¡Es impresionante la vida que otorga la muerte! Ésta, siempre dolorosa, desgarradora, tremenda, deja una herida profunda sobre todo en quienes quedan: los más cercanos, padres, hermanos, esposa, hijos; en los más afines, amigos, compañeros de trabajo. Es más, cuando la muerte es cruenta, forzada, inesperada, injusta, convierte a la víctima en una propiedad social […]
¡Es impresionante la vida que otorga la muerte! Ésta, siempre dolorosa, desgarradora, tremenda, deja una herida profunda sobre todo en quienes quedan: los más cercanos, padres, hermanos, esposa, hijos; en los más afines, amigos, compañeros de trabajo. Es más, cuando la muerte es cruenta, forzada, inesperada, injusta, convierte a la víctima en una propiedad social y comunitaria, haciéndose cargo de demandar por ella. Y aún, por fin, cuando la muerte la produce un opresor, un poder autoritario, para hacer callar y anular a quien reclama equidad y justicia, y este reclamo se da en el marco de una lucha con objetivos claros, convierte a la víctima en un mártir (según el sentido originario del término: aquél que es planificadamente asesinado cruenta e injustamente por una causa noble); lo convierte en un símbolo y un prototipo, y en ese sentido se instala y constituye en un referente permanente de la comunidad.
Y es esto lo que pasó con Carlos. Ya no es «un buen tipo, un buen padre, un buen docente, un luchador de siempre» como lo calificaron los compañeros docentes de Neuquén el año pasado. El es una nueva vida que anda entre nosotros, se multiplicó, se re-presenció en cientos de miles de lugares, mentes y corazones. Dejó incluso atrás los límites propios de lugar y tiempo que lo ataban y restringían a una comunidad. Ahora ya es de todos. La verdad que construía con sus alumnos y colegas; la justicia que reclamaba para su sector; su compromiso militante; su franqueza y alegría; y el cariño que lo rodeaba; todo ello se multiplicó y resignificó a niveles incalculables, y a un año de aquella masacre que lo ultimó, Carlos está en el centro, junto con otros miles; los 30000 presentes de la Semana de la Memoria; los Kosteki y Santillán de las luchas populares; los Pocho Lepratti del trabajo de hormiga; los Jorge López de los desaparecedores de siempre, y tantos que la historia nos legó; está en el centro de cada lucha, de cada movilización, y sobre todo en el trabajo cotidiano, silencioso pero fecundo de tantos argentinos conscientes de que es posible una sociedad justa y equitativa. Por ello nos comprometemos a levantar su bandera.
¡VIVE, entre nosotros, CARLOS FUENTEALBA PARA SIEMPRE!