Dos acontecimientos dramáticos han puesto en debate lo ocurrido en la Argentina durante la última década. El asesinato de Mariano Ferreira desató, primero, una fuerte reacción democrática para frenar el vandalismo de las patotas. El súbito fallecimiento de Néstor Kirchner generó, posteriormente, congoja y dolor entre amplios sectores de la población. ¿Cómo se inscriben ambos […]
Dos acontecimientos dramáticos han puesto en debate lo ocurrido en la Argentina durante la última década. El asesinato de Mariano Ferreira desató, primero, una fuerte reacción democrática para frenar el vandalismo de las patotas. El súbito fallecimiento de Néstor Kirchner generó, posteriormente, congoja y dolor entre amplios sectores de la población. ¿Cómo se inscriben ambos hechos en la etapa política actual? ¿Cuál es el balance y el futuro del kirchnerismo?
Reconstrucción y mejoras
El período en curso es un resultado de la sublevación popular del 2001. Esa rebelión determinó la estrategia de Kirchner de reconstruir el poder de las clases dominantes, otorgando concesiones sociales y democráticas.
El ex presidente comenzó recomponiendo un sistema económico desquiciado por la confiscación de los depósitos, la cesación de pagos y el descalabro de la producción. Para remontar colapsos que pusieron en tela de juicio la continuidad del capitalismo, introdujo un modelo neo-desarrollista. Se alejó de la ortodoxia neoliberal, aumentó la gravitación de la industria, limitó la valorización financiera y afrontó conflictos con el agro-negocio.
Esa orientación permitió aprovechar el escenario internacional favorable para restaurar el equilibrio fiscal. Luego de convalidar la transferencia regresiva del ingreso que generó la mega-devaluación, Kirchner contó con el visto bueno inicial de toda la clase dominante.
Sus adversarios han reconocido que recompuso la autoridad del estado desde las cenizas. Consumó este resurgimiento renovando la gestión pública. Frenó las privatizaciones, rehabilitó el papel de los funcionarios, restauró las regulaciones y multiplicó las intervenciones directas.
Lo mismo ocurrió con el régimen político. Kirchner tuvo serios choques con la vieja partidocracia, pero recompuso el sistema impugnado en las calles («que se vayan todos»). Se apoyó en los intendentes o gobernadores justicialistas y buscó restaurar el bipartidismo.
Con esa finalidad introdujo una reforma política que bloquea el surgimiento de nuevas fuerzas, con mayores pisos a la legalización y crecientes trabas para oficializar candidatos. Acentuó, además, la injerencia del estado en la vida de los partidos para reinstalar su función selectiva de los funcionarios, frente a la competencia que imponen los medios de comunicación y las corporaciones empresarias.
Pero esta reconstrucción de la política tradicional fue apuntalada con mejoras sociales, que expresaron la nueva relación de fuerzas creada por el levantamiento del 2001. Estas concesiones distendieron el clima revulsivo y resultaron compatibles con el repunte de las ganancias. La sorpresiva irrupción de un ciclo de recuperación económica permitió conciliar la contención social con el lucro patronal.
El gobierno implementó una política salarial permisiva, reabrió la negociación colectiva, aumentó los sueldos mínimos y expandió el empleo público. Introdujo una asignación por hijo que absorbió planes anteriores y resultó insuficiente en número y monto. Pero amplió significativamente la cobertura de los sectores humildes y creó condiciones para la extensión del programa
El Ejecutivo mantuvo al grueso de los jubilados en un ingreso mínimo y vetó el 82%, a pesar del fuerte superávit que tienen las cajas. Pero también otorgó aumentos y estableció un principio de movilidad luego de estatizar las AFJP. Los cuantiosos fondos del régimen previsional se manejan sin control, pero la eliminación del sistema privatizado contradice abiertamente las prioridades internacionales del neoliberalismo.
Los avances sociales de los últimos años constituyen conquistas para el movimiento popular, que han quedado limitados por el impacto de la inflación. La pobreza y el desempleo disminuyeron, pero persistió la precarización laboral y la desigualdad. La reciente muerte de 204 chicos en Misiones por desnutrición infantil ilustra la continuada gravedad de los padecimientos sociales.
Pero existe un innegable contraste entre la etapa actual de mejoras y el largo período de agresiones que comenzó con la dictadura y perduró hasta el fin de la Alianza. Por primera vez en décadas se verifican logros significativos para el grueso de la población.
Democratización
El reinicio de los juicios a los genocidas sintetiza los avances democráticos del período. Es cierto que ya transcurrieron 34 años y pocos criminales se han muerto en la cárcel. Por los obstáculos que interponen los jueces derechistas solo hay 300 detenidos y 68 condenados de los 1464 acusados. Pero la reversión del indulto y del Punto Final constituye un logro que reabrió el repudio masivo a la dictadura.
Se ha podido recuperar la identidad de muchos hijos de desaparecidos, se ampliaron las reparaciones a las víctimas del terror y quedó enterrada la teoría de los dos demonios. El museo de la ESMA reavivó la conciencia popular, introdujo una novedosa reivindicación de la militancia y convirtió al 24 de marzo en una fecha central de la vida nacional. Este cuadro ha permitido otorgar asilo a Apablaza, confrontando con la brutal presión que desplegaron los dinosaurios de Argentina y Chile.
El gobierno mantiene una decisión estratégica de no reprimir la protesta social. En los hechos vulnera esa norma frente a las movilizaciones que no controla. La gendarmería en Kraft, el encarcelamiento de militantes antisionistas, las amenazas contra los ambientalistas de Entre Ríos y Cuyo y la cobertura del gatillo fácil que aplican los policías provinciales retrata la persistencia de formas represivas. Pero existe un abismo entre estas acciones y la criminalización menemista o los 34 muertos que dejó la Alianza.
