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Cambiar nosotros para cambiar la historia

Fuentes: Rebelión

El campo popular argentino está sumergido en un mar de confusión, resignación y claudicación que ahoga permanentemente las aspiraciones de una vida feliz para los asalariados de este país. Las organizaciones tradicionales de los trabajadores (políticas o gremiales) y la izquierda clasista y revolucionaria han demostrado en Argentina que han perdido toda brújula desde la […]

El campo popular argentino está sumergido en un mar de confusión, resignación y claudicación que ahoga permanentemente las aspiraciones de una vida feliz para los asalariados de este país. Las organizaciones tradicionales de los trabajadores (políticas o gremiales) y la izquierda clasista y revolucionaria han demostrado en Argentina que han perdido toda brújula desde la caída de la última Dictadura Genocida y el advenimiento de la «democracia» que hoy vivimos. Sobre todo porque aquella, si bien derrotada institucionalmente, logró los objetivos para los que fue ungida por el imperialismo y sus socios vernáculos: derrotó a las organizaciones armadas del pueblo, frenó el ascenso de la lucha popular por sus derechos y por el poder, introdujo el miedo en la sociedad acerca de la política y sus organizaciones, impuso la cultura de la resignación de las masas ante el poder burgués, generó la consciencia de que otro sistema social que el impuesto por el capitalismo es imposible, y enterró toda pretensión revolucionaria en la consciencia del pueblo argentino. Además, generó el infinito lastre de la deuda con el sistema financiero internacional, destruyendo toda posibilidad de soberanía económica, abrió las puertas a la colonización cultural yanqui-europea y entronó a la burguesía cipaya que hoy determina a su antojo la calidad de vida de los millones de habitantes del país.

En definitiva, la tarea para la cual fueron llamados los uniformados genocidas fue exitosa: la sociedad en la cual hoy vivimos, donde priman el egoísmo, el arribismo, el desdén y el desinterés hacia el prójimo, el individualismo, la competencia entre hermanos de clase y la resignación ante los dueños del poder económico, es la que el Proceso vino a imponer a sangre y fuego, para satisfacer los intereses de los dueños del país y del mundo.

Muy por el contrario de lo que las direcciones políticas de los partidos del sistema e incluso de la izquierda declaman.

Si no se entiende esto, no se puede entender el país en el que vivimos.

No entienden los propios protagonistas que las direcciones políticas de las organizaciones obreras surgidas de aquél «regreso democrático» ya no pelean «contra el Capital» o «por la Patria Socialista» o «por la Revolución Socialista» (o al menos no de manera coherente) con las armas del proletariado, sino en los términos que ha impuesto definitivamente la burguesía; no se entiende que las direcciones gremiales enmarcadas en esa nueva concepción ya no organizaban -ni organizan- a la clase para la contrahegemonía, sino para la resignación de aspirar a una explotación menos inhumana.

Las direcciones del campo popular y del revolucionario no encuentran coherencia entre dicho y hecho, entre sus estrategias y sus tácticas, entre camino y objetivo, entre realidad y ficción.

Así es como los dirigentes piqueteros que conducen a los sectores más desposeídos de la sociedad y por lo tanto los que deberían ser más propensos a la rebelión, se transforman en la anestesia que necesitan los explotadores para aplacarlos.

Así es como el más mediático de los dirigentes de la CTEP puede declarar que ellos son los garantes de esta «democracia» que nada tiene de democrática, mientras le dan aire a un gobierno que no para de humillar y saquear al pueblo.

Así es como los dirigentes del campo popular, en un discurso que en ese punto se entronca con los centros y las derechas, llaman a la institucionalidad republicana que permite hambrear a los asalariados y estructurar un poder judicial cuya podredumbre ya es inocultable, «democracia».

Así es como el sector mayoritario de la izquierda que se jacta de revolucionaria ha abandonado las herramientas históricas del proletariado revolucionario y se ha apegado a las reglas de la burguesía, abrazando lo electoral como estrategia (aunque se lo niegue) y aspirando a sumar algunos legisladores al sistema institucional burgués como objetivo prioritario.

