El 18 de agosto pasado, el director del diario liberal español «El Mundo» publicó un artículo sobre el resultado de las PASO en la Argentina. Ya en el vientre de su título -«Cuando los pueblos aman a sus ladrones«- viaja un elemental prejuicio que se confirma en la bajada del artículo: existen masas indulgentes que […]
El 18 de agosto pasado, el director del diario liberal español «El Mundo» publicó un artículo sobre el resultado de las PASO en la Argentina. Ya en el vientre de su título -«Cuando los pueblos aman a sus ladrones«- viaja un elemental prejuicio que se confirma en la bajada del artículo: existen masas indulgentes que prefieren una y otra vez a un partido político que es, para su autor, sinónimo de corrupción. El artículo pretende comparar al peronismo con «la cleptocracia organizada por el ‘virrey’ Jordi Pujol en Cataluña«. Dejando de lado cualquier referencia a la política catalana y española, solo me centraré en las imprecisiones e imposturas sobre el peronismo en que incurre, acaso por desconocimiento, el editor.
Comenzaré por el final de su exaltado artículo. «(…) Amaban a su ladrón como sólo los argentinos supieron hacer con Perón (…) derribado en 1955 por la llamada revolución libertadora, que restauró la democracia y que difundió información acerca de las malversaciones y las prácticas sexuales del dictador«. Creer que la revolución libertadora restauró la democracia en la Argentina de 1955 es como creer que Butch Cassidy y Billy the Kid hacían beneficencia en el Lejano Oeste. La autotitulada Revolución Libertadora derrocó a un gobierno elegido por el pueblo -con todos sus errores y contradicciones- pero además fusiló, proscribió, persiguió a las organizaciones obreras y estudiantiles, censuró e instauró un régimen conservador y neocolonial con saña y resentimiento. Le aconsejo al amigo editor la lectura de un texto esclarecedor al respecto: El Plan Prebisch, retorno al coloniaje, de Arturo Jauretche, en donde afirma que el plan neocolonial del régimen contemplaba el ingreso de la Argentina como país miembro del FMI, al que el peronismo se había negado pese a las presiones internacionales. Un FMI que retornó de la mano del gobierno de Macri para sembrar, otra vez, miseria y dolor.
Creer que la revolución libertadora restauró la democracia en la Argentina de 1955 es desconocer soberanamente la historia. Existe un atenuante: la información que de nuestro país se difunde en el mundo surge de las usinas de la prensa hegemónica, conservadora pero, además, hipócrita y falaz. Podemos discutir una ideología: lo que no debemos hacer es asociarnos a una impostura. Ni el más empecinado de los antiperonistas afirmaría hoy que aquella Revolución Libertadora, una burda y vengativa dictadura militar, restauró la democracia. Por más que acuerde con sus principios. Y ya que el amigo editor citó a nuestro enorme Jorge Luis Borges por aquello de que «los peronistas son incorregibles«, permítaseme citar a otra pluma que no le va en zaga, pero que por haberse identificado con el peronismo fue desterrado del Olimpo literario vernáculo: me refiero a don Leopoldo Marechal, quien, entre otras certezas, dijo que «la historia no es una ciencia; es el arte de mostrar una cara limpia y esconder un culo siniestro«.
Nuestro editor desgrana: «Argentina, siendo un país pródigo en recursos, se ha entregado de hoz y coz a un peronismo que ha obrado un sistema clientelar y corrupto«. Pongámonos en contexto: ¿qué era la Argentina antes de la llegada del peronismo? Un país próspero para pocos, en el que los trabajadores carecían de derechos: laborales, económicos, sanitarios, sociales. Un país gobernado por conservadores jubilosos, asociados a las prebendas del capital foráneo y promotores del fraude electoral patriótico. Sus adeptos aun recuerdan desconsolados la prosperidad de aquella Argentina, cuando gobernaron un país en donde la fiesta era solo para algunos. La memoria histórica suele ser pertinaz: el peronismo le dio a las mayorías argentinas una dignidad y un proyecto vital. Y a la mujer, el reconocimiento y la visibilidad de que carecían. Y algo más: el voto femenino.