La tolerancia oficial hacia las movilizaciones populares se ubica, por ejemplo, en las antípodas del terrorismo de estado que rige en Colombia o México. En el país se ha impuesto una dinámica de conquistas democráticas que inician los movimientos sociales y frecuentemente avala el gobierno.
Lo ocurrido con el matrimonio igualitario ilustra esta secuencia. La demanda original de la Unión Civil quedó desbordada por el aislamiento de la Iglesia y la división transversal que irrumpió entre los parlamentarios. Al final se aprobó una norma muy avanzada que refuerza el debate sobre el aborto.
La misma tónica ha seguido la ley de Medios. Kirchner confrontó con sus ex socios cuando los grupos mediáticos tomaron partido por los agro-sojeros. La intención oficial de facilitar el acceso de las compañías telefónicas (y de varios capitalistas amigos) a todo el negocio comunicacional, acentúo ese choque. Pero este conflicto inter-burgués adquirió otro sentido cuando el gobierno recogió las demandas de los movimientos sociales («21 puntos de la radiodifusión democrática»).
La ley de Medios limita la actividad comercial, amplía los espacios y frecuencias de las organizaciones comunitarias, reduce la gravitación de las grandes cadenas e impone cierta desconcentración. Establece, además, restricciones a la publicidad y privilegia el contenido nacional. En la versión final se neutralizaron las ventajas de las telefónicas y se aceptó una mayor participación (no oficial) en los organismos de control.
Otro avance del mismo tipo se obtuvo con el «futbol para todos», que traspasó a la actividad pública el principal entretenimiento popular. También se ha favorecido la gratuidad televisiva en desmedro del cable, con la distribución de los decodificadores entre la población humilde.
Los grandes capitalistas igualmente mantienen el control de los medios y el gobierno ha comenzado a construir un polo privado afín con personajes nefastos (Moneta, Haddad, Manzano). Utiliza la publicidad oficial para crear su propio aparato y le quitó la licencia a Fibertel de un mercado de Internet, para relanzar su alianza con las compañías telefónicas.
Estas medidas contradicen el sentido democratizador de la ley de Medios, pero no anulan su progresividad. La confrontación con los comunicadores del establishment ha permitido esclarecer el papel que juega esa cúpula en la distorsión de la información. Se ha puesto en evidencia que una elite de periodistas actúa como políticos, escudados en la impunidad de la palabra. Utilizan el mito de la independencia informativa para fabricar noticias y encubrir hechos delictivos (apropiación de los hijos Noble y confiscación de Papel Prensa).
El conflicto se dirime actualmente la arena judicial, puesto que la aplicación de la ley ha quedado bloqueada por una catarata de resoluciones cautelares. Esta obstrucción ha puesto de relieve la urgencia de iniciar la democratización de la justicia.
Resistencias y tensiones
La doble estrategia de reconstrucción burguesa y concesiones sociales que implementó Kirchner se explica por la vitalidad de la movilización popular post-2001. El escenario cotidiano de marchas y cortes de calle distingue a la Argentina de otros países, donde impera el repliegue de la resistencia (como Uruguay o Brasil).
Esta conflictividad social signó la primera etapa del gobierno, fue interrumpida por la movilización conservadora del 2008 y resurgió con mayor fuerza en los últimos años. La anomalía creada por la arremetida agro-derechista duró poco y las demandas sociales genuinas dominan nuevamente el escenario.
Estas exigencias se plasman en métodos de lucha que incluyen la confluencia de las huelgas con los piquetes. El paro de los trabajadores formales coexiste con fuertes cortes de la circulación para difundir las peticiones al conjunto de la sociedad.
El gobierno se ha manejado con cautela. Anticipa mejoras sociales, incentiva negociaciones, disuade marchas y apuesta a la cooptación de los dirigentes. Pero no ha logrado desactivar la confluencia de la protesta, con reclamos de democracia interna en las organizaciones sindicales.
Ambos planteos convergen ante la crisis de las viejas estructuras burocráticas, que no han restaurado su legitimidad, a pesar del aumento de sus afiliados y el acrecentamiento de su poder económico. La incidencia que tuvo la CTA -como alternativa a la corruptela de la CGT- ya expresó esa necesidad de cambio.
La democracia sindical ha sido una bandera de grandes conflictos. Estuvo presente en la petición de seis horas de trabajo y personería para el sindicato del Subte. Lo mismo ocurrió en la lucha de Kraft por demandas mínimas y reconocimiento de una comisión interna anti-burocrática. Situaciones semejantes se han notado en numerosas luchas provinciales que exigieron elecciones y transparencia para los sindicatos existentes o para inscribir nuevas organizaciones.
En este terreno el gobierno no ha contemporizado. Al contrario, busca obstruir la democratización sindical, conociendo el estratégico rol que cumple la burocracia sindical en cualquier proyecto de estabilización capitalista. Sin el auxilio de esa cúpula resulta difícil neutralizar las demandas que desbordan las ofertas oficiales. Por ejemplo, frente al actual rebrote inflacionario el gobierno espera recurrir a la CGT, para concertar un Pacto Social con los empresarios de la UIA.
El sostenimiento de esta política indujo a los Kirchner a rechazar el reconocimiento de la CTA. Últimamente han intentado dividir esta central, promoviendo un sector oficialista que diluiría su perfil combativo y sus normas electivas. El Ministerio de Trabajo complementa estas manipulaciones.
Con estos mismos propósitos Cristina ratificó el papel de Moyano como columna vertebral de su proyecto. En una etapa económica de crecimiento, caída del desempleo y escalada de los precios, el gobierno no quiere nuevos interlocutores en la negociación de los salarios. Pero la convalidación de la burocracia conduce a tolerar también la acción de las patotas.