Así es como la izquierda no electoralera piensa en revoluciones en los anillos de Plutón, queriendo actuar como si dirigiera ejércitos populares acantonados vaya a saber dónde, en qué lugar de la galaxia.

Así es como impregnada hasta los tuétanos por la cultura burguesa, la izquierda no para de dividirse haciéndose funcional al poder que dice combatir.

Así es como ante un gobierno criminal como el que hoy nos toca sufrir, increíblemente se rechaza la unidad aunque más no sea para combatirlo, en una actitud que sólo puede calificarse como miserable.

La izquierda en general «se vende sola» con sus hechos, y se ve en figurillas para no hacer el ridículo para justificarlos, más allá de la inmejorable formación de la mayoría de sus principales cuadros. Es que no hay coherencia entre el cacareo y el resultado de sus acciones.

No hay coherencia entre pensar lo electoral como mera táctica, y poner todas las fichas en ese escenario.

No hay coherencia si se confunde política gremial con política partidaria.

No hay coherencia si no se entiende la diferencia entre militante político, militante gremial y simple trabajador.

No hay coherencia en decir que se lucha por un objetivo y no parar de dividir fuerzas para conseguirlo.

No hay coherencia en creer que se tiene «todo claro», y no saber diferenciar entre frente estratégico y frente de lucha.

No hay coherencia en pretender unir a los trabajadores para liberarlos de todas sus cadenas, mientras se los trata como inferiores ignorantes por parte de soberbios iluminados.

No hay coherencia en declamar que se pelea contra la propiedad privada mientras se crean espacios o frentes en los que se reserva el derecho de admisión.

No hay coherencia en actuar como mayoría cuando se es una minoría que raya la insignificancia.

No hay coherencia en actuar como guerrillero si no se tiene ni un pelotón donde apoyarse.

No hay coherencia, en definitiva, en adscribir a una ideología cuya esencia es el espíritu crítico, y el creerse -y actuar- como poseedores de una verdad revelada.

No hay coherencia cuando el purismo ideológico impide elaborar tácticas coyunturales, cuando no se tiene política y ante cada escenario diferente se utiliza el mismo discurso. Así es como se termina concluyendo que «todo es lo mismo», más allá del humor popular, más allá de la tristeza, más allá de la angustia, más allá del sufrimiento de los seres humanos explotados o marginados.

No es lo mismo Lula que Bolsonaro. No es lo mismo Evo que Sánchez de Losada. No es lo mismo Maduro que Guaidós, no es lo mismo el chavismo que las guarimbas y la oposición bancada por el imperialismo.

No es lo mismo el progresismo que la derecha, aunque los dos se muevan dentro del sistema de explotación.

¿Significa eso que los revolucionarios debemos olvidarnos de nuestros objetivos?

No. Significa que debemos tener en cuenta el interés concreto de los pueblos, su satisfacción y su sufrimiento para no aislarnos de sus vicisitudes, para ser parte, para desde el acompañamiento poder legitimarnos y así legitimar nuestro discurso y nuestra ideología. Para no ser funcionales al poder burgués.

La izquierda debe tener su estrategia y sus tácticas. Debe intentar sublevar a las masas para subvertir el orden impuesto por los explotadores. Debe tener una retórica acorde a ello. Pero debe tener, también, política para cada escenario, para cada coyuntura, teniendo en cuenta, justamente, que no todo es lo mismo.

En este año electoral, ante un gobierno criminal como el de Macri y su Banda Amarilla, no está mal que la izquierda tenga una propuesta propia, pero sí lo está que tenga muchas propuestas similares divididas en diferentes kiosquitos que se pelean por la misma porción de la torta en el parlamento burgués. Es decepcionante que en ese ámbito meramente táctico no haya capacidad ni grandeza para lograr conformar un Frente Único.

Ahora bien, una vez pasada la primera vuelta donde se sabe que como mucho podrán aspirar al 5% histórico ¿Está bien que ante un probable balotaje entre el oficialismo criminal y un opositor «populista» (hasta se adoptan los términos impuestos por los medios de comunicación de la burguesía), se mire para otro lado, aunque esa actitud signifique la posibilidad de cuatro años más de esta nefasta desgracia que es Cambiemos?

