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Identidad y dictadura

Carmela, la gallega que le puso el pecho a la vida

Fuentes: Rebelión/Prensared

Carmen Cornes, Carmela o simplemente «la Gallega» bajó de los barcos, se afincó en este país, hizo su vida, y fue Madre y Abuela de muchas plazas, hasta su muerte. Su hijo Miguel Ángel, militante del PRT-ERP, está desaparecido. Nicolás Castiglioni, el nieto que recuperó su identidad, cofundador de HIJOS y militante de Abuelas, cuenta […]

Carmen Cornes, Carmela o simplemente «la Gallega» bajó de los barcos, se afincó en este país, hizo su vida, y fue Madre y Abuela de muchas plazas, hasta su muerte. Su hijo Miguel Ángel, militante del PRT-ERP, está desaparecido. Nicolás Castiglioni, el nieto que recuperó su identidad, cofundador de HIJOS y militante de Abuelas, cuenta su historia familiar cuya trama atravesada por el terrorismo de Estado, es una y a la vez miles.

«Sólo la esperanza tiene las rodillas nítidas. Sangran.»

Juan Gelman, Límites

Carmen Cornes, tenía 15 años cuando la pobreza extrema la arrojó a esta tierra de promisión en busca de trabajo para ayudar a su familia, campesina y analfabeta, habitante de Sisan, Galicia, España. Criada con «sopa de verduras espesa, pescado y vino tinto», como única comida diaria, la niña tuvo que salir a trabajar la tierra, desde los siete años y al alba, en un campo arrendado por sus padres. La temprana muerte de su padre y la herencia de una hipoteca la obligaron a tomar una decisión: «Te vas vos o me voy yo», le había dicho su madre. (1)

En Buenos Aires, «la Gallega» trabajó duro en una fundición y en casas de familia cuando las señoras llamaban «sirvientas» a las empleadas domésticas y solo disponía de un franco, de media tarde, los domingos. La idea era pagar la deuda y regresar. Extrañaba la alegría, la compañía de amigos y especialmente a su madre. Envió remesas y regalos durante años, pero prefirió quedarse porque allá las cosas seguían igual. Se casó con Jorge Castiglioni y en 1949 nació su único hijo: Miguel Ángel. «Mi hijo me hizo crecer», supo decir esta mujer que formó parte de Familiares de detenidos por razones políticas en los setenta cuando su hijo cayó preso por primera vez. Durante la segunda, el joven toma la opción de salir del país y parte a Perú. En enero del 75, fue detenida junto a la nuera, a su nieto Nicolás y a otras personas.

De lavar, planchar y cocinar pasó a ser una militante. Durante el encierro y cuando cumplía 66 años se enteró que su hijo había desaparecido. «Fue muy duro, pero tenía que ser fuerte», diría años después. Cuando la dejaron en libertad le dijeron «no tenemos nada contra usted, pero en su casa estaba la madre de una guerrillera, y su hijo es guerrillero».

Las chicas -compañeras de prisión- la despidieron cantando «hasta la victoria siempre». A la intemperie, sin bienes y perseguida se refugió en el consulado y regresó asilada a su país. No fue fácil la convivencia con el hermano al que había dejado a los nueve años. Tuvo que trabajar en su campo y ganarse la comida. A los dos años se va y continúa con otros exiliados la lucha por su hijo y por los 30 mil. Pudo regresar a la Argentina gracias a la solidaridad de esos compañeros cuando habían pasado siete años y había asumido Raúl Alfonsín. «Están todos muertos», les dijo el presidente, cuando una comisión de la que formaba parte lo visitó.

Pechar el carro

«Todos los jueves iba a la plaza, estuviera en Madrid, Barcelona, en Córdoba o en Buenos Aires. Era una militante, no le gustaba ser dirigente y se posicionaba en el lugar del hacer. Le encantaba llevar las pancartas, pechar el carro, y demostrar su fuerza física. Cuando viajaban a Ledesma, cocinaba para todos. Era una de sus pasiones y una forma de demostrar cariño. Medida con el dinero, porque siempre tuvo poco. Y aunque era muy habladora, no le gustaba dar discursos», retrata su nieto, Nicolás Castiglioni (39), psicólogo y fotógrafo, en los alrededores de Tribunales Federales, una mañana ventosa de octubre.