Las bandas de los sindicalistas operan a la luz del día, cuentan con protección policial y cobertura de los intendentes del Justicialismo. Son utilizadas para confrontar con los militantes de izquierda, que disputan liderazgos o canalizan movilizaciones de sectores empobrecidos y abandonados por los jerarcas. Esta tensión fue muy visible a principio de la década con los desocupados y se repite en la actualidad con los terciarizados.
La cobertura también oficial incluye cierta tolerancia al desacreditado macartismo, que utilizan los sectores más extremos de la burocracia en los momentos críticos. A fines del año pasado algunos exponentes de estas fracciones renovaron los insultos contra la «zurda loca» y concibieron la realización de un acto de amedrentamiento de los militantes anti-burocráticos.
Este mismo choque opone a los movimientos sociales con los intendentes justicialistas. Frente al reparto discrecional de planes sociales y puestos de trabajo entre los punteros, periódicamente irrumpen acampes de las organizaciones piqueteras (CCC, Barrios de Pie, Polo Obrero, Teresa Vive). Estas movilizaciones confrontan con el reparto discrecional de los planes sociales y los puestos de trabajo entre los punteros. Pero un acontecimiento reciente ha modificado drásticamente el alcance de estos enfrentamientos.
Un crimen muy ilustrativo
El asesinato de Ferreira ha transparentado cómo actúa la mafia sindical. A diferencia de lo ocurrido con Kostecki y Santillán, a Mariano no lo mató una fuerza policial. Pero el asesinato fue posible por el amparo que brindan la policía y los barones del conurbano a la burocracia sindical.
La organización del crimen estuvo a cargo de los matones de la Unión Ferroviaria. Hay evidencias abrumadoras de los vínculos existentes entre los sicarios y la jefatura de esa organización. La investigación conduce directamente a Pedraza, que ha sido un socio privilegiado del kirchnerismo y un peso pesado de la CGT, a pesar de los conflictos que mantiene con Moyano.
Las fotos de Cristina con el principal jerarca del gremio involucrado no son irrelevantes y tampoco es anecdótica la reivindicación que hizo la Presidenta de la Juventud Sindical. Mediante un gran operativo mediático se ha buscado desvincular a Moyano de las mafias, ocultando el uso habitual de las patotas en el sindicato de camioneros (disparos de Madona contra los rivales de UOCRA). La vieja militancia anti-menemista que tuvo el secretario general de la CGT es también publicitada, para borrar su complicación con causas judiciales de remedios truchos y manejos familiares de empresas del transporte.
Como ya ocurrió con Zanola el gobierno trata de soltarle la mano a Pedraza para rescatar al resto de la cúpula cegetista. Se busca encubrir todos los episodios que anticiparon el asesinato de Mariano (disparos en el sindicato de la Leche, matones en La Pampa, etc).
Es sabido que las bandas se reclutan entre barras bravas del futbol, asociadas a los intendentes del Gran Buenos Aires. Siguiendo una lógica de luchas intestinas, el gobierno culpabilizó inicialmente a los grupos que responden a Duhalde. Buscó desviar la atención de los nexos que mantienen muchos acusados con el universo oficial. Esta práctica de proteger a los aliados en desmedro de los competidores es muy habitual en el submundo del PJ.
Las complicidades salpican también a varios empresarios que reciben millonarios subsidios del estado, para gestionar un sistema ferroviario descalabrado. Estos capitalistas (Taselli, Roggio, Cirigliano) comparten con los burócratas- empresarios el manejo de las firmas sub-contratistas, que acumulan fortunas explotando a los trabajadores informales. Con esta caja se financia a los matones.
Sin la cobertura policial las bandas no podrían adiestrarse, ni contar con el armamento que exhiben en forma descarada. La existencia de una zona liberada para perpetrar el crimen de Barracas compromete directamente a la policía federal y provincial. Pero hasta el momento no existe ningún indicio de investigación de ese amparo. Conviene recordar que el propio ministro Aníbal Fernández tiene cuentas pendientes por su gestión durante el caso Kostecki-Santillán. Hace pocos años montó una farsa de acusaciones contra militantes del PO por un incendio de trenes en la zona Oeste.
Lo ocurrido con Ferreira -y con la compañera Elsa Rodríguez que continúa en grave estado- retrata cierta terciarización de la represión. Los funcionarios han dejado pasar muchas acciones de patotas contra la izquierda (UTA, Subtes, Hospital Francés). Este sistema de agresión permitió a un matón proclamar en la balacera de Barracas, que «había un zurdito menos».
La gran red de favores mutuos explica la débil reacción inicial del gobierno frente al crimen. Hubo sugerencias oficiales de dos demonios, cuestionamiento al uso de palos y pistolas como si fueran equivalentes y rechazos de la Presidenta a recibir a las víctimas.
Pero la reacción masiva en las calles ha impuesto una investigación que ya colocó entre las rejas a siete acusados. Existen pruebas suficientes para escalecer lo ocurrido y encarcelar a todos responsables. En esta partida se juega la continuidad de los derechos democráticos.
Bicentenario y juventud
Las transformaciones políticas de los últimos años generaron impactos muy variados en la conciencia popular. Entre el 2003 y el 2007 predominó el acompañamiento pasivo al gobierno a través de las urnas. Durante el 2008 prevaleció una reacción derechista y cierto ambiente conservador. Posteriormente se ha consolidado un viraje hacia el clima progresista.
Los festejos del Bicentenario expresaron este nuevo estado de ánimo. Se produjo una espontánea irrupción en las calles para recuperar una festividad patriótica, que estaba desprestigiada por años de identificación con las dictaduras militares. Resurgió la auto-estima nacional y por primera vez en décadas no resultó vergonzoso sentirse argentino. La recuperación económica y el desplazamiento de la crisis hacia los centros europeos han reavivado la memoria de la inmigración.
