Ya todas y todos sabemos acerca del acto de grosera barbarie cometido con la destrucción del recordatorio ((él no hubiera gustado del término “monumento”) que homenajeaba a Osvaldo Bayer en Santa Cruz. En el poco tiempo transcurrido desde entonces se han escrito expresivas condenas del hecho y jugosas evocaciones del historiador y periodista y su obra. Trataremos de tomar aquí una veta diferente.
Una obra maestra
Quiero dedicarme aquí sobre todo a uno de sus libros, Severino Di Giovanni, el idealista de la la violencia. Como para muchísimxs de sus lectoras y lectores, ese trabajo es mi favorito entre toda su producción, de calidad elevada y bastante pareja.
Sin ser un texto monumental como el contenido en los cuatro volúmenes de La Patagonia Rebelde (Los vengadores de la Patagonia trágica fue su título original); el Severino nos trae una biografía reflexiva, equilibrada. Y enriquecida por el compromiso social y político.
Ya al calificarlo en el título como “idealista de la violencia”, Osvaldo comienza a adelantarle al lector los matices y complejidad que imprimirá al tratamiento de su personaje. Una riqueza de abordaje que lectores apresurados o con sesgos inconmovibles a veces no han percibido. E interpretaron la obra como una suerte de panegírico de Di Giovanni y sus acciones.
Al respecto ya en las primeras ediciones el autor de Los vengadores… resaltaba que “…ser idealista no es sólo un mérito o un ejemplo sino también un peligro. En este caso, evidentemente, más peligro que ejemplo.”
Lo que sí evita con maestría literaria, rigor investigativo y comprensión profunda del personaje es encasillarlo como “violento” por vocación. Y menos aún como “terrorista”.
Corresponde dilucidar que Osvaldo no se cuenta entre quienes posan de bienpensantes al afirmar: “Estoy en contra de toda violencia” o “La violencia no sirve para nada en política”. Sus prevenciones acerca de las acciones armadas transitan caminos más personales y fundamentados.
Di Giovanni estaba dotado de un perfil intelectual capaz de dedicar la recaudación de asaltos a empresas a la edición de obras de teóricos del anarquismo como Eliseo Reclús. Ejerció asimismo el periodismo, llegando a ocuparse de la realización integral de Cúlmine (Cúspide), un periódico en lengua italiana de explícita inclinación anarquista, al que condujo desde la redacción hasta la impresión.
En un portal actual, que le adjudica un talante “turbulento y directo” a su escritura se enfatizan además rasgos afables de ese órgano de prensa: “En cada número se podía leer una hermosa poesía” además de destacar que “…su principal preocupación era la emancipación femenina…”.
Esto ocurría a mediados de la década de 1920. Severino superaba por pocos los veinte años. Y no tenía más de treinta cuando lo abatieron las balas dictatoriales.
El hombre, la época y sus acciones
El libro no tiene al biografiado como sujeto excluyente. Lo contextualiza en las luchas obreras del período, en nuestro país y en el mundo. Y lo singulariza en relación a los padecimientos de “los de abajo”.
Resulta que, Bayer bien lo sabe, el recorrido de Di Giovanni es incomprensible si no se lo vincula al antifascismo en el que se formó. De allí parte la biografía que nos ocupa. O sin referencias al incansable combate contra la pena de muerte y los abusos de las clases dominantes que dieron los trabajadores y las trabajadoras del mundo a propósito del amañado proceso por homicidio contra Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti, en Estados Unidos.
Asimismo encuadra el itinerario vital de Di Giovanni en la política argentina y las incalificables acciones del Estado nacional en las primeras décadas del siglo XX. El tiempo de Di Giovanni, al que alude Bayer, fue en nuestro país una época de censuras, persecuciones, deportaciones, prisiones y fusilamientos.