Y agrega: «Mi abuela fue muy importante a la hora de decidir que quería tener mi apellido. Me hablaba de mi padre, me enviaba postales y obsequios desde España», afirma. La veía como una mujer mayor, dura, por todo lo que le pasó. «Teníamos unas discusiones terribles. A los demás los halagaba y a mí nunca, para que no me retrase, decía», rememora.

Mientras afloran esos recuerdos, distendido, sonríe y expresa «era amante de la música, la danza, el vino tinto y los amigos. Desde chico me enseñó a disfrutar de la vida y a diferenciar entre conocidos y amigos. Le gustaba decir que se había formado en la universidad de la vida. Para mí, tenía unas convicciones de izquierda fortísimas», amplía.

María Teresa Sánchez, dice que «La Gallega fue una de las principales manifestantes por los derechos humanos. Su muerte se produjo cuando la atropella una motocicleta, mientras volvía con una bandera, de una manifestación», evoca, la abogada del equipo de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba.

Militancia y amor

«Me fui de mi casa a los 15 años, militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Mi familia supo dónde estaba, recién al año», cuenta, Susana Gómez, quien partió a Buenos Aires, en 1972. Gobernaba el dictador Alejandro Agustín Lanusse, el último de los comandantes de la autoproclamada Revolución Argentina que derrocó al presidente Arturo Illia, en 1966. El mismo que acosado por la movilización popular llamó a elecciones y proscribió a Perón.

La joven se incorpora al Frente de Solidaridad con los presos políticos que funcionaba clandestinamente. Cuando asume Héctor Campara y se produce la liberación de los presos políticos, el 25 de mayo de 1973, «entre miles, él me llamó la atención», confiesa. Era Miguel Ángel Castiglioni, que tras un corto paso por el trotskismo abrazó las banderas del PRT-ERP y había salido en libertad, tras dos años en Devoto.

Una vez que se reestructura el partido, los militantes retoman las actividades. Sus destinos se unen cuando en una cita, les comunican que serán parte del Frente de propaganda y distribución de las revistas La estrella Roja (del Ejército) y El Combatiente (órgano del partido). Ella no tenía un lugar fijo donde vivir. «Te voy a llevar a la casa de mi vieja», le dijo. Y así fue. Carmen la recibe y acepta de inmediato. Años después dirá que se vio a si misma cuando llegó, a un país desconocido, sola, desde el otro lado del océano.

Se enamoraron y fueron a vivir a un barrio obrero. «La vida era difícil. Estábamos tratando de proletarizarnos y desde ahí bajar la línea política», explica. Trabajó como aparadora en una fábrica de calzado y Miguel ingresó a un complejo textil grande donde hacía tareas de mantenimiento y limpieza. Le costó quedar embarazada. Y cuando sucedió, estuvieron felices.

Caída, nacimiento y cárcel

El 19 de agosto de 1974, la pareja se encontró en un bar con la promesa de verse a la noche y partir a La Plata con una carga de materiales relacionados con el segundo aniversario de la masacre de Trelew. Pero en Morón lo detienen y trasladan a Devoto. «El camión estaba lleno de volantes. En capital, un policía los vio entregando paquetes y les tomó la patente», prosigue. El 5 de septiembre nació Nicolás, nombre sugerido por un obrero metalúrgico, en homenaje a Lenín. Al año siguiente -octubre de 1975-, Miguel toma la opción de salir del país y viaja a Perú donde vivía el suegro. En ese ínterin Carmen le llevaba al niño cada 15 días.

