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La última gran jugada, perversa por cierto, de Donald Trump antes de dejar su primera presidencia, fue conseguir, en diciembre del 2020, que el Reino de Marruecos adhiriera a los Acuerdos de Abraham, con los que se intentaban normalizar las relaciones diplomáticas de Israel y las naciones árabes, las que históricamente han acompañado la causa palestina contra la ocupación sionista.
Si bien ya tanto el Gobierno del Chad como el de Senegal habían anunciado su voluntad de terminar con la presencia militar francesa en sus territorios, no deja de sorprender que al fin se haya empezado a concretar.
¿No será hora de preguntarse si lo que en verdad sucede en Pakistán no es una guerra civil? Quien siga la información sobre el país centroasiático se encontrará a diario con la misma noticia: muertos en… todas partes
El pasado 3 de noviembre, la vieja disputa entre sijs e hindúes, que el Primer Ministro indio Narendra Modi se encargó de convertir otra vez en guerra, tuvo un nuevo capítulo en Brampton, una ciudad de la provincia canadiense de Ontario, con una población que apenas sobrepasa el medio millón de habitantes y a 12.000 kilómetros de Nueva Delhi.
El viejo orden restablecido desde la remoción del Primer Ministro Imran Khan, en abril del 2022, ha traído a Pakistán los problemas de siempre.
Todas las fronteras africanas, trazadas a fuerza de la angurria colonial, son un factor de constantes disputas, ya no solo por las naciones que las comparten, sino por las diferentes etnias que, en muchos casos, han quedado de uno u otro lado de esos trazos, por lo que cualquier conflicto repercute siempre en algún país vecino.
La represión policial en Mozambique ya ha provocado más de 30 muertos y un número cercano a los 100 heridos. El país africano, desde finales de octubre, se encuentra en un virulento estado de convulsión, tras las acusaciones de fraude y manipulación de los resultados de las elecciones presidenciales del pasado 9 de octubre. Muchos de los muertos y heridos han sido producto de la utilización, por parte de las fuerzas de seguridad, de balas de plomo.
Según estudios recientes, el noventa por ciento de los tres millones y medio de rohingyas que existen en el mundo se han convertido en apátridas. Desperdigados fundamentalmente entre Bangladesh, Indonesia, Malasia, India y Arabia Saudita, han sido obligados a abandonar Birmania por su condición de musulmanes frente a una apabullante mayoría budista.
Mientras la guerra de Tigray (2020-2022), que dejó entre 800.000 y un millón de muertos, continúa siendo un murmullo incómodo para el Gobierno del Primer Ministro etíope, Abiy Ahmed, y quedan por resolver un universo de cuestiones, entre ellas, la investigación por los crímenes y abusos de las tropas eritreas que combatieron a favor de Addis Abeba, otros sonidos cada vez más estridentes se suman. Entre ellos la tensión con Egipto y Somalia, que sigue escalando día a día.
La guerra civil de Sudán entre las Fuerzas Armadas Sudanesas (FAS), el ejército regular al mando del general Abdel Fattah al-Burhan, presidente del Consejo de Soberanía de Transición, y el grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR) liderada por Mohamed Hamdan Dogolo, alias Hemetti, no parece tener fin, por lo que continúa batiendo récords.