El festejo se impuso a contrapelo del clima de crispación que promovieron los grandes medios. El terror a la inseguridad que transmite la televisión quedó neutralizado por varios de días de multitudinaria ocupación del espacio público, sin ningún hecho delictivo.
Pero lo más importante fue la ideología que rodeó a la conmemoración. Se reivindicó el ideal latinoamericanista, hubo homenajes al Che y un gran protagonismo de las Madres. El sentido anticolonial y antiimperialista de la fecha quedó reafirmado por la ausencia de Estados Unidos, Gran Bretaña e Israel en los desfiles de las comunidades. En oposición al elitismo europeísta se rescató la trayectoria de los pueblos originarios y fue reconocido el papel de los socialistas y los anarquistas en la organización del movimiento obrero.
Los mandatarios latinoamericanos ocuparon un lugar central. Hubo elogios a la revolución cubana, mientras se escuchaban las canciones legendarias de la izquierda. No fue un baile con Shakira y Ricky Martin, sino un encuentro con los Olimareños y Pablo Milanés. Esta simbología sintonizó con un clima de rechazo al neoliberalismo, que ha colocado la redistribución del ingreso en el primer plano del debate.
El gobierno ha sido promotor y beneficiario de esta nueva subjetividad. Pero trata de integrar este espíritu a la estructura tradicional del Justicialismo y salta a la vista el carácter forzoso de ese empalme. Es evidente que la burocracia sindical y el capitalismo de amigos son incompatibles con las aspiraciones progresistas.
Esta contradicción entre políticas oficiales y percepciones populares se procesa con gran intensidad en el terreno de la juventud. El dato político más comentado en el velatorio de Kirchner fue la abrupta aparición de una nueva generación que reivindica la militancia. Pero la afinidad de este sector con el gobierno constituye solo una posibilidad. La simpatía juvenil se originó en el enfrentamiento con la derecha agro-sojera, pero el kirchnerismo avanza con lentitud. Mantiene por ejemplo una invariable condición de minoría en el movimiento estudiantil.
Hay mucha resistencia a encuadrarse junto a un gobierno que obstruye la lucha por abajo y privilegia el reclutamiento de funcionarios. La conducta de la agrupación Cámpora es muy ilustrativa. Mientras aporta cuadros para los ministerios y las empresas (como Aerolíneas Argentinas), repite en forma obediente la defensa oficial de Moyano. Otras vertientes que actúan en forma más autónoma (como el movimiento Evita) buscan construcciones de resistencia, que pueden chocar a mediano plazo con los objetivos gubernamentales.
La nueva generación es una braza caliente para el gobierno. Demuestra no solo inconformismo, sino también madurez para encarar la lucha. Los jóvenes post-2001superaron las ingenuas ilusiones democráticas de los 80 y se han despegado del escepticismo posmoderno de los 90. Son beligerantes, se entusiasman con los derechos humanos y demandan la restitución de dos conquistas amputadas durante las últimas décadas: el trabajo digno y la educación pública.
La reciente batalla que libraron los estudiantes secundarios ha sido muy ilustrativa. Ocuparon los colegios, realizaron marchas masivas y aprobaron la politización. Confrontaron además con el periodismo tonto, desbarataron los intentos de criminalización, aislaron el discurso reaccionario y obtuvieron el apoyo de los docentes y los padres. Con esta acción cuestionaron la chocante divisoria social que separa a las deterioradas escuelas públicas de los colegios privados bien equipados.
La evolución política de la juventud es un interrogante abierto, que incidirá directamente sobre un mapa político centrado en cuatro alineamientos.
Retroceso de la derecha
Después del éxito callejero del 2008 se produjo un inesperado naufragio de los conservadores, que no pudieron retomar ningún cacerolazo. Ante la floreciente marcha de los negocios agrarios perdieron sostén en las localidades rurales y quedaron afectados por la fractura de la Mesa de Enlace. Las campañas anti-K ya no tienen eco y a pesar del triunfo electoral del 2009, la derecha no pudo imponerse en el Parlamento. Se quedó sin liderazgos y perdió la brújula.
El PRO está muy afectado por el escándalo de los espías. Macri intentó montar un aparato de hostigamiento de los movimientos sociales, con actividades de infiltración al servicio de sus propios negocios. Gestiona la Capital Federal con subsidios a los grupos privados y recortes del presupuesto público. Pero la ciudad no es una empresa y los resultados son desastrosos. Los ensayos con pistolas eléctricas retratan la pauta reaccionaria que ha seguido la creación de la policía metropolitana. Pero el estrecho espacio que existe para este curso salió a flote con la forzada renuncia de Posse.
Macri se guía por las encuestas y la audiencia televisiva. Supone que la crisis de representación política le permite reemplazar a los partidos por un liderazgo construido con ingenio publicitario. Pero el clima político ha cambiado y no favorece el ascenso de un Berlusconi con cultura menemista.
También la Coalición Cívica ha quedado desubicada. El entusiasmo de Carrió con las causas reaccionarias pierde acompañamiento. Ya no rinde frutos agredir a Venezuela, rechazar el matrimonio igualitario y oponerse a la estatización de las AFJP. La rabia anti-K perdió eco y el discurso vacío de los moralistas genera fastidio. Este giro explica la declinación de Cobos y el ascenso de la amigable figura de Alfonsín.
Pero el área más crítica del retroceso derechista es el debilitamiento del Peronismo Federal. Como todo el entramado del PJ está girando hacia el kirchnerismo se acrecienta la dispersión de los candidatos con chances decrecientes (Solá, De Narvaez, Dhualde, Reuteman). El oficialismo impuso internas obligatorias para manejar esta selección y los gobernadores han subdivido las elecciones para incidir sobre ese filtro. Si el afianzamiento de Cristina persiste, el desbande del peronismo disidente será incontenible.