Algunos -muchos- creemos que no.

Esta vez la prioridad debe ser terminar con este periodo funesto. Haciendo hincapié en que resulta imprescindible enjuiciar y castigar a los miembros del actual gobierno, que ha endeudado, saqueado, entregado, empobrecido, hambreado y reprimido a nuestro pueblo como nadie -salvo el Proceso Genocida- en toda su historia, constituyéndose claramente en la continuidad histórica de la última Dictadura Militar. Tales desgracias para el pueblo trabajador no son producto de políticas erróneas o de impericia (como algunos nos quieren hacer creer), sino las resultantes de un consciente y criminal traslado de riqueza para los ganadores de la gestión macrista: el sistema financiero, la oligarquía, el sector empresarial de la producción y distribución de energía, y las propias familias de los integrantes del gabinete oficialista, todos ligados a esos sectores. Para ello apelaron no sólo a disparar todas las variables económicas para aumentar sus fortunas y destruir el salario de los trabajadores (y consecuentemente sus derechos): tampoco se privaron de fugar divisas, depositarlas en paraísos fiscales, lavar activos sucios, blanquearlos aprovechándose de sus puestos de funcionarios públicos, privilegio que también aprovecharon para realizar inversiones con el manejo de instrumentos que ellos mismos pergeñaban. Como blindaje, recurrieron a las lacras de la corporación mediática y a la mugre insertada en el Poder Judicial para lavar la propia suciedad y perseguir a opositores. También le soltaron las riendas a las fuerzas de seguridad para fusilar a luchadores políticos y sociales por la espalda. Esas actividades ilícitas no pueden quedar impunes.

Trascendiendo lo electoral, la tarea de una izquierda coherente debería ser, asumiendo sus propias potencialidades, características y sobre todo debilidades, constituirse en un factor que incida de diferentes maneras para crear las condiciones como para que un gobierno neoliberal y cipayo no vuelva a repetirse nunca más, cambiar la podrida institucionalidad existente, posibilitar la participación popular y desterrar la representatividad, empujar la sociedad hacia posturas más progresivas, autogestivas y antiimperialistas.

Generar, impulsar, en definitiva, un Movimiento Patriótico Antiimperialista de Liberación que le abra las puertas y siente las bases al sueño socialista.

Ese Movimiento debería estar integrado por todos aquellos que tengan como objetivo una sociedad diferente a la que hoy vivimos, con la fraternidad, la justicia y la igualdad como banderas. Más allá de las pertenencias partidarias.

Ese Movimiento debería tener como base y como piso a La Constitución del 49 y los Programas de La Falda y Huerta Grande.

Un movimiento que se proponga la recuperación de todos los resortes de la economía y las riquezas naturales estratégicas por parte del Estado, la liberación nacional y la soberanía popular.

Se podría resumir lo expuesto en los siguientes puntos programáticos:

– No al pago de la Deuda. Ruptura con el imperialismo financiero globalizado y sus instituciones

– Estatización de la Banca y el Comercio Exterior

– Estatización de los recursos naturales estratégicos, su extracción y producción

– Estatización sin indemnización de todas las empresas de servicio público, los ferrocarriles y todo medio de transporte

– Expropiación del latifundio

– Control obrero de empresas de producción y servicio y de la tierra

– Fomentar la unidad de los pueblos de la Patria Grande Nuestramericana

Tal movimiento sería posible, a ojos vista del desarrollo de un importante sector de las organizaciones gremiales, políticas y sociales existentes y de las aspiraciones de gran parte de sus militancias y amplios sectores de la sociedad, si se lograra encolumnarlos detrás de semejante programa.

Esa es la tarea. Comprender que el proceso histórico en el que estamos inmersos exige determinación, renunciamiento, grandeza, humildad, inteligencia y coherencia para la organización de la herramienta necesaria que esté en condiciones de dar un giro irreversible a esta tragedia para las masas asalariadas y marginadas. Y actuar en consecuencia.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.