Tres meses después, allanaron la casa de Carmen y la detuvieron junto a la madre de Silvia Inés Urdapalleta (desaparecida), a dos jóvenes que habían vuelto al país, a Susana y al bebé. Los presos políticos aún gozaban de derechos pero «me pareció cruel tener a Nico ahí, sabía que me iban a presionar», afirma su madre. Durante el cautiverio pudo verlo apenas cuatro veces y se enteró que el padre lo había visitado en Cordoba cuando decidió volver. «Le regaló un trajecito y estuvo todo el día con ellos. Quedó en volver al otro día, pero no lo hizo». A través de los caramelitos recibió la noticia de que había sido capturado y se lo dijo a Carmen. Lacónica dijo ¡Lo mataron! ¡Lo mataron! » Ella no tenía esperanzas de que estuviera vivo. Por muchísimos años seguí buscando», rememora. Pero la búsqueda no cesa. Como ahora que encontró una persona que podría ser el inicio de alguna pista.

Permaneció detenida a disposición del PEN hasta 1978 y salió con libertad vigilada. Una compañera la llevó a su casa en plena dictadura hasta que pudo regresar a Córdoba. Un año antes, había salido Carmen y empezó la búsqueda.

Cambios drásticos

Nicolás vivía con su abuela materna Lala, con su bis abuela Roberta, y las tías Yolanda Argentina, Raquel, y Josefina. No tenía muchos amigos, estaba con primos y familiares. «Era el niño de la casa», sintetiza. Cuando Susana regresa no la reconoce. «No sos mi mamá. Yo tengo una mamá que está en la tele», le había dicho. Respuesta que -interpreta, la madre- se relaciona con la experiencia vivida en la cárcel cuando presos y visitas se comunicaban, vidrio de por medio, por un teléfono.

Al tiempo, Susana formó pareja con Miguel Ángel Sosa -también militante y ex preso político-, y se fueron a vivir a La Calera. «Las cosas cambiaron bastante, mi mamá toma la decisión de cambiarme la identidad. Comencé a llamarme Nicolás Sosa, reconocido como hijo de su pareja y en este cambio pierdo mi apellido materno: Gómez», señala.

«La relación fue pésima. Empecé a vivir una situación compleja porque no solo era hijo de un desaparecido sino que me llamaba Sosa», explica. Al poco tiempo, un tío político, le regaló una casa en barrio Don Bosco, en cercanías al Tercer Cuerpo de Ejército. Para el niño «era un lugar de aventura, muy verde, tenía un grupo de amigos y juntaba balas». De grande, se dio cuenta lo difícil que habrá sido para la mamá tener que vivir ahí. Y supo que su tío predilecto había intentado adoptarlo. «Era abogado, había hecho muy buenos negocios durante la dictadura, incluida la casa. No entendía porque mi mamá no lo quería; Estábamos bastante cerca del terror, por así decirlo», valora.

El vínculo con el padrastro empeoraba. Era alcohólico, entró en depresión y la convivencia se volvió un infierno. La madre decidió que debían irse. «En un determinado momento volví a buscar la gata blanca y lo encontré muy deteriorado. Vivía sin luz, con todas las ventanas tapadas con colchas. Me dijo que había querido ser un padre para mí y que yo no lo entendí. No le pude contestar nada. Tenía 12 años. Al otro día, se suicidó», recordó. Frontal, revela que la tragedia le produjo rabia porque «No le había dicho todas las cosas que sentía y me había quedado con eso guardado. A partir de ahí, me pareció que lo correcto era tener el apellido de mi padre y se lo dije a mi madre», cuenta, con firmeza y tranquilidad. Y añade: «la muerte de Sosa me ató a un montón de bronca y odio que me llevó décadas de terapia superar».

Una adolescencia difícil

«En la adolescencia, me llevaba mal con mi mamá. Le reclamaba por qué había cambiado mi apellido. No podía ni quería entenderlo, me parecía algo ilógico. Estuvimos muy enfrentados y me refugié en la casa de mi abuela Carmela. Además, a partir del suicidio de Sosa me quedé con mucha bronca con mi papá; entendía que su vuelta del exilio había sido un intento de suicidio. Lo tenía muy internalizado, un padre que intenta hacerlo y después un padrastro que lo hace. El suicidio me acompañó durante la secundaria. Tenía pensamientos trágicos y a la vez veía a mi padre haciendo una revolución cual Che Guevara. Era una estatua de bronce. Pero también pensaba: nunca falló, pero bien que se mató», describe así, aquél periodo inestable y doloroso de su vida.

