Nosotros, Presidenta, no somos Nelson Castro, ni pontificamos desde un altar. Jamás pretendimos enseñarle cómo gobernar. Y no tenemos planeado atribuirnos la representatividad que las urnas le han conferido, con total autoridad. Simplemente somos villeros, en una larga contienda, por la dignidad, el trabajo, la tierra y la vivienda. Somos villeros, que vivimos acá, que […]
Nosotros, Presidenta, no somos Nelson Castro, ni pontificamos desde un altar. Jamás pretendimos enseñarle cómo gobernar. Y no tenemos planeado atribuirnos la representatividad que las urnas le han conferido, con total autoridad. Simplemente somos villeros, en una larga contienda, por la dignidad, el trabajo, la tierra y la vivienda. Somos villeros, que vivimos acá, que no compramos dólares y que no marchamos el 18 A. Porque entendemos que nos quieren usar. Que toman nuestras causas para especular. Y que muchas veces, parece que nos vienen a engordar, cuando en realidad nos quieren morfar. Somos villeros, que alentamos la Asignación Universal, no por obediencia debida, sino porque ha sido un paso trascendental. Somos villeros, que apostamos a la comunicación comunitaria contra la lógica de Clarín, porque jamás nos verá en el mismo rincón del ring. Pero sobre todo, somos villeros que hemos debido respetar los tiempos de una postergadísima transformación: llevamos 40, 60 y hasta 80 años, esperando la urbanización. Y aun así, no alentamos ninguna destitución, ni enarbolamos atentados contra ninguna institución, ni hemos aceptado negociar nuestra convicción. Pero ahora, Presidenta, tenemos una urgencia, una urgencia que no será tapa de los diarios: el respeto a los pueblos originarios.
Cinco siglos igual. Sin jefes financieros, ni doble moral, las villas nos ganamos un espacio en la agenda pública y en la Radio Nacional, un micrófono para gritar lo que vemos bien y lo que vemos mal. Podemos hacer reflexiones acertadas y tal vez otras que no dan, pero no podemos hacer la vista gorda frente al etnocidio de Gildo Insfrán. ¿Eso no es terrorismo estatal? ¿No amerita una cadena nacional? Si acepta que no somos una corporación y no vamos a postularnos para ninguna elección, sinceramente, ¿dónde cree que nace nuestra desesperación? No hacemos un programa, ni una revista por plata. Y ni siquiera nos gusta Lanata. ¿Sabe dónde nace nuestra indignación? En el barro, en el cuerpo, en la pobreza, en la prisión. Para combatir la violencia institucional, no sólo hacen falta panfletos y un debate intelectual. Hace falta ponerse de pie, frente a la Fuerzas Represivas y a los señores feudales también. En buena hora fueron descolgados esos asesinos que colgaban de la pared, pero todavía falta descolgar a los asesinos colgados de usted. Lejos del oportunismo, vivimos denunciando al macrismo. Y en esta impotencia toba que nos desborda, ni en pedo nos olvidamos lo que vivimos en el Borda. Justamente por eso, no podemos aceptar la naturalización del exceso, del abuso policial, de la violación sistemática a la diversidad cultural. Seguro, no ha de ser una misión sencilla, porque día a día vemos cómo funcionan esos grupos de tareas en nuestras villas. Pero tras haber pasado el bicentenario y los 500 años del genocidio de Colón, ¡exigimos el reconocimiento histórico a la comunidad qom!
Hay avances que valoramos, en materia de Derechos Humanos. Pero eso no compensa, ni justifica, que sigan matando a nuestros hermanos. Sabemos y entendemos la batalla que se está librando contra los monstruos de la incomunicación, pero Manzano y Cristóbal López nos asustan tanto como esos socios vitalicios de la represión. Y entre negocios mediáticos o inmobiliarios, cada vez parece más profundo el silencio de los pueblos originarios.
Nosotros militamos una nueva Ley de Medios, la defendimos y la vamos a defender, pues al fin estamos debatiendo el maltrato de los medios a la mujer. Pero se instala la cuestión de género, porque hay conductores y conductoras que pueden tomar posición en la televisión. Y no se instala la cuestión de clase, ni la cuestión de origen, porque no hay ni un solo panelista villero, ni un solo columnista aborigen… Ese día no llegará aislado de nuestro derecho a la educación, porque mientras las universidades públicas sigan siendo inaccesibles para los pobres y los indígenas, los medios seguirán siendo expresiones alienígenas. Y ojo: tampoco queremos mano de obra negra, como estrategia comercial… Queremos al pueblo conduciendo su propia línea editorial.
Mientras tanto, el sistema nos exprime y, si nos ponemos duros, nos reprime. Por eso, necesitamos una reacción, ni K, ni anti K: una reacción ya, un volantazo histórico en la conducción, del oficialismo y la oposición de estos pagos, que nos permita reconciliarnos con nuestros antepasados. ¿Se imagina si esas fotos de los tobas desfigurados fueran de muchachos apaleados ayer, en algún colegio privado o algún boliche de «gente bien»? ¿Quedaría afuera de la vorágine noticiosa o los medios no hablarían de otra cosa? ¿Usted llamó a Insfrán para preguntarle qué pasó el fin de semana? ¿Por qué no se expresa públicamente, como cuando nos pega la Metropolitana? Nuevamente, la víctima del silencio y la represión vuelve a ser la comunidad qom: ahora cagaron a palos a Abelardo Díaz y Omar Sosa, en otro capítulo de esa razia silenciosa que viene desangrando a Formosa. Sí, Díaz, como Félix. Sí, el hijo. Sí, no tienen paz… ¡No se aguanta más! Urgente, exigimos las renuncias de Hugo Arrua, administrador del Instituto de Pensiones Provinciales, y su esposa, Elizabeth Obregoso, Coordinadora de Salud del Distrito 4, cuyas intervenciones no han hecho más que multiplicar las divisiones y las sistemáticas agresiones. Pero además, esperamos un enfático pronunciamiento, Presidenta de la Nación, de parte suya y de los grandes medios de comunicación, siempre tan preocupados por la libertad de expresión, para entender por qué se trata como usurpadores a quienes reclaman sus tierras, por qué no se las dan y por qué no le sueltan la mano al hijo de puta de Insfrán.