¿Demagogia? Beneficiar a las mayorías -y no solamente a una elite- es un derecho y una obligación de toda democracia. El articulista de «El Mundo» habla de corrupción: como en todos los países, incluyendo a España -en donde intuyo que sus corruptos no son peronistas- el peronismo ha tenido y tiene camanduleros y timadores de toda laya. Sin embargo, endilgar un sayo semejante a toda la administración de un gobierno que algunos llamamos popular -y que otros, como el editor, mencionan peyorativamente como populistas– parece un argumento de la mejor ficción del genial García Márquez. Permítame intuir lo que ocurre: los sucesivos fracasos de los gobiernos neoliberales -hoy, en el caso argentino, de la mano de Cambiemos-, los arrastra a la demonización del populismo para apelar a su erosión ética. En su catálogo de abominación, Evita, Perón y los Kirchner han sido los populistas más injuriados: para ellos, Evita era puta y trepadora; Perón, fascista y pedófilo; por su parte, Néstor Kirchner era avaro y mafioso, y Cristina, ladrona y bipolar. La derecha agita fantasmas para transferir su odio e inyectarlo en las capas medias, las más permeables a la moralina.
Desconozco las andanzas de su tan denostado Jordi Pujol, pero sí conozco las de quienes han gobernado la Argentina durante estos últimos cuatro años. Son los que vinieron a hacer negocios con el Estado sin intermediarios; los que fugaron, evadieron y blanquearon sus capitales, en perjuicio de la sociedad argentina. Los que persiguen jueces pero se llaman a sí mismo republicanos. Los que se dicen demócratas pero hostigan a periodistas y medios opositores. Y los que tienen sus fortunas a resguardo en dudosas empresas en el exterior. Los mismos que corren al peronismo con el cuento de la moralina. ¿Hay algo más grotesco que contemplar a los delincuentes económicos de la Patria offshore buscando dinero inmoral ajeno?
Compara el editor a Eva Perón por enardecer a las masas enfebrecidas con el sofista griego Gorgias, por ser a éste último y no a su hermano médico a quien la gente le confiaba su salud: «curanderos y milagreros siempre prosperan en épocas de turbación«. En verdad, Evita fue la que tendió su mano a los ofendidos y pisoteados, los que durante siglos conformaron el desecho social de los poderosos que solo administraban dádivas. Eva no hizo milagros: solo descifró las necesidades de los desamparados y transformó el concepto de caridad en el de derecho. Acaso quienes nunca hayan sido víctimas del desamparo -como Dios quiera no le ocurra al editor- no pueden comprender la pasión que esa mujer generó en ese pueblo. Una notable poeta argentina, María Elena Walsh, que no era peronista pero que supo interpretar las razones del mito, escribió:
«En los altares populares, santa / Hiena de hielo para los gorilas
Pero eso sí, solísima en la muerte (…) / Con látigo y sumisa, pasiva y compasiva,
Única reina que tuvimos, loca / Que arrebató el poder a los soldados (…)».
Envalentonado, el periodista se animó a más: «Por más que los argentinos tengan asumido que nadie se hizo rico allí con su trabajo desde la eclosión del peronismo, incluso el abuso tiene un límite«. Nuestro gran poeta Enrique Santos Discépolo escribió «Cambalache» en la década de 1930, antes de la llegada del peronismo al poder:
«Que el mundo (soslayo que no hace referencia a su periódico)
fue y será una porquería, ya lo sé (…)
que siempre ha habido chorros,
Maquiavelos y estafaos …»
Pero resulta que para nuestro editor, lo de hacerse rico sin trabajar ocurrió desde la aparición del peronismo (!). No me imagino a los sectores de las clases opulentas en la Argentina preperonista amasando fortunas por fuera de su capacidad de control económico y político y sus vínculos con las elites foráneas, en especial, los hijos de la aristocracia terrateniente y sus contactos con la nobleza y la alta burguesía europea. Es más, ninguna de estas familias que se hicieron ricas sin trabajar, como sugiere el editor, adscribió al peronismo, por ser forjador de un modelo redistributivo que no les resultaba conveniente: durante el gobierno peronista, la participación del sector asalariado en la distribución del ingreso nacional creció, entre 1944 y 1950, del 44,8% al 58%. En cambio, los trabajadores no se hicieron ricos pero sí mejoraron su nivel de vida y conocieron la dignidad.