Buscó personas que le contaran sobre él para humanizarlo y bajarlo del pedestal. «Ahí empiezo a ver que la relación con su madre y con mi vieja era tan fuerte que no podía quedarse en Perú; y también entiendo a mi mamá que siendo tan chica, fue madre soltera, estuvo presa, y encima tuvo que vivir en la zona del Tercer Cuerpo. Ahí, tengo un doble encuentro, cerca de los treinta años y lo siento como una liberación», reflexiona.

Viajó por Latinoamérica y se acercó al arte y la fotografía. Retrató fiestas populares y movilizaciones que expuso en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UBA donde estudió su padre. Como muchos niños cordobeses, hijos de desaparecidos y expresos políticos, pasó por el Taller «Julio Cortázar», un espacio de contención para los niños. «Fue un lugar donde Roger Becerra, Cecilia Plaza y Toto López, nos ayudaron mucho. Cuando me hice más grande, había en mí una necesidad de no ser hijo de desaparecido de querer ser «normal». Y dejé de ir. Tenía el apellido Sosa», recuerda.

El paso legal: la filiación

A los 16 años, acompañado por Carmela tomó contacto con los abogados de Abuelas y se iniciaron los trámites de filiación ante un juzgado de familia. «Son causas íntimamente relacionadas con el terrorismo de estado, porque se trata de personas perseguidas, que tuvieron obstáculos para inscribir a sus hijos; porque los padres estaban desaparecidos, fueron criados por una abuela y a veces anotados a nombre de una tía o pariente, para protegerlos», cuenta María teresa Sánchez, que llevó adelante el juicio junto a Eugenio Zanotti. (2)

En este caso «había que anular la identidad paterna porque no era la biológica y pedir la filiación en un solo acto», afirma la abogada. Tras el cumplimiento de las tres etapas ante la asesoría, el juzgado y la Cámara se obtuvo la sentencia que indicaba que la identidad biológica de Nicolás era Castiglioni. «Esto lo ayudó a resolver problemas de personalidad cuestión que hemos podido comprobar en todos los casos aún en los que no tienen que ver con desaparecidos», destaca la especialista.

Y enfatiza que la demanda internacional lanzada por las Abuelas para avanzar en la búsqueda de los nietos apropiados logró aportes trascendentales desde otras disciplinas como la genética y la antropología forense. En esta oportunidad donde el padre está desaparecido «hubo que reconstruir esa historia genética» que se hizo con la sangre de los abuelos y de su madre. Llevar adelante un juicio de este tipo además del cumplimiento de requisitos formales y específicos, requiere un plus de paciencia», refiere, aludiendo a la burocracia.

A los 18 años, Nicolás recupera los apellidos del padre y de la madre y ahí mismo Carmela le dijo: «tenés que conocer tus orígenes» y lo llevó a su pueblo natal, y también a Madrid. «Una gran ciudad donde todo era tirar y comprar, algo que para un pibe de barrio que sufría necesidades resultaba chocante», señala. Fue ahí que fortalece la decisión de estudiar una carrera.

El Abuelo

«Lo vi cuando dio sangre, y unas tres veces más y lo hablé por teléfono en otras ocasiones. Un día me levanté con la idea de que se podría haber muerto. La llamé a mi mamá y le pedí que averiguara. Y así fue. Amigos de mi viejo me contaron que no se llevaban bien. Pero mi abuela siempre lo amó, hasta el último día de su vida», opina. Dice que en el relato familiar «aparecía como un tipo poco confiable, mentiroso, halagador y con un pensamiento conservador. Era él y solo él, aunque cumplió con dar su cuota de sangre para hacer el ADN», afirma. Nunca participó de la búsqueda de su hijo, tampoco visitó a su mujer en la cárcel. Mientras ella estaba en prisión le pidió la separación y dispuso de sus bienes. Lo define como «un gran fabulador» que hacía gala de la vestimenta para parecer otro. «Lo trataban de doctor porque les hacía creer que era médico cuando en realidad era ordenanza de un banco», grafica. Cuando Carmela fallece esparcieron sus cenizas en el Rio de la Plata. Por voluntad de su esposo, años más tarde, cuando muere sus familiares hicieron lo mismo. Había dicho que de ese modo estaría la familia unida porque se sospechaba que Miguel podría haber sido allí arrojado.