La derecha quedó debilitada por su extremo sometimiento a ciertas corporaciones (especialmente Clarín y la Sociedad Rural). Esos grupos fijaron la agenda y obstruyeron la necesaria autonomía que se requiere para actuar en política. Esa neutralización redujo la capacidad de adaptación a los giros anímicos de la población.
En la disputa sobre la ley de Medios los medios derechistas actuaron como empleados de los grandes diarios. Repitieron todos los lugares comunes sobre la libertad de prensa, defendieron el mito de la neutralidad informativa y ocultaron el manejo oligopólico y la censura discrecional que imponen las empresas.
La derecha cuestiona la televisión pública «que financiamos todos», idealizando una contraparte privada que también pagamos todos. Los negocios en este campo se basan en la publicidad compulsiva y en los recursos, leyes y licencias que provee el estado. Las fantasías liberales de un hombre moderno que se informa seleccionando a su periodista predilecto entre incontables competidores, olvida la millonaria masa de dinero que se requiere para actuar en esa órbita.
La prédica reaccionaria perdió peso ante la reprobación popular. Existe un fuerte rechazo a la reconciliación con los genocidas, a la regresión impositiva y a cualquier retorno al atropello social de los 90.
Esta resistencia mayoritaria condujo también al aislamiento del discurso liberal-elitista durante los festejos del 25 de mayo. La reivindicación del Centenario como el momento de realización suprema de la Argentina agro-exportadora, solo tuvo eco entre los lectores del diario La Nación. La repetida asociación de la decadencia nacional con el populismo no logró muchos seguidores y tampoco prosperó el intento de enaltecer al Teatro Colón como símbolo de la era liberal. La nostalgia por el paraíso perdido de los oligarcas latifundistas quedó opacada por las multitudes, que buscaron un nuevo sentido a la emancipación inconclusa de 1810.
Un despiste mayor de la derecha recalcitrante afloró durante el funeral de Kirchner. Intentaron aprovechar la conmoción para exigir políticas conservadoras (Rosendo Fraga) y virajes hacia la moderación (Morales Solá). Algunas evaluaciones delirantes asociaron incluso el velatorio militante con preparativos hitleristas (Grondona). En general, los amantes del elitismo despectivo solo notaron curiosidad y afán de protagonismo televisivo, en el homenaje (Sebrelli).
Estas percepciones cavernícolas ilustran el aislamiento de los derechistas. Como están cegados por la animosidad gorila y el resentimiento ante una derrota anunciada han perdido criterios básicos para interpretar la realidad. Daban por descontado el inicio de una era post-kirchnerista que ya nadie vislumbra.
Recuperación oficialista
Desde la mitad del año pasado se verifica una acelerada recuperación del oficialismo. Ha sido favorecido por el repunte de economía y por la desarticulación de la oposición derechista. El kirchnerismo desbarató los intentos de judicialización destituyente, impuso su agenda parlamentaria y colocó a los medios de comunicación a la defensiva.
El impacto creado por el fallecimiento del ex presidente ha reforzado este resurgimiento. Cristina mantiene una amplia primacía en las encuestas y exhibe capacidad para reemplazar a Néstor en la conducción partidaria.
Los problemas de la Presidenta se ubican en las alianzas que ha elegido. Optó por reforzar la gravitación del Justicialismo, con el sostén de los gobernadores y dirigentes más conservadores (Scioli, De la Sota). Este curso también implica mayor aval a los burócratas de la CGT.
El rumbo actual del gobierno choca con la reapertura de una perspectiva transversal. La ortodoxia justicialista es muy hostil a la agenda progresista y a cualquier construcción orientada por los movimientos sociales (D´Elia, Depetri).
Pero a mediano plazo existen otras incógnitas. ¿Cuál será el legado de Kirchner en el imaginario popular? El shock emotivo que produjo su muerte incentiva muchas especulaciones, que pueden ser igualmente recogidas para evaluar el rol jugado por el ex presidente.
Kirchner falleció sin la carga de frustraciones que acompañó la despedida de Alfonsín. No arrastró la cruz de un desastre político (Alianza), ni un colapso inflacionario. Pero tampoco es visualizado como Perón en varios terrenos decisivos.
En la última década hubo restauración de ciertos derechos ya conquistados, pero no obtención de logros primarios. No es lo mismo la conquista inicial de esas mejoras que su recuperación posterior. Por eso la implementación del aguinaldo o las vacaciones pagas tuvo un efecto cualitativamente superior a cualquier repunte salarial de los últimos años.
Kichner tampoco intervino en la gran rebelión del 2001, que condicionó su gestión. No emergió de un 17 de octubre, ni corporizó el sentimiento de una sublevación por abajo. Ciertamente confrontó con la derecha, pero no padeció golpes de estado o exilio y tampoco murió al cabo de una épica resistencia.
Por otra parte, el ingreso de nuevos sectores populares a la vida política se produjo con antelación a su gobierno y por canales muy alejados de su proyecto. Por esta razón nunca contó con el sostén homogéneo de la clase obrera.
La comparación con Evita ilumina otras diferencias significativas. Kirchner tuvo una larga actuación como gobernador provincial y una actividad convencional como dirigente del PJ. Jamás demostró rasgos jacobinos, ni se perfiló como figura radical de un movimiento nacional. Más bien reconstruyó la desgarrada continuidad de una organización desprestigiada por la destrucción menemista.