Nuestro editor da un salto de garrocha hasta la actualidad: «el ingeniero Macri tendría, eso sí, el honor de ser el primer gobernante no peronista que culmina su mandato desde 1928, tras heredar una situación límite con un Estado plagado de clientelismo, despilfarro y corrupción, como si fuera la forma de ser de los argentinos«. No resulta difícil comprobar que Macri recibió un Estado desendeudado, gracias a lo cual pudo gestionar la mayor deuda pública de la historia en solo tres años, hipotecando la vida de nuestros hijos, nietos y choznos. Macri sí recibió un país con altos índices de pobreza, pero logró empeorar las marcas; también recibió un país con una desocupación a la que duplicó; y un país con prácticas políticas clientelares que también el mismo gobierno estimuló.
Luego el periodista se refiere a Cristina Kirchner como «la artífice de aquel ‘país sensacional’ -«sensación de inseguridad, sensación de crisis, sensación de recesión, sensación de incertidumbre»-, al tiempo que es juzgada por sus latrocinios, retorna a la vida pública al cabo de cuatro años de dejar la Casa Rosada por la puerta trasera«. Cristina no dejó un país sensacional pero sí uno mucho más satisfactorio que el actual; tampoco se fue por la puerta trasera, sino con una Plaza de Mayo colmada de más de setecientas mil personas luego de doce años de gobierno, con las principales corporaciones económicas y financieras locales e internacionales y los medios de comunicación hegemónicos en su contra. Y un sector del Poder Judicial que ha perseguido y hostigado al gobierno del cual formó parte. Pero que después de las PASO ha comenzado a recalcular sus posiciones, tan permeable como suele ser al poder de turno.
En su por momentos ofensivo artículo, el director de «El Mundo» la emprende contra «la corrupción institucional de un país acostumbrado a robarse a sí mismo«; también afirma que «Argentina es una catástrofe de la mala política«, un país que «origina masas ideologizadas comprensivas e indulgentes con los corruptos hasta extremos groseros«. Puede que los argentinos tengamos nuestros entripados con la corrupción doméstica. Pero también debimos tolerar venalidades ajenas: entre otras tantas, la producida por el vaciamiento de Aerolíneas Argentinas a través primero de Iberia y luego del grupo Marsans, ambas empresas oriundas de los pagos del editor. De manera que hemos sido indulgentes también con los corruptos de afuera. Tan indulgente como seguramente nuestro amigo de «El Mundo» con las pésimas políticas de su entrañable Partido Popular en España.
Acaso a nuestro editor deba informársele que el resultado de las PASO en la Argentina no ha sido tan sorpresivo: el gobierno neoliberal y conservador de Mauricio Macri dejó un tendal de desocupados, fábricas cerradas, miseria e indigencia, mayor desigualdad entre ricos y pobres y una deuda descomunal. Pero no es la primera vez que ocurre: las políticas del mismo signo ideológico produjeron en el pasado los mismos efectos. Ese parece ser el verdadero mito de Sísifo asociado a las penurias de esta tierra. Afirmar que los argentinos somos un pueblo que ama a sus ladrones no es solo una muestra de desprecio y desdén sino, además, un supino desconocimiento de las condiciones sociales y políticas en la Argentina de las últimas décadas. Considerar que el primer peronismo y el kirchnerismo son equivalentes, sin comprender los diferentes contextos temporales y los alcances políticos y doctrinarios de cada uno, es también una sinrazón. Alegar que el populismo -en su vertiente peronista y kirchnerista- es una cofradía de aventureros, milagreros y cleptómanos es de un reduccionismo tan estereotipado como decadente.
No crea nuestro editor que las mayorías argentinas perseguimos ciegamente a quienes nos perjudican. No somos masoquistas. Podemos equivocarnos o nos pueden engañar con marketing o big data, como ocurrió en 2015 con la llegada del neoliberalismo al poder. Pero, para decirlo con un argentinismo, no somos boludos. Después de todo, si el populismo siempre vuelve debe ser porque, como afirma el escritor Jorge Asis, «el peronismo es un destino«.
Permítaseme, para terminar, una cita más del gran maestro Leopoldo Marechal: «Un sabor eterno se nos ha prometido, y el alma lo recuerda«.
Gabriel Cocimano (Buenos Aires, 1961) Periodista y escritor.
Todos sus trabajos en el sitio web www.gabrielcocimano.
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