De la Liga Patriótica Argentina y su fanatismo a la hora de defender la propiedad y los valores “tradicionales”. Del penal de Ushuaia, diseñado para destruir seres humanos por medio del frío impiadoso y condiciones de vida horrendas. Sobre esa “jaula infernal” dejó escrita Di Giovanni su propia visión: “Ushuaia, la tierra maldita, la cima del infierno, la Siberia argentina, calvario y sepulcro de nuestros mejores, abierta como una tétrica y hórrida fosa devorante de carne humana, nos ha lanzado un grito y nos pide una promesa. ¡Ushuaia, carne nuestra nos pide justicia!”.
Bayer posee la independencia de criterio y la coherencia ideológica necesarias para no cebarse sólo con la dictadura encabezada por José Félix Uriburu desde septiembre de 1930, el régimen que ejecuta a Severino. Enmarca ese final en toda una etapa de contraataque de la clase dominante frente a su temor a la revolución, a su búsqueda casi desesperada de seguir siendo “los dueños de la Argentina”, junto con sus personeros militares y eclesiásticos.
Eso incluyó a los gobiernos radicales de Hipólito Yrigoyen (sobre todo el primer período) y de Marcelo Torcuato de Alvear.
Di Giovanni “íntimo” y “social”
Parte de las páginas más brillantes de Bayer en su biografía son las dedicadas a la vida afectiva del anarquista. En particular las que se ocupan de su historia de amor con la muy joven América Scarfó.
Allí recurre Osvaldo a su capacidad estética y a su sentido ético para pintarnos un adorable idilio vivido entre la persecución y las balas por dos personas muy jóvenes y apasionadas que buscan su felicidad en medio de las condiciones más hostiles que puedan imaginarse.
Luego seguirá a América su vida durante décadas, ligada al recuerdo de su amor fusilado y a la vez con valiosas actividades personales, como la orientación de la editorial Américalee, de fecunda y prolongada labor. A eso también se refiere Bayer.
Aprovecha el autor para detenerse en la actitud del anarquista respecto a su pareja anterior y a los cuatro hijes que compartían. Trata con la mayor consideración y asiste en todo lo posible a mujer e hijes,El autor se detiene también a narrarlo.
Asimismo hace referencia al primer período de su vida, todavía en Italia. Allí se forma y ejerce un tiempo como maestro y aprende también el oficio de tipógrafo, que lo acompañará de por vida a la hora de la publicación de órganos de prensa que sostuvieran sus ideas, una de sus actividades predilectas. “Hijo de la clase obrera” como solía decirse.
Bayer no exime al anarquista italiano de responsabilidades en actos criticables. Como su participación en el oscuro crimen que tuvo como víctima al periodista, ácrata español del ala “moderada” y muy crítico de los expropiadores, Emilio López Arango. O señala su controvertida afirmación “no hay inocentes”, ante el cuestionamiento de que en los atentados morían personas que no tenían ninguna relación con los objetivos de la acción emprendida.
Como muestra de ecuanimidad puede bastar lo que Bayer contestó en más de una entrevista acerca de que le interesaba, a través del libro “…mostrar que un hombre valioso se perdió en la violencia…” Y allí está una de las claves de la obra, como ya intentamos transmitir.
El autor y la formación de su mirada
Será mejor aún, dejarle la voz a Bayer en un par de párrafos referidos a cómo él mismo cambió casi por completo su mirada al reconstruir el itinerario y la cualidad humana del personaje:
“…cuando el autor de este trabajo comenzó el estudio de esta figura tan combatida por muchos, tan amada por pocos y tan difícil de encasillar, creía que iba a tener que vérselas con un individuo sin escrúpulos ni morales ni ideales, con todos los defectos de un delincuente común un poco brillante. Es decir, nada más que un gangster elegante.
Pero no es así. El estudio de documentos, testimonios y crónicas; el diálogo exhaustivo con los que lo conocieron, y el total desapasionamiento al encarar el tema llevaron a ir destruyendo muchos de los mitos en que estaba enclaustrada la figura de Severino Di Giovanni. (…) no fue un delincuente común (…) es un héroe con mala suerte, un hombre joven que tomó en serio todo lo que decían los libros de su ideología.
Ideología que, según se la interprete, puede pasar de la bondad y el respeto por la condición humana en todos sus aspectos, a la más desesperada y violenta acción avasalladora justificada en el ideal de querer implantar la libertad absoluta para todo el mundo.”