Estos contrastes no definen los resultados que emergerán con el paso del tiempo. Sólo ilustran el cambio de contexto. Hasta el momento el kirchnerismo no ha logrado reconstruir el lazo popular duradero que forjó el peronismo. A diferencia de lo ocurrido en Venezuela, Bolivia o Ecuador tampoco erradicó un viejo régimen, ni facilitó el surgimiento de nuevas identidades políticas.
El progresismo K
El afianzamiento del gobierno dependerá del predicamento que logren los nuevos intelectuales del oficialismo. Este segmento de periodistas (6, 7, 8), pensadores (Carta Abierta) y políticos (Heller, Sabatella) conforma una generación sustitutiva del primer sostén del kirchnerismo (Bonasso, Libres del Sur).
El nuevo contingente se aproximó por el gran rechazo que generó el derechismo agro-sojero. Reivindican la reconstitución de una economía devastada y atribuyen esa recuperación a la política oficial. Pero olvidan el contexto internacional y la incidencia del ciclo de los negocios. Además, evitan evaluar quiénes han sido los principales beneficiarios del repunte. Nunca hablan de las ganancias acumuladas por los exportadores, los financistas y los industriales.
El progresismo K resalta la politización que reintrodujo el gobierno frente a una sociedad descreída. Pero no menciona el efecto de esa misma acción sobre el viejo sistema bipartidista. Olvidan que el propio Kirchner abandonó el proyecto transversal para reconstruir el justicialismo, junto a un equipo que siempre ha sintonizado con el establishment.
Los nuevos oficialistas resaltan los conflictos que opusieron al ex presidente con importantes banqueros y empresarios e ilustran como esa confrontación permitió recuperar el arbitraje presidencial. Pero en los hechos este comando ha servido para reemplazar un modelo capitalista por otro, recreando la explotación laboral y la desigualdad social. Este curso no es ajeno a la propia fortuna personal que acumuló el ex mandatario.
La presentación de Kirchner como un «flaco de la J.P.» es una fantasía insostenible. El presidente post-2001 fue un hombre de estado que actuó con gran pragmatismo para recomponer el orden vigente. En lugar de bregar por la «patria socialista» imaginada en los años 70 apuntaló un sistema de opresión.
Es cierto que lideró UNASUR favoreciendo el proyecto latinoamericanista. Pero en esa asociación se alineó con Lula en un bloque conservador, para bloquear la radicalización del proceso venezolano y boliviano. Kirchner mantuvo un discurso de confrontación con el FMI, pero tocó la campanita en Wall Street, mejoró la relación con Estados Unidos (cuestionando a Irán) y envió tropas a Haití. Una anécdota muy verosímil cuenta que le pidió a Chávez que «se dejara de joder con el socialismo».
Muchos progresistas K reconocen el carácter nefasto del aparato justicialista, pero consideran que es el único instrumento viable para gobernar a la Argentina. No registran que esa estructura constituye el principal obstáculo para cualquier transformación positiva.
Afirman que el kirchnerismo es «lo máximo que tolera la sociedad», cómo si existiera un patrón predeterminado de mejoras sociales y democráticas, a introducir en el país. Con esa visión se transmite el mismo fatalismo que propagaban los neoliberales, cuando postulaban la inevitabilidad de las privatizaciones o la apertura comercial. La resignación frente al mal menor nunca condujo a logros significativos.
Las consecuencias de este enfoque se verifican en la impotencia que muestran los políticos de centroizquierda afines al gobierno. Sus proyectos siempre naufragan por sometimiento al visto bueno presidencial. La iniciativa de financiar el 82% a los jubilados subiendo los aportes patronales quedó, por ejemplo, bloqueada a la espera de un aval oficial.
Pero lo más problemático es el alineamiento que exige la presidencia en los momentos críticos. Bajo esta presión se aprobó el canje de la deuda y se expusieron argumentos insólitos para demostrar cuán positivo es el pago de un pasivo fraudulento.
El programa televisivo 6, 7, 8 se ha convertido en el principal vocero del progresismo K. Con un formato ágil y jocoso, que utiliza la ironía y nuevos lenguajes de compaginación, conquistó una importante audiencia. Ha canalizado el hartazgo de los espectadores con el bombardeo malintencionado de la derecha. Difunde informaciones incómodas que silencian los grandes medios y despliega una crítica devastadora a la hipocresía del periodismo independiente.
Pero su repetida exaltación de los méritos gubernamentales conduce a la distorsión de la realidad. Nunca aplican a los personajes del oficialismo el archivo demoledor que utilizan contra la oposición. Es evidente que muy pocos líderes del equipo gobernante podrían soportar una revisión de su pasado. Esta unilateralidad es tan solo un ejemplo del carácter forzado de la construcción mediática oficialista.
El programa adopta una postura totalmente acrítica y transmite justificaciones de la política oficial mediante polarizaciones simplificadas. Supone que sólo existen dos campos en disputa y que se apoya a Cristina o se apuntala a la derecha. Para sostener este artificio sobrecargan la pantalla con mensajes de buena onda.
Esta actitud conduce a justificar también la alianza con la burocracia sindical y a apañar su vandalismo. Tiene muy poca credibilidad, por ejemplo, la presentación del asesinato de Mariano Ferreira como un vestigio del menemismo, ajeno a la estructura gremial vigente (Galasso).
Al repetir una y otra que la «izquierda es funcional a la derecha» se termina igualando a las víctimas con los victimarios. Un caso extremo de esa caracterización ha sido el cuestionamiento de la izquierda por miopía, ante los matices que separan al gobierno del duhladismo (Feinman). Pero la ceguera se ubica en el campo opuesto, al omitir las complicidades y analizar la tragedia como un simple eslabón de disputas inter-justicialistas.
