin indemnización, no alcanza con denunciarlo en un acto o una entrevista televisiva: en cada fabrica o empresa -no en cada discurso- hay que explicar en qué consiste este plan, como perjudicará en concreto a cada trabajador, y plantear la organización para impedirlo.
Puede especularse con provecho alrededor del voto castigo o bronca, del ausentismo o la presunta derechización; puede optarse por cambiar ministros, mejores o peores y brindar parches. Pero lo concreto es que enfrentamos un enemigo despiadado, que no tiene límites y cuenta con todo el poder real, económico, cultural, judicial y hasta represivo.
¿No es hora de que, junto a la defensa de la unidad “en la diversidad” y la institucionalidad, los militantes y organizaciones populares que coincidimos en diagnósticos y respuestas similares juntemos fuerza, experiencia e inteligencia, impulsemos estas y otras ideas dentro del heterogéneo FdT?
¿No es hora de disputar tambièn allí hegemonía, para aportar con eficacia un cambio de la relación de fuerzas en el país?
No están solo en juego las legislativas de noviembre, ni siquiera las trascendentes generales de 2023, sino el destino de la patria, que -siempre ha sido y será así- es el de nuestro propio cuero y el de nuestros hermanos.