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«Chinga tu madre, Stalin», un mexicano en Kazajstán

Fuentes: Rebelión

Ayer decidí no organizarme para ver el que imaginaba sería un aburridísimo partido de Eliminatorias entre Argentina y Bolivia (afortunadamente, parece que no me equivoqué). En su reemplazo respeté la agenda que me había trazado la semana pasada, y asistí a una conferencia en el CeDInCI, a cargo de Andrey Schelchkov, latinoamericanista ruso. Fui, una […]

Ayer decidí no organizarme para ver el que imaginaba sería un aburridísimo partido de Eliminatorias entre Argentina y Bolivia (afortunadamente, parece que no me equivoqué). En su reemplazo respeté la agenda que me había trazado la semana pasada, y asistí a una conferencia en el CeDInCI, a cargo de Andrey Schelchkov, latinoamericanista ruso. Fui, una vez más, probablemente el único pibe de menos de 30 años en un evento de este tipo. Lo que en la jerga juvenil se llama nerdearla. Así fue como di con el fantasma de Evelio Vadillo Martínez, el comunista mexicano que fue a licenciarse de revolucionario profesional en Rusia y acabó acusado de desafiar a Stalin en la época de los teatrales Juicios de Moscú, recompensado por ello con 20 años de martirios impensados, incluidos 11 años de trabajos forzados en la república de Kazajstán, ubicada en Asia Central, limitante por el sur con China, parte de la URSS hasta su disolución, donde más de los 3/4 de la población son devotos del Islam, y la densidad demográfica es de apenas 7 habitantes por km2.

Pupilos de la Komintern: la Escuela Leninista Internacional

Entre los años 1926 y 1938, la III Internacional y el PC soviético decidieron convocar a cientos de militantes en todo el mundo (más de 3000 egresados en toda su existencia) para, a través de ellos, disciplinar en el dogma stalinista (en permanente mutación según las necesidades burocráticas del momento) a una cantidad de organizaciones referenciadas en la Revolución de Octubre, pero enormemente dispares entre sí en su origen, en su tradición, y lo más importante, en su práctica política. La llamada Escuela Leninista Internacional tuvo a Nikolai Bujarin como su primer director (quien pronto cayó en desgracia), y fue instaurada por resolución del V Congreso de la Internacional Comunista. La cursada duraba un año, y por cuestiones de financiamiento, a diferencia de las clases en el resto del país, estas no empezaba en septiembre sino en enero. Por la ELI pasaron jerarcas prominentes como Alexander Dubček, Erich Honecker o Tito.

Cual si fueran salitas de un jardín de infantes, los jefes de la ELI decidieron nombrar las secciones con letras del abecedario: por ejemplo, I para los italianos, o L para los latinoamericanos y españoles. Se trató de un experimento alucinante, tentativamente globalizador, pero al menos para los subcontinentales (aproximadamente un 2% sobre el total), tristemente desarrollado: los profesores de la institución no sabían nada de las realidades regionales y se limitaban a intentar encuadrar a los alumnos en la torpe manualística moscovita, para colmo intermediados por malos traductores de castellano.

Los alumnos de la escuela debían tener seudónimos. Su estadía allí era clandestina. Su fidelidad no era a sus partidos nacionales sino que formaban parte de la estructura del PC ruso: ellos debían prepararse para implementar la «bolchevización» de sus PC de origen. Por eso, Evelio era conocido como Aranos o Arapos. Pero en México, por su arrojo, la gente que lo conocía lo llamaba «El Tigre».

De cooperativista jacobino a azteca bolchevizado

Originalmente miembro del Partido Nacional Cooperativista, que proponía la nacionalización de la tierra y la sustitución del Ejército por guardias ciudadanas, en 1923 Vadillo se sumó a la rebelión de Adolfo de la Huerta en contra del entonces presidente Plutarco Elias Calles. Esta, luego de fracasar, sellaría la muerte del PNC. Así fue como emigró a Cuba, donde trabajó como librero, fue ganado al marxismo y conoció a dirigentes como Julio Antonio Mella. Habiendo regresado a su tierra natal en 1927, ingresó al Partido Comunista Mexicano y tuvo un vertiginoso ascenso. Candidato a diputado -desde la cárcel- por el Bloque Obrero y Campesino, asesor legal de múltiples organizaciones sindicales, hasta se dio el lujo, un 1° de Mayo de 1932, de asaltar una estación de radio para transmitir mensajes revolucionarios. Un aventurado paladín de la «pluralidad de voces», si se lo compara con un descendiente político ya aggionado como Sabbatella, el ex jefe de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (AFSCA) de Argentina, cuya resistencia contra la decretomanía pro-monopólica del gobierno de Macri, duró menos que un suspiro.

Desterrado a las Islas Marías a causa de este hecho, junto con otros dirigentes del partido (incluido José Revueltas), fue electo miembro del Comité Central del PCM en 1934. Estudiante de derecho y abogado de oficio, recién se recibiría en los años 50. Según el nicaragüense Adolfo Zamora Padilla, amigo suyo desde Cuba y uno de los promotores en México de la Comisión Dewey, Vadillo había rechazado graduarse cuando estaba terminando la carrera, para bloquear el paso a sus adversarios en el PCM que deseaban calificarlo como «intelectual pequeño burgués» y así evitar su acceso a la Secretaría General del PCM.