Posturas de la centroizquierda
Un espacio de centroizquierda crítico hacia el oficialismo ha logrado cierto desarrollo en torno al Proyecto Sur. Convoca intelectuales, canaliza militantes y resulta atractivo para muchos jóvenes. Cuenta, además, con una figura presidencial de peso político y cultural (Solanas).
La acción parlamentaria de esta vertiente obtuvo visibilidad con varias iniciativas. Convergieron con el gobierno en algunos casos (nacionalización de las AFJP) y radicalizaron otros proyectos del Ejecutivo (ley de medios, Papel Prensa). A diferencia de sus pares pro-gubernamentales han confrontado con las posturas regresivas que adoptó el kirchnerismo (deuda externa, INDEC, 82% de los jubilados, presupuesto 2011). Cómo no están sometidos a la neutralización oficial, denunciaron sin vacilaciones a los responsables del asesinato de Mariano Ferreira.
Proyecto Sur proviene del nacionalismo antiimperialista y sintoniza con el espíritu del Bicentenario. El énfasis en la nacionalización del petróleo y la minería, la denuncia de la deuda externa y los proyectos de reconstrucción naval o ferroviaria lo ubican en un campo compatible con el chavismo.
Proponen gestar una tercera fuerza frente al bipartidismo que asfixia la vida política. En un año dominado por la disputa electoral este planteo puede resultar muy atractivo. Pero conviene recordar que ese objetivo nunca pudo plasmarse en el pasado. El Partido Intransigente fue absorbido por el peronismo en los años 80 y el FREPASO terminó como furgón de cola del radicalismo.
Proyecto Sur debe lidiar con otro peligro de evolución conservadora, si en la batalla contra el kirchnerismo afianza sus puentes con la derecha. Estos lazos se gestaron durante el conflicto con los sojeros y reaparecieron en el último año con guiños hacia Carrió. Presentan a ese personaje como una figura republicana, cuando actúa en la práctica como vocera de la Sociedad Rural y la embajada norteamericana. La integración a la coalición de centroizquierda de exponentes de la Mesa de Enlace acentuaría este perfil regresivo.
La estrategia de forjar alianzas con distintos integrantes del arco opositor diluye el perfil de Proyecto Sur como opción de izquierda al kirchnerismo. Lo mismo ocurre cuando se converge en iniciativas parlamentarias con el resto de la oposición. Estos acuerdos son válidos si hay que rechazar una ley de proscripción o favorecer la democracia sindical, pero resultan inadmisibles como línea de acción corriente.
La confluencia con la derecha es directamente suicida. No solo impide difundir la singularidad de una tercera fuerza, sino que aporta al gobierno todos los argumentos para desacreditar un proyecto alternativo. Una foto con Carrió o Guidice destruye en un instante, todas las intenciones progresistas o las leyes renovadoras que se presentan en el Congreso.
Las alianzas elegidas (Juez, Binner, Stolbizer) anticipan, además, un tipo de gobierno socialdemócrata, que sería menos contestatario que el kirchnerismo. No hay que olvidar que Lula en Brasil y Mugica en Uruguay han adoptado posturas más conservadoras que el gobierno argentino en todos los terrenos.
Los desaciertos centroizquierdistas provienen de identificar al kirchnerismo con la derecha (o la «recontra-derecha») o suponer que es el enemigo principal. Esta caracterización ha sido desmentida por la experiencia de los últimos años. La derecha no se ubica ahí, ni tampoco en «ambas partes». Se sitúa claramente en el PRO, la Coalición Cívica y el Peronismo Federal.
Estos tres sectores postulan el alineamiento con Estados Unidos contra Cuba y Venezuela, promueven cerrar los juicios a los genocidas, rechazan la ley de medios y exigen reducir los impuestos a la agro-exportación. Solo despliegan demagogia en temas puntuales (aumentos a los jubilados sin ningún financiamiento), para preparar una futura administración conservadora.
No existe ningún analista internacional que asocie al kirchnerismo con la derecha. Solo discute el alcance progresista de sus iniciativas, buscando dirimir si se parece más a Lula que a Chávez. Nadie traza semejanzas con Uribe o Calderón.
Otros integrantes de Proyecto Sur consideran que Cristina consumó un giro regresivo en comparación a Néstor. Estiman que el despegue progresista inicial se frustró y dio lugar a una involución.
Esa contraposición es insostenible. Las políticas del gobierno no han variado significativamente en ambos períodos y en todo caso hubo más conquistas luego del choque con los agro-sojeros. Es importante reconocer las luces y sombras de un gobierno que nunca incluyó los rasgos antiimperialistas de Chávez o Evo, pero siempre se ubicó en las antípodas de Piñera o Alan García.
Planteos de la izquierda
La izquierda incluye estructuras partidarias (MST, PCR, PO, PTS, IS, MAS, etc) y agrupaciones con formas de movimiento (Mella, Frente Santillán, MTR, MIR, A y L, etc). Ambos alineamientos participan del mismo conglomerado. No tienen gravitación electoral, pero exhiben presencia social, influencia en las calles e incidencia en las propuestas políticas.
El papel de la izquierda salió a la superficie durante la reciente tragedia de Mariano Ferreira. El compañero fue asesinado mientras desarrollaba una acción de solidaridad, demostrando quién pone el cuerpo en la batalla cotidiana contra las patotas.
La multitudinaria marcha que sucedió al crimen fue una reacción democrática que expresó reconocimiento a esa militancia. La pertenencia a las organizaciones de la izquierda es sinónimo de compromiso con los oprimidos. Estas agrupaciones actúan en forma aguerrida, recrean el espíritu del 2001y se ubican en la primera fila de las movilizaciones populares.
Existe una nueva generación que observa con simpatía ese papel, en contraposición a la mirada diabólica que difunde el oficialismo o los medios de comunicación. Para los defensores del capitalismo cualquier acto de resistencia es sinónimo de alboroto. Denigran la postura combativa suponiendo que expresa algún inconformismo marginal, sin notar que canaliza un deseo generalizado de igualdad social.
