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Esos mundos distópicos que solo encontrábamos en la fantasía de algunas narraciones que, entre otras cosas, hablaban de las guerras por el agua, parecen estar haciéndose un lugar en la realidad.

La guerra civil de Sudán entra en su peor estadio: la naturalización. Por lo que levemente las coberturas acerca de los muertos y las masacres, los avances o retrocesos, que se siguen produciendo, van abandonando los titulares y sigilosamente pasan a ocupar un espacio cada vez más discreto y breve en la información general.

Desde principios de mayo en el estado indio de Manipur, a unos 2.500 al sureste de Nueva Delhi, cercano a la frontera de Bangladesh, Birmania y China, se han recrudecido históricos enfrentamientos étnicos entre kukis y meiteis que dejaron cerca de 100 muertos, 300 heridos y unos 2.000 edificios destruidos entre los que se incluyen unas treinta iglesias y varios madires o devasthana, como se conoce a los templos hindúes, además de cientos de comercios y vehículos, mientras unas 35.000 personas se han debido desplazar, muchas de ellas hacia la vecina Birmania.

En diciembre del 2020, a días de terminar la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump rindió su último gran homenaje al régimen nazisionista de Tel-Aviv reconociendo la soberanía de Marruecos sobre los territorios de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) a cambio de que Mohamed VI, el rey marroquí, traicionando su pueblo, al pueblo árabe y especialmente al pueblo palestino, estableciera relaciones diplomáticas con el régimen judío.

La crítica situación económica e institucional de Pakistán obliga a considerar que, de profundizarse, podría arrastrar a los 232 millones de ciudadanos a una encrucijada que podría derivar hacia una guerra civil.

A una semana de las negociaciones que se desarrollan en la ciudad de Jeddah, Arabia Saudita, las dos partes involucradas en el conflicto armado de Sudán han alcanzado un primer acuerdo para permitir que todos los civiles abandonen el área de conflicto de manera segura y proteger los suministros civiles.

A tres semanas cumplidas del inicio del conflicto, tras haber fracasado prolijamente, uno tras otro, los altos el fuego acordados por las partes y sin que ninguna fuerza internacional o regional haya podido impulsar una propuesta que al menos detenga la muerte, los sudaneses se siguen matando con fervor en los diferentes focos de combate activos a lo largo del país.

Finalmente, después de muchos anuncios y alertas, abiertamente Togo se ha convertido en una nueva víctima de las khatibas wahabitas que, desde la descomposición del Estado libio -el único dique de contención al fundamentalismo que existía en el norte de África hace más de una década- comenzaron una gran ofensiva en el norte de Mali, pasado después a tener una presencia importante en Níger y a desbordarse de manera absoluta en Burkina Faso, desde donde se proyectaron al Golfo de Guinea como siguiendo la ruta de harmattan, el viento del Sahara que cada año viaja hacia el sur, hasta la costa, sofocándolo todo.

Absortos en el conflicto de Ucrania y siguiendo a la distancia la incipiente guerra civil de Sudán -que podría deparar un nuevo genocidio al país africano- prácticamente no se atiende la crítica situación de Burkina Faso.

A horas de que expire el alto el fuego en Sudán, acordado por tres días entre las partes a instancias de la Unión Africana (UA) y los Estados Unidos, se conoció la intención del jefe del ejército y virtual presidente del país, el general Abdel Fattah al-Burhan, de extender el acuerdo.