Osvaldo no escribió las líneas anteriores en medio del reflujo “pacifista” y “democratizante” desatado en nuestro país y en el mundo después de la convulsionada década de 1970. Lo escribió en los albores del decenio mencionado, en las páginas finales de la edición de Galerna de 1970.
Ya en ese momento, como habrá comprendido quien lea con atención, intenta un balance, por supuesto discutible, entre objetivos y métodos. Y de coherencia de pensamiento e idoneidad de las acciones que deberían expresarla.
Que la visión de Osvaldo no es de unilateral condena a los “violentos”, lo exhibe, por si faltaran pruebas, el comprensivo e incluso afectuoso rescate que años después hace en el cuarto tomo de La Patagonia… acerca de Kurt Wilckens, el ejecutor del teniente coronel Benigno Varela, el verdugo en jefe en las huelgas patagónicas.
La sentencia final y su ejecución
Un momento culminante es sin duda el relato de Bayer sobre la ejecución de la pena de muerte de Severino y de su compañero de militancia, amigo y hermano de su pareja, Paulino Scarfó. Suplicio precedido por las incidencias de un juicio militar que retrata en toda su arbitrariedad. La que no incluye al joven oficial que se toma muy en serio la defensa del reo y termina sancionado por sus superiores, enaltecido por el biógrafo.
El suplicio de los dos jóvenes italianos da lugar a un pasaje que destila con singular vigor el antagonismo de clase. Marca el contraste entre los anarquistas torturados y después fusilados con los burgueses y burguesas que acuden vestidos de gala. Ellos acuden regocijados a lo que perciben como una reafirmación de su dominio sobre el conjunto de la sociedad.
Es insoslayable el señalamiento de que Bayer sigue en esos pasajes a los cronistas de los diarios porteños que cubrieron el conmovedor y a la vez repulsivo acontecimiento. Baste nombrar a Roberto Arlt y a Enrique González Tuñón, cuyas crónicas reproduce en parte.
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Resulta más que pertinente la caracterización que el propio estudioso hace de su trabajo para el libro: “…Fue una investigación lenta, trabajosa pero llena de hallazgos. Descubrí a un hombre en medio de una época especial. No se podrá comprender íntegramente al hombre si no se comprende primero la época en la que le tocó actuar.”
Entre los resultados de su investigación se hallan un par de verdades que exceden al protagonista, hoy muy conocidas, que en 1970 resultaban bastante novedosas. Una estuvo dada por las evidencias brindadas acerca de la presencia del anarquismo entre el fin de la década de 1920 y el comienzo de la siguiente.
Solía presentarse al pensamiento y la acción “libertarias” como extinguiéndose en la década de 1910. No era así, queda claro a lo largo de toda la trama.
También llama la atención Osvaldo sobre los anarquistas más radicalizados, los llamados “antorchistas” (por su periódico La Antorcha) enfrentados a muerte con el “reformismo” de los “protestistas” (por La Protesta, el órgano de prensa de la Federación Obrera de la Región Argentina [F.O.R.A]) Se amplía el panorama de la tendencia de extrema izquierda con los “expropiadores”, que incluía a Di Giovanni y a los que el escritor dedicará en exclusiva uno de sus textos.
Por los méritos intelectuales que tratamos de reseñar; los valores éticos que ha asumido a fondo durante su vida, la activa consustanciación con los pobres y explotados de todo el mundo y la implicación antifascista que lo distinguió siempre, Osvaldo no se encuentra mancillado en lo más mínimo por la prepotencia de una pala mecánica. Menos si ésta se halla amparada en la “autoridad” (Vialidad Nacional) que quienes hoy gobiernan fingen detestar.
Para quienes hoy están en el gobierno el escritor siempre será un revolucionario, un crítico firme del capitalismo. Y todo eso les resulta imperdonable, propio de “zurdos h… de p… a los que pretenden “correr”. No conseguirán “correrlo” a Osvaldo, nunca. Tal vez ocurrirá lo contrario. El pueblo tendrá la palabra.
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