La izquierda mantiene su carácter minoritario en un país con hegemonía del peronismo. Pero ha logrado mayor penetración en sectores de la clase obrera y en segmentos empobrecidos que eran tradicionalmente ajenos a su influencia. También ha liderado experiencias de cooperativas y empresas recuperadas. En estas actividades recoge una herencia del clasismo, que la burocracia sindical intenta expurgar por cualquier medio.
La izquierda ha conseguido penetrar en el estudiantado y ha obtenido reiterados éxitos en las elecciones universitarias. Logró instalar su cultura en la universidad pública, que ya no aglutina a las franjas privilegiadas del pasado. Este ámbito se ha transformado en un bastión del reclutamiento y del debate teórico marxista.
Pero la izquierda no ha podido conformar una fuerza política capaz de disputar espacios a los partidos tradicionales. Es un visible actor, pero no un protagonista de la realidad política. Esta limitación no proviene de viejos desencuentros con el proletariado peronista. Han transcurrido muchas década desde esa ruptura y lo que pesa en la actualidad son frustraciones más recientes. El desplome de la Izquierda Unida en los 80 y la escasa cristalización política de las conquistas del 2001-03 ejemplifican estos fallidos.
Gran parte de la izquierda comparte los mismos errores de caracterización del kirchnerismo que afectan al grueso de la centroizquierda. Si se supone que el gobierno perpetúa el neoliberalismo, preserva el menemismo, mantiene la impunidad o criminaliza la protesta social, no hay forma de lograr credibilidad entre la población. Con razonamientos forzados no se refuta lo que intuitivamente percibe cualquier mortal. Un discurso inmune a las conquistas sociales y democráticas que se han obtenido carece de consistencia.
Algunas planteos de la izquierda no logran distinguir las disputas que involucran conflictos entre capitalistas (por ejemplo pagar deuda con ajuste o con reservas) de los choques que ponen en juego algún interés popular (AFJP, ley de medios, juicios a los genocidas).
A veces se cuestiona la apropiación gubernamental de las banderas sociales, sin notar que la asunción oficial implica un triunfo popular. En todo caso correspondería señalar las limitaciones de esa asimilación, evitando despechadas actitudes de impotencia.
Es importante integrarse también al clima popular, cuando se conmemora un acontecimiento histórico tan progresivo como fue la Revolución de Mayo. Ese festejo induce a levantar banderas antiimperialistas para completar una transformación inconclusa. No tiene sentido situarse en la vereda opuesta vislumbrando nacionalismo retrógrado, donde impera un espíritu latinoamericanista afín al ALBA.
Especialmente la ley de Medios dividió aguas dentro de la izquierda. Algunos reconocieron acertadamente los elementos democratizadores de esa norma y exigieron su aplicación contra las trabas que impone la justicia. Otros optaron por el neutralismo o por críticas al control oficialista de la prensa, olvidando la gravitación más significativa de la propiedad capitalista.
Los medios conforman un área estratégica para la dominación burguesa. Operan como aparatos ideológicos que definen la forma en que se percibe la realidad. Por eso constituyen también un área de batalla entre discursos legitimadores e impugnadores. Con cierta democratización de ese espacio, el mensaje conformista puede ser desafiado. Tal como ocurre en la universidad, la marginalidad del discurso cuestionador en los establecimientos privados puede revertirse en las instituciones públicas.
Si no se reconoce la importancia de conquistar posiciones en la trinchera mediática, la derecha seguirá monopolizando el mensaje. Continuará seleccionado temas o magnificando y silenciando los distintos acontecimientos, para reforzar un miedo conservador (a la inseguridad o al terrorismo).
Confrontar contra ese discurso debería ser una prioridad de la izquierda. La información es un derecho (como el agua, la educación o la salud), en conflicto con los criterios de rentabilidad. Por esta razón hay que apuntalar los avances hacia una TV pública (no manipulada por el oficialismo) y todo aumento del número de medios en manos de organización sociales.
La incorporación de esta acción contribuiría a superar otros problemas de vieja data, relacionados con la obsesión por la auto-construcción sectaria. Este propósito retroalimenta disputas por ocupar cargos menores y recrea rivalidades por exhibir consecuencia en interminables discusiones. Hay cierto mesianismo en suponer que el pueblo premiará a quién sostenga con mayor estoicismo esas reyertas.
La acción común en experiencias políticas conjuntas es el camino para dejar atrás esos obstáculos. Pero también resulta necesario intervenir de otra forma en las elecciones. Es evidente que la actitud abstencionista conduce a la marginalidad, puesto que la etapa del 1997-2003 ha sido superada. No solo aumenta la participación en los comicios, sino que existe una valoración popular creciente de la intervención legislativa.
Pero actuar en los comicios no implica auto-condenarse a la recepción del 1- 2%. Esta resignación solo preserva un rito de participación testimonial cada dos años. Se ha olvidado que en las elecciones se disputan cargos, cuya obtención amplificaría el desarrollo ulterior.
Estas distorsiones se superan abandonando la veneración constitucionalista de los comicios como un ámbito de intervención principista. Allí no se juegan los fundamentos de un proyecto político. Al igual que cualquier votación sindical o estudiantil conviene concertar amplios compromisos, para consumar avances significativos.
En Argentina se vive un momento propicio para renovar la construcción de la izquierda. Pero hay que abrir los ojos y remontar los problemas del pasado. Un nuevo curso permitirá gestar el proyecto anticapitalista que el país necesita, para forjar una sociedad de igualdad y justicia.
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1Economista, Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de Izquierda). Su página web es www.lahaine.org/katz
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