El paso por HIJOS

Cuando volvió de España se reencontró con Silvia y Agustín Di Toffino, Carolina Llorens, Carlos Viale, Carlos de la Fuente, Emiliano Salguero y Pablo Balustra, entre otros. Surgió la idea de juntarse y hacer un campamento al que no pudo asistir por cuestiones de trabajo. Al año siguiente, se sumaron Martín Fresneda (El Ñato) y su hermano Ramiro Fresneda; Pablo Balustra le da contenido a la sigla H.I.J.O.S. ( Hijos por la Identidad, contra el Olvido y el Silencio) y empieza a militar de lleno. La organización crece, y llegan a ser 80. «Hicimos las primeras bombas de óxido de cobre y pintura roja y empezamos a marcar lugares específicos. Recuerdo que en el cementerio San Vicente cavamos una figura humana y le plantamos girasoles. Para mí fue muy fuerte, en un momento donde no se hacían cosas». Al tiempo, por diferencias internas se retira y solo participa en el registro fotográfico. «Volvimos con el Ñato y Miguel Ceballos. No nos reciben muy bien. El Ñato se queda y yo me voy», detalla.

En 2008, las Abuelas con quienes Carmela tuvo una relación estrecha lo llamaron y desde ese momento milita en la agrupación que acaba de cumplir 36 años de lucha en la búsqueda de los 400 nietos que faltan. Sobre las apropiaciones de niños analiza que seguramente «están entre los mismos represores. Robaban autos, propiedades y decidían adónde iba un niño, mientras otros se robaban la nación, sin manejar la picana. Otros fueron asesinados y hay cosas no resueltas como la nieta 108 que apareció muerta. Creo que la justicia hace todo lo posible para que no los encontremos. ¿Cuántos casos se están juzgando en este momento? Uno», dijo, en tono crítico. María Teresa Sánchez aporta que de 20 embarazadas secuestradas solo se recuperaron cuatro nietos. Las causas están frenadas en la justicia cordobesa y se conoce que instituciones civiles como el Equipo Cristiano de Adopción y Guarda y la Casa Cuna participaron en el reparto. (3)

Tocar la utopía

Siempre militó y no dejaría de hacerlo. Pero -cuenta- no veía cercano lo que luego ocurrió. «Con la llegada de Néstor Kirchner no solo se derogaron las leyes de la impunidad sino que se empieza a pensar en la parte civil y cómo participaron los empresarios, la iglesia, la prensa. Néstor me dio la posibilidad de tocar la utopía, de pensar que las cosas son posibles, que la dignidad de las personas se ha recuperado y que ya no hay tanto sálvese quien pueda y resurgió en mí el orgullo de ser argentino, un país que está creciendo», concluye.

Notas y Fuentes

1-Hasta la victoria, siempre. Testimonio de Carmen Cornes, emigrante gallega y militante de la vida. (Cuatro capítulos se titulan Tierra de Promisión) Beatriz López. Serie documentos. Educando Ediciones. Julio de 2005, Córdoba, Argentina. Las frases de esta nota que no son asignadas fueron tomadas de este texto.

2- Ex presa política forma parte del equipo de Abuelas de Plaza de Mayo filial Córdoba. Trabaja en cuestiones de identidad desde 1989. Participó en causas similares como las de Martín Mozé y Martín Castromaita, entre otros.

3- En córdoba fueron encontrados Astrid Patiño, Marcelo Ruiz, Belén Altamiranda y Gustavo Godoy. Las causas están estancadas en el juzgado de Alejandro Sánchez Freytes, recusado por Abuelas. Actualmente se investiga la apropiación del nieto de Sonia Torres en el marco de la mega causa La Perla.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.