Vadillo recaló en Rusia en junio de 1935, junto a Lombardo Toledano (histórico sindicalista de talla internacional) y el mencionado Revueltas. Le tocó hacerlo en un momento espasmódico: participaría del VII Congreso de la IC reunido en Moscú en agosto de 1935, cuando se viró a la línea del Frente Popular. Finalizadas las deliberaciones, sólo Vadillo y otro mexicano más, debieron quedarse como reclutas para la ELI. Lejos de estar esperanzado por incorporar las herramientas que le posibilitaran exportar la revolución mundial a las tierras de Emiliano Zapata y Francisco Villa, Vadillo no permaneció allí en vistas de una promoción política, sino por un mandato de la dirección del PCM, que acaudillada por Hernán Laborde, deseaba librarse de él. Militante convencido, a pesar de tener un hijo recién nacido, lo aceptó. Pero el régimen era carcelario: según Schelchkov, los alumnos no podían disponer de libros ni periódicos, sino solamente del material provisto por la ELI, así como tampoco podían salir a interactuar con la población sin estar escoltados por un vigía. Un ex PCM y amigo de Vadillo, García Treviño, sugiere que «El Tigre», se animó a expresar su malestar, lo cual exasperó a las autoridades.

Un escatológico graffiti troskista, pasaporte al fin del mundo

Con todo, Vadillo, muy difícilmente imaginaba lo que se le venía. Tal vez, al principio, todo parecía una especie de Hogwarts bolchevizante. Duro, pero inspirador. Vadillo se destacó y fue erigido responsable de sus compañeros en el sector L. Pero su vida cambió definitivamente, cuando en el baño de la ELI apareció una inscripción, aparentemente realizada con caca, que rezaba: «Chinga tu madre, Stalin». ¿Quién había considerado propicio lanzar tal ofensa hacia lo más alto de la cúspide del movimiento comunista mundial? Si era evidente que la autoría de la misma se encontraba entre los huéspedes del sector L, también lo era, dada la impronta inconfundible de la expresión, que su autor era un mexicano. En tiempos de la Gran Purga, la jugada equivalía a un suicidio.

Sólo había dos mexicanos en la delegación. «La Chiva», como apodaban a su incierto acompañante, decidió atacar a Vadillo por lo sucedido, lanzando sobre él todo tipo de calificativos. Hay quienes sospechan que la traición fue orquestada desde la dirección del PCM. Vadillo fue llevado por la NKVD (luego KGB) a la policía, que lo acusó de trotskista. Fue sentenciado en noviembre de 1936 por la aplastante maquinaria jurídica soviética, a 5 años de campo de concentración -pasó por las cárceles de Lubianka, Butikaia, Dimitrova y Oriol- y a 5 de destierro en Kazajstán, específicamente Shchuchinsk, un pueblito al norte de ese país que sólo tenía 16 mil habitantes. Allí primero sobrevivió distribuyendo agua entre granjas agrícolas en un carro tirado por una vaca (la industrialización no daba para tanto); luego, fue zapatero. En junio de 1947, la suerte parecía volverse de su lado: logró autorización para trasladarse a Artiomovsky, en el Donbass ucraniano, donde sería minero. Inexplicablemente, no se le asignó una custodia estatal, y así fue que, obligado a pasar por Moscú para llegar a su nuevo destino, decidió ir a la Embajada de México. Hablando perfecto español, pero vestido como un campesino cosaco y sin documentación, dio referencias a Luciano Joublanc, el embajador, intentando obtener asilo. Luego de dormir en las estaciones de tren, logró refugiarse allí unos meses mientras le tramitaban la visa.

Pero la URSS no estaba dispuesta a soltar fácilmente a su presa. Sus diplomáticos exigieron a México que lo devolvieran al territorio soviético, dado que había violado el trayecto pautado y su verdadero domilicio estaba en Shchuchinsk. Recién ahí, decían, luego de llenar formularios policiales, podría volver a su país. En enero de 1948, ya en la aldea kazaja, logró autorización para residir en Alma-Ata (donde también estuvo desterrado León Trotsky), pero al poco tiempo, dos agentes montaron contra él una provocación y lo detuvieron con el fin de impedir sus contactos con la Embajada: el calvario no terminaba más. Fue sentenciado a dos años de prisión. Cuando se acercaba al final de esa peregrinación tortuosa, en 1950 fue acusado de espionaje para el gobierno mexicano y condenado a otros 20 años de encierro en la cárcel de Vladimir. Todo parecía indicar que nunca más lograría librarse de la Madre Rusia. Pero allí conoció a un austriaco que luego liberado por un arreglo entre ambos países, decidió acudir a los representantes del Estado mexicano para que salvaran a Vadillo.

Liberado en septiembre de 1955, llegó al DF en octubre. El 15 de noviembre, su amigo Zamora Padilla organizó para él una conferencia de prensa. Allí dijo ante los atónitos periodistas: «Aquí tienen ustedes al hombre que estuvo en la Unión Soviética por más de 20 años, contra su voluntad». The Waco News, un periódico texano, consignaba el 17 de noviembre que Vadillo rechazó aclarar si aún se consideraba comunista. Pero Vadillo en realidad ya no guardaba un ápice de respeto por la «patria socialista», y ratificó que nunca había sido trotskista, sino que solamente había deseado volver a México. Después de atravesar un pandemónium rojo de ribetes kafkianos, Vadillo regresó a su país, bestialmente avejentado por el rigor burocrático, para rápidamente fallecer, en abril de 1958, ya inexorablemente embebido de una carnal frustración con los ideales que lo llevaron al otro extremo de la humanidad. Aunque el acceso a los archivos de diversas oficinas estatales alcanzaron para descifrar algunos puntos negros de su relato, del escatalógico graffiti trotskista que escupió a «El Tigre» en la esteparia e inhóspita Kazajstán, todavía no se conoce progenitor.

Blog del autor: https://medeprimenloslimites